CUBA Y UN TRATADO DE LIBRE COMERCIO CON CANADÁ, ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

 

 Por Huber Matos Araluce, San Jose, Costa Rica

La transición hacia una Cuba democrática abriría una oportunidad histórica sin precedentes: incorporarse a un tratado de libre comercio con Canadá, Estados Unidos y México, un espacio económico conocido hoy como T-MEC (USMCA). Para Cuba, integrarse a este esquema significaría mucho más que reducir aranceles. Representaría el mayor salto económico y geopolítico de toda su historia republicana. Sería, literalmente, el punto de inflexión entre un país estancado durante seis décadas y una nación con capacidad real de prosperar.

 

Desde el primer día, una Cuba democrática obtendría acceso preferencial al mercado más grande del planeta, un bloque que concentra más del 28% del PIB mundial. Esta apertura permitiría que productos agrícolas, bienes industriales, servicios digitales y oferta turística cubana ingresaran sin barreras a un mercado de más de 500 millones de consumidores. Para un país cuya economía ha sido asfixiada por la improductividad estatal, la falta de inversión, este acceso equivaldría a abrir las compuertas del crecimiento.

 

Pero las ventajas no se detienen ahí. La integración al T-MEC impulsaría una avalancha de inversión extranjera directa, no como concesión política, sino por simple lógica económica. Con reglas claras, propiedad privada protegida y un sistema judicial independiente, Cuba se convertiría en uno de los destinos más atractivos del hemisferio para empresas canadiense-americanas. 

 

Sectores como la energía, la minería, el turismo, la manufactura ligera y la agroindustria recibirían inversiones que hoy resultan imposibles bajo un régimen autoritario y opaco. El resultado sería empleo masivo, salarios crecientes y la reconstrucción acelerada de una clase media cubana.

 

La ubicación geográfica de Cuba, a apenas minutos de Florida y con conexiones privilegiadas hacia México y Canadá, la convertiría además en un nodo natural de las nuevas cadenas de suministro norteamericanas. En un mundo que reduce su dependencia de China, Cuba podría atraer plantas ensambladoras y procesos industriales hoy ubicados en Asia. Desde textiles y autopartes simples hasta componentes electrónicos, el país pasaría a formar parte de una red productiva en pleno proceso de expansión y relocalización.

 

El impacto en el sector agrícola sería igualmente revolucionario. Por primera vez desde 1959, la agricultura cubana podría operar bajo un modelo competitivo, privado y tecnológicamente moderno. Frutas tropicales, hortalizas, pesca y derivados agroindustriales encontrarían un mercado inmediato —y cercano— en la región de Florida, uno de los mayores polos de consumo agrícola del continente. Esto permitiría no solo exportar, sino también garantizar el abastecimiento interno, poner fin al racionamiento y devolver prosperidad al campo cubano.

 

La dimensión institucional es igual de decisiva. Los tratados de libre comercio incluyen compromisos estrictos sobre transparencia, normas laborales, anticorrupción, medio ambiente y seguridad jurídica. Para un país que sale de una dictadura militar-partidista, estas exigencias operan como un ancla democrática: previenen retrocesos, limitan el poder estatal y consolidan un orden económico basado en la libertad, la legalidad y la competencia. En otras palabras, integrarse a un tratado de libre comercio con Canadá, Estados Unidos y México es también una garantía para que la democracia cubana no sea efímera.

 

En el plano geopolítico, una Cuba democrática e integrada económicamente a Norteamérica transformaría por completo la correlación de fuerzas en el Caribe. La isla dejaría de ser un enclave autoritario alineado con Rusia, Irán y China, para convertirse en un socio estratégico del hemisferio occidental. La cooperación en seguridad marítima, combate al narcotráfico, ayuda humanitaria y estabilidad regional se vería enormemente fortalecida. Cuba recuperaría su posición natural: la de un país libre, próspero y aliado de las democracias occidentales.

 

Finalmente, el impacto social sería profundo. La creación de oportunidades reales para la juventud, y el renacer de una economía abierta devolverían esperanza a una población que ha sido despojada de futuro durante generaciones. Un tratado de libre comercio con América del Norte no es solo una herramienta económica: es una plataforma de transformación nacional.

 

Cuba necesita de un milagro económico en el menor tiempo posible porque una parte de su población maltratada y envejecida requerirá asistencia inmediata una vez que llegue la libertad. Este sector de la sociedad no puede esperar un desarrollo paulatino. 

 

Si Cuba se democratizara mañana, integrarse al T-MEC sería una de las decisiones más inteligentes, pragmáticas y estratégicas que podría tomar su nuevo gobierno. Significaría abandonar décadas de pobreza inducida, ideología tóxica y aislamiento, para abrazar un modelo basado en la libertad económica, la cooperación regional y la prosperidad compartida. Cuba tiene el talento, la ubicación y los recursos para lograrlo. Lo que nos falta —por ahora— es la libertad.

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