Apuntes para un ensayo de revisión histórica (II)

Por Huber Matos A. y Juan F. Benemelis


La etapa que bautizaron en Cuba como “período” especial” merece un examen riguroso. Después de tres décadas, Cuba deja de orbitar en un mundo que ha desaparecido, el socialista. Cuba, la niña mimada de los soviéticos, se ha quedado huérfana (1990).


Es en estas circunstancias cuando la validez del mito revolucionario castrista comienza a fracturarse profundamente. Lo especial de este período fue que el pueblo tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en la realidad. Hasta ese momento habían disfrutado niveles de vida que no correspondían con el estado de la economía cubana.


Durante treinta años de tutelaje y protección, la URSS puede haber invertido en la “revolución cubana” aproximadamente 100,000 millones de dólares de aquellos tiempos. Una suma en extremo significativa para una isla con 114,000 kilómetros cuadrados, cuya población había crecido de seis millones en 1959 a un poco más de diez millones de habitantes en 1990.


Los gastos de los soviéticos en ayuda militar y el financiamiento de aventuras guerrilleras y terroristas, más las guerras africanas, hay que contabilizarlos por aparte. No debe escapar al historiador la importancia de estas dos inversiones fallidas –la civil y la militar– por parte del Kremlin. Hay que indagar en qué grado contribuyeron a la crisis final del imperio soviético.


Los cálculos del costo de la guerra en Afganistán en que incurrió la URSS se han estimado en aproximadamente 8,200 millones de dólares anuales, durante nueve años. Independiente de las destructivas repercusiones sicológicas y políticas de esta guerra en la moral de los rusos, el costo económico total de la dictadura castrista fue mayor.


Además de las importantes relaciones comerciales con sus congéneres marxistas, durante esas tres décadas el gobierno castrista mantuvo relaciones comerciales con todos los países del mundo salvo con los Estados Unidos. El comercio entre Cuba y las democracias industriales de Occidente estuvo amparado, en una u otra forma, por su relación con el socio soviético.


De 1990 en adelante la dictadura tenía el reto de demostrarle al pueblo cubano que podía sobrevivir y prosperar en el concierto del mundo libre, sin el cordón umbilical que le habían financiado en forma permanente los famosos “logros” de la revolución tan admirados en el mundo.


El desafío que tenía el régimen no sólo era mantenerse en el poder, sino sostener los niveles en educación, salud, subvenciones alimenticias, etc. Tenía que legitimarlos como autóctonos. Tareas que requería una dosis de visión y de liderazgo excepcional. El tiempo ha demostrado que no pudo ser.


Durante el “período especial”, Castro, lejos de considerar cambios a su modelo, incorporando reformas como las iniciadas por Gorbachev, trató por todos los medios de aislar a los cubanos de la influencia de los procesos de democratización que experimentaban los países ex comunistas. Desmanteló en Cuba todos los modestos esfuerzos de reforma que se habían puesto en práctica y centralizó aun más en su persona todas las instancias del poder.


Cerró los mercados campesinos y nombró a un general a cargo de la industria azucarera. Comenzó a intentar zafras salvadoras, propios de su manía faraónica. Los resultados fueron desastrosos. Al final, buscando una presunta eficiencia, desmanteló parcialmente esta industria. Así Cuba, que fue uno de los principales productores de azúcar en el mundo, tuvo que llegar a racionársela a sus habitantes y finalmente, a importarla.


Cuando se analice la reacción de Castro ante los acontecimientos que llevaron a la desaparición de la URSS, no será difícil llegar por lo menos a dos conclusiones:


Primero, Castro no entendió que las decisiones tomadas por Gorbachev y respaldadas por un sector importante de la nomenclatura soviética fueron resultado de una larga búsqueda al estancamiento relativo en que se encontraba la URSS respecto al mundo occidental. Los comunistas reformadores habían llegado a la conclusión de que el modelo marxista-leninista estaba agotado y que insistir en el proyecto original aceleraría la decadencia del bloque soviético.


Segundo, él tampoco comprendió que, de continuar aplicando en Cuba el fracasado modelo del mundo comunista, llevaría al país a las mismas circunstancias o a otras peores. Era una cuestión de tiempo, tarde o temprano el modelo fracasaría también en la isla. Gorbachev públicamente advirtió al los dirigentes del bloque socialista del alto precio de no hacer los cambios a tiempo. Castro no solamente no le hizo caso, sino que también lo rechazó.


La URSS tenía enormes recursos propios. Entre ellos era uno de los mayores productores de petróleo del mundo. Cuba, por el contrario, tenía una dependencia especial de la URSS y del mercado socialista. En el caso cubano ambas eran agravantes adicionales que no podían pasarse por alto; había que encararlas con pragmatismo.


Fidel Castro, en su obsesión por el poder, no pudo o no quiso ver que, sin una apertura que sustituyera la permanente inversión que la URSS había estado haciendo por tres décadas en la economía cubana, ésta iría deteriorándose hasta llegar a un punto en que la magnitud de recursos necesarios para enderezar la situación no estaría al alcance de Cuba.


No entendió que Cuba, cualquiera que fuese su bandera ideológica, tenía que prepararse para competir en el mercado mundial, en esos momentos en que el mercado socialista había desaparecido ante sus propios ojos.


Continuará…


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La dinastía y el Congreso del Partido


Fidel y Raúl se dijeron demócratas cuando les convenía; luego usaron el credo comunista para explotar a la URSS y engañar al pueblo cubano. Ahora que ven la muerte al acecho, se han convencido de que la auténtica vocación familiar es gobernar para siempre. Un Castro detrás de otro durante todo el siglo XXI. Por eso han decidido que la dinastía es la mejor forma de gobierno. Es superior porque es permanente. Nunca hay que rendirle cuentas al pueblo. Además, los reyes se enriquecen con la actividad privada: la nacional y las inversiones extranjeras.


Primero fue Fidel, el rey padre y ahora Raúl, el rey hermano. Luego aspiran a que sea uno de sus hijos. Seguirá uno entre los nietos y así per saecula saeculorum. Todos los demás, los hombres y mujeres, los viejos y los niños, los generales, coroneles, capitanes, tenientes, soldados, comités de defensa, son los vasallos del nuevo imperio del que ya forma parte Venezuela.


