Lo que nunca cambiará


Últimamente el general presidente y los voceros de más lustre del gobierno cubano se han referido a su supuesta disposición a cambiar “todo lo que deba ser cambiado”. Tanto repetir el lema obliga a pensar y poner el acento en aquello que nunca cambiará para que el régimen cubano mantenga el estilo de gobernabilidad que le ha sido afín durante más de cincuenta años.


El último éxodo, es decir el que comenzó en 2010 y aún continúa, ciertamente no ha sido masivo. El gobierno cubano se enfrascó y aún continúa enfrascado en una suerte de éxodo selectivo. El gobierno español que en la actualidad se comporta como el cómplice más recurrente, ha realizado su más cara fantasía política y al menos esta vez, sustituyeron al gobierno norteamericano. Son la contrapartida del actual éxodo selectivo que abarca mayoritariamente a los indeseables políticos y no a los sociales.


El gobierno cubano, la partidocracia militarista verdeolivo no cambiará sus hábitos de desterrar, encarcelar y eventualmente, matar, porque esta es su naturaleza y la naturaleza de algo, no cambia nunca.


Como la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es una herramienta vinculante y cada dictadura y/o estado fallido del mundo puede violarla a su aire, el régimen cubano tampoco cambiará su carácter de violador de la misma en la mayoría o en lo que le convenga de todo su articulado.


Hoy se llama “prohibiciones absurdas” a toda o a una gran parte de los amarres totalitarios que la partidocracia militarista, hoy de corte y aliento fascista, mantiene sobre el pueblo de Cuba. De acuerdo con el general presidente designado en una línea de sucesión a todas luces voluntarista, los amarres serán revisados y aquellos que no representen un peligro para la precaria gobernabilidad totalitaria, serán removidos.


Entonces, lo que nunca cambiará será el irrespeto de este gobierno a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tampoco se devolverá mansamente la soberanía al pueblo que seguirá en manos de una élite geriátrica militarista y cruel. Lamentablemente, “esto”, “esta gente” y el resto de las libertades ciudadanas, entrarán en el predio de las cosas que nunca cambiarán. Así, lo primero que debe ser borrado es “esto” y como elemento esencial, sacar cuanto antes a “esta gente” del espacio político cubano.


(Editorial 165 de Primavera Digital)
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El referéndum que nunca ha sido

Por Mijail Bonito

Santiago de Chile 26-04-2011


En su afán por legitimar los resultados del VI Congreso del PCC, el castrismo se salta sus propias leyes.

Clausurado el VI Congreso del Partido Comunista con la coronación oficial de Raúl Castro al mando de “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”, ha pasado casi lo mismo que cuando se anunció hace unos años que los cubanos tenían derecho a usar celulares. El mundo desea tanto que Cuba cambie, que cualquier matiz es considerado un avance descomunal. También puede suceder que un país estatua, incluso cuando pestañea, simule movimiento. Mucho se ha hablado de la gerontocracia, de la mediocridad de los cambios, del asilo en el poder por otros diez años, pero poco se ha señalado de la omisión de las vías legales realizada por el gobierno y el propio PCC en su toma de decisiones.

Este Congreso del PCC, efectuado con más de una década de tardanza, debatió los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Estos Lineamientos fueron “discutidos” por casi nueve millones de ciudadanos que según Raúl Castro emitieron más de tres millones de opiniones. Luego, el propio Castro señaló que: “…en el conjunto de participantes se incluyen, sin haberse definido con exactitud, decenas de miles de militantes…, que asistieron tanto a las reuniones de sus núcleos o comités de base como a las celebradas en los centros de trabajo o estudio y además en las comunidades donde residen. Es también el caso de quienes no militan y participaron en sus colectivos de trabajo y posteriormente en los respectivos barrios”. Los nueve millones se reducen, pues, a una cantidad desconocida, pero bastante menor a la cifra inicial.

En el afán de legitimar los Lineamientos, Castro afirma que los resultados del debate constituyen “…una suerte de referéndum popular respecto a la profundidad, alcance y ritmo de los cambios que debemos introducir…”.

Pero sucede que una suerte de referéndum no tiene significado, ni jurídica ni políticamente, por dos razones básicas. Para dar validez jurídica al documento en términos de ejercicio democrático, es indispensable someter el documento final, una vez concluido el Congreso del PCC, a un referéndum real, según la Ley electoral cubana, donde los ciudadanos en capacidad de votar decidan si aceptan o no los citados Lineamientos. Esto es indispensable porque los Lineamientos suponen cambios legislativos que abarcan desde la esfera impositiva hasta la previsión social, pasando por cambios de primera magnitud en el ámbito de las relaciones jurídicas laborales. Es la Asamblea Nacional del Poder Popular la llamada a convocar este proceso.

Desde el punto de vista político, suponer como “una suerte de referéndum” reuniones de opinión es solo una afirmación demagógica que invalida la legitimidad de los cambios. A muchos opositores y disidentes se les atacó verbalmente con frases como “esta discusión es para mejorar la revolución” y otras del mismo tenor cuando trataban de participar en las asambleas de sus barrios, y las opiniones que clamaron por cambios sistémicos como el acceso al poder, el respeto a los DD HH, la eliminación de las permisos de entrada y salida, la economía de libre mercado, las elecciones libres y el recambio en la dirección del país, fueron eliminadas de las actas de las reuniones donde ocurrieron. Discutir en centros de trabajo, donde se lleva a cabo un proceso de eliminación de cargos y despido masivo del personal, implica que muy pocas personas señalen puntos álgidos, so pena de engrosar el listado de cesantes.

El “centralismo democrático” es el principio de la estructura partidista que se ha traspolado a la sociedad como forma del ejercicio de la sui generis democracia cubana. Se traduce en discusiones de base social, que van informando a esferas superiores hasta que son validadas y se tornan vinculantes. Esto no es más que un ejercicio basado en la doble moral, el miedo social imperante y las restricciones propias de un debate dirigido por el PCC a todo nivel en la sociedad, pasando por alto los mecanismos establecidos en la Constitución y las leyes de la república.

Algo así ya se vio con anterioridad en la respuesta gubernamental al Proyecto Varela, cuando se declaró constitucionalmente el carácter irrevocable del socialismo, y se trató de legitimar dicho acto con una discusión popular similar, sin hacer uso del llamado a referéndum.

Cuando se debate en una “suerte de referéndum”, se vive en esa “suerte de democracia”.
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Terminó el Congreso



Por Vladimiro Roca Antúnez

Terminaron los llamados debates del 6º Congreso del PCC, y digo llamados, porque ni por asomo se produjo una intervención seria que no haya estado en el guión de los debates.


Lo primero que llamó mi atención fue el reconocimiento explícito por parte de Raúl Castro del incumplimiento de los acuerdos de los cinco congresos anteriores, de lo cual dijo se avergonzaba, dudo mucho que tenga vergüenza, pues si la tuviera hace mucho rato hubiese renunciado, pues parte de la responsabilidad por el incumplimiento de dichos acuerdos recae en él, aunque la mayor responsabilidad es de su hermano.


Sobre ese importante y fundamental punto ninguno de los delegados se manifestó. A ninguno de los delegados se les ocurrió pensar, aunque fueron convocados por el flamante primer secretario a hacerlo, que esa es la principal causa por la que el país se encuentra en la situación en que está. Que los máximos responsables por tamaño incumplimiento son el primer y segundo secretarios del comité central. Que ambos debieron ser removidos en el segundo congreso por el actuar irresponsable que manifestaron. Ninguno de ellos pensó en esa cuestión de primer orden, no tuvieron el valor de hacerlo.
No analizaron que el primer incumplidor de los acuerdos de todos los congresos es quien fuera hasta hace poco su primer secretario. Que no los cumplió porque no quiso, pues además de primer secretario del CC del PCC, era el Presidente de los consejos de Estado y de Ministro. Tal parece que pensar y analizar son dos tareas propias solamente de Fidel Castro.


Al estar fuera de escrutinio los resultados del trabajo del primer secretario y de todo el comité central, los resultados del congreso eran más que predecibles.


La llamada actualización del modelo socialista significa que continúa el culto a la irresponsabilidad como característica fundamental de los análisis y decisiones de la alta dirigencia partidista, más preocupada en no perder los privilegios que disfrutan que en las penurias del pueblo, ¡claro, ellos no las conocen! Significa continuar con la represión política y social contra toda manifestación de desacuerdo o descontento por parte de cualquier elemento de la sociedad. Significa más limitaciones a los patrones de consumo del pueblo. Significa menos libertad económica para todos los cubanos. Significa más descapitalización de la ya descapitalizada economía del país.


Pero también significa más privilegios para los elegidos y sus familiares, más y mejores viviendas, más y mejores autos, más viajes, más lugares exclusivos para sus fiestas, más distanciamiento de la población y de sus necesidades. En fin, como se dice por acá, más de lo mismo.


No se puede negar que el congreso abrió un resquicio de esperanza para gran parte de la población, que esperaba más después de la discusión de los lineamientos, pero como me dijo un amigo, no entendieron el significado de la palabra lineamiento: lo que Fidel le dice a Raúl “Tú mete línea que yo miento”.


