Lógicas preocupaciones del pueblo.


Por Aimée Cabrera.

De nada valen quejas, críticas y la difusión periodística de todo lo que incide de manera negativa en las vidas de cualquier cubano medio. El transporte, la comida, la vivienda siguen siendo aspectos problemáticos, para los que parece nunca habrán soluciones favorables.


Estos y muchos otros temas de gran interés para la economía y la sociedad fueron discutidos en diferentes jornadas en la Asamblea Nacional del Poder Popular donde sus diputados analizaron el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido.


Resúmenes de estas secciones así como la clausura hecha por el presidente Raúl Castro fueron televisados en horarios de gran teleaudiencia. Por tal motivo, muchos cubanos y cubanas han estado al tanto de estos planteamientos y comentan sus opiniones a nivel de familia, vecinos o colegas de sus centros laborales o escuelas.


Los cubanos han sufrido por más de cinco décadas, las consecuencias del centralismo, el paternalismo, el oportunismo, y el burocratismo entre otras lacras del cacareado modelo socialista, que muy pocas veces ha demostrado ser útil a la población.


Ahora solo queda esperar a ver si todo lo analizado será creíblemente puesto en la práctica o si, por el contrario, irán las cosas de mal en peor. Algunos hablan a nivel de familia, con los vecinos o en el centro laboral o escuela; pero otros prefieren callarse.


Dayamí trabaja hace 11 años, tiene 2 niñas que estudian en el nivel primario. En estos momentos está separada de su esposo que no es el padre de sus hijas. Ella mira su reloj pulsera con impaciencia, pues no sabe si llegará a tiempo a su centro laboral.


Otras mujeres y hombres lucen estresados, como ella, en esa parada de la Calle 23. Mientras ocurre el impasse en que no pasa ningún vehículo que los transporte, conversan sus inquietudes más preocupantes.


Todos están de acuerdo en que si se quita la libreta se agudizará más la crisis diaria que sufren por igual. Se recuerdan alimentos que han sido liberados como la papa, los cuales se acaban antes de concluir la sesión de la mañana, por lo que los trabajadores que llegan a sus casas por la tarde, no tienen derecho a comprar este tubérculo, u otros artículos de gran demanda que son acaparados por quienes se dedican a revender mercancías, o poseen negocios propios como es en el caso de las paladares.


La situación de la comida es crítica para cualquier cubano. Los precios de los alimentos son caros en exceso y aún quienes reciben salarios altos – que son minorías – no pueden adquirir los mismos de manera balanceada.


Las proteicas animales, los vegetales y las frutas son muy caros. Las personas que quieren incluirlos en su dieta para mejorar su calidad de vida desisten y tiene que recurrir a los alimentos que solo aportan energía.


Finalmente arriba un ómnibus articulado que saca de la conversación al grupo de habaneros. El chofer sigiloso parece burlarse de quienes corren para un lado u oto sin lograr tomarlo, éste acelera y deja a todos en la parada. Los golpes y gritos de quienes no se pudieron bajar testimonian que estos trabajadores del transporte hacen su voluntad y no son jamás, chequeados en sus trayectos.


Los dirigentes que participaron en los distintos debates de La Asamblea se pronunciaron a favor del socialismo como única vía para poder vivir en la Isla; sin embargo, los comentarios del pueblo, apuntan hacia una progresiva propiedad privada como solución a la eficiencia en cualquier labor realizada.


“Si “la guagua” fuera de él, fuera distinto. Estuviera limpia, paraba en todas las paradas, pasaba a su hora…”- dice uno de los hombres que lleva más de media hora esperando el P-1 único carro que desde el Vedado, atraviesa la Calle Tercera en Miramar.


Otros como Marlin y Dianco a quienes no les preocupa trabajar o superarse se deciden por la vía de emigrar en cuanto puedan. “Esto no hay quien lo resista, a mi no me va a pasar como a mis abuelos y a mis padres, la vida es una sola -admite Dianco quien ya tiene novia por Internet.


Estos cubanos de una parada, o de un barrio cualquiera desearían tan solo que el Estado fuera capaz de garantizar su bienestar, que el salario les alcanzara, que pudieran hacer planes a corto y largo plazo, poder viajar, poder aspirar a tener una casa a la medida de sus gustos, un carro aunque no sea del año, lo mínimo a que puede aspirar cualquier persona en el Primero o en el Tercer Mundo, a través de su esfuerzo y trabajo honestos.


Entonces otros semblantes tendrían quienes esperan las guaguas en las paradas, entonces otros comentarios opinarían los cubanos y cubanas de estos tiempos. Pocos serían tan radicales como para emigrar. Y no parecerían sueños inalcanzables, todas sus ilusiones por mejorar.


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El VI Congreso es un ejercicio psicótico


La CEPAL informó que en Cuba la inversión volvió a caer en el 2010 y que la economía tuvo un crecimiento de 1.9%; uno de los más bajos de la región. Aun así, esta cifra es discutible porque “exportar” más servicios a Venezuela no es un aumento de la riqueza sino de la subvención y la dependencia. Estiman que el crecimiento podría ser de un 3% en el 2011.


Según un cable publicado por Wikileaks, en La Habana, diplomáticos de China, Canadá, Estados Unidos, España, Brasil e Italia, concluyeron que sin cambios importantes en Cuba, la economía va al desastre en dos o tres años.


Raúl Castro parece estar de acuerdo. En su último discurso dijo que había que hacer cambios porque: "se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos...el esfuerzo de generaciones enteras''. También aseguro que a él no lo habían nombrado presidente para que Cuba regresara al capitalismo. Dijo que van a actualizar el socialismo.


Lo que digan los Castro no se puede tomar en serio, pero es un hecho que la deuda externa cubana es mayor a los treinta mil millones de dólares. Los bancos internacionales se niegan a concederle créditos al castrismo.


En cuestión de inversiones, Brasil, Rusia, España y China andan con cautela. La economía cubana no se ha desplomado gracias a la generosidad de Chávez, pero ¿hasta cuándo podrá continuar sosteniéndola?


En el campo político, la Unión Europea no tiene la intención de cambiar la Posición Común mientras no haya progreso en el respeto a los derechos humanos en la Isla. En los Estados Unidos, una cubanoamericana, Ileana Ross Lehtinen, es la nueva presidenta de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes en el Congreso. Raúl Castro se puede ir olvidando del turismo estadounidense y de un levantamiento unilateral del embargo.


El pueblo cubano, empobrecido y agotado, quiere un cambio. Casi cualquier cambio que mejore un poco su precaria situación, pero no está dispuesto a dar lo que hace falta para apoyar un despegue. Los cubanos han perdido la fe. Este es el gran problema del castrismo.


Para salir del hambre y de las necesidades de hoy y de las que se van acumulando en una población que envejece por su bajo nivel de natalidad, la economía cubana tiene que transformarse sustancialmente.


Un esfuerzo que solo puede lograrse con la inversión de miles de millones de dólares durante varios años y un pueblo con entusiasmo y una ética de trabajo que le permita competir internacionalmente.


Esto solo es posible con nuevos gobernantes en La Habana y un sistema político que garantice a todos las reglas de juego. Además, con un compromiso social que brinde educación, salud y oportunidades a los menos afortunados.


Raúl Castro y sus acólitos están en otra cosa. El VI Congreso del Partido Comunista es un ejercicio psicótico para revivir los delirios que la realidad contradice. Quieren que sus cómplices no crean que todo está perdido.

Van a cacarear todas las fantasías que necesitan creerse: que rectificando sus errores salvarán logros que ya se han evaporado. Que la salud y la educación para todos; que la victoria contra el imperialismo; que el bloqueo yanqui; que la mafia de Miami.