No es una dinastía por mandato divino, a la usanza europea. En las dinastías revolucionarias la legitimidad emana de la transmutación del proceso en la persona de un hombre. En Cuba fue Fidel y absolutamente nadie más. El era la revolución. Ahora la revolución reencarna en Raúl. El único con derecho al trono. El que puede mentir y equivocarse sin que nada le pase. En Corea del Norte esta metamorfosis ha sido la fuente del poder de tres generaciones: Kim Il Sung padre, Kim Jong-il hijo, Kim Jong-un nieto. Los Castro son su contraparte caribeña.

Por eso cuando la dinastía habla de las reformas económicas, o de trucos que parezcan reformas, nosotros los de la oposición podemos estar o no de acuerdo. Es una cuestión de opiniones, aciertos o adivinanzas. Pueden o no hacer reformas. Si las hacen será creyendo que con ellas consolidan el poder, y si las frenan lo harían con el mismo fin.


Harán lo que tengan que hacer para tratar de sobrevivir. Por eso parece que se contradicen, pero no es así. Están dejando todas las puertas abiertas y cerradas al mismo tiempo. Ellos saben que están arrinconados por sus errores y por las circunstancias. Pero la familia no se rinde porque no puede. Hay muchos recursos malversados. Hay muchos crímenes que pagar. No quieren tener que huir de Cuba y vivir perseguidos para siempre.

El problema del castrismo no es que la fórmula se agotó, sino que se agotó la gente. La fórmula nunca fue viable y el desastre presente es su inevitable resultado. Han gobernado a tres generaciones de cubanos con la mentira, la violencia y la hipocresía. Hoy reinan sobre un pueblo que lo simula todo. Un pueblo que no les cree nada.


Los Castro no saben qué hacer con una población descreída y cansada. No entendieron que, cuando el líder se convierte en el objetivo del proyecto político, los triunfos son personales y los fracasos también. Con un país en ruinas y con la humillante alternativa de tener que reconocer, medio siglo después, que la salvación al caos es la empresa privada, a Raúl Castro no le queda otra alternativa que repartir los fracasos de la corona.


Entonces apela tardíamente a un congreso del Partido Comunista que debieron hacer celebrado hace catorce años. Cree que con eso podrá distribuir la responsabilidad de cinco décadas de errores y de los nuevos rumbos que implican una traición al socialismo marxista que abrazaron en 1959 a un terrible costo humano, social y económico para el pueblo cubano. El Congreso del Partido solo le servirá para escenificar ante el pueblo cubano un exorcismo ridículo y cínico.

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Con dos que se quieran: ¿basta?


Por: María I. Faguaga Iglesias

Historiadora y Antropóloga



¿Qué ha pasado con los cubanos y las cubanas? Es pregunta insistente para no pocos ---dentro y fuera del país, nacionales y extranjeros--- en este inicio del siglo XXI. Un enjambre de ideas, más bien sucesos, se amontonan en la mente de quienes vivimos en la Isla y, por la constancia, por la frecuencia, por la cotidianidad que han adquirido, unos empujan a otros casi con total naturalidad, dejando poco espacio para diseccionarlos, para verles sus intríngulis, para intentar hallar los por qué de sus nefastas existencias, de sus infortunadas reediciones, para intentar comprender cuál envolvente y superior fuerza nos induce a ser sus protagonistas desenfrenados u observadores pasivos, condescendientes, cuasi insensibles.



¿Las carencias materiales conducen, fatal e ineludiblemente, a la ruina moral? Política, ética y cultura, tal vez en esa dirección pueda encaminarse la búsqueda de alguna posible y elemental respuesta a tanto descalabro. De la mesa a la escuela, al centro laboral, al policlínico, al agromercado, al teatro, a la reunión del sindicato, a la reunión de padres o a la de vecinos ---tenemos reuniones a granel… para nada solucionar---, a las marchas del pueblo combatiente, a las concentraciones políticas de cualquier tipo, incluido ese engendro aparecido con el éxodo masivo de 1980: el mitin de repudio, que nadie en su sano juicio se atrevió a repudiar con suficiente energía como para ser escuchado, o, ¿es que, a esas alturas, no quedaba nadie en la Isla con suficiente lucidez y capacidad de discernimiento, con sensatez y serenidad… excepto los que emigraron enfrentándose al derroche de cinismo y maldad? Volvamos: de la mesa a… el mitin de repudio… todo, todo, todo se nos enreda en un denso, asfixiante y pútrido olor, que acaso no queremos olfatear porque, en algún muy apartado sitio de nuestro cerebro, ese consciente inconsciente del que hablan los psicoanalistas nos dice que tenemos en ello suficiente responsabilidad y… que es tiempo de aceptarla y comprometernos con esta… que la gobernabilidad comienza por llevar a cuesta y lo mejor posible nuestras propias vidas y colaborar como colectividad en la búsqueda de armonía y realización individual y colectiva, comenzando por nuestras familias.



Médicos que no saben leer exámenes de rayos-X o no atienden al paciente que no acuda con un regalo que sea de su interés ---mejor si incluye dinero---; maestros que no imparten todo el contenido curricular en el aula para que los familiares del alumno tengan que pagar su servio particular; vendedores siempre pendientes de esquilmar a sus clientes un poco más; clientes que, habiendo sido timados, ante la queja nunca reciben la razón; jefes que despiden a la subordinada de la que no consiguió sexo y profesores que hacen lo mismo… Padrinos religiosos que denuncian ante la policía a sus ahijados; médicos que procuran inducir en el paciente determinado comportamiento, incluso, el divorcio o la salida del país; escuelas en las cuales no se obtendrá matrícula si no se soborna al profesorado o a la dirección del centro; madres y padres felices porque el hijo es luchador o la hija jinetera, o, tal vez, tienen los dos, aumentando sus dosis de felicidad; adultos que instan a los más jóvenes de la familia a lanzarse desde la Bahía de La Habana en loca navegación intentando alcanzar las costas de la Florida, “porque si se lo comen los tiburones de todos modos un día hay que morirse, pero si llega podrá estar bien y mandar dinero”[1]; jóvenes que, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, cuentan ante un selecto auditorio que no da muestras de consternación, haber sido objetos de violaciones sexuales por parte de oficiales mientras pasaban el Servicio Militar; muchachas y muchachos negros condenados, únicamente por su color, al abandono social, a la indiferencia o a quedar atrapados en los estereotipos que el blanco-criollo-discriminado-¿revolucionario? le impone antes de nacer, en demasiadas oportunidades sabiéndose condenados a la cárcel antes de haber delinquido… y más, muchísimo más y peor... porque sí, todo lo infamante, si bien inconfesable por vergonzoso, es posible.