Con la clausura del congreso también se han clausurado las pocas esperanzas del pueblo de ver en el corto plazo una mejoría a sus penosas condiciones de vida. Para ellos continúa sin cambios la vida: salir cada día a la calle a luchar para seguir sobreviviendo hasta que el tiempo termine su trabajo y se lleve para siempre a la pandilla de facinerosos que asaltaron el poder en 1959.


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YEMEN: Autocracia tribal versus democracia tribal




Por Juan F. Benemelis


Yemen, talón de la península Arábiga, es un país eminentemente tribal. La parte norte siempre constituyó una unidad territorial con centro en la ciudad de Saná; y fue independiente en todo el Medievo, aunque luego cayó en manos de los turcos. La parte sur, siempre se resistió a unirse con el norte, por su característica diferente, tanto tribal como cultural. El Sur fue el territorio que los ingleses colonizaron (los llamados Emiratos Árabes) y que se constituyó en un país independiente a mediados de la década sesenta, sólo después de una lucha armada sangrienta contra los ingleses. Históricamente, han sido constantes los choques políticos y bélicos entre el norte, más ortodoxo desde el punto de vista islámico, y el sur, más laico, hasta que a inicios de la década de 1990 se logró la unificación de ambos territorios.


La actual revolución popular en Yemen, tiene como protagonistas al presidente Alí Abdalá Salé, a los jóvenes que iniciaron las protestas, a las formaciones políticas clásicas, a la sociedad tribal y las relaciones exteriores. El presidente Salé ha permanecido en el poder durante casi 33 años. Hay que contar los 12 años en el antiguo Yemen del Norte y los 21 en el Yemen unificado. El presidente Salé, sin dudas ha sido el político yemenita más astuto y un superviviente nato, un “cambia casaca” que ha balanceado su tendencia voraz a acumular poder con su afán de riqueza, en sus manos y en la de su familia.


En 1962 Salé participó en el triunfante alzamiento militar dirigido por el coronel Abdulá As-Salal contra el Imán y el rey Muhammad al-Badr, hecho que proclamó la República Árabe de Yemen. Pero el Imán shiíta, asistido por Arabia Saudí, reorganizó sus fuerzas para recuperar el poder, dando comienzo a una guerra civil. Siendo comandante de un batallón al cargo de la defensa del estrecho de Bab-el-Mandeb, Salé fue uno de los implicados en el golpe de Estado que en junio de 1974 reemplazó al entonces presidente Abdul Rahman al-Iriani. En junio de 1978 el presidente Ahmad al-Gashmi, fue asesinado al explotar una maleta enviada por el gobierno de Yemen del sur. El general Salé asumió la jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas Acorazadas del ejército, e integró el Consejo Presidencial dirigido por Abdul Karim al-Arashi.


En el norte del Yemen, han señoreado siempre dos confederaciones tribales poderosas: la Hashid y la Bakeel. Cuando Salé, perteneciente a la confederación tribal Hashid, tomó el poder en 1978, se apoyó en su propia tribu (la de Sanhan), y también en las demás tribus de la confederación Hashid; marginando de paso a la tribu Bake, el, rival de aquella. El nepotismo y corrupción de Salé llevó a que sus propios clanes tribeños se le opusieran; entonces, el presidente Salé hizo lo impensable e imperdonable, al pactar con la confederación tribal rival, con la Bakeel; maniobra que le valió retener por más largo tiempo el poder, puesto que la Bakeel es la tribu yemení más numerosa y la de más alcance geográfico.


El general Salé se mostró como el personero más visible de una línea moderada pro-egipcia, pro-saudita y pro-estadounidense, y obtuvo para el ejército armamento de Estados Unidos para la campaña militar contra el socialista Yemen del Sur. En esta guerra fronteriza contra Yemen del sur, en 1979, el general Salé se reunió con el entonces dirigente sureño, el marxista Abdul Fatá Ismail para llevar a cabo la fusión de ambos territorios.


En agosto de 1981 el ejército norteño de Salé aplastó una invasión guerrillera del Frente Democrático Nacional (JWD), promovida por el régimen sureño de Adén. El general Salé se presentó entonces en la ciudad de Adén, en Yemen del Sur, negociando con el entonces presidente adenita, Alí Nasser Mohammed la creación de un Consejo formado por ambos presidentes para supervisar la labor reunificadora.


Yemen del norte dependía virtualmente de Arabia Saudí, por dos vías: las remesas familiares de un millón de trabajadores emigrados y la ayuda financiera directa del Gobierno de Riad. Pero en 1985, el entonces rey saudita Fahad, provocó un derrumbe de los precios del petróleo, dejando sin trabajo a cientos de miles de yemenitas. Arabia Saudita no veía con buenos ojos la idea de una unificación de los dos Yemen. Además de que una extensa sección de la frontera común con el Yemen estaba pendiente de definir, desde la fundación del reino saudí en 1932; y siempre en esas fronteras tenían lugar tensiones y escaramuzas armadas.


El ya presidente Salé entonces se acercó a la Unión Soviética y a los países árabes radicales (Libia, Siria, Irak) para diversificar los intercambios comerciales y buscar alivio financiero. En octubre de 1981, Salé viajó a Moscú para renegociar el pago de las armas suministradas y en octubre de 1984 suscribió con el Kremlin un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 20 años. Absolutamente identificado con la causa palestina y amigo íntimo de Yasser Arafat, el presidente Salé brindaba refugio a los fedayines de Al-Fatah, que establecieron en Saná sus cuarteles generales.


El descubrimiento en 1985 de importantes reservas de petróleo en el área de Mareb-Al Jauf suscitó grandes expectativas en un país desolado; pero la mala coyuntura del mercado internacional produjo ingresos muy inferiores a los esperados.


A lo largo de su carrera, Salé, como todo político yemenita, creó una extensa red clientelar donde figuraban influyentes jefes tribales, jurisconsultos islámicos y altos militares. A esta entelequia la llamó Congreso General del Pueblo (CGP); un supuesto partido con el cual ha gobernado desde Saná, como capital. Heredero de un sistema esencialmente militar, este mandatario noryemení estructuró un partido como guisa de soporte para establecer una modalidad de unificación con el sur. En la segunda mitad de la década de los ochenta Salé, condujo una política de conciliación nacional basada en un doble, pero frágil equilibrio entre las tribus del interior (bastiones del tradicionalismo y autónomas del poder central), y el Ejército apegado al laicismo y al republicanismo. Y, por el otro lado, entre los shiíes de la secta zaidita (el 59 % de la población), y los suníes de la subsecta shafií (el 39 %). Para gran sorpresa, en las elecciones de julio de 1988, una cuarta parte de las bancas había ido a parar a militantes de la Hermandad Musulmana.


Mientras tanto, en Yemen del sur tenían lugar sangrientas luchas entre las facciones del Partido Socialista gobernante que en 1986 alcanzaron cotas de una guerra civil que terminó con la derrota del bando encabezado por el pro-soviético Abdul-Fatá Ismail. El nuevo hombre fuerte del Sur, Abu Bakr al-Attas, de inmediato buscó la alianza de Yemen del norte, al darse cuenta del caos que tenía lugar en el bloque soviético y que afectaba a la URSS. Entre 1986 y 1989 se dieron pasos entre las capitales, Adén y Saná, para establecer un Estado unificado y un supuesto modelo pluripartidista.


Pero en ambos Yemen hubo una tenaz resistencia a la unificación. El meollo de las discordias era la posición de la sharía en el sistema legal del Estado. Los tradicionalistas y fundamentalistas norteños exigían su consagración como exclusiva fuente de derecho; mientras que sectores sureños se oponían férreamente, sobre todo por el tratamiento a la mujer. Los saudíes también trataron de abortar una fusión que podría conformar un promontorio laicista en el extremo sur de la Península Árabe; y, desconfiada de que el presidente norteño Salé pudiera controlar a los sureños. Los sauditas azuzaron los levantamientos de las tribus tradicionales noryemenitas, que desencadenaron una ola de atentados terroristas contra los suryemenitas.


El 22 de mayo de 1990 los presidentes Salé y Attas proclamaron en la ciudad de Adén la fusión, y Salé se convirtió en jefe del Estado, con un Consejo Presidencial con dos miembros del sur, y dos miembros del norte. Attas se convirtió en primer ministro.


Pero el nuevo Estado constituyó un completo desastre ante la invasión por Irak de Kuwait el 2 de agosto. Salé estaba en deuda con Saddam Hussein, al que había apoyado en ocasión de la guerra con Irán, y además, por su aporte generoso a la unificación; todo lo contrario a la Arabia Saudí. Las calles del país se convirtieron en un hervidero de apoyo a Saddam Hussein y, el presidente Salé se distinguió durante toda la crisis del Golfo, por su apoyo incondicional a Irak. En enero de 1991 Yemen presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz que incluía la retirada incondicional iraquí de Kuwait, el cual no prosperó.


Tras la derrota de Irak, Salé pagó muy caro su apuesta por el caballo perdedor. Arabia Saudí expulsó sin contemplaciones al millón de yemenitas residentes, mientras que las monarquías del Golfo y algunos países occidentales, cortaban su cooperación al desarrollo y las líneas de crédito. La brutal caída de los ingresos del Estado yemenita desequilibró aún más la balanza comercial deficitaria, empeoró la deuda exterior, desvalorizó la moneda, el rial, y disparó la inflación con efectos funestos sobre el desempleo.