No todos están locos. Hay algunos como Raúl, que hace mucho tiempo excedieron el límite del cinismo. Por eso no es de extrañar que, antes de que llegue la debacle, estén pensando en montarse en el tren del capitalismo, igual que en 1959, por ignorantes y oportunistas, se encaramaron al cabús del comunismo.
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La nomenclatura en el “periodo especial”. Apuntes para un ensayo de revisión histórica (IV)

Por Huber Matos Araluce y Juan F Benemelis

Como es común en el acontecer humano, las principales características de una época no irrumpen en una fecha específica sino que ésta sirve para delimitar, lo menos arbitrariamente posible, un tiempo de otro. A veces no así, sino que un hito es el catalizador de tendencias que cristalizan explosivamente y abren un nuevo capítulo.


El “periodo especial” (1990) con que el castrismo bautizó la nueva realidad de una Cuba sin subvención soviética ni mercado socialista, no puede enmascarar la precaria realidad de la década anterior. La historia de la nomenclatura en esta etapa todavía está por escribirse, pero su perfil empezó a forjarse con anterioridad.


Si bien es cierto que la subvención soviética había permitido al pueblo cubano vivir un nivel de vida que no correspondía con la ineficiencia de la economía de la isla, también lo es que a pesar del cuantioso ingreso anual de recursos que enviaba Moscú, una buena parte de estos fueron mal invertidos, derrochados o malversados.


El estado de la economía cubana anterior al “periodo especial” fue tan crítico que condujo a una suspensión de pagos de la deuda externa a mediados de los ochentas, muy anterior a la desaparición de la URSS.


En el orden político la admisión de Fidel Castro el 26 de diciembre de 1986 de que: “Ahora sí vamos a construir el socialismoˮ fue una respuesta al descontento popular por el fracaso del régimen. Lo peor estaría por venir como ahora todos sabemos.


La situación económica y política de Cuba tuvo su repercusión en la moral de la nomenclatura. Su episodio más revelador fue el fusilamiento del General Arnaldo Ochoa en 1989. Ochoa y un grupo de altos oficiales fueron acusados de participar en el narcotráfico.


Pareciera insólito que Ochoa, un general condecorado como héroe de la Republica de Cuba fuese el líder de una pandilla de narcotraficantes de la que formaban parte importantes hombres del gobierno. Pero ya en esa época el nivel de corrupción en las altas esferas era muy grave.


Si estos miembros de la cúpula del poder estaban involucrados en el narcotráfico a espaldas de Fidel y Raúl Castro, tenemos que asumir que el servicio de inteligencia castrista, considerado uno de los mejores del mundo, no era tan bueno o se estaba haciendo de la vista gorda.


Como esta organización de espionaje es reconocida como uno de las mejores, es difícil creer que estuviera informada de los que sucedía. Los hermanos Castro probablemente estaban al tanto de lo que pasaba. ¿Por qué lo toleraban?


Nos pueden ayudar a explicarlo las declaraciones de narcotraficantes latinoamericanos confesos sobre que los Castro han cooperado en el tráfico de drogas, el laberinto de implicaciones es un reto para el historiador. Nadie debe sorprenderse ¿No han colaborado en el narcotráfico Daniel Ortega y Hugo Chávez?


El caso Ochoa es un indicador del nivel de corrupción que ya corroe a la nomenclatura. Corrupción que seguirá creciendo durante los noventa hasta convertirse en un modus vivendi de quien en Cuba tiene alguna cuota de poder y como veremos, de quien no la tiene también.


Continuará…


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¿Está Cuba al borde de una explosión popular?


Es posible. Hace unos días en Santa Clara –centro de la isla– cientos de jóvenes frustrados por no poder ver la transmisión de un partido de futbol por el que habían pagado gritaron consignas contra el gobierno. La policía reaccionó con cautela. Casi simultáneamente en Bayamo –extremo oriental de Cuba– el transporte se paralizó por una huelga de cocheros que protestaban por los nuevos impuestos. Días después la dictadura cedió a sus demandas. En Marianao –La Habana– el pasado 7 de septiembre los vecinos salieron de sus casas a insultar a la policía que estaba arrestando a los miembros del CID (Cuba Independiente y Democrática), que en forma pacífica fundaban la delegación del barrio. Los policías demostraron nerviosismo.


Estos y otros acontecimientos hacen creer a muchos que el fin del régimen castrista se acerca. Otros insisten en que el régimen aplastará brutalmente cualquier rebelión. Los “expertos” especulan que son síntomas de descontento apolítico que no se sabe a dónde pueden conducir. Quizá todos tengan un poco de razón.


Responder si Cuba está al borde de una explosión popular no es fácil. Para intentarlo hay que poner freno a las emociones y esperanzas. Luego analizar las experiencias del fin del comunismo en otros países; indagar sobre los elementos que determinan la conducta colectiva de los grupos y estar al tanto de lo que se conoce sobre el totalitarismo, su ascenso y su decadencia.


Jean Kirkpatrick en su libro “Dictatorship and Doble Standards” señaló que al llegar al poder el objetivo prioritario del totalitarismo es convertir la ideología en cultura. Los métodos para lograr este fin van desde la sutileza del adoctrinamiento, al arresto y el aniquilamiento o exilio de los portadores de la cultura que hay que destruir. En la medida en que el totalitarismo logra su fin, el individuo se reprime a sí mismo. En esas circunstancias la violencia estatal toma formas más sutiles.


La historia ha demostrado que el proceso es reversible. Ante sus crisis de legitimidad, las dictaduras comunistas han tomado caminos diferentes. Mao orquestó una “revolución cultural”, lanzando a las calles a millones de jóvenes para purgar a los revisionistas. Las turbas persiguieron a los enemigos dentro y fuera del partido hasta su sumisión o su muerte; en muchos casos, el arrepentimiento no evitó el asesinato. Corea del Norte ha preferido la represión permanente.


Mao pudo desatar una purga masiva porque tenía el control de la juventud china. Quienes conocen de cerca a Raúl Castro saben que no dudaría un segundo en provocar un baño de sangre. Pero en Cuba el régimen no cuenta con los jóvenes; por el contrario, son sus acérrimos enemigos. Además, una purga maoísta o el modelo represivo norcoreano son incompatibles con la industria turística de la que depende el castrismo para sobrevivir.


Otros regímenes comunistas descartaron la economía del comunismo por la del capitalismo, sin construir una democracia. Es el caso de Rusia y el de la China postmaoísta; no es el de Polonia, Hungría y otras naciones donde la empresa privada y la democracia han progresado simultáneamente.


Alguna variante de este fascismo capitalista parece ser la preferencia de Raúl Castro y su pequeño grupo. Mientras van dando tumbos en el intento, quieren evitar una explosión popular. Esto explica la dosificación represiva con que manejan el descontento del pueblo y las actividades de la oposición. Temen que la represión desmedida pueda provocar una reacción que se vuelva incontrolable. Si el régimen fuese hábil en colocarle el nuevo lazo al pueblo, la dictadura prolongará su existencia. Si fracasa, una explosión popular no puede descartarse. Su éxito dependerá en gran parte en que el exilio cubano y la oposición hayan cumplido su tarea.

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Apuntes para un ensayo de revisión histórica (III)

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Por Huber Matos A. y Juan F. Benemelis


En la década de los noventa Fidel Castro, en su obsesión por el poder, no pudo o no quiso ver que, sin una apertura que sustituyera la permanente inversión que la URSS había estado haciendo por tres décadas en la economía cubana, ésta iría deteriorándose hasta llegar a un punto en que la magnitud de recursos necesarios para enderezar la situación no estaría al alcance de Cuba.


Su régimen nunca había tenido que preocuparse por generar una dinámica productiva que les permitiera hacer las inversiones necesarias para evitar la obsolescencia de la infraestructura, insistir en la diversificación de exportaciones, el mejoramiento de la productividad laboral, la aplicación de la ciencia y de la tecnología al proceso económico. Todo el esfuerzo se quedaba al nivel de la demagogia del único que podía hablar y decidir, Fidel Castro.