No se trata del mundo del neoliberalismo exacerbado y brutal, ni del Capitalismo salvaje y desalmado. No se trata de los países de Europa del Este salidos del Socialismo Real. Tampoco de la empobrecida América Latina ni de zonas intrincadas China, ni de países africanos en los que se enseñorean los dictadores… aunque… pudiera parecer que sí. Es rápida y somera imagen de la Cuba actual, tras cincuenta y dos años de construcción del Socialismo. Esta es la que los periódicos de la Isla no muestran, como tampoco quieren descubrirla los medios de la izquierda internacional. Esa no es la Cuba de mafiosos ni de gusanos; nada tiene que ver con el bloqueo o embargo, como no sea el interno, el que habiendo bajado desde la cúpula gobernante hasta la base en obstinado comparecer por más de cinco décadas, hace tiempo terminó por reinar entre todos y todas, incluso, al interior de cada uno de nosotros, aunque no seamos conscientes de ello.



Esta es la Isla que descorazona y abate, apaga y hunde, arruina y aleja, o crucifica, aniquila y sepulta. No se la virtual sino la real, la de la cotidianidad de la mayoría de los más de 11 millones de habitantes que ya somos. Esta es la que nos lanza a la búsqueda imperiosa de pasaportes de cualquier parte. En la que su sociedad, patologizada psíquicamente, se debate entre el constante, creciente e inútil estrés y el consumo desmedido de medicamentos tranquilizantes que, cual bálsamo piadoso, receta cualquier médico sin reparos de especialidades. “Paciencia, ayúdame”, es el título de la canción de un artista de moda, Paulito FG… habla de amores que van “al fracaso” y de conservar la “confianza” pese a que “esta vida está llena de engaños”… pareciera que habla de la Isla: ¿dialogará el creador con su subconsciente?



Una sociedad en estado catatónico, sombizada, en la cual la sal ha sido aquellas primeras promesas, y las que vendrían, unas tras otras, en descarga infinita, para que cada vez creyéramos menos, pues casi nunca han sido cumplidas, siendo imperceptible y pobremente demandada su realización, cuando ha sucedido. Una sociedad que lanza al destierro a sus mejores hijas e hijos; en la cual se impone luchar ---eufemismo utilizado para no reconocernos, prácticamente todos y todas, como los ladrones en que nos han impulsado a convertirnos--- para comprar alimentos, medicamentos, jabones o almohadillas sanitarias o…; en la cual una joven madre aspira a que su pequeño hijo se transforme en émulo de Baby Lorens, reguetonero de moda, de apariencia ramplona y con el rostro del expresidente Fidel Castro tatuado en su brazo; donde los periodistas ---olvidando su más esencial función social y las consecuencias elementales de tomar medidas antipopulares---, afirman que sus coterráneos están contentos y muestran comprensión por el más de medio millón de despidos anunciado; donde los medios ponen al corriente sobre las huelgas de jubilados que en el mundo no pueden vivir decentemente con el monto de sus jubilaciones, y omiten a los muy posiblemente más hambreados jubilados cubanos; o, en donde se publica sobre los actos de racismo antinegro sucedidos en Estados Unidos y silencian los de costas adentro; donde se impone delinquir para malvivir; donde nos transformamos en subversivos por el primordial acto humano de pensar, y en enemigos, contrarrevolucionarios, apátridas y delincuentes por reclamar dignidad y justicia social para todos y todas, no solo para una pequeña élite que nos oprime y reprime mientras, en nombre del Socialismo, reproduce vidas de burgueses; donde a través de la televisión escuchamos ---¿escuchamos?---, subalimentados y hastiados de falsedades, hablar de perfeccionamiento económico y de mejorar y actualizar el Socialismo de Cuba.[2]



¿Qué ha pasado en un país en el cual ---como nos enseñaron que exclusivamente ocurría en el Capitalismo--- el hombre es el lobo del hombre? Donde la mayoría, sin importar edad, filiación sexual o pertenencia etno-racial, ideología política y estatus social, medio residencial, raza y profesión, desea emigrar; donde los jóvenes aspiran a no casarse entre sí sino con extranjeros; donde los periodistas son identificados como “soldados”, quedando explícito que no pueden pensar pues cumplen órdenes; donde deportistas de alto rendimiento luego del retiro pueden acabar alcohólicos, haciendo ventas clandestinas o pasando el Estrecho de la Florida en cualquier cosa que flote; donde los Combatientes de la Revolución han terminado sus vidas activas recibiendo jubilaciones acordes al color de la piel y a la honestidad, en proporciones indirectamente proporcionales (mientras más oscura la piel y mayor honestidad, menos beneficios, hasta llegar a ninguno); en donde la actual realización de misiones internacionalistas ---que se supone deba ser motivo de orgullo revolucionario--- pasa por la corrupción y el soborno.