En los comicios de abril de 1993 a la Asamblea de Representantes, la alianza entre el partido del presidente Salé con el premier sureño Attas entró en crisis, cuando no prosperó un intento de fusión partidista. Los sureños adenitas empezaron a exteriorizar su disgusto por el vericueto que estaba tomando la unificación, interpretada como una mera absorción del Sur más débil por el Norte. Asimismo, no se producía la esperada integración de los dos ejércitos, que seguían virtualmente separados en mandos y tropa.


El entramado levantado por Salé empezó a fracturarse por la soldadura que ligaba precariamente al islamismo con el tradicionalismo por un lado, y al secularismo y socialismo por el otro. Los políticos sureños se inquietaron por la campaña de atentados llevados a cabo contra ellos por los islamistas norteños, a la vez que rechazaban las componendas con los tradicionalistas tribales también del norte.


En agosto de 1993 el elegido vice-presidente sureño, Alí Salem Al-Baid rehusó personarse en Saná, la capital del Estado, alegando que los fundamentalistas querían asesinarle. En febrero y abril de 1994 se generalizaban incidentes y combates entre tropas nordistas y sudistas, en distintos puntos del país. El 5 de mayo, el país se sumergió en la guerra civil abierta, cuando Salé decretó el estado de emergencia para "neutralizar a los elementos separatistas", acusando al vice-presidente Al-Baid de "conducir a la nación al abismo del fratricidio".


La contienda fue tan breve como cruenta, con operaciones terrestres y bombardeos aéreos. La superioridad del ejército de Salé se impuso tras varios días de batallas encarnizadas, y los nordistas entraron en la urbe de Adén el 5 de julio. Al-Baid desde su baluarte en las montañas sureñas de la región del Hadramut no recibió ningún reconocimiento internacional, ni siquiera de una Arabia Saudí interesada en el malogro de un Yemen unificado con ínfulas democratizadoras. Attas que había sido destituido por Salé por sospechoso, puso en marcha desde su refugió saudí un Frente Nacional de Oposición. Al-Baid, por el contrario, comunicó desde Omán su retirada de toda actividad política.


El 28 de septiembre de 1994 el legislativo confirmó a la sharía como única fuente de derecho y consagró la supremacía del partido del presidente Salé. El Consejo Presidencial norte-sur fue disuelto y Salé fue investido presidente de la República, con un vicepresidente de su partido, el general Abdul Al-Hadi. El revanchismo nordista se multiplicó, quedando de hecho el sur enteramente sometido a la Policía y a los tribunales de justicia de Saná. El antiguo partido único del Sur quedó marginado de las elecciones legislativas, y se deslizó a una oposición no exenta de ambigüedades.


Entonces, el presidente Salé buscó recomponer los lazos con el mundo árabe y con Irán, liquidando los dos litigios territoriales: el de Arabia Saudí, por el cual renunciaba a las regiones perdidas desde los años 1930, y el de Eritrea por la delimitación de la frontera marítima, en la entrada del mar Rojo. Salé visitó Francia, en octubre de 1997, y Estados Unidos, en abril de 2000.


El atentado islamista del 12 de octubre de 2000 contra un destructor de Estados Unidos atracado en el puerto de Adén, dañó las poco fluidas relaciones con Washington y puso en evidencia la influencia de los fundamentalistas en Yemen, después que Salé diera visto bueno a la prelación de la sharía. Se evidenciaba, a su vez, la frágil seguridad del país, los raptos de extranjeros por las tribus norteñas, los enfrentamientos entre musulmanes fundamentalistas de la Hermandad Musulmana y adeptos a cultos tradicionales, tanto sunitas como sufíes, así como la represión gubernamental contra periodistas y activistas contestatarios. Por otro lado, Salé, engalonado como mariscal en diciembre de 1997, se puso al frente de los halcones del mundo árabe que exigían una acción contundente del mundo árabe contra Israel.


La génesis de la actual explosión popular tiene lugar por la incongruencia de Yemen como país. No han sido solamente los altos índices de corrupción, de nepotismo del gobierno del presidente Salé, políticamente deslegitimado. Dentro de la extensa lista de problemas enfrentados por el gobierno del presidente Salé, se hallan la conocida rebelión Houthi zaidíes en la región norteña de Saadá, y el movimiento secesionista en el sur, favoreciéndole así el resurgimiento y el fortalecimiento de las antiguas estructuras tribales, así como también el asentamiento de grupos terroristas internacionales.

Los guerrilleros conocidos como Houthis, se constituyen en un grupo rebelde de los tribeños zaiditas, que tomó su nombre del jeque Hussein al-Houthi, un líder religioso shiíta, de vasto prestigio en el norte, el cual inició un movimiento de protesta a favor de Al Qaeda y en contra del alineamiento yemenita con Estados Unidos en la Guerra contra el Terrorismo. Este jeque shiíta Al-Houthi fue ultimado por allegados al presidente, en el año 2004, pero sus seguidores continúan la oposición armada hasta el día de hoy, apoyados en secreto por Arabia Saudí, que los provee de armas, recursos y refugios.


Esta comunidad zaidita, centro del shiísmo en todo el Medio Oriente, y cuyo Imán posee más prestigio y autoridad que los ayatolas iraníes, fue el polo del poder político en Yemen del norte durante siglos. Los shiítas zaidíes fundaron el Imanato de Yemen a fines del siglo IX y se mantuvieron en el poder hasta que la revolución pro-nasserista, de militares nacionalistas de 1962 derrocó al Imán Muhammad al-Badr; desde entonces, el nuevo gobierno se esforzó por debilitar a los zaidíes, quienes buscan nuevamente recuperar el poder político y la influencia social y religiosa en el Yemen actual.


Por otra parte, las tendencias secesionistas de Yemen del sur se han acrecentado ante la dejadez de Sana a los problemas económicos y a la marginación política y social de los lideres sureños, ante el favoritismo del presidente Salé para con su clientela tribal, la cual se conformó durante la guerra civil de 1994, en la que el actual presidente derrotó en elecciones a sus opositores socialistas de Yemen del Sur.


Las protestas actuales del sur yemenita no son nuevas, ni están determinadas por los sucesos del mundo islámico contemporáneo. Los pronunciamientos del Sur se desencadenan ya en 2007, ante el incumplimiento de las promesas de reforma política por parte del presidente Saléh, y en respuesta a la represión sangrienta que se llevó a cabo contra tal manifestación en la ciudad de Adén. Y pese a que es en el área de Shabwa, en el sur del país, donde se encuentran muchas de las instalaciones petroleras del país, los sureños acusan al Norte de haberse apoderado de estos recursos y de haberles excluido.


Otro de los elementos por los cuales los sureños yemenitas buscan la separación es la incapacidad del gobierno central, desde Saná, para administrar y regir los territorios del sur, sobre todo el sudeste yemenita, en el cual prácticamente se ha perdido el control; lo que ha facilitado el asentamiento de grupos terroristas ligados a al-Qaeda, aprovechando la infraestructura militar y de entrenamiento guerrillero construida anteriormente por los cubanos en la isla de Socotra, en la parte oriental de Bab-el-Mandeb, en el interior del Hadramut, en la frontera con el Rub-al-Khali y en el Radfan yemenita, colindante con Omán.


A esta crisis actual de poder se suman los indicadores económicos que sitúan a Yemen como el más pobre de los países árabes, y como dependencia a los ingresos provenientes de las rentas petroleras, que aportan el 76 % de su presupuesto estatal. El país está sumido en una vertiginosa crisis económica forzada por la devaluación del riyal, con deudas crecientes, insuficientes reservas del banco central, y sólo puede cubrir la mitad de las importaciones requeridas anualmente. El aumento del coste de la vida, especialmente debido al alto precio de los alimentos básicos importados, como el arroz, el trigo y el maíz, amén del agravamiento de las sequías y el aumento abrupto del costo de los fertilizantes, promueven el descontento social y la sensación de frustración con el Estado. Con una población de 23 millones de habitantes, el 65 % tiene menos de 25 años, y el desempleo llega al 40 %. El 50 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza.


El enorme analfabetismo, la falta de una diversificación económica ante la inminente extinción de su petróleo en pocos años, y el aún más grave dilema de la carestía de agua pesan también en esta alarmante situación yemenita. La seguridad se ve quebrantada sobre todo por la estructura tribal, la proliferación de las armas, y porque Yemen se está convirtiendo en un santuario seguro para los miembros de Al Qaeda. Tal inestabilidad se asoma peligrosamente a una zona estratégica para la economía mundial: el estrecho de Bab-el-Mandeb.


Según la revista Foreign Policy, y la acreditada institución Fund for Peace, Yemen se ubica en el lugar 15, del ranking de los llamados “Estados Fallidos”;, a partir de indicadores sociales claves como la presión demográfica (23 millones de habitantes), la crisis humanitaria, el enfrentamientos inter-tribales, el desarrollo económico desigual entre grupos, el crecimiento de economía informal, el nivel de endeudamiento, el nivel de pobreza, el nivel de corrupción de la elite, el nivel de desconfianza en las instituciones y los procesos estatales, el grado de fragmentación de la elite (The Fund for Peace, 2010).