En conclusión, Castro ni entendió lo que sucedía en la URSS, ni tomó las medidas para evitar la réplica eventual en la isla, de los mismos resultados soviéticos. Cuba era un barco cuyo naufragio se había evitado gracias a que la permanente inversión rusa en la isla.
Su reacción ante la crisis puede explicarse por su falta de cultura económica y por un egocentrismo patológico que siempre le hizo creer que él era el proceso, él era la revolución; era el medio y el fin.


Fidel Castro tampoco comprendió las consecuencias que tendría el aislamiento al que forzaba al pueblo cubano, en especial a la generación que había estado atenta a los cambios radicales que había sufrido el bloque comunista. Cuando se analiza el componente demográfico por edad de la población cubana en esos momentos, puede entenderse mejor la Cuba de hoy, dos décadas después.


En sus cálculos, Castro no entendió que el desaliento que sus medidas provocaban finalmente afectarían en forma drástica al factor de producción clave del mundo moderno: los recursos humanos. Esta fue otra lección que no aprendió de la experiencia soviética. Gorbachev lo había aprendido cuando era un funcionario de tercera categoría en la nomenclatura soviética.


Parte del esquema de Castro fue seguir insistiendo en que los Estados Unidos era el responsable por las limitaciones materiales de los cubanos en la isla. Con el tiempo el argumento del “bloqueo imperialista” iría perdiendo capacidad persuasiva entre los cubanos. El pueblo gradualmente se iba dando cuenta de que los problemas de la economía cubana no se podían atribuir siempre a los Estados Unidos.


Un ensayo de revisión histórica debiera indagar el cambio gradual de percepción que sufrió la población cubana en este aspecto. De un “bloqueo” que era responsable de todo, a una opinión cada vez más generalizada de que el verdadero responsable de los fracasos era el régimen - por no alentar, o por revertir y perseguir las iniciativas - que podían haber aliviado las carencias de la población.


Todavía hoy en algunas instancias, se utiliza el viejo argumento de que el “bloqueo” ayuda al régimen a justificarse. Quienes lo hacen no le han pasado una revisión al almanaque de percepciones de la población de la isla.


En la medida que el modelo estatizado (ya sin los recursos soviéticos) daba muestras de su incapacidad para devolver a la población los niveles de vida anteriores al periodo especial, el dictador revaluó su estrategia. Entonces aceptó la idea del desarrollo turístico como escape al estancamiento.

Esto tendría un alto costo a largo plazo. Fue un acto de desesperación del tirano, tan importante como las medidas que Raúl ha tratado de poner en vigor y que presuntamente su hermano mayor ha frenado. Fidel fue el primer “revisionista” en el sentido peyorativo aplicado por los marxistas intransigentes. También era el único que podía serlo, pero lo hizo demasiado tarde y muy limitadamente.

En este aspecto es necesario determinar la importancia –negativa y positiva– de los viajes de la migración cubana a la isla. No han sido exactamente embajadores de la libertad; pero su influencia no debe continuar siendo motivo de debate político, sino de un análisis serio. No debe excluirse la influencia indirecta que puede haber tenido el turismo no cubano a la isla y el nacimiento de la industria de la prostitución – masculina y femenina - que en sus orígenes el propio régimen alentó, aunque después haya pretendido frenarla, aunque sin duda, la continúa alentando.


Es en ese sentido que España, un socio importante del castrismo desde los tiempos de la dictadura franquista, comenzó a tener mayor importancia en la economía cubana. Los gobiernos españoles y los empresarios españoles tienen una responsabilidad histórica que merecen un capítulo de estudio aparte en todo este proceso. España hasta nuestros días es el segundo gran cómplice del castrismo después de la desaparecida URSS.

El “período especial” o más bien el aterrizaje forzoso a la realidad postsoviética encierra respuestas para comprender medio siglo de tiranía. Su estudio puede ayudar a entender la forma en que una futura etapa de transición democrática pudiera tener mayor éxito en una Cuba sin castrismo, no solo sin Fidel y sin Raúl.

Después que se separe la demagogia de la realidad, el cuerpo desnudo de ese “periodo” ofrecerá una visión desoladora e inconcebible de los cubanos que fueron sacrificados innecesaria e inútilmente en un esfuerzo anacrónico y demencial. Pero antes de concluir con estas notas un tanto dispersas, que pretenden señalar una agenda de investigación, tenemos que ocuparnos con dar una mirada retrospectiva a la nomenclatura y a la oposición, en ese tramo de la historia de Cuba.

Continuará…

*
Símbolos de la debilidad en chino


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Nostradamus “el cínico”


En el siglo XVI floreció la transición, iniciada a finales de la Edad Media, que conocemos con el nombre de Renacimiento. En esta nueva etapa, en la que el individuo se convertiría en el eje de todo, un médico y astrólogo escribió profecías que han llegado hasta nuestros tiempos. Las predicciones de Nostradamus son todavía polémicas, en parte porque las traducciones parecen haber tenido la intención de validar sus conjeturas. A pesar de todo, aquel barbudo, envuelto en un halo de misterio, no pasó a la historia como un cínico.


La versión cubana de Nostradamus, sin duda, sí lo es; Fidel Castro desde 1960 pasó anunciando el futuro próspero, justo y feliz que esperaba al pueblo cubano. Veintiséis años después llegó a la conclusión de que el fracaso de sus predicciones se debía a que lo que se había hecho por un cuarto de siglo en Cuba no era el verdadero socialismo. Así, el sábado 26 de diciembre de 1986, armado de este descubrimiento, con absoluta certeza y sin ni un ápice de vergüenza lanzó otra revelación: “Ahora sí vamos a construir el socialismo".


La nueva revelación también resultó errada. Veinticuatro años después, el miércoles 17 de noviembre de 2010, en un encuentro con un grupo escogido de jóvenes, Castro admitió que: "Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante fue creer que alguien sabía de socialismo o que alguien sabía cómo se construye". De esta forma, el individuo que manejó el país durante medio siglo como una finca de su propiedad, eludió de nuevo su responsabilidad por el segundo fracaso.

Pero su afán por las profecías no tiene límite. Ahora quiere que se le reconozca que en el 2006 dijo que la revolución podía destruirse “Si no conseguimos poner fin a muchos vicios: mucho robo, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos”. Quiere que le reconozcan méritos por su visión apocalíptica. En su afán de sabelotodo admite lo que está sucediendo. Lo cierto es que cuando advirtió sobre los peligros ya el sistema estaba carcomido hasta los huesos.


Hace unos meses también vaticinó con absoluta certeza – fecha incluida – el inicio de una guerra atómica entre Irán y los Estados Unidos, que acabaría con el mundo que conocemos. Cuando las explosiones nucleares y la contaminación radioactiva no se dieron y el planeta no se destruyó, alegó que la inexactitud de la fecha se debió a que un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores había dejado de mandarle una información que era importante.


Las profecías de Castro no se limitan a las descritas. En muchos temas él se considera un visionario, aunque en realidad ha demostrado que es un charlatán. Es un hombre de caprichos y de una soberbia imperial. Por eso insiste en los errores y al final alguien que no sea él tiene que ser el culpable. Eludió su responsabilidad al dirigir por 26 años un socialismo que admitió que fue un fraude, como farsa también ha sido también su segundo intento. Ahora apoya una
“actualización” del fracasado modelo.


¿Cínico o loco? De las dos cosas un poco.
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Apuntes para un ensayo de revisión histórica (II)

Por Huber Matos A. y Juan F. Benemelis


La etapa que bautizaron en Cuba como “período” especial” merece un examen riguroso. Después de tres décadas, Cuba deja de orbitar en un mundo que ha desaparecido, el socialista. Cuba, la niña mimada de los soviéticos, se ha quedado huérfana (1990).