¿Qué pasa en un país de negros y blancos en muy similares porcentajes, en donde la Universidad y la dirigencia son invariablemente blancas? En donde los símbolos patrios se expenden en divisas; y donde el nacionalismo conecta con la tenencia de divisas para lo fundamental, que luego el Estado nos estafa doblemente: con la venta de productos de pésima calidad a elevadísimos precios, y con el cambio obligatorio para poderlos adquirir a una moneda sin valor más que en la Isla. ¿Cómo es posible que nos dejemos arrebatar entre rejas algo tan elemental como los parques? ¿Por qué damos categoría de amo al Historiador de la Ciudad de La Habana? ¿Por qué consideramos normal que los jóvenes irrespeten la historia y las personalidades históricas de la Patria? ¿Qué pasa en una sociedad en la cual el gobierno nos roba a los hijos, nos prostituye el alma, nos despoja de nuestras propias vidas, y generalmente no hacemos nada, todo lo entregamos sin al menos intentar una leve protesta? ¿Por qué desconocemos nuestras leyes? ¿Por qué, si conocedores, no probamos hacerlas cumplir? ¿Por qué hemos interiorizado que no se puede cuestionar ni demandar la labor de los gobernantes? ¿Por qué, si no vivimos en un régimen formalmente monárquico, aceptamos que comiencen a hacer hereditario el poder a sus hijos e hijas? ¿Por qué, al menos, no desconfiamos de un presidente cuyo jefe de escolta personal es su hijo, y cuya no formalmente anunciada primera dama es su hija?



Hemos interiorizado los roles de víctimas y de victimarios, y, a manera de psicoterapia colectiva, las vamos entrelazando en nuestra cotidianidad. Nos victimizamos o permitimos que lo hagan y, a su vez, vamos victimizando a cuantos podemos, especialmente a los que sabemos en posiciones más frágiles, en enredada madeja de hilos que sostienen nuestras desidias, el reflejo de nuestras debilidades humanas, sin quebrarse. Sociedad enferma, malsana, en la que ancianos y niños, mujeres, homosexuales y todos los que consideremos diferentes o débiles, pagarán las abultadas cuentas que otros nos pasan. La pareja nos violenta y la tomamos con los niños; el espacio habitacional no es suficiente y, a sabiendas de que no podemos tener nuestra propia vivienda, la emprendemos contra los ancianos; la pasamos peor por ser negros e importunamos a quienes entre nosotros tengan la piel más oscura, o en vanos y desesperados esfuerzos intentamos acercarnos en apariencia física o subjetivamente a los blancos; el gobierno nos paga salarios ficticios y explotamos a los familiares, especialmente a los que viven en el exterior. Todo… todo hacemos menos reclamar nuestros derechos, menos, pensar en que estamos en capacidad de hacer por nosotros mismos y por las próximas generaciones, que podemos, debemos y tenemos que actuar como ciudadanos, no esperar, no pedir, no seguir acopiando paciencia para obsequiarle nuestro tiempo a quienes nos mal administran, sino actuar, exigir, u ocupar el sitio de los malos gobernantes.



Sociedad enajenada haciendo de la maldad y de la crueldad su antídoto contra tanta pobreza material, que ha llegado a aceptar que la envidia es el deporte nacional. Sociedad envenenada, saturada de discursos que muy pocos escuchan y ni esos, aun queriendo, los creen. Sociedad en la cual los profesionales ganan menos que los policías, y las nóminas de estos crecen con mayor rapidez que la de los emigrantes, reales o potenciales, pese a estos últimos ser tantos. En la que los estudiantes universitarios circulan videos pornográficos de los cuales son protagonistas, y los profesionales confiesan no leer y tienen como ideal de futuro trabajar en un establecimiento donde circule la divisa, no importa si haciendo de porteros o de limpiadores de pisos para turistas que ---muchas veces diciéndose de izquierdas y recriminándonos nuestras acumuladas y muy justificadas frustraciones---, cual miserables mercaderes del sexo, compran a nuestros jóvenes por unas pocas monedas… les compran y les desprecian… en realidad, comúnmente nos desprecian a todos, vengan de donde vengan, con o sin dinero, saben que ser extranjeros en Cuba les concede categoría especial, casi divina.



¿Qué pasa en una sociedad en la cual la violencia de discurso político supera la de los elevadísimos decibelios de la música que en los establecimientos públicos se escucha, ante la estupefacción, molestia y frustración de los vecinos, imposibilitados de impedirlo? ¿Qué pasa cuando ese discurso lanza y reitera que la calle y las universidades son para los revolucionarios? ¿Quién define lo que ser o no revolucionario? ¿Quiénes decidirán los que lo sean o no? ¿Qué sucederá con el resto, los no elegibles para esa categoría? ¿Quién y con cuál fundamento impone la obligatoriedad de serlo? ¿Por qué lo permitimos? ¿No es suficiente haber nacido cubana o cubano para gozar de los mismos derechos, para responder por el cumplimiento de iguales deberes y obligaciones? ¿Por qué y en cuál fatídico momento aceptamos que la política restringiera nuestra ciudadanía e, incluso, nuestro sentido de familia, de amistad y de nación, nuestra pertenencia, nuestro sentir y nuestro disfrute culturales? ¿Por qué unos pueden expresarse y otros ---la mayoría--- no? ¿Cuándo, por cuáles motivos y por cuánto tiempo lo admitiremos? ¿Fue una eventualidad después eternizada? ¿Por qué, cada día de nuestras difíciles y tenebrosas vidas, nos sometemos y humillamos? ¿Por qué se asume como natural que los jóvenes negros sean carne de presidio? ¿Por qué no reaccionamos ante un acto de repudio, incluso si sabemos que tantas veces son escenificados exclusivamente por pensar diferente y expresarlo? ¿Por qué no nos oponemos si muchas veces somos conscientes de que coincidimos con el pensamiento de la víctima repudiada? ¿Por qué respondemos a nuestra consciencia con aquel trillado y enajenado, desalmado e inhumano: sabe como son las cosas aquí, así que se lo buscó? ¿Cómo no querer darnos cuenta de que, si nos lo buscáramos todas y todos, nadie quedaría para hacer semejantes monstruosidades? ¿Por qué continuamos aplaudiendo a un gobierno capaz de lanzar al linchamiento y a los choques fraticidas a los hijos de estas tierras? ¿Hemos llegado al grado de inferioridad en la especie humana en que nos parece normal que sean golpeadas, arrastradas… ultrajadas, las mujeres que defienden los derechos de sus esposos, padres, hijos y hermanos condenados a prisión por el delito de la libre expresión? ¿Tan pobres espiritualmente somos que consideramos normal que sean golpeadas por turbas, y lastimadas en su integridad física y moral, mujeres negras por reunirse con otras personas de su raza para hablar sobre los problemas que les aquejan, y que saben, se recrudecen decisivamente por su pertenencia etno-racial? ¿No nos estremece, alarma y enerva ver a nuestras y nuestros profesionales prostituyendo desde su cuerpo hasta su cerebro y su alma para poder comer, muchas veces para obtener los recursos con los cuales trabajar?