Los eventos en Túnez y Egipto lograron desatar la agitación política en Yemen. La noticia de la dimisión del egipcio Hosni Mubarak fue impactante para el Yemen. Las manifestaciones anti-gubernamentales se dispararon y con igual intensidad la represión ejercida por los partidarios del presidente, Alí Abdulá Salé, que se personaban contra los manifestantes armados con cuchillos y bastones. El 27 de enero, la oposición salía a las calles portando pancartas que reclamaban la salida del presidente Salé, gritando consignas como: “Ben Alí se fue tras 20 años. 30 años en Yemen, ya basta”, “íTú eres el tercero, oh Alí!”; denunciando la corrupción y pidiendo cambios políticos y mejoras sociales; revueltas que no han cesado hasta el día de hoy.


El mandatario yemenita calificó a los manifestantes de “matones” al servicio de poderes externos que intentaban desestabilizar el país y su gobierno. El 3 de febrero, la jornada, denominada "Día de la ira", se llevó a cabo tal como estaba planeada por la oposición. Mientras el gobierno enviaba a miles de sus seguidores a la plaza Tahir (Liberación), en el centro de la capital, donde estaba estipulado el encuentro de los opositores. Los estudiantes cambiaron entonces el lugar en el que hicieron las manifestaciones. También miles de personas se pronunciaron de forma pacífica en la tercera ciudad del país, en Taíz.


Los jóvenes protestantes se asentaron en los predios de la Universidad de Saná y en las tres avenidas colindantes; allí se agruparon no menos de 20,000 opositores, al igual que en la ciudad de Adén, gritando a coro "No a un régimen hereditario, no a una prolongación del mandato". La oposición decidió unirse a los manifestantes, compuestos hasta ahora principalmente por estudiantes, para exigir desde la plaza Tahrir la caída del régimen. El régimen echó manos a los efectivos de seguridad, que dispararon a mansalva y gasearon a los manifestantes para desmantelar los campamentos levantados allí por los estudiantes y otros grupos de inconformes.


El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, expresó su preocupación ante los acontecimientos y urgió al gobierno y a los grupos opositores de Yemen a entablar el diálogo para evitar un mayor deterioro de la crisis yemenita, a causa de la represión desatada por las fuerzas policiales en la plaza de la universidad, contra los que exigían reformas políticas y el fin de los 32 años de mandato de Sale. Asimismo, el titular de la ONU instó a las autoridades a respetar las normas del derecho internacional humanitario y a investigar la alegada existencia de asesinatos extra-judiciales. Hillary Clinton, secretaria de Estado de Estados Unidos, pidió al gobierno implementar reformas, y calificó de inaceptable la violencia de las fuerzas de seguridad para reprimir las protestas.


Las mayores revueltas se han sucedido en la ciudad de Taíz, considerada la capital cultural de Yemen, situada al sur de la capital, Saná. Taíz fue la primera ciudad en movilizarse contra el régimen del presidente Salé siguiendo el ejemplo de Túnez y Egipto. Desde mediados de febrero, miles de jóvenes y mujeres se mantienen acampados en la plaza de la Libertad. Algo común entre los manifestantes yemenitas con los restantes del mundo islámico es el pedido de mejoras en las condiciones de vida en un país donde la mitad de sus habitantes (unos 12 millones) vive con menos de dos dólares al día y una tercera parte sufre de hambre crónica.


Por otro lado, la desobediencia civil tiene prácticamente paralizada la ciudad portuaria de Adén. Los grupos de oposición se han lanzado allí a una campaña de desobediencia civil, apoyando la que tiene lugar en las ciudades norteñas; y si bien logran paralizar totalmente la actividad comercial y portuaria adenita, no ha sido tan constante como en otras ciudades, sobre todo en Saná y en Taíz. En al caso de la porción sur del Yemen, con centro en las urbes de Adén y Mukalla, la queja más voceada ha sido la marginación de esa región desde la unificación del país en 1990, lo que ha hecho retornar con gran fuerza al movimiento separatista que quiere recuperar la independencia para la antigua República Democrática de Yemen.


Lo que ha llamado la atención es la participación de las mujeres en todas las ciudades, donde miles recorren constantemente las calles de las ciudades principales (Adén, Taíz, Hodeida, Saná, Mukalla, Lájei). De las mujeres, se ha destacado la activista Busha Al-Maktari, que en pocas semanas se ha transformado en una de las líderes de la oposición. Por otro lado, el opositor, Hassan Machaimaa, exiliado en Londres, anunció su retorno al país, pese a los cargos de terrorismo. La oposición ha recurrido a las “sentadas” de miles de yemenitas en lugares públicos, al bloqueo de carreteras y, en casos, a los enfrentamientos sangrientos, a los “ajusticiamientos” de connotados defensores del presidente yemenita, además del estado de rebelión en algunas unidades militares.


El uso de la fuerza, de los gases, de los vehículos acorazados y tanquetas no ha sido suficiente para detener las manifestaciones. Sin embargo, al igual que en Libia, hasta ahora las manifestaciones yemenitas no han logrado el efecto que tuvieron las de Egipto, que coronó su triunfo obligando a que el presidente Hosni Mubarak renunciara a su cargo. Y, por otro lado, no han fructificado los pedidos del presidente Salé a la oposición, para que cesen en sus protestas, con vistas a negociar "un traspaso pacífico del poder".


El presidente Salé, declaró a la prensa que no se irá más que “por medio de las urnas”, pese a la intensificación del rechazo. Asimismo advirtió a la oposición de no organizar manifestaciones, ya que causaban "el caos y la destrucción", y los instó a participar en un gobierno de unidad nacional. A la vez, anunció un paquete de disposiciones presidenciales para calmar la situación, prometiendo que no se presentaría a los siguientes comicios presidenciales y que su hijo no aspiraría a la presidencia. También presentó un plan de reformas constitucionales. "Propongo una nueva iniciativa para evitar al país la sedición", dijo ante miles de personas congregadas en Saná, prometiendo "un referendo antes de fin de año para votar por una nueva Constitución que previese claramente la separación de poderes".


Sin embargo, sus palabras no han recibido el apoyo entusiasta de la oposición, todo lo contrario; sus opositores no se avinieron a la negociación y consideraron estas medidas como una maniobra del presidente Salé. "La iniciativa del presidente está superada, constituye el acta de defunción del régimen político, cuyo fin reclaman los manifestantes", declaró a la AFP Mohamad al-Sabri, portavoz de la oposición parlamentaria.


Hace tres semanas, luego de la matanza de 52 personas en la ciudad de Saná, pareció que el presidente Salé estaba dispuesto a irse e incluso se empezaron a negociar las condiciones. Sin embargo, desde entonces, el presidente se ha dedicado a movilizar a sus simpatizantes, dejando claro que no tiene previsto dimitir. El Yemen que se enfrenta a esta oleada de protestas, en comparación con el de décadas anteriores, padece de un Estado que ha mermado su poder y su capacidad para ejercer la autoridad en todo el territorio, lo que le impide atender las necesidades primarias de la población.


La creciente demanda hecha por los manifestantes, de participación política y económica, y la de una rápida reducción de los ingresos, debilitó la tradicional capacidad del presidente Salé para mantener una coalición políticamente viable. Todo parece indicar que la retirada de la escena del presidente Salé es inevitable, aunque lo incierto es el posterior desenvolvimiento en la distribución del poder entre las fuerzas que pugnan por él.


La gran dificultad de este movimiento popular es si puede lograr. después de la salida del presidente Salé, el desmontaje de la membrecía del poderoso CGP, de sus cargos y funciones, las cuales innegablemente disponen también de un sólido apoyo tribal. Ya muchos de sus hábiles políticos se han asumido como “reformistas” y ponen distancia personal al presidente Salé, dividiéndose el Partido de gobierno en dos bloques independientes, que aspiran a ser los beneficiados de esta revuelta popular.


Sin dudas, el levantamiento yemenita fue iniciado por estudiantes, por activistas de la sociedad civil, por masas marginadas de desocupados y por muchos frustrados con el comportamiento y la dinámica de los partidos políticos a los que pertenecen. Esos jóvenes, de diversas procedencias tribales y territoriales, se aglutinaron a través de redes sociales, de canales de televisión y de actividades de organizaciones civiles. Esta amalgama ha simbolizado la legitimidad del cambio, constituyéndose en centro de gravedad para los desafectos del régimen. Sus decenas de mártires, sobre todo los del 18 de marzo, cuando más de 52 jóvenes perdieron la vida, han desatado una cadena de deserciones en el régimen, inclinando finalmente la balanza en contra del presidente Salé y de sus acólitos.


Pero poco a poco, la voz que clama por la salida del presidente Salé, se va escurriendo de la mano de los manifestantes, y está centrándose en núcleos de políticos de los partidos tradicionales, de empresarios, de tribus y grupos de interés que han saltado al carro de los eventos a última hora.


La crisis presidencial de Salé se profundizó cuando los poderosos jeques de la confederación tribal Bakeel, la tribu con la cual comparte ahora el poder, al igual que los jeques de la otra confederación tribal, la Hashid, su tribu natal a la cual traicionó, lograron un acuerdo para remover al presidente Salé, dejándole sin base social. La gran sorpresa, luego de desencadenarse las manifestaciones, fue el apoyo prácticamente unánime de los tribeños Hashid y Bakeel a las protestas. Esto se debe a dos factores: por una parte, los saudíes, que apoyan económicamente a importantes jeques de ambas confederaciones, decidieron abandonar al presidente Salé, buscando que se resolviera con rapidez el movimiento, para que no tuviese impacto en Arabia Saudita. Por otra parte, en las dos confederaciones tribales impera un profundo descontento con las prácticas del presidente Salé, especialmente la de Hashid, de donde proviene el presidente Salé, y la cual no quiere unir su suerte en el bando perdedor.