Es en estas circunstancias cuando la validez del mito revolucionario castrista comienza a fracturarse profundamente. Lo especial de este período fue que el pueblo tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la realidad. Hasta ese momento habían disfrutado niveles de vida que no correspondían con el estado de la economía cubana.


Durante treinta años de tutelaje y protección, la URSS puede haber invertido en la “revolución cubana” aproximadamente 100,000 millones de dólares de aquellos tiempos. Una suma en extremo significativa para una isla con 114,000 kilómetros cuadrados, cuya población había crecido de seis millones en 1959 a un poco más de diez millones de habitantes en 1990.


Los gastos de los soviéticos en ayuda militar y el financiamiento de aventuras guerrilleras y terroristas, más las guerras africanas, hay que contabilizarlos por aparte. No debe escapar al historiador la importancia de estas dos inversiones fallidas –la civil y la militar– por parte del Kremlin. Hay que indagar en qué grado contribuyeron a la crisis final del imperio soviético.


Los cálculos del costo de la guerra en Afganistán en que incurrió la URSS se han estimado en aproximadamente 8,200 millones de dólares anuales, durante nueve años. Independiente de las destructivas repercusiones sicológicas y políticas de esta guerra en la moral de los rusos, el costo económico total de la dictadura castrista fue mayor.


Además de las importantes relaciones comerciales con sus congéneres marxistas, durante esas tres décadas el gobierno castrista mantuvo relaciones comerciales con todos los países del mundo salvo con los Estados Unidos. El comercio entre Cuba y las democracias industriales de Occidente estuvo amparado, en una u otra forma, por su relación con el socio soviético.


De 1990 en adelante la dictadura tenía el reto de demostrarle al pueblo cubano que podía sobrevivir y prosperar en el concierto del mundo libre, sin el cordón umbilical que le habían financiado en forma permanente los famosos “logros” de la revolución tan admirados en el mundo.


El desafío que tenía el régimen no sólo era mantenerse en el poder, sino sostener los niveles en educación, salud, subvenciones alimenticias, etc. Tenía que legitimarlos como autóctonos. Tareas que requería una dosis de visión y de liderazgo excepcional. El tiempo ha demostrado que no pudo ser.


Durante el “período especial”, Castro, lejos de considerar cambios a su modelo, incorporando reformas como las iniciadas por Gorbachev, trató por todos los medios de aislar a los cubanos de la influencia de los procesos de democratización que experimentaban los países ex comunistas. Desmanteló en Cuba todos los modestos esfuerzos de reforma que se habían puesto en práctica y centralizó aun más en su persona todas las instancias del poder.


Cerró los mercados campesinos y nombró a un general a cargo de la industria azucarera. Comenzó a intentar zafras salvadoras, propios de su manía faraónica. Los resultados fueron desastrosos. Al final, buscando una presunta eficiencia, desmanteló parcialmente esta industria. Así Cuba, que fue uno de los principales productores de azúcar en el mundo, tuvo que llegar a racionársela a sus habitantes y finalmente, a importarla.


Cuando se analice la reacción de Castro ante los acontecimientos que llevaron a la desaparición de la URSS, no será difícil llegar por lo menos a dos conclusiones:


Primero, Castro no entendió que las decisiones tomadas por Gorbachev y respaldadas por un sector importante de la nomenclatura soviética fueron resultado de una larga búsqueda al estancamiento relativo en que se encontraba la URSS respecto al mundo occidental. Los comunistas reformadores habían llegado a la conclusión de que el modelo marxista-leninista estaba agotado y que insistir en el proyecto original aceleraría la decadencia del bloque soviético.


Segundo, él tampoco comprendió que, de continuar aplicando en Cuba el fracasado modelo del mundo comunista, llevaría al país a las mismas circunstancias o a otras peores. Era una cuestión de tiempo, tarde o temprano el modelo fracasaría también en la isla. Gorbachev públicamente advirtió al los dirigentes del bloque socialista del alto precio de no hacer los cambios a tiempo. Castro no solamente no le hizo caso, sino que también lo rechazó.


La URSS tenía enormes recursos propios. Entre ellos era uno de los mayores productores de petróleo del mundo. Cuba, por el contrario, tenía una dependencia especial de la URSS y del mercado socialista. En el caso cubano ambas eran agravantes adicionales que no podían pasarse por alto; había que encararlas con pragmatismo.


Fidel Castro, en su obsesión por el poder, no pudo o no quiso ver que, sin una apertura que sustituyera la permanente inversión que la URSS había estado haciendo por tres décadas en la economía cubana, ésta iría deteriorándose hasta llegar a un punto en que la magnitud de recursos necesarios para enderezar la situación no estaría al alcance de Cuba.


No entendió que Cuba, cualquiera que fuese su bandera ideológica, tenía que prepararse para competir en el mercado mundial, en esos momentos en que el mercado socialista había desaparecido ante sus propios ojos.


Continuará…


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La dinastía y el Congreso del Partido


Fidel y Raúl se dijeron demócratas cuando les convenía; luego usaron el credo comunista para explotar a la URSS y engañar al pueblo cubano. Ahora que ven la muerte al acecho, se han convencido de que la auténtica vocación familiar es gobernar para siempre. Un Castro detrás de otro durante todo el siglo XXI. Por eso han decidido que la dinastía es la mejor forma de gobierno. Es superior porque es permanente. Nunca hay que rendirle cuentas al pueblo. Además, los reyes se enriquecen con la actividad privada: la nacional y las inversiones extranjeras.


Primero fue Fidel, el rey padre y ahora Raúl, el rey hermano. Luego aspiran a que sea uno de sus hijos. Seguirá uno entre los nietos y así per saecula saeculorum. Todos los demás, los hombres y mujeres, los viejos y los niños, los generales, coroneles, capitanes, tenientes, soldados, comités de defensa, son los vasallos del nuevo imperio del que ya forma parte Venezuela.


No es una dinastía por mandato divino, a la usanza europea. En las dinastías revolucionarias la legitimidad emana de la transmutación del proceso en la persona de un hombre. En Cuba fue Fidel y absolutamente nadie más. El era la revolución. Ahora la revolución reencarna en Raúl. El único con derecho al trono. El que puede mentir y equivocarse sin que nada le pase. En Corea del Norte esta metamorfosis ha sido la fuente del poder de tres generaciones: Kim Il Sung padre, Kim Jong-il hijo, Kim Jong-un nieto. Los Castro son su contraparte caribeña.

Por eso cuando la dinastía habla de las reformas económicas, o de trucos que parezcan reformas, nosotros los de la oposición podemos estar o no de acuerdo. Es una cuestión de opiniones, aciertos o adivinanzas. Pueden o no hacer reformas. Si las hacen será creyendo que con ellas consolidan el poder, y si las frenan lo harían con el mismo fin.


Harán lo que tengan que hacer para tratar de sobrevivir. Por eso parece que se contradicen, pero no es así. Están dejando todas las puertas abiertas y cerradas al mismo tiempo. Ellos saben que están arrinconados por sus errores y por las circunstancias. Pero la familia no se rinde porque no puede. Hay muchos recursos malversados. Hay muchos crímenes que pagar. No quieren tener que huir de Cuba y vivir perseguidos para siempre.

El problema del castrismo no es que la fórmula se agotó, sino que se agotó la gente. La fórmula nunca fue viable y el desastre presente es su inevitable resultado. Han gobernado a tres generaciones de cubanos con la mentira, la violencia y la hipocresía. Hoy reinan sobre un pueblo que lo simula todo. Un pueblo que no les cree nada.


Los Castro no saben qué hacer con una población descreída y cansada. No entendieron que, cuando el líder se convierte en el objetivo del proyecto político, los triunfos son personales y los fracasos también. Con un país en ruinas y con la humillante alternativa de tener que reconocer, medio siglo después, que la salvación al caos es la empresa privada, a Raúl Castro no le queda otra alternativa que repartir los fracasos de la corona.