El miedo paraliza. La desidia enajena. Miedo y desidia. Parálisis y enajenación. Combinaciones terribles conscientemente concebidas por un Estado totalitario, autopensado todopoderoso y estructurado con la ambición de lograrlo o, hacérnoslo consentir. Pero… ni las religiones son eternas. A fin de cuentas, todas las instituciones son creaciones humanas. En extraña imbricación, ya no sabemos si hemos creado a nuestros dioses o hemos sido creados por ellos. Ningún gobierno tiene carácter divino. No importa cuánto puedan, deseen y necesiten creerlo los gobernantes; ni cuánto insistan en que lo creamos. Los gobiernos, ni más ni menos que instituciones humanas, creaciones nuestras, igualmente son mortales, se transforman o fenecen. Es nuestra responsabilidad y obligación velar por su buen funcionamiento, al igual que deshacernos de estos cuando no cumplen con sus compromisos y obligaciones, cuando no administran bien esa familia extendida que constituye una sociedad, en la que no tiene que haber sometimientos.



En estos cincuenta y dos años de Revolución ---con mayúscula, para envanecimiento mayor y, así nos enseñaron a escribirlo, pretendiendo que lo aceptáramos eternamente--- muy rara vez se ha llegado a escalar los peldaños del poder teniendo afincados en los valores, el prestigio, la honestidad y el esfuerzo personales y, en esos casos excepcionales, las caídas han resultado estrepitosas y muy hacia abajo, en un país en el cual hemos aprendido una rápida lección: los dirigentes nunca se caen para abajo… no, ellos rebotan… generalmente… Claro, casos excepcionales han tendido a ser los dirigentes negros: recordemos a Carlos Aldana y Robinson, por ejemplo, y no es que se les crea santos, es que de lo que se puede estar seguros es de que no habrán hecho mucho más que los otros corruptos ---blancos-criollos-racistas--- con quienes se codeaban y que, cansados de estar entre negros, les defenestraron o ayudaron a que tal ocurriera, y, por supuesto ---también sobreviene ese final si se es negro--- a que les desmoralizaran.



No se habría llegado, en esa dinámica de posicionamientos sociales, profesionales, a Historiador de la Ciudad de La Habana, exclusivamente por la excelencia de la labor científica ni por demostrar las habilidades necesarias para impulsar el trabajo ineludible para detener el Apocalipsis total de una ciudad en ruinas. Es indispensable el mérito revolucionario, estar cerca de los personajes de poder político que deciden en el mundo de la intelectualidad, y saber hacerse útil e indispensables para ellos. Entre la intelectualidad isleña eso no es secreto; todos lo saben y muchos lo usan y abusan, especialmente cuando se percatan de situarse por debajo de la mediocridad, pero asimismo lo hacen no pocos conocedores de que con sus magníficas actitudes y aptitudes no llegarán lejos sin el empujoncito adecuado y oportuna ---¿oportunistamente?--- necesario.



Los que arriban a la cima, esos, pueden, llegado el caso y comprobada políticamente la necesidad de hacerlo, una vez calculada la oportunidad y la relación costo-beneficio, hablar, decir ciertas verdades que actúen como catalizadores de medidas que políticamente entrarán en vigor próximamente, o que actúen como voceros encauzadores de los comentarios críticos de la población. Esos son los que, en determinados escenarios, se presentan como nuestros defensores, los personajes que nos van a redimir. Esos son los valientes de turno, de los cuales se escucha premeditadamente decir: ¿Viste como habló? ¡Ese sí tiene valor! ¡Estuvo fuerte lo que dijo! ---en Cuba decir la verdad, incluso a medias, es interpretado como “fuerte” y “valeroso”---. Y no sabes si reír o llorar, si blasfemar al valiente circunstancial o aplaudirlo por haber dicho, algo, de lo que todos piensan y, a veces, hasta dicen.



En el último Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) --- entidad a la cual no pertenecen todos los escritores y artistas del país, pero sí muchos que nunca lo han sido---, Leal estuvo entre los valientes de turno. La emprendió en contra de la demonización de la emigración. Habló de sus hijos residiendo en el exterior ---si los cubanos no tenemos libertad para salir del país, ni siquiera para abandonarlo definitivamente, interesante pregunta para el Sr. Historiador de la Ciudad sería: ¿cómo lo consiguieron los hijos del amo de nuestra capital?---, y de las injusticias de no considerar cubano y con derecho de volver al terruño a todo el que se va, a menos que participe en organizaciones anticubanas ---¿nos definirá el Historiador qué entiende, el, por cubano; que por anticubano?--- y… se envolvió en toda una diatriba reivindicadora de nuestros nunca existentes ---en estas cinco décadas--- derechos a la libertad de movimiento como ciudadanos cubanos, descuidando mencionar que se llegara tan lejos como a limitar el derecho de una persona a salir no ya de su provincia sino hasta de su vivienda sin que medie acción judicial, o se le ha prohibido visitar determinados centros, etc.



Señalamientos aparte, hubiese sido muy favorable para la ciudadanía, toda, ya que el Historiador de la Ciudad de La Habana estaba autorizado a expresarse, que igualmente lo hiciera sobre la leonina Ley de Peligrosidad Predelictiva o sobre la popularmente conocida como Ley Mordaza. Ciertamente, hay que reconocer que difícilmente ambas perjudiquen a sus familiares; con la primera pudiéramos estar en prisión todos los que se decida, pero su aplicación ha quedado a la medida para acosar y encarcelar personas negras, especialmente jóvenes, y la segunda, de muy posible extendida aplicación, para hostigar y encarcelar a opositores políticos. Los valientes de turno, desde la pequeña reunión a la asamblea de rendición de cuentas del desacreditado Poder Popular o Asamblea Nacional, disponen de un guión que no puede violentarse, so pena de recibir un castigo. En la Isla, hasta la valentía y la supuesta ejercitación de ciudadanía, sin desdeñar las arremetidas de dramatismo, son susceptibles de responder a guiones previamente distribuidos, estudiados y aprendidos al dedillo.