El estimado es que más de 120 personas han muerto y unos 5,000 heridos desde el inicio de las protestas en febrero. Esta fue la razón por la cual muchos mandos militares, entre ellos el general Alí Mohsen, un tribeño Hashid, decidieran unirse a las protestas, lo cual significó el aldabonazo final para el presidente Salé. Aunque el general Alí Mohsen ha declarado que no tiene interés en asumir el poder u ocupar puestos de Estado.


Mientras tanto, el Pentágono llamaba por una solución negociada para la transición yemenita, tan pronto como fuese posible. El Secretario de prensa del Pentágono, Geoff Morrell expresaría que la situación era muy difícil y que mientras más tiempo pasara más difícil se tornaría. El hecho de que Arabia Saudita ha esgrimido los mismos argumentos y casi con el mismo lenguaje, induce a pensar en un acuerdo entre los sauditas y los norteamericanos para el caso del Yemen. En Londres, el ministro del Exterior, William Hague planteó que estaban estupefactos por los hechos de sangre y condenaban el uso indiscriminado de la violencia por las fuerzas de seguridad, sobre todo cuando el presidente Salé había prometido restringir al máximo el uso de las fuerzas de seguridad para el control pacífico de las manifestaciones.


Los países árabes del Golfo invitaron a representantes del gobierno y de la oposición a sostener conversaciones en Arabia Saudita. Pero Salé no ha hecho caso a los pedidos de un plan de transferencia de poder planteado por la oposición, aceptado por casi todos los países árabes, incluyendo al general disidente Alí Mohsen, y al representante de los partidos de oposición, Mohammed Al-Sabri.


Para descrédito del presidente Salé, las fuerzas de seguridad yemenita, de su guardia presidencial, le hicieron un atentado al general Mohsen, disparando también contra un grupo de sus fieles, muchos de los cuales perdieron la vida.


El tablero político yemenita actual es el siguiente:


a) El Congreso General del Pueblo (CGP); partido gobernante que tiene su base de poder en las poderosas y belicosas tribus Bakeel, que colindan con Arabia Saudita.

b) El Comité Conjunto de Partidos (CCP), fundado en 2002, que es una coalición relativamente cohesionada de por lo menos seis formaciones de oposición.


c) La Congregación Islámica para la Reforma; el Islah, partido que agrupa a islámicos moderados y también a fundamentalista.

d) El Partido Socialista Yemení (PSY), partido único y gobernante en Yemen del Sur antes de la unificación.


Estos partidos que forman el CCP se han movilizado en apoyo a las manifestaciones, cada uno a partir de su visión particular del Yemen futuro, encontrándose ambos extremos: los que buscan implantar una sociedad islámica “talibánica” mantenida por la sharia (con gran arraigo en las partes norteñas del país), y las facciones y miembros que promueven la modernización y una democratización de las estructuras (en lo fundamental provenientes de la región costera Hodeida-Taíz, y del sur y Adén).


Lo positivo es que este conjunto de los partidos podría beneficiarse si cambian las reglas del juego político, sobre todo si consiguen imponer un sistema electoral que sustituya al actual, de candidato único por circunscripciones.


Las crisis que ha envuelto a Yemen nunca tuvieron la atención internacional. El subdesarrollo que carcome el país, los enfrentamientos tribales, los desplazamientos internos por conflictos armados y las matanzas, la crisis aguda por agua, el increíble desempleo, etcétera, nunca fueron parte de la agenda a solucionar por las opulentas petro-oligarquías árabes, o por las potencias de Occidente.


Fue a partir de la transformación del territorio yemenita en base de entrenamiento de Al-Qaeda cuando Occidente puso su verdadera atención en ese país. Era infantil pensar que se había neutralizado en Yemen a la organización Al-Qaeda cuando se liquidó al peligroso Abu al-Hariti, uno de sus líderes envuelto en el atentado al USS-Cole en Adén, en el año 2000. No debe olvidase que el ejército árabe que participó en la yihad contra la ocupación soviética en Afganistán estaba compuesto en su inmensa mayoría de yemenitas reclutados por Osama Ben Laden, quien se considera un yemenita.


Ya para el 2009, Al-Qaeda daba muestras de resurgimiento en Yemen, apoyado en la guía espiritual de Anuar al-Aulaqui, y en el pacto entre los fundamentalistas sauditas con los fundamentalistas yemenitas, que gestó el AQPA (Al-Qaeda de la Península Arábiga). Los bombardeos estadounidenses a las supuestas madrigueras de Al-Aulaqui, y la ayuda militar al gobierno de Saná, no detuvieron el crecimiento ni las acciones terroristas de Al-Qaeda. Vale destacar que el presidente Saná utilizó esta ayuda militar de Washington para reprimir a los rebeldes Houthi y a los secesionistas del sur.


Ningún gobierno en Yemen del Sur, en toda su historia, ni incluso los ingleses en tiempos coloniales, o los socialistas del FNLA, o el actual de Saná han logrado controlar las fronteras entre Yemen del Sur y Arabia Saudita. Una tierra de nadie, calcinada por un calor superior a los 120 grados, donde se desconoce dónde comienza un país y termina el otro. Tierra más que favorable que le propicia el acceso a Al-Qaeda, por medio del desierto, a las fronteras de casi todos los países del Medio Oriente. Pero, incluso, ese elemento no debió sorprender pues a partir de la noción de que Ben-Laden es un clan del Hadramut yemenita, y todos los descendientes Ben-Laden, como el connotado Osama, tienen allí (y no en Arabia Saudita) su red tribal y de apoyo, resultaba lógica la gravitación de Al Qaeda hacia los deshabitados arenales del sudeste yemenita, en los cuales el control administrativo y político del gobierno central de Saná ha sido y es prácticamente nulo.


En este escenario, el presidente Salé por un tiempo decidió jugar ambas cartas (Occidente y Al-Qaeda); pues una política frontal contra Al-Qaeda podría traerle el rechazo de las tribus norteñas, practicantes de un islam fundamentalista. Es frecuente el criterio de que el presidente Salé ha sido un aliado clave de Estados Unidos y de Arabia Saudita en la campaña contra el terrorismo. Sin embargo, en su política para ambos países, se ha mostrado como un mandatario difícil, que en muchas ocasiones ha vacilado en dos posiciones, sobre todo por la influencia tribal Shiíta en el país, y por el apoyo que en los bazaares tiene tanto Al Qaeda como todo acto de violencia contra Estados Unidos.


Aún se desconoce cuáles serán las nuevas reglas del juego y las políticas adoptadas en el Yemen, el día después de la caída del presidente Salé. No sabemos hasta dónde llegará la profundidad del cambio logrado por esos jóvenes, que necesitarían para poder consolidar su poder revolucionario, recursos económicos y técnicos adecuados, que les permitan competir social, política y económicamente con los políticos tribales tradicionales.


Las incertidumbres van desde si tendrá lugar una secesión del sur, con centro en la ciudad de Adén, algo que es muy probable, pero que será fuente de conflictos violentos entre ambos territorios; o la cristalización de la rebelión de los fundamentalistas Huthi en el norte; o si el país seguirá unido con su centro en Saná. O si bien, la parte norte de Yemen, se dividirá a su vez, entre los rebeldes tribeños Huthi colindantes con Arabia Saudita, y la franja costera del Mar Rojo, teniendo como ejes a la urbe de Taíz y el puerto de Hodeida.


Desde el punto de vista estratégico, Yemen, localizada en el Golfo de Aden, así como coro central de la Península Arabe, y emporio de Al-Qaeda, conjuntamente con los estados del Golfo es más importante para los intereses estadounidenses que Libia. Se estima que Yemen constituye el país con más armas per cápita del planeta: 4 armas de fuego por persona.


En estos momentos de debilitamiento de los poderes centrales a lo largo del mundo islámico, y ante el dilema yemenita, la pregunta fundamental para Estados Unidos y Occidente en general es la siguiente: cuál de los regímenes durará más tiempo, si Arabia Saudita o Irán. Si Arabia Saudita logra sobrepasar este torbellino, significará una victoria estratégica para Occidente; pero si Irán logra encontrar entre los nuevos cambios revolucionarios regímenes más afines a su política, tanto en Egipto con la Hermandad Musulmana, en Libia con los pro-islamitas, como en Yemen con los shiítas, esta teocracia de ayatolás logrará eclipsar la influencia norteamericana en todo el Medio Oriente.


Si bien la democracia es parte ya de la identidad de gran parte del planeta, sobre todo de los países industrializados, sin embargo no puede resultar el centro estratégico rector del gran esquema político para el Medio Oriente, pues ello equivaldría a dejar de un lado los intereses de seguridad nacional, por muy cínico que se interprete. Precisamente, porque el mundo islámico es ya un hervidero, la política más racional es la de estar preparados para las crisis venideras que puedan provocar estos cambios, mucho más que preocuparse por las crisis del momento.