Entonces apela tardíamente a un congreso del Partido Comunista que debieron hacer celebrado hace catorce años. Cree que con eso podrá distribuir la responsabilidad de cinco décadas de errores y de los nuevos rumbos que implican una traición al socialismo marxista que abrazaron en 1959 a un terrible costo humano, social y económico para el pueblo cubano. El Congreso del Partido solo le servirá para escenificar ante el pueblo cubano un exorcismo ridículo y cínico.

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Con dos que se quieran: ¿basta?


Por: María I. Faguaga Iglesias

Historiadora y Antropóloga



¿Qué ha pasado con los cubanos y las cubanas? Es pregunta insistente para no pocos ---dentro y fuera del país, nacionales y extranjeros--- en este inicio del siglo XXI. Un enjambre de ideas, más bien sucesos, se amontonan en la mente de quienes vivimos en la Isla y, por la constancia, por la frecuencia, por la cotidianidad que han adquirido, unos empujan a otros casi con total naturalidad, dejando poco espacio para diseccionarlos, para verles sus intríngulis, para intentar hallar los por qué de sus nefastas existencias, de sus infortunadas reediciones, para intentar comprender cuál envolvente y superior fuerza nos induce a ser sus protagonistas desenfrenados u observadores pasivos, condescendientes, cuasi insensibles.



¿Las carencias materiales conducen, fatal e ineludiblemente, a la ruina moral? Política, ética y cultura, tal vez en esa dirección pueda encaminarse la búsqueda de alguna posible y elemental respuesta a tanto descalabro. De la mesa a la escuela, al centro laboral, al policlínico, al agromercado, al teatro, a la reunión del sindicato, a la reunión de padres o a la de vecinos ---tenemos reuniones a granel… para nada solucionar---, a las marchas del pueblo combatiente, a las concentraciones políticas de cualquier tipo, incluido ese engendro aparecido con el éxodo masivo de 1980: el mitin de repudio, que nadie en su sano juicio se atrevió a repudiar con suficiente energía como para ser escuchado, o, ¿es que, a esas alturas, no quedaba nadie en la Isla con suficiente lucidez y capacidad de discernimiento, con sensatez y serenidad… excepto los que emigraron enfrentándose al derroche de cinismo y maldad? Volvamos: de la mesa a… el mitin de repudio… todo, todo, todo se nos enreda en un denso, asfixiante y pútrido olor, que acaso no queremos olfatear porque, en algún muy apartado sitio de nuestro cerebro, ese consciente inconsciente del que hablan los psicoanalistas nos dice que tenemos en ello suficiente responsabilidad y… que es tiempo de aceptarla y comprometernos con esta… que la gobernabilidad comienza por llevar a cuesta y lo mejor posible nuestras propias vidas y colaborar como colectividad en la búsqueda de armonía y realización individual y colectiva, comenzando por nuestras familias.



Médicos que no saben leer exámenes de rayos-X o no atienden al paciente que no acuda con un regalo que sea de su interés ---mejor si incluye dinero---; maestros que no imparten todo el contenido curricular en el aula para que los familiares del alumno tengan que pagar su servio particular; vendedores siempre pendientes de esquilmar a sus clientes un poco más; clientes que, habiendo sido timados, ante la queja nunca reciben la razón; jefes que despiden a la subordinada de la que no consiguió sexo y profesores que hacen lo mismo… Padrinos religiosos que denuncian ante la policía a sus ahijados; médicos que procuran inducir en el paciente determinado comportamiento, incluso, el divorcio o la salida del país; escuelas en las cuales no se obtendrá matrícula si no se soborna al profesorado o a la dirección del centro; madres y padres felices porque el hijo es luchador o la hija jinetera, o, tal vez, tienen los dos, aumentando sus dosis de felicidad; adultos que instan a los más jóvenes de la familia a lanzarse desde la Bahía de La Habana en loca navegación intentando alcanzar las costas de la Florida, “porque si se lo comen los tiburones de todos modos un día hay que morirse, pero si llega podrá estar bien y mandar dinero”[1]; jóvenes que, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, cuentan ante un selecto auditorio que no da muestras de consternación, haber sido objetos de violaciones sexuales por parte de oficiales mientras pasaban el Servicio Militar; muchachas y muchachos negros condenados, únicamente por su color, al abandono social, a la indiferencia o a quedar atrapados en los estereotipos que el blanco-criollo-discriminado-¿revolucionario? le impone antes de nacer, en demasiadas oportunidades sabiéndose condenados a la cárcel antes de haber delinquido… y más, muchísimo más y peor... porque sí, todo lo infamante, si bien inconfesable por vergonzoso, es posible.



No se trata del mundo del neoliberalismo exacerbado y brutal, ni del Capitalismo salvaje y desalmado. No se trata de los países de Europa del Este salidos del Socialismo Real. Tampoco de la empobrecida América Latina ni de zonas intrincadas China, ni de países africanos en los que se enseñorean los dictadores… aunque… pudiera parecer que sí. Es rápida y somera imagen de la Cuba actual, tras cincuenta y dos años de construcción del Socialismo. Esta es la que los periódicos de la Isla no muestran, como tampoco quieren descubrirla los medios de la izquierda internacional. Esa no es la Cuba de mafiosos ni de gusanos; nada tiene que ver con el bloqueo o embargo, como no sea el interno, el que habiendo bajado desde la cúpula gobernante hasta la base en obstinado comparecer por más de cinco décadas, hace tiempo terminó por reinar entre todos y todas, incluso, al interior de cada uno de nosotros, aunque no seamos conscientes de ello.



Esta es la Isla que descorazona y abate, apaga y hunde, arruina y aleja, o crucifica, aniquila y sepulta. No se la virtual sino la real, la de la cotidianidad de la mayoría de los más de 11 millones de habitantes que ya somos. Esta es la que nos lanza a la búsqueda imperiosa de pasaportes de cualquier parte. En la que su sociedad, patologizada psíquicamente, se debate entre el constante, creciente e inútil estrés y el consumo desmedido de medicamentos tranquilizantes que, cual bálsamo piadoso, receta cualquier médico sin reparos de especialidades. “Paciencia, ayúdame”, es el título de la canción de un artista de moda, Paulito FG… habla de amores que van “al fracaso” y de conservar la “confianza” pese a que “esta vida está llena de engaños”… pareciera que habla de la Isla: ¿dialogará el creador con su subconsciente?



Una sociedad en estado catatónico, sombizada, en la cual la sal ha sido aquellas primeras promesas, y las que vendrían, unas tras otras, en descarga infinita, para que cada vez creyéramos menos, pues casi nunca han sido cumplidas, siendo imperceptible y pobremente demandada su realización, cuando ha sucedido. Una sociedad que lanza al destierro a sus mejores hijas e hijos; en la cual se impone luchar ---eufemismo utilizado para no reconocernos, prácticamente todos y todas, como los ladrones en que nos han impulsado a convertirnos--- para comprar alimentos, medicamentos, jabones o almohadillas sanitarias o…; en la cual una joven madre aspira a que su pequeño hijo se transforme en émulo de Baby Lorens, reguetonero de moda, de apariencia ramplona y con el rostro del expresidente Fidel Castro tatuado en su brazo; donde los periodistas ---olvidando su más esencial función social y las consecuencias elementales de tomar medidas antipopulares---, afirman que sus coterráneos están contentos y muestran comprensión por el más de medio millón de despidos anunciado; donde los medios ponen al corriente sobre las huelgas de jubilados que en el mundo no pueden vivir decentemente con el monto de sus jubilaciones, y omiten a los muy posiblemente más hambreados jubilados cubanos; o, en donde se publica sobre los actos de racismo antinegro sucedidos en Estados Unidos y silencian los de costas adentro; donde se impone delinquir para malvivir; donde nos transformamos en subversivos por el primordial acto humano de pensar, y en enemigos, contrarrevolucionarios, apátridas y delincuentes por reclamar dignidad y justicia social para todos y todas, no solo para una pequeña élite que nos oprime y reprime mientras, en nombre del Socialismo, reproduce vidas de burgueses; donde a través de la televisión escuchamos ---¿escuchamos?---, subalimentados y hastiados de falsedades, hablar de perfeccionamiento económico y de mejorar y actualizar el Socialismo de Cuba.[2]