Hace pocos días el Historiador fue invitado al programa televisivo que conduce el cantaautor Amaury Pérez Vidal. “Con dos que se quieran basta”, es el nombre de un espacio siempre finalizado por Pérez afirmando a su invitado de la noche que lo quiere. Con el Sr. Leal, Amaury Pérez se lanzó muchísimo más lejos, afirmando eufórico y conmovido ante las cámaras: “Te amo”, luego de haberse confesado asimismo padre de hijos emigrantes, claro que sin mencionar el término, sino enredándose en la frase: de hijos que residen en el exterior. Los cubanos tememos una relación muy ambigua con los vocablos: les tememos hasta el terror o nos asimos de ellos de manera que llega a parecer y, quizás a ser, irracional.



La confesión del cantaautor y presentador podría quedar como broche de oro para el cierre de un capítulo más del programa: una declaración de amor mutuo entre dos cubanos, entre dos ¿hermanos? felices: ambos en momentos cúspides y maduros de sus sólidas carreras profesionales, ambos con vitalidad para continuar haciendo, algo muy importante: ambos con la confianza suficiente para saber que podrán continuar adelante con sus propósitos profesionales, y, por demás e igualmente muy importante: ambos con hijos residiendo en el exterior y en capacidad práctica de defender ---públicamente y ante las cámaras--- los derechos de sus hijos a seguir siendo ciudadanos cubanos, a volver ---aclaran que de vacaciones--- cuando así lo deseen. Y, ahí, en la pantalla televisiva, un Leal que afirma no han sido reconocidos todos los derechos de ciudadanía que nos pertenecen y, por ellos, hay que seguir trabajando.



¡Bravo! Dan ganas de aclamar, de ovacionar, de lanzar vítores, si… no fuera un Leal con tanto retrazo en su demanda discursiva, si no quedáramos preguntándonos ---insistencia nada vana ni superflua--- cómo conseguirían emigrar los hijos de ambos ---de Pérez Vidal se sabe tiene una suculenta fortuna en el exterior recibida como herencia; asalta una duda: ¿por qué los nacionalistas revolucionarios no depositan su dinero en la Isla, por qué guardan su dinero en los malvados bancos capitalistas?---. ¿Por qué no se pronunciaron de la misma manera cuando los tres jóvenes negros ---uno de ellos internacionalista en las campañas militares del gobierno cubano en tierras africanas, lo que es decir de los ancestros de los tres jóvenes--- que intentaron desviar una pequeña, rústica y pobrísima embarcación hacia las costas de La Florida, fueron sumariamente juzgados y, pese a no haber provocado hechos de sangre, se les condenó a pena de muerte e inmediatamente se cumplió la sentencia, en un acto calificado por la dirigencia del país de “ejemplificante”? ¿Será que el color y la procedencia socioeconómica marca la diferencia para el posicionamiento ante uno y otro hecho, como para la suerte que corren unos y otros jóvenes, digamos, los hijos de ellos y los tres que fueran fusilados? ¿No saben ambas personalidades de la cultura nacional que sí, precisamente la pertenencia etno-racial y el posicionamiento socioeconómico nos diferencian hasta llegar al extremo de verles y escucharles a ellos pasando por salvadores marxistas, librepensadores revolucionarios, supuestamente defender el derecho de la emigración ---¿para todos y todas?, tendríamos que preguntarles---, mientras ni una palabra del por qué de esa situación, ni sobre los modos diferenciados en los cuales blancos y negros emigran ---los primeros fundamentalmente prostituyéndose, los segundos sobre todo por la vía de la reunificación familiar---, muchísimo menos se pronunciarían sobre la desesperada situación de las mayorías y… eso sí que es normal, casi natural… pues marxistamente nos han instruido en la máxima de que pensamos como vivimos y: ellos no viven en la situación de las depauperadas mayorías, así que sus problemas son otros: el derecho de sus hijos residentes en el exterior a la conservación de su ciudadanía en Cuba, por ejemplo.



Ser una personalidad pública implica un elevadísimo nivel de responsabilidad ética, ciudadana, e involucra en igual medida la obligación de defenderlas, de mantenerlas, de alimentarlas. Eso, con independencia del espacio y de la edad, del color y del momento histórico. Eso es, simplemente, invariable; no es algo que se pueda poner en balanza para quitarle quilates sin que se corran riesgos, especialmente, el del descrédito ante los ciudadanos, incluso si estos no ejerce como tal, porque aunque pretenda distorsionársele y manipulársele, lo que no pueden enclaustrarles es su ejercicio de la opinión, aun si esta no trasciende en los medios ni alcanza resonancia a nivel de decisiones. Responsabilidad ética es algo que está faltando tan ampliamente entre tantas personalidades cubanas, tan alejadas de la cotidianidad de la mayor parte de sus compatriotas, que pareciera la tónica de los que participan en esa escala ---¿clase?--- social.



La ciudadanía es espacio de realización individual y colectiva. Las personalidades no son más que ciudadanos investidos ---no siempre muy dignamente--- de cierto ---a veces desmedido--- realce social. No deberían olvidarlo, porque sin bases que les sustenten dejarían de ser personalidades, pasarían al espacio de la invisibilidad y, arropados en la arrogancia, muchos no estarían preparados para ese momento, para ese cambio de condición y de situación; recordemos: aquí existen egos que no obstante el exageradamente anunciado nacionalismo de quienes los exhiben, superan en altitud al Pico Turquino, en realidad son tan altos como el Kilimanjaro, aunque esa elevación no nos pertenezca.



Tal vez los amantes conciudadanos Leal y Pérez estén precisando una revisión urgente y en profundidad de su ética ciudadana, de sus responsabilidades como entes públicos; puede que les apremie recordar los roles que les corresponden y, llegados al momento de la payasada promovida, de esa que salvaguarda sus estatus y los de sus familiares ---también de los residentes en el exterior, permitiéndoles regresar y volver a salir, mantener casas en Cuba, donde tan pocas personas tienen la esperanza de conseguir un pequeñito sitio para pernoctar, etc.---, deban tener mayor cuidado en sus discursivas ínfulas politiqueras, en sus revolucionarias diatribas críticas de su sociedad. No es beneficioso subestimar a las macrocomunidades, menos si se trata de la de origen.