Las guerras en Afganistán e Iraq, la fragilidad del Paquistán, el carrera nuclear de Irán, la posible respuesta militar israelí, la posible secesión de Libia entre bereberes y árabes, la posible secesión del Yemen entre el norte tribal y el sur, la interrogante del futuro saudita, el alineamiento de la Iraq shiíta con el Irán Shiíta tras la salida de las tropas norteamericana, resultan problemas que no se van a solucionar con una política basada en los principios éticos de la democracia.

Quizás estas crisis del mundo islámico están enseñando que en política exterior todas las cuestiones morales, en última instancia, se ven eclipsadas por las cuestiones del poder. En la actualidad, promover el derrocamiento del libio Muamar el-Kadafi no representa ni afecta los intereses estratégicos de Europa o de Estados Unidos. Pero asistir a los aplastados shiítas en Bahrein, o a los protestantes norteños shiítas yemenitas, en sus afanes de consolidar la sharia, si incide en la política general de Occidente para la región.


En cualquiera de las alternativas futuras del Yemen, la violencia parece que no estará ausente. No sin razón el último Alto Comisionado inglés en Adén, Lord Mounbatten, quien dirigió la descolonización del Yemen del sur en 1966, planteaba que con Yemen el universo árabe acababa de recibir el más complejo y explosivo de sus problemas.



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Cuba: República de menestrales

Vicente Botín


Madrid, 13 abril 2011


Cincuenta y dos años después de su llegada al poder y cuando están a punto de cumplir 85 y 80 años, respectivamente, Fidel y Raúl Castro todavía no se han puesto de acuerdo sobre el modelo de sociedad que quieren construir. El 17 de noviembre de 2005, en su discurso-testamento en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el Líder Máximo hizo un llamamiento para “refundar la sociedad socialista” porque la revolución, según dijo, estaba en peligro de desaparecer minada por la corrupción. Cinco años después, en julio de 2010, Raúl Castro, imbuido también de un tardío espíritu fundacional, anunció una “actualización” del modelo, sin renunciar “lo más mínimo a la construcción del socialismo”.Tantos años llevan los dos hermanos anunciando que van a construir el socialismo que los cubanos suelen decir con sorna que se ahorrarían muchas molestias si se decidieran a comprarlo hecho.



Con tantos ajustes los dos Castro tratan en su hora final de evitar el desbarajuste y acuden cogidos de la mano al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, para alumbrar un nuevo-viejo plan de salvación que lleva por título “Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución”. El Congreso, que debería haberse celebrado en 2002, cinco años después del anterior que tuvo lugar en 1997, elegirá con toda probabilidad a Raúl Castro como nuevo primer secretario del Buró Político, en sustitución de su hermano, que ostenta el cargo desde la fundación del partido, en 1965. Según los estatutos del PCC, el Congreso “examina y señala las vías para la solución de los problemas más importantes de la construcción del socialismo”. Pero esas vías no han ido siempre en la misma dirección. La desastrosa gestión de la economía estatal necesitó del auxilio de la iniciativa privada para regresar después al punto de partida una vez superada la crisis.


En 1993, tras la pérdida de las subvenciones soviéticas que mantenían la isla a flote, Fidel Castro se vio obligado a aceptar una reforma económica sin precedentes, después de que su hermano Raúl le convenciera de que “los frijoles son más importantes que los cañones”. Entre esas reformas, el Comandante en Jefe autorizó a regañadientes el trabajo privado para 115 actividades, entre ellas las de mecánico, albañil, fontanero o barbero. Las licencias eran solo para menestrales. Los universitarios y los dirigentes del partido tenían prohibido el trabajo por cuenta propia. En 1995 las licencias se ampliaron a 157 oficios y se autorizaron algunos negocios familiares como el alquiler de habitaciones o pequeños restaurantes, las célebres paladares. Los nuevos empresarios, unos 200.000 en total, tenían que hacer frente a altos impuestos y no podían contratar a asalariados.

Fidel Castro nunca vio con buenos ojos el empuje de los que llamaba despectivamente merolicos o cuentapropistas, que tuvieron que recurrir al soborno para sortear los rígidos controles estatales, y al mercado negro, para garantizarse los insumos. Para Fidel Castro, esa casta de “nuevos ricos” era un borrón en una sociedad comunista supuestamente igualitaria. Sus discursos cada vez más agresivos contra ellos se tradujeron finalmente en el cierre de gran número de negocios o timbiriches, por la asfixia impositiva y la retirada indiscriminada de licencias.


Dos décadas después, Raúl Castro saca otra vez de la chistera el conejo del cuentapropismo como panacea para hacer frente a la grave crisis económica del país. Y Fidel Castro camina a su lado como compañero de viaje, olvidados sus anatemas contra los que antaño calificaba de “bandidos” y “especuladores”. El “Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución” es una nueva vuelta al viejo calcetín de la revolución, otra “traición” a los postulados igualitaristas del capitalismo de Estado que Fidel Castro impuso al pueblo cubano.

De nuevo los menestrales van a ser el ariete que evite que la revolución se hunda. Ayer fueron 157 oficios los autorizados y hoy son 178. Miles de cubanos han solicitado licencias para trabajar en los oficios más variopintos. La revolución que se enorgulleció de dar a todos los cubanos estudios universitarios, les ofrece ahora la posibilidad de una vida mejor trabajando como zapateros remendones. El salario mensual de un médico o de un ingeniero no llega a los 15 euros mensuales, mientras que un peluquero puede quintuplicarlo y además tener empleados a sueldo, aunque se les llame eufemísticamente “trabajadores contratados solicitados por los trabajadores por cuenta propia para laborar con ellos”.


Si para Iliá Erenbúrg, España era una “república de trabajadores”, Cuba va camino de convertirse en una república de menestrales. El Estado se reserva la propiedad de los medios de producción, pero concede licencias para trabajar en mil y un oficios, aunque sin posibilidad de ejercer otras profesiones. Es un regreso al “capitalismo en embrión”, como lo definió despectivamente Fidel Castro. Los cubanos dicen con sarcasmo que los turistas tienen a su disposición las jineteras (prostitutas) más cultas del Planeta y eso reza ahora también para los menestrales. Es la salida que ofrecen los Castro después de medio siglo de revolución. Es lo que llaman “actualizar” el modelo económico. Ya solo les queda girar en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer, para llegar al país de Nunca Jamás.


Fuente: http://www.infolatam.com/2011/04/13/cuba-republica-de-menestrales/


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Dos consejos para un castrista arrepentido



En Cuba el cambio viene. No porque lo diga o lo decida Raúl Castro. El cambio está en marcha. La historia no se detiene. Si usted se considera un revolucionario, o si lo fue, si fue castrista o si lo es, tómese unos minutos para leer estos dos consejos. Luego resuelva si enfrenta o empuja la rueda de la historia.


1) El castrismo no es ninguna filosofía o teoría política. Es el hacer de Fidel Castro y desde hace cinco años es el hacer de su hermano Raúl. El castrismo fue la forma en que Castro pudo convencer al pueblo de que lo llevaría a la justicia, la felicidad y la prosperidad. Para eso tuvo medio siglo, cien mil millones de dólares de subvención soviética y quién sabe cuántos miles de millones de dólares de subvención chavista. Fidel, durante ese tiempo, les vendió y les compró a todos los países democráticos del mundo: Canadá, España, Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, Brasil, Argentina, etc. Hoy ninguno le quiere dar créditos porque no paga. No siga creyendo que el embargo es el responsable de un desastre congénito al sistema comunista. Sea honesto. El balance del castrismo no se lo voy a dar yo, ya se lo dio Raúl Castro cuando dijo que el país estaba al borde del precipicio. El castrismo no es ninguna teoría y su praxis ha sido un fracaso.



2) Si usted creyó que ser revolucionario era ser castrista, le aseguro que estaba equivocado. Ser revolucionario era y es apoyar todos los cambios necesarios para beneficiar al pueblo de Cuba. Ser castrista era seguir a Fidel como se sigue a un ídolo. Tal vez usted fue un fanático de Fidel, pero eso no era ni es ser revolucionario. Madona tiene fanáticos, Maradona también. Si usted creyó que ser revolucionario era ser marxista también estaba equivocado. Ser revolucionario no es casarse con un dogma y estar dispuesto a aplaudir el aniquilamiento de todo el que no cree en él y seguir apoyándolo aun cuando las experiencias demuestran que no tiene validez. Carlos Marx fue un revolucionario en el siglo XIX. Los marxistas también. Pero hace tiempo que ya el marxismo es retrógrado. Mijail Gorvachev, el Secretario General del Partido Comunista de la URSS, se dio cuenta de eso hace más de dos décadas. Deng Xiaoping, el heredero del poder en China, a la muerte de Mao, rechazó el marxismo hace más de 25 años. Si usted es marxista hoy, usted es tan retrógrado como era la Iglesia Católica cuando quemaba a quien no creía en sus dogmas o cuando condenó a Galileo Galilei por apoyar la idea de que la tierra giraba alrededor del sol.



Así que le aconsejo que no siga defendiendo el castrismo que fracasó y al marxismo que es reaccionario. Apoye el cambio. El que traiga prosperidad para todos, el que traiga justicia y libertad. No siga más hombres, siga ideas, pero tampoco se fanatice con ellas. Los tiempos cambian y exigen siempre nuevas soluciones. Rechazar el castrismo y el marxismo no lo hace un fanático de los Estados Unidos o del capitalismo. Sea revolucionario de verdad, preocúpese por Cuba y su pueblo. No defienda los fracasos de nadie, no sea cómplice. Defienda su futuro, el de sus hijos y el de su pueblo.