¿Qué ha pasado en un país en el cual ---como nos enseñaron que exclusivamente ocurría en el Capitalismo--- el hombre es el lobo del hombre? Donde la mayoría, sin importar edad, filiación sexual o pertenencia etno-racial, ideología política y estatus social, medio residencial, raza y profesión, desea emigrar; donde los jóvenes aspiran a no casarse entre sí sino con extranjeros; donde los periodistas son identificados como “soldados”, quedando explícito que no pueden pensar pues cumplen órdenes; donde deportistas de alto rendimiento luego del retiro pueden acabar alcohólicos, haciendo ventas clandestinas o pasando el Estrecho de la Florida en cualquier cosa que flote; donde los Combatientes de la Revolución han terminado sus vidas activas recibiendo jubilaciones acordes al color de la piel y a la honestidad, en proporciones indirectamente proporcionales (mientras más oscura la piel y mayor honestidad, menos beneficios, hasta llegar a ninguno); en donde la actual realización de misiones internacionalistas ---que se supone deba ser motivo de orgullo revolucionario--- pasa por la corrupción y el soborno.



¿Qué pasa en un país de negros y blancos en muy similares porcentajes, en donde la Universidad y la dirigencia son invariablemente blancas? En donde los símbolos patrios se expenden en divisas; y donde el nacionalismo conecta con la tenencia de divisas para lo fundamental, que luego el Estado nos estafa doblemente: con la venta de productos de pésima calidad a elevadísimos precios, y con el cambio obligatorio para poderlos adquirir a una moneda sin valor más que en la Isla. ¿Cómo es posible que nos dejemos arrebatar entre rejas algo tan elemental como los parques? ¿Por qué damos categoría de amo al Historiador de la Ciudad de La Habana? ¿Por qué consideramos normal que los jóvenes irrespeten la historia y las personalidades históricas de la Patria? ¿Qué pasa en una sociedad en la cual el gobierno nos roba a los hijos, nos prostituye el alma, nos despoja de nuestras propias vidas, y generalmente no hacemos nada, todo lo entregamos sin al menos intentar una leve protesta? ¿Por qué desconocemos nuestras leyes? ¿Por qué, si conocedores, no probamos hacerlas cumplir? ¿Por qué hemos interiorizado que no se puede cuestionar ni demandar la labor de los gobernantes? ¿Por qué, si no vivimos en un régimen formalmente monárquico, aceptamos que comiencen a hacer hereditario el poder a sus hijos e hijas? ¿Por qué, al menos, no desconfiamos de un presidente cuyo jefe de escolta personal es su hijo, y cuya no formalmente anunciada primera dama es su hija?



Hemos interiorizado los roles de víctimas y de victimarios, y, a manera de psicoterapia colectiva, las vamos entrelazando en nuestra cotidianidad. Nos victimizamos o permitimos que lo hagan y, a su vez, vamos victimizando a cuantos podemos, especialmente a los que sabemos en posiciones más frágiles, en enredada madeja de hilos que sostienen nuestras desidias, el reflejo de nuestras debilidades humanas, sin quebrarse. Sociedad enferma, malsana, en la que ancianos y niños, mujeres, homosexuales y todos los que consideremos diferentes o débiles, pagarán las abultadas cuentas que otros nos pasan. La pareja nos violenta y la tomamos con los niños; el espacio habitacional no es suficiente y, a sabiendas de que no podemos tener nuestra propia vivienda, la emprendemos contra los ancianos; la pasamos peor por ser negros e importunamos a quienes entre nosotros tengan la piel más oscura, o en vanos y desesperados esfuerzos intentamos acercarnos en apariencia física o subjetivamente a los blancos; el gobierno nos paga salarios ficticios y explotamos a los familiares, especialmente a los que viven en el exterior. Todo… todo hacemos menos reclamar nuestros derechos, menos, pensar en que estamos en capacidad de hacer por nosotros mismos y por las próximas generaciones, que podemos, debemos y tenemos que actuar como ciudadanos, no esperar, no pedir, no seguir acopiando paciencia para obsequiarle nuestro tiempo a quienes nos mal administran, sino actuar, exigir, u ocupar el sitio de los malos gobernantes.



Sociedad enajenada haciendo de la maldad y de la crueldad su antídoto contra tanta pobreza material, que ha llegado a aceptar que la envidia es el deporte nacional. Sociedad envenenada, saturada de discursos que muy pocos escuchan y ni esos, aun queriendo, los creen. Sociedad en la cual los profesionales ganan menos que los policías, y las nóminas de estos crecen con mayor rapidez que la de los emigrantes, reales o potenciales, pese a estos últimos ser tantos. En la que los estudiantes universitarios circulan videos pornográficos de los cuales son protagonistas, y los profesionales confiesan no leer y tienen como ideal de futuro trabajar en un establecimiento donde circule la divisa, no importa si haciendo de porteros o de limpiadores de pisos para turistas que ---muchas veces diciéndose de izquierdas y recriminándonos nuestras acumuladas y muy justificadas frustraciones---, cual miserables mercaderes del sexo, compran a nuestros jóvenes por unas pocas monedas… les compran y les desprecian… en realidad, comúnmente nos desprecian a todos, vengan de donde vengan, con o sin dinero, saben que ser extranjeros en Cuba les concede categoría especial, casi divina.



¿Qué pasa en una sociedad en la cual la violencia de discurso político supera la de los elevadísimos decibelios de la música que en los establecimientos públicos se escucha, ante la estupefacción, molestia y frustración de los vecinos, imposibilitados de impedirlo? ¿Qué pasa cuando ese discurso lanza y reitera que la calle y las universidades son para los revolucionarios? ¿Quién define lo que ser o no revolucionario? ¿Quiénes decidirán los que lo sean o no? ¿Qué sucederá con el resto, los no elegibles para esa categoría? ¿Quién y con cuál fundamento impone la obligatoriedad de serlo? ¿Por qué lo permitimos? ¿No es suficiente haber nacido cubana o cubano para gozar de los mismos derechos, para responder por el cumplimiento de iguales deberes y obligaciones? ¿Por qué y en cuál fatídico momento aceptamos que la política restringiera nuestra ciudadanía e, incluso, nuestro sentido de familia, de amistad y de nación, nuestra pertenencia, nuestro sentir y nuestro disfrute culturales? ¿Por qué unos pueden expresarse y otros ---la mayoría--- no? ¿Cuándo, por cuáles motivos y por cuánto tiempo lo admitiremos? ¿Fue una eventualidad después eternizada? ¿Por qué, cada día de nuestras difíciles y tenebrosas vidas, nos sometemos y humillamos? ¿Por qué se asume como natural que los jóvenes negros sean carne de presidio? ¿Por qué no reaccionamos ante un acto de repudio, incluso si sabemos que tantas veces son escenificados exclusivamente por pensar diferente y expresarlo? ¿Por qué no nos oponemos si muchas veces somos conscientes de que coincidimos con el pensamiento de la víctima repudiada? ¿Por qué respondemos a nuestra consciencia con aquel trillado y enajenado, desalmado e inhumano: sabe como son las cosas aquí, así que se lo buscó? ¿Cómo no querer darnos cuenta de que, si nos lo buscáramos todas y todos, nadie quedaría para hacer semejantes monstruosidades? ¿Por qué continuamos aplaudiendo a un gobierno capaz de lanzar al linchamiento y a los choques fraticidas a los hijos de estas tierras? ¿Hemos llegado al grado de inferioridad en la especie humana en que nos parece normal que sean golpeadas, arrastradas… ultrajadas, las mujeres que defienden los derechos de sus esposos, padres, hijos y hermanos condenados a prisión por el delito de la libre expresión? ¿Tan pobres espiritualmente somos que consideramos normal que sean golpeadas por turbas, y lastimadas en su integridad física y moral, mujeres negras por reunirse con otras personas de su raza para hablar sobre los problemas que les aquejan, y que saben, se recrudecen decisivamente por su pertenencia etno-racial? ¿No nos estremece, alarma y enerva ver a nuestras y nuestros profesionales prostituyendo desde su cuerpo hasta su cerebro y su alma para poder comer, muchas veces para obtener los recursos con los cuales trabajar?