Una sociedad, a menos que de negocios se trate ---¿de eso se trata?--- no la conforman dos individuos, cualesquiera sea la importancia real o imaginada de estos. Una sociedad es una colectividad mayor, no un dúo. A los cubanos y cubanas no nos importa particularmente si Leal y Pérez Vidal se aman, hasta puede parecernos muy positivo que, en vez de hacerse la guerra ---es lo que nos (mal)enseñan---, se deparen amor. Lo que sí debemos tener claro es que, con dos que se amen, no basta para enfrentarnos a tanto mal social que nos corroe desde los cimientos, a tanta indolencia y desvarío políticos ---incluidas las posiciones públicas de ellos, que igual alcanzan repercusión política---, a la enajenación y a la desmoralización que como cuerpo social nos abate, poniendo en peligro la solidez de nuestro ya tan endeble tejido social.



No: con dos que se quieran no basta. Los afectos no anidan sin respeto, y mueren cuando este se extingue. En nuestra nación empezaría a contar el afecto, si es verdadero, cuando nos atreviéramos a consumar ese paso fundamental ante el cual muchas veces ni reparamos, es decir, cuando nos respetemos todos, cuando comencemos a mostrar esas cuotas de tolerancia que hacen posible la convivencia tranquila, colaboradora, equilibrada, que preceden al cariño, sin el cual difícilmente se llega en raptus de desenfreno al amor. Por ese propósito, algunos trabajan… pero es tarea, responsabilidad, obligación ética de todas las cubanas y de todos los cubanos. Harían bien Amaury Pérez y Eusebio Leal si en vez de solazarse egoístamente en su compartido amor, principiaran en el respeto y en la tolerancia hacia todos y todas ---sin discursos que a estas alturas signifiquen una falsa y una burla---, estimulándoles a seguir por iguales senderos, que bien trazados y recorridos pueden conducir más que al amor a la fraternidad, esa que inevitablemente se asume en colectivo, o decididamente no existe.







La Habana, sábado 13 de Noviembre de 2010.-

3: 26 p.m.-





[1] Entrevista realizada por la autora.

[2] A propósito de publicarse en la semana del 7 al 14 de noviembre, los lineamientos que deberán discutirse en el VII Congreso del PCC, a celebrarse en el anos 2011, cada día aparecen en los medios de difusión masiva entrevistas a la ciudadanía al respecto. En las calles muchos dicen estar inconformes con propuestas ahí aparecidas, como la eliminación de la libreta de racionamiento, pero en las entrevistas nadie se expresa disconformidad. Las citadas son expresiones escuchadas en el Noticiero de televisión de la 1: 00 p.m, el sábado 13 de noviembre.
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SUBIÓ PERO NO ALCANZA



Ente el año 2004 y el 2009, el salario de los trabajadores cubanos se incrementó 145 pesos. Anteriormente, la media salarial era de 284 pesos. En estos momentos, no sobrepasa los 429 pesos, lo que representa 24 CUC mensuales. Esto equivale aproximadamente a un CUC diario. Tal como están los precios, con ese dinero resulta difícil comprar una libra de pollo y mucho menos un litro de aceite para cocinar.


La precariedad de la vida de la familia cubana es cada día peor, debido a la poca capacidad de compra del salario real, que se agrava por la raquítica oferta de productos en los mercados agropecuarios estatales.


Estos establecimientos ponen a la venta grandes cantidades boniato, malanga, yuca y maíz en ocasiones. Los plátanos, que estuvieron a la venta a 70 centavos la libra, retornaron a su precio original, 2.80 la libra.


Resulta difícil encontrar en estos establecimientos frijoles y cítricos, Desde hace meses, el arroz y la papa se ofertan en contadas ocasiones. Han desaparecido los tomates, pepinos, lechugas, coles, acelgas, zanahorias y remolacha, entre los de mayor demanda.


Cuando se va a cocinar, hay que hacer milagros para condimentar la comida, porque han desaparecido la cebolla y el ají. Sólo se encuentra ajo, cuyo precio mínimo es un peso por cabeza.


Al cierre de septiembre, los resultados de la producción agrícola son desalentadores. Tuvo una caída del 10%, razón más que suficiente para que no haya naranjas ni limones. La producción de cítricos experimentó en este año una caída de un 27%. Sólo la toronja reportó un incremento de 181.3%, pero en ningún mercado se encuentra esta fruta.


El gobierno cubano, desde que tomó el poder en 1959, continúa sin resolver la alimentación de la familia cubana. Por mucha matemática que se aplique, por minuciosas que sean las operaciones de suma y resta, la concreta es que con 24 CUC mensuales, la comida diaria se ha convertido en una en pesadilla en la que están atrapados la mayoría de los cubanos.


Resulta una odisea, con 429 pesos mensuales de salario, adquirir los alimentos más perentorios y el aseo personal y ni pensar comprar una libra de cebolla, que en los mercados de oferta y demanda su precio es de 40 pesos. Algo similar ocurre con los tomates, los pimientos, limones y naranjas y fruta bombas. El costo de la libra de estos productos sobrepasa los l5 pesos.


Ni pensar en la carne de cerdo, cruda o ahumada, la libra fluctúa de acuerdo a la calidad entre 25 y 40 pesos.


En los primeros nueves meses del año se produjeron 2.2 millones de toneladas de viandas y hortalizas. Esto representa menos de un kilogramo por habitante, de ese total las más afectadas fueron las hortalizas y los vegetales, que tuvieron un decrecimiento de un 19%, razón por la cual dichos productos no se ven por ninguna parte.


Una muestra de los efectos negativos de la centralización y la burocratización de la agricultura estatal, es que su producción sobrepasó el 70%, pero las cooperativas y campesinos privados con sólo el 23% cosechado, después de entregar obligatoriamente el 70% de sus producciones al Estado, son los que garantizan más productos a los mercados de oferta y demanda que venden a precios prohibitivos.

La mayoría de las familias cubanas hacen sólo una comida al día, porque con el salario que se devenga ni pensar en hacer dos… La cuenta no da.