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El totalitarismo y la represión: Cuba



Con la desintegración de la URSS y el rechazo al marxismo-leninismo en China, solo dos países quedaron rezagados. En Corea y en Cuba todavía ondea la desprestigiada bandera del comunismo.


Las dos familias en el poder –los Kim en Corea y los Castro en Cuba- han insistido en mantener sus privilegios tratando de defender una doctrina que fracasó rotundamente en todas partes donde se puso en práctica.


La economía en ambos países está en la quiebra. En Corea las hambrunas son la amenaza permanente. El país sobrevive gracias a los réditos de una política de chantaje con la que extraen ayuda a los países occidentales.


En el caso cubano la economía no se ha paralizado por el subsidio chavista, los ingresos que se reciben por las remesas y envíos de los exiliados cubanos más una industria turística sujeta a una paz social artificial que puede resquebrajarse en cualquier momento.


Como en toda dictadura totalitaria, el pivote principal es la represión. El castrismo se mantiene como en una cuerda floja. Por eso aplican una represión selectiva contra sus opositores sin llegar a los niveles de violencia característicos en la primera etapa de la dictadura del proletariado.


Este tipo de represión que podríamos caracterizar de baja intensidad, es el producto de las circunstancias:


La debilidad del régimen


El castrismo teme que la aplicación de una violencia sangrienta provoque una reacción incontrolable en una población aparentemente domesticada.


Las recientes revueltas en los países árabes ilustran el caso. Pueblos que por casi medio siglo aceptaron pacientemente dictaduras corruptas y asesinas han reaccionado con una audacia inesperada ante una agresión que consideran completamente inaceptable. Los cubanos no tienen porque por qué ser una excepción.


El castrismo está fracturado internamente por los fracasos del sistema, por su aislamiento internacional, por la falta de fe en sus líderes y por la corrupción interna. No hay ninguna posibilidad de una “Revolución Cultural” en Cuba.


La nomenclatura está en crisis, consciente de que el régimen se encuentra en su etapa final, independiente de lo que ésta demore. Solo una minoría dentro del aparato represivo está dispuesta a machar sus manos de sangre. Son individuos agresivos y delincuentes. La mayoría busca una salida en el horizonte.


La dependencia exterior


El turismo es una industria muy vulnerable a los problemas políticos de una nación. La tiranía castrista tiene que evitar a toda costa que una imagen de inestabilidad en Cuba pueda afectar el ingreso de turistas.


El exilio representa ingresos para el régimen castrista superiores a los del turismo. Por esta razón la dictadura está obligada a cuidarse de las repercusiones que una represión cruda pueda tener en la comunidad exiliada. Esta puede reaccionar exigiendo a Washington una línea más dura hacia el régimen.


Sin el mercado socialista y sin la subvención de la URSS, el régimen cubano quedó desamparado. La subvención chavista depende de un hombre en el poder y por lo tanto está sujeta a su futuro en Venezuela.


El único camino que le queda a la dictadura es un arreglo con los Estados Unidos y una condición básica para llegar a él implica un nivel de represión políticamente aceptable para los Estados Unidos.


El castrismo prolonga su permanencia en el poder inútilmente. Su ciclo vital está por concluir. Los cambios que pretende implementar implican un relajamiento en el control político. La represión de baja intensidad es un arma de doble filo, trata de mantener un equilibrio en una sociedad que está en el abismo o lo bordea, al mismo tiempo que frena la única energía que liberada totalmente puede sacar a Cuba del atraso y de la pobreza: la del pueblo.
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El totalitarismo y la represión: Mao cava la tumba del comunismo



El cisma causado por las críticas de Khrushchev a los crímenes de Stalin alimentó el revisionismo gradual del marxismo-leninismo en el mundo comunista. También provocó una airada reacción de Mao Zedong.


Las acciones de Mao frente a lo que consideraba una herejía contra el marxismo leninismo tuvieron una trascendencia mucho mayor que las denuncias contra Stalin en acelerar el fin del mundo comunista.


En 1958 Mao movilizó a toda la población China en un esfuerzo titánico conocido como “El gran salto hacia adelante”. Con él pretendía convertir en cinco años a China en un coloso industrial. Los resultados fueron catastróficos. Entre otras cosas provocó hambrunas en la que murieron millones de campesinos.


Consciente de que el revisionismo tomaba fuerza en China en 1966, Mao lanzó otra campaña purificadora: la Revolución Cultural. Fue una purga de toda la sociedad, del partido comunista y del ejército que duró hasta 1976. El primer miembro del gobierno que fue torturado y asesinado públicamente fue el ministro del carbón, un funcionario despreciado por Mao debido a sus críticas del
“El gran salto hacia adelante”.


El hijo mayor de Deng Xiaoping fue detenido, torturado y quedo parapléjico después que intentó suicidarse o fue lanzado desde un tercer piso estando bajo arresto. En esa década tres millones de personas tuvieron muertes violentas. El resultado de la supuesta “Revolución Cultural” fue un verdadero descalabro económico, político y social.


El poder de Mao quedó completamente debilitado. Este hecho y su muerte abren las puertas a un cambio radical. La gran transformación de la economía china al capitalismo.


Si el primer golpe al comunismo lo había dado Nikita Khrushchev -sin conocimiento de la trascendencia de su denuncia-, el segundo y definitivo lo darían conscientemente los chinos en 1979 bajo el liderazgo de Deng Xiaoping.


El inicio de las reformas y los éxitos en China precedieron por seis años el discurso de Mijail Gorbachov en Leningrado en 1985 en el que propuso el inicio de la reformas al comunismo en la URSS.



Pudiéramos resumir que la represión estalinista fue la que provocó una reacción adversa en las filas de partido comunista soviético con implicaciones importantes a largo plazo. Stalin tuvo logros económicos y el esfuerzo de la segunda guerra mundial lo catapultó inmerecidamente a la categoría de héroe. A pesar de todo esto la represión lo condenó.


Mao por el contrario fracasó una y otra vez en sus grandes proyectos a un costo humano abrumador. Fue la represión del Mao la que lo llevó al fracaso político y éste abrió las puertas al revisionismo chino que influyó en forma determinante en los acontecimientos de la URSS previos a su desaparición.


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El totalitarismo y la represión: El escrutinio histórico


Como todo fenómeno político, los totalitarismos han tenido que responder a sus promesas, sus logros y sus costos. El balance histórico nunca ha sido positivo.


En algunos casos la ideología totalitaria desapareció. El Nacional Socialismo nazi pereció como consecuencia del fracaso militar ante los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En el comunismo el proceso ha sido diferente. Fracasó en su batalla contra el capitalismo y la democracia. Tanto el terreno ideológico cómo en el del desarrollo económico.


La represión que pareció ser el instrumento esencial de la vanguardia proletaria en su marcha hacia el futuro, se convirtió en su propia ponzoña. La característica que desde Hannah Arendt hasta Jean Kirkpatrick se estudió como un rasgo esencial del sistema tuvo consecuencias fatales.


En el partido comunista la represión fue monopolizada siempre por un individuo. Representante de una minoría dentro de la minoría que la usó como el arma para defender sus intereses y privilegios.


La persecución, la vigilancia y la brutalidad policiaca que en un momento determinado fue justificada por fanáticos y simpatizantes, perdieron legitimidad entre muchos de ellos.


La dictadura del proletariado que se suponía era una etapa temporal del proceso se convirtió en la meta permanente, desplazando la inalcanzable llegada del paraíso comunista.


La institucionalización de la violencia en todas sus formas selló la suerte de la utopía marxista leninista. La revolución comunista se infringió su propia muerte.


Si lo analizáramos desde un punto de vista marxista, la represión impidió que la dialéctica intrínseca a todo proceso cumpliera su función regeneradora. La represión terminó impidiendo la evolución del sistema.


En la URSS la primera crítica oficial a la represión fue la denuncia en 1956 de los crímenes de Stalin por parte del nuevo dirigente del Kremlin Nikita Khrushchev. Aunque esta denuncia no detuvo la represión comunista si fue una señal freno al uso de las purgas contra miembros del partido. Fue el principio del revisionismo de todo el sistema.


Las víctimas del pasado o sus recuerdos regresaron como un dedo acusador. Los nuevos ciudadanos de la “sociedad sin clases” comprendieron que eran sujetos de la explotación de una Nueva Clase. El sistema comenzó a fracturarse tanto por dentro como por fuera.


Los millones de muertos, la falta de libertad y los traumas causados a generaciones completas empezaron a sobresalir sobre logros económicos y sociales. Los costos sociales y humanos no podían justificarse.


La experiencia demostró que la conformidad lograda por los regímenes totalitarios era una circunstancia temporal. Era el producto del terror, el adoctrinamiento, el desplazamiento o destrucción de la vieja cultura, la desintegración familiar etc.


En los totalitarismos que temporalmente alcanzaron un determinado nivel de conformidad social, la represión tendió a disminuir con el tiempo y cambió a formas más sutiles y menos violentamente abiertas. Ya no podía ejercerse contra los viejos enemigos. Habían sido derrotados y en muchos casos ya habían desaparecido.