El miedo paraliza. La desidia enajena. Miedo y desidia. Parálisis y enajenación. Combinaciones terribles conscientemente concebidas por un Estado totalitario, autopensado todopoderoso y estructurado con la ambición de lograrlo o, hacérnoslo consentir. Pero… ni las religiones son eternas. A fin de cuentas, todas las instituciones son creaciones humanas. En extraña imbricación, ya no sabemos si hemos creado a nuestros dioses o hemos sido creados por ellos. Ningún gobierno tiene carácter divino. No importa cuánto puedan, deseen y necesiten creerlo los gobernantes; ni cuánto insistan en que lo creamos. Los gobiernos, ni más ni menos que instituciones humanas, creaciones nuestras, igualmente son mortales, se transforman o fenecen. Es nuestra responsabilidad y obligación velar por su buen funcionamiento, al igual que deshacernos de estos cuando no cumplen con sus compromisos y obligaciones, cuando no administran bien esa familia extendida que constituye una sociedad, en la que no tiene que haber sometimientos.



En estos cincuenta y dos años de Revolución ---con mayúscula, para envanecimiento mayor y, así nos enseñaron a escribirlo, pretendiendo que lo aceptáramos eternamente--- muy rara vez se ha llegado a escalar los peldaños del poder teniendo afincados en los valores, el prestigio, la honestidad y el esfuerzo personales y, en esos casos excepcionales, las caídas han resultado estrepitosas y muy hacia abajo, en un país en el cual hemos aprendido una rápida lección: los dirigentes nunca se caen para abajo… no, ellos rebotan… generalmente… Claro, casos excepcionales han tendido a ser los dirigentes negros: recordemos a Carlos Aldana y Robinson, por ejemplo, y no es que se les crea santos, es que de lo que se puede estar seguros es de que no habrán hecho mucho más que los otros corruptos ---blancos-criollos-racistas--- con quienes se codeaban y que, cansados de estar entre negros, les defenestraron o ayudaron a que tal ocurriera, y, por supuesto ---también sobreviene ese final si se es negro--- a que les desmoralizaran.



No se habría llegado, en esa dinámica de posicionamientos sociales, profesionales, a Historiador de la Ciudad de La Habana, exclusivamente por la excelencia de la labor científica ni por demostrar las habilidades necesarias para impulsar el trabajo ineludible para detener el Apocalipsis total de una ciudad en ruinas. Es indispensable el mérito revolucionario, estar cerca de los personajes de poder político que deciden en el mundo de la intelectualidad, y saber hacerse útil e indispensables para ellos. Entre la intelectualidad isleña eso no es secreto; todos lo saben y muchos lo usan y abusan, especialmente cuando se percatan de situarse por debajo de la mediocridad, pero asimismo lo hacen no pocos conocedores de que con sus magníficas actitudes y aptitudes no llegarán lejos sin el empujoncito adecuado y oportuna ---¿oportunistamente?--- necesario.



Los que arriban a la cima, esos, pueden, llegado el caso y comprobada políticamente la necesidad de hacerlo, una vez calculada la oportunidad y la relación costo-beneficio, hablar, decir ciertas verdades que actúen como catalizadores de medidas que políticamente entrarán en vigor próximamente, o que actúen como voceros encauzadores de los comentarios críticos de la población. Esos son los que, en determinados escenarios, se presentan como nuestros defensores, los personajes que nos van a redimir. Esos son los valientes de turno, de los cuales se escucha premeditadamente decir: ¿Viste como habló? ¡Ese sí tiene valor! ¡Estuvo fuerte lo que dijo! ---en Cuba decir la verdad, incluso a medias, es interpretado como “fuerte” y “valeroso”---. Y no sabes si reír o llorar, si blasfemar al valiente circunstancial o aplaudirlo por haber dicho, algo, de lo que todos piensan y, a veces, hasta dicen.



En el último Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) --- entidad a la cual no pertenecen todos los escritores y artistas del país, pero sí muchos que nunca lo han sido---, Leal estuvo entre los valientes de turno. La emprendió en contra de la demonización de la emigración. Habló de sus hijos residiendo en el exterior ---si los cubanos no tenemos libertad para salir del país, ni siquiera para abandonarlo definitivamente, interesante pregunta para el Sr. Historiador de la Ciudad sería: ¿cómo lo consiguieron los hijos del amo de nuestra capital?---, y de las injusticias de no considerar cubano y con derecho de volver al terruño a todo el que se va, a menos que participe en organizaciones anticubanas ---¿nos definirá el Historiador qué entiende, el, por cubano; que por anticubano?--- y… se envolvió en toda una diatriba reivindicadora de nuestros nunca existentes ---en estas cinco décadas--- derechos a la libertad de movimiento como ciudadanos cubanos, descuidando mencionar que se llegara tan lejos como a limitar el derecho de una persona a salir no ya de su provincia sino hasta de su vivienda sin que medie acción judicial, o se le ha prohibido visitar determinados centros, etc.



Señalamientos aparte, hubiese sido muy favorable para la ciudadanía, toda, ya que el Historiador de la Ciudad de La Habana estaba autorizado a expresarse, que igualmente lo hiciera sobre la leonina Ley de Peligrosidad Predelictiva o sobre la popularmente conocida como Ley Mordaza. Ciertamente, hay que reconocer que difícilmente ambas perjudiquen a sus familiares; con la primera pudiéramos estar en prisión todos los que se decida, pero su aplicación ha quedado a la medida para acosar y encarcelar personas negras, especialmente jóvenes, y la segunda, de muy posible extendida aplicación, para hostigar y encarcelar a opositores políticos. Los valientes de turno, desde la pequeña reunión a la asamblea de rendición de cuentas del desacreditado Poder Popular o Asamblea Nacional, disponen de un guión que no puede violentarse, so pena de recibir un castigo. En la Isla, hasta la valentía y la supuesta ejercitación de ciudadanía, sin desdeñar las arremetidas de dramatismo, son susceptibles de responder a guiones previamente distribuidos, estudiados y aprendidos al dedillo.



Hace pocos días el Historiador fue invitado al programa televisivo que conduce el cantaautor Amaury Pérez Vidal. “Con dos que se quieran basta”, es el nombre de un espacio siempre finalizado por Pérez afirmando a su invitado de la noche que lo quiere. Con el Sr. Leal, Amaury Pérez se lanzó muchísimo más lejos, afirmando eufórico y conmovido ante las cámaras: “Te amo”, luego de haberse confesado asimismo padre de hijos emigrantes, claro que sin mencionar el término, sino enredándose en la frase: de hijos que residen en el exterior. Los cubanos tememos una relación muy ambigua con los vocablos: les tememos hasta el terror o nos asimos de ellos de manera que llega a parecer y, quizás a ser, irracional.



