Como resultado de la crisis provocada por la falla nacional de energía eléctrica durante varios días en octubre algo sucedió a la población en Cuba. El evento es tan imperceptible como profundo. La mayor parte del pueblo no se ha dado cuenta todavía y el régimen tampoco entendió lo que estaba sucediendo, de ahí sus errores.
Eso días de oscuridad y de hambre no se sufrieron como la represión tradicional que por décadas ha padecido la población. Lo que el pueblo experimentó esta vez fue mucho más grave y tendrá sus consecuencias.
Dejar a un país sin electricidad es atentar contra todos, especialmente contra los más vulnerables, los niños y los ancianos. El instinto de supervivencia enraizado en la naturaleza humana parece haber alertado que estaban una amenaza existencial.
El hambre y la desesperación se propagaron en Cuba como la Plaga de la Oscuridad que padecieron los antiguos egipcios durante tres días, una de las diez plagas descritas en el libro de Éxodo (10:21-29). La oscuridad, que según la biblia hasta se podía tocar, simbolizó para ellos la pérdida del favor divino de los dioses egipcios y la impotencia de esas deidades comparada con el Dios de Israel.
¿Y mis hijos cuando comerán?, generó una sacudida subconsciente en el cubano. Los hogares perdieron lo poco que tenían refrigerado, no podían comprar nada en ninguna parte y cuando tenían suerte de encontrarlo, sin gas ni electricidad tenían que buscar leña. Los padres y madres entendieron que ellos, y sus hijos estaba a merced de un ente maligno que no le importaría llevarlos al matadero.
La crisis sacudía las entrañas psíquicas del pueblo mientras el régimen amenazaba con reprimir cualquier manifestación de descontento. No entendieron y lejos de repartir agua y comida en las calles confirmaron su indiferencia y crueldad.
Mientras tanto la dictadura promocionaba el turismo. El grupo hotelero Gaviota, perteneciente al monopolio GAESA bajo control del grupito en el poder, celebraba a bombo y platillo un evento publicitario como si en Cuba no estuviera pasando nada.
¡Que disparate!
Para colmo, el régimen ni avisó ni evacuó a la población vulnerable de un huracán que se acercaba por el oriente del país. El pueblo sin electricidad no lo sabía y la dictadura, atrincherada por el temor a un levantamiento popular, no alertó ni envió recursos. Luego, cuando ya no se podía salvar a los desaparecidos se aparecieron repartiendo agua y mentiras.
Ellos no entienden que hasta el miedo tiene límites y que una criatura que huye para salvarse, ya sin escape su mecanismo de supervivencia puede ordenarle el enfrentamiento antes de perecer pasivamente. Millones de cubanos no se resignaban a aceptar el destino incierto de sus hijos y en los pueblos la protesta llegó a considerarse una opción inevitable.
Aunque quisiéramos que todo el mundo perdiera el miedo a la opresión la realidad es que el temor al peligro es parte del mecanismo que ha permitido a la especie sobrevivir desde sus orígenes y cuando la vida está en juego, la dignidad es una consideración exclusiva de los héroes, un concepto del más elevado valor moral y cultural, muy escaso por cierto.
Por esto la represión ha sido el instrumento principal de los regímenes dictatoriales sobre los pueblos. La clave consiste en reforzarla de todas las maneras disponibles y mientras más crueles e injustas más efectivas. El otro factor complementario es inculcar en el oprimido el sentimiento de impotencia, de fracaso, de escoria social.
Lo sucedido es muy serio, el cubano no ha perdido el temor de la noche a la mañana. Es que ahora hay una especie de subversión silente. Un porcentaje importante del pueblo se ha dado cuenta que el miedo no resuelve, que el temor inculcado a sus abuelos, a sus padres y a ellos mismos durante 65 años les ha llevado hacia la aceptación manifiesta de la esclavitud y la impotencia. Algo se rebeló en mucha gente y desde lo más profundo surgió un grito: ¡No al hambre, no a la esclavitud!
Huber Matos Araluce
San José, Costa Rica
Noviembre 7 de 2024
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