Contradictoriamente tenía que aplicarse contra los miembros de la nueva sociedad socialista. Entonces las contradicciones debilitaron más a un sistema ya en crisis.


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EL TOTALITARISMO Y LA REPRESIÓN: DE STALIN AL MULÁ OMAR



La represión es una característica innata de los regímenes totalitarios. El régimen se condena cuando deja de reprimir. En el proceso de destruir la cultura pretotalitaria e imponer las nuevas ideas, el sistema exige que la obediencia sea absoluta. Por esta razón en su primera fase la represión es excesivamente brutal. Su objetivo no es castigar sino aterrorizar. Con el tiempo la represión debe tomar otras formas. Jean Kirpatrick plantea que:


“La principal tarea del totalitarismo es convertir la ideología en cultura…en la medida en que las nuevas creencias son aceptadas y, se establecen nuevos hábitos, debe declinar la necesidad de la represión por medio de programas agresivos de ´cambios en la manera de pensar´ y el castigo de los disidentes”.1


Independiente de la inclinación política de sus seguidores, el patrón totalitario se reitera en todos los tiempos. Uno de los totalitarismos más recientes es el de los talibanes. Cuando esta secta comenzó a apoderarse de Afganistán, después que los afganos habían derrotado al ejército invasor soviético, el objetivo del Mulá Omar, jefe de los talibanes, ha quedado resumido en las instrucciones de un oficial talibán:


“Ustedes deben convertirse en gente tan notoria por sus atrocidades que cuando lleguen a una zona la gente tiemble en sus sandalias. Cualquiera puede dar palizas y hacer morir de hambre o de sed. Quiero que su unidad encuentre nuevas formas de torturar tan terribles que los gritos aterroricen hasta los cuervos en sus nidos, e incluso si alguien sobrevive nunca pueda volver a tener una noche de sueño”. 2


Con ese fin los talibanes prohibieron: reírse en público, escuchar música, ver televisión o un video, jugar cartas o ajedrez y volar un papalote. Se pagaba con la muerte tener un libro que no fuera islámico. Prohibido tener fotografías. Se arrestaba a quien tuviera un pájaro enjaulado y se mataba al pájaro. Las mujeres no podían aparecer en los balcones de sus casas y las ventanas tenían que pintarse de tal forma que no pudieran verse desde afuera, etc.


El objetivo de los talibanes es el mismo que el del totalitarismo comunista: que una persona con dudas, inconforme o disidente “nunca pueda volver a tener una noche de sueño”.


La represión comunista no es tan retrógrada como la de los talibanes, pero igualmente perversa. Millones de seres humanos han sido sus víctimas. El 11 de abril de 2003 tres jóvenes cubanos fueron fusilados por intentar huir de Cuba robándose una embarcación. El castigo no tuvo relación con la ofensa. En realidad, el régimen no estaba interesado en corregir la conducta de los inculpados, sino en lograr un efecto paralizante en la población. Querían quitarle el sueño a quien pensara huir de Cuba haciendo lo mismo o algo parecido.


En uno de sus libros, Alexander Solzhenitsyn relata cómo las cuotas de arrestos se enviaban por telegrama desde Moscú a todos los pueblos de la URSS. En esos casos, primero se arrestaba a las personas y luego se les acusaba de un crimen social. Lo importante era sembrar el terror “revolucionario”.


En un pueblo donde habían hecho detenciones, pero faltaba llenar la cuota, el comisario recordó que en los alrededores había un campamento de gitanos, y con ellos cumplieron la exigencia.


Los comunistas camboyanos también dieron una demostración de la represión que practican las tiranías comunistas en sus principios o cuando se ven en peligro. En los cuatro años en que gobernaron Cambodia, de abril de 1975 a octubre de 1979, asesinaron a dos millones de personas.


Uno de los dos más grandes sanguinarios del comunismo fue Stalin: se le atribuyen 23 millones de muertos, entre los asesinados en las purgas y las víctimas de las hambrunas en Ucrania. Mao fue el más cruel de todos, responsable de la muerte de más de 49 millones de personas.

1) “Dictatorship and double Standards” Simon and Schuster, páginas 114 a 115
2) “The Sewing Machines of Herat” Christina Lamb, Perennial, página 9

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La izquierda y los tiranos


¿Qué fuerza o qué lógica diabólica hace que los progresistas traicionen una y
otra vez sus ideales?

Salvador Giner
Presidente del Institut d'Estudis Catalans.



¿Por qué cuesta tanto ser de izquierdas? ¿No debería ser fácil y normal que un
ciudadano amante de la libertad, de la igualdad de oportunidades, de la
autodeterminación de los pueblos, de la redistribución de la renta y de la
equidad mostrara una elemental simpatía por los gobiernos que ponen en vigor
esos valores elementales? ¿No es cierto que los valores de cualquier sociedad
decente son precisamente los de la izquierda y no otros?


Lo terrible es no poder hallar una respuesta fácil a la pregunta. ¿Qué
enigmática fuerza histórica o, simplemente, qué lógica diabólica hace que la
izquierda -la aliada natural del feminismo, del ecologismo, del pacifismo, de
la educación para todos- traicione una y otra vez sus principios elementales?


La respuesta es sencilla si se expresa esta perplejidad desde las
acostumbradas posiciones reaccionarias o, simplemente, conservadoras o incluso
cínicas. Desde esa manera de ver las cosas, debe suponerse que mostrar asombro
ante la acostumbrada tergiversación elemental de los principios es pecar de
infantilismo. La naturaleza humana es la que es, de modo que cualquier orden
político tenderá a aburguesarse, a consolidar el privilegio o a olvidar los
principios que dieron el voto a quienes lo buscaron invocando ilusiones pero
siempre sin la menor intención de aplicarlas.


La medida en que esta convicción fatalista de la inevitable incapacidad de la
izquierda ha penetrado en el mundo mental de quienes suelen llamarse
progresistas la está dando estos días la indecisión y timidez con que la
socialdemocracia europea está respondiendo a las insurrecciones populares que
en el mundo musulmán acaban con una tiranía tras otra. De pronto, quienes
mantenían en una asociación hueca llamada Internacional Socialista a regímenes
como el del déspota tunecino Ben Alí se percatan de que este era un ser abyecto
y corrupto. Lo sabíamos todos. Que el demente Gadafi era un bárbaro terrorista
internacional lo sabían, pero lo invitaban a una de las facultades de ciencias
sociales más prestigiosa de mundo, en Londres, mientras sin rubor alguno se
entregaban a charlar con él de democracia y a redactar panfletos inanes sobre
algo llamado Tercera Vía. (Compréndese que al afamado sociólogo de la nada que
a ello se dedicaba se le premiara con un ennoblecimiento en ese dechado de
progresía que es la Cámara de los Lores por tales desvelos, pero se comprende
menos que cualquier inanidad que de su boca salía fuera tan bien recibida por
la socialdemocracia ibérica, sedienta de una inspiración que de casa no salía
ni sale.) Junto a ello, lo que sí se comprende es que un payaso como Il
Cavaliere, que el Gobierno italiano preside, haya halagado al tirano Gadafi con
su séquito de amazonas mercenarias y sus juergas romanas. Al fin y al cabo,
este caballero es de derechas.


Uno es ya muy mayor para esperar que unas palabras tristes, expresadas desde
el privilegiado rincón de este diario, encuentren a alguien -no se sabe en qué
partido, en qué movimiento social emancipatorio, en qué asociación cívica
altruista- que les haga caso, que se las tome en serio, que piense que aún es
posible alcanzar en esto de la política el imperio de la razón. Que todavía la
batalla por mantener cuatro principios de decencia izquierdosa no está perdida.
Uno es ya muy mayor para hacerse de derechas, pero no tanto para empezar a no
esperar nada de quienes creía que eran sus correligionarios. O esperarlo
solamente -¿hay alguien ahí?, ¿se me escucha?- de un puñado muy reducido de
gentes a las que no les dé demasiada vergüenza reconocer que pertenecen a la
tribu de los ilusos, de los ingenuos, y que, pese a ello, no piensan pasarse ni
siquiera a la derecha más tranquila, más civilizada, más reformista. (También
existe, y gana elecciones diciendo que es de izquierdas, ya ven.)


No pasa nada, señoras y señores -no teman, no voy a decir compañeros ni, los
dioses inmortales me lo impidan, camaradas-, lanzaré mis ruidos de rigor
solidarizándome con el levantamiento contra los tiranos que hasta hoy mismo
apoyábamos, me quejaré comedidamente de lo malos que son los banqueros que han
traído este descalabro económico, moveré mi testuz en desaprobación inútil de
aquella maligna derecha que no permite ni en la sociedad más rica del universo
que avance la medicina para los pobres o la educación para los que no la
tienen. No pido que me hagan lord como mi colega inglés. ¿Qué iba a hacer un
chico de Sarrià en Westminster de oropeles cubierto? Pero tampoco quiero que me
confundan y alguien vaya a pensar que soy de izquierdas, de esas izquierdas tan
estupendas, quiero decir, que solo se acuerdan de las creencias que proclaman
cuando truena. Cuando se desatan los rayos que ellas mismas, conscientes en su
plácido cinismo, provocaron.


Fuente:EL PERIODICO, de Cataluña, España.

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