La confesión del cantaautor y presentador podría quedar como broche de oro para el cierre de un capítulo más del programa: una declaración de amor mutuo entre dos cubanos, entre dos ¿hermanos? felices: ambos en momentos cúspides y maduros de sus sólidas carreras profesionales, ambos con vitalidad para continuar haciendo, algo muy importante: ambos con la confianza suficiente para saber que podrán continuar adelante con sus propósitos profesionales, y, por demás e igualmente muy importante: ambos con hijos residiendo en el exterior y en capacidad práctica de defender ---públicamente y ante las cámaras--- los derechos de sus hijos a seguir siendo ciudadanos cubanos, a volver ---aclaran que de vacaciones--- cuando así lo deseen. Y, ahí, en la pantalla televisiva, un Leal que afirma no han sido reconocidos todos los derechos de ciudadanía que nos pertenecen y, por ellos, hay que seguir trabajando.



¡Bravo! Dan ganas de aclamar, de ovacionar, de lanzar vítores, si… no fuera un Leal con tanto retrazo en su demanda discursiva, si no quedáramos preguntándonos ---insistencia nada vana ni superflua--- cómo conseguirían emigrar los hijos de ambos ---de Pérez Vidal se sabe tiene una suculenta fortuna en el exterior recibida como herencia; asalta una duda: ¿por qué los nacionalistas revolucionarios no depositan su dinero en la Isla, por qué guardan su dinero en los malvados bancos capitalistas?---. ¿Por qué no se pronunciaron de la misma manera cuando los tres jóvenes negros ---uno de ellos internacionalista en las campañas militares del gobierno cubano en tierras africanas, lo que es decir de los ancestros de los tres jóvenes--- que intentaron desviar una pequeña, rústica y pobrísima embarcación hacia las costas de La Florida, fueron sumariamente juzgados y, pese a no haber provocado hechos de sangre, se les condenó a pena de muerte e inmediatamente se cumplió la sentencia, en un acto calificado por la dirigencia del país de “ejemplificante”? ¿Será que el color y la procedencia socioeconómica marca la diferencia para el posicionamiento ante uno y otro hecho, como para la suerte que corren unos y otros jóvenes, digamos, los hijos de ellos y los tres que fueran fusilados? ¿No saben ambas personalidades de la cultura nacional que sí, precisamente la pertenencia etno-racial y el posicionamiento socioeconómico nos diferencian hasta llegar al extremo de verles y escucharles a ellos pasando por salvadores marxistas, librepensadores revolucionarios, supuestamente defender el derecho de la emigración ---¿para todos y todas?, tendríamos que preguntarles---, mientras ni una palabra del por qué de esa situación, ni sobre los modos diferenciados en los cuales blancos y negros emigran ---los primeros fundamentalmente prostituyéndose, los segundos sobre todo por la vía de la reunificación familiar---, muchísimo menos se pronunciarían sobre la desesperada situación de las mayorías y… eso sí que es normal, casi natural… pues marxistamente nos han instruido en la máxima de que pensamos como vivimos y: ellos no viven en la situación de las depauperadas mayorías, así que sus problemas son otros: el derecho de sus hijos residentes en el exterior a la conservación de su ciudadanía en Cuba, por ejemplo.



Ser una personalidad pública implica un elevadísimo nivel de responsabilidad ética, ciudadana, e involucra en igual medida la obligación de defenderlas, de mantenerlas, de alimentarlas. Eso, con independencia del espacio y de la edad, del color y del momento histórico. Eso es, simplemente, invariable; no es algo que se pueda poner en balanza para quitarle quilates sin que se corran riesgos, especialmente, el del descrédito ante los ciudadanos, incluso si estos no ejerce como tal, porque aunque pretenda distorsionársele y manipulársele, lo que no pueden enclaustrarles es su ejercicio de la opinión, aun si esta no trasciende en los medios ni alcanza resonancia a nivel de decisiones. Responsabilidad ética es algo que está faltando tan ampliamente entre tantas personalidades cubanas, tan alejadas de la cotidianidad de la mayor parte de sus compatriotas, que pareciera la tónica de los que participan en esa escala ---¿clase?--- social.



La ciudadanía es espacio de realización individual y colectiva. Las personalidades no son más que ciudadanos investidos ---no siempre muy dignamente--- de cierto ---a veces desmedido--- realce social. No deberían olvidarlo, porque sin bases que les sustenten dejarían de ser personalidades, pasarían al espacio de la invisibilidad y, arropados en la arrogancia, muchos no estarían preparados para ese momento, para ese cambio de condición y de situación; recordemos: aquí existen egos que no obstante el exageradamente anunciado nacionalismo de quienes los exhiben, superan en altitud al Pico Turquino, en realidad son tan altos como el Kilimanjaro, aunque esa elevación no nos pertenezca.



Tal vez los amantes conciudadanos Leal y Pérez estén precisando una revisión urgente y en profundidad de su ética ciudadana, de sus responsabilidades como entes públicos; puede que les apremie recordar los roles que les corresponden y, llegados al momento de la payasada promovida, de esa que salvaguarda sus estatus y los de sus familiares ---también de los residentes en el exterior, permitiéndoles regresar y volver a salir, mantener casas en Cuba, donde tan pocas personas tienen la esperanza de conseguir un pequeñito sitio para pernoctar, etc.---, deban tener mayor cuidado en sus discursivas ínfulas politiqueras, en sus revolucionarias diatribas críticas de su sociedad. No es beneficioso subestimar a las macrocomunidades, menos si se trata de la de origen.



Una sociedad, a menos que de negocios se trate ---¿de eso se trata?--- no la conforman dos individuos, cualesquiera sea la importancia real o imaginada de estos. Una sociedad es una colectividad mayor, no un dúo. A los cubanos y cubanas no nos importa particularmente si Leal y Pérez Vidal se aman, hasta puede parecernos muy positivo que, en vez de hacerse la guerra ---es lo que nos (mal)enseñan---, se deparen amor. Lo que sí debemos tener claro es que, con dos que se amen, no basta para enfrentarnos a tanto mal social que nos corroe desde los cimientos, a tanta indolencia y desvarío políticos ---incluidas las posiciones públicas de ellos, que igual alcanzan repercusión política---, a la enajenación y a la desmoralización que como cuerpo social nos abate, poniendo en peligro la solidez de nuestro ya tan endeble tejido social.



No: con dos que se quieran no basta. Los afectos no anidan sin respeto, y mueren cuando este se extingue. En nuestra nación empezaría a contar el afecto, si es verdadero, cuando nos atreviéramos a consumar ese paso fundamental ante el cual muchas veces ni reparamos, es decir, cuando nos respetemos todos, cuando comencemos a mostrar esas cuotas de tolerancia que hacen posible la convivencia tranquila, colaboradora, equilibrada, que preceden al cariño, sin el cual difícilmente se llega en raptus de desenfreno al amor. Por ese propósito, algunos trabajan… pero es tarea, responsabilidad, obligación ética de todas las cubanas y de todos los cubanos. Harían bien Amaury Pérez y Eusebio Leal si en vez de solazarse egoístamente en su compartido amor, principiaran en el respeto y en la tolerancia hacia todos y todas ---sin discursos que a estas alturas signifiquen una falsa y una burla---, estimulándoles a seguir por iguales senderos, que bien trazados y recorridos pueden conducir más que al amor a la fraternidad, esa que inevitablemente se asume en colectivo, o decididamente no existe.







La Habana, sábado 13 de Noviembre de 2010.-

3: 26 p.m.-





[1] Entrevista realizada por la autora.

[2] A propósito de publicarse en la semana del 7 al 14 de noviembre, los lineamientos que deberán discutirse en el VII Congreso del PCC, a celebrarse en el anos 2011, cada día aparecen en los medios de difusión masiva entrevistas a la ciudadanía al respecto. En las calles muchos dicen estar inconformes con propuestas ahí aparecidas, como la eliminación de la libreta de racionamiento, pero en las entrevistas nadie se expresa disconformidad. Las citadas son expresiones escuchadas en el Noticiero de televisión de la 1: 00 p.m, el sábado 13 de noviembre.
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