Como consecuencia de los miserables salarios que devengan, la mayoría de los trabajadores tienen que inventar y hacer maromas para comprar lo más barato y estirar lo más posible los 24 CUC hasta el próximo mes en que vuelvan a cobrar para continuar en la agonía de nunca acabar de buscar qué comer.



Capdevila, La Habana, 11 de noviembre de 2010, (Primavera Digital)
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La verdad verdadera: la venta de Cuba



En Cuba el gobierno monopoliza la actividad económica con excepción de la industria turística que comparte con sus socios españoles. Hay un grupo de agricultores tradicionales, más las actividades independientes –ahora legales– en que participan aproximadamente un millón de cubanos conocidos como cuentapropistas. En muchos casos son vendedores ambulantes o fabricantes artesanales que con dificultad sobreviven.

Hace algunas semanas el régimen anunció que, de los cinco millones de empleados estatales que tenían, había que despedir a un millón. El despido de tal porcentaje de trabajadores provocaría una catástrofe en cualquier país del mundo menos en Cuba. En la isla las fuerzas del “orden público” reparten golpes y mandan a la cárcel, al hospital o al cementerio a quien se atreva a protestar contra una disposición del estado sabio y benefactor.

Según el lenguaje oficial, la decisión fue el producto de un análisis serio. Iban a despedir a la fuerza laboral excesiva. En consecuencia, los cuatro millones de empleados que quedaban en la nómina del estado no tenían porqué preocuparse. Aquel anuncio fue una cortina de humo para esconder la verdad verdadera, porque en Cuba casi todas las verdades oficiales son falsas.

¿Cuál es la verdad? Que hay que buscar una forma de entregarle el país al capitalismo, eso sí, sin perder el poder y, con la complicidad de los capitalistas. Que el país es un desastre porque la economía estatizada ha fracasado en todas partes donde se ha puesto en práctica. Que no son un millón de empleados los que sobran sino, los restantes cuatro millones que trabajan para el Estado.

Encubren todo esto haciendo público –a bombo y platillo– el tema de discusión del próximo congreso del partido comunista a celebrarse en abril: los cambios económicos. Los cubanos sabemos que en ese congreso no se va a discutir nada, allí los delegados van a simular y a aprobar lo que ya está dispuesto.

¿A dónde van a parar los cinco millones de cubanos cuando se vayan quedando sin empleo? ¿Quién puede absorber semejante fuerza de trabajo? El truco consistía primero en hacer ruido para desviar la atención legalizando a los cuentapropistas, a los que de paso, asfixian con los impuestos más altos del mundo. Ahora dejan caer solapadamente el tema fundamental, se cerraran las empresas estatales que no sean rentables.

Entonces ¿quién le va a dar trabajo a un pueblo con hambre si el gobierno no es el patrono? Solo hay una respuesta y una solución: van a ser las empresas extranjeras capitalistas que irán a Cuba a hacerse dueñas del país en componenda con la dictadura. Es exactamente el esquema que tiene el régimen con los españoles en la industria turística. ¿Acaso la dictadura no lleva meses proponiendo en el exterior el desarrollo de campos de golf, marinas y la venta de condominios para extranjeros en Cuba?

Cuando apriete el hambre, la tiranía espera que el pueblo la aplauda por decidir lo que ya en secreto ha aprobado. Esa es la verdad verdadera.


Nota: el gráfico es el símbolo de traición en japonés
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APUNTES PARA UN ENSAYO DE REVISIÓN HISTÓRICA (I)

Por Huber Matos y Juan Benemelis

La teoría del dominó comunista falló en Cuba porque el triunfo de la revolución no fue el resultado de que una división de tanques soviéticos hubiera tomado La Habana como sucedió, en una u otra modalidad militar, en los países de Europa del Este. Moscú, además de sus ambiciones imperiales, creía en la misión de extender el comunismo en el mundo. En Cuba la agenda del castrismo nunca fue el comunismo sino el poder total y exclusivo para Fidel Castro. El pueblo, el discurso demagógico, las alianzas, los enemigos y las ideologías solo fueron los medios.


En más de cincuenta años la influencia –positiva o negativa– de los Estados Unidos ha sido determinante en la supervivencia del castrismo. Al principio el tema de discusión y análisis se concentró en la rivalidad entre ambos países –o gobiernos– que muy rápidamente condujo a la fracasada invasión de Playa Girón en 1961. Más que la derrota de las fuerzas exiliadas este hecho representó el aniquilamiento de la resistencia interna al incipiente y todavía débil totalitarismo castrista. El fracaso consolidó la dictadura de Fidel Castro. Desde aquellos tiempos el tema permanente de debate ha sido acerca de los beneficios o perjuicios del embargo comercial, polémica que continúa hasta nuestros días.

Otras acciones de importancia de parte de los Estados Unidos, y no relacionadas con la invasión o el embargo comercial, han sido convenientemente pasadas por alto. Una de ellas es la ley de ajuste cubano que, aparte de favorecer en muchos casos –no en todos– la reunificación familiar, ha debilitado a la oposición y ha servido al castrismo. Tampoco es fácil encontrar en la literatura del proceso un análisis imparcial de los aciertos y errores de la oposición exiliada. Tal vez sea la hora de examinarlos con objetividad.

La influencia coyuntural o permanente de estos factores ha resultado en hechos incontrovertibles. El castrismo se ha sostenido en Cuba: a) por una mezcla fluctuante de lealtad y temor conque hasta el último momento se ha comportado una élite incondicional al dirigente histórico del proceso; b) por el profundo miedo a la represión y al cambio que el estado represivo ha podido inculcar en el pueblo cubano; y c) por la subvención soviética, el apoyo del Occidente democrático y en los últimos diez años la subvención venezolana.

Castro ha sido un buen táctico –también con mucha suerte. Al analizar los resultados de medio siglo de gobierno la conclusion evidente es que ha sido un estratega desastroso. Su monopolio del poder tuvo como primera víctima al propio Movimiento 26 de Julio con el que triunfó en 1959. Castro traicionó sus ideales y su programa. Su dirigencia democrática terminó en el paredón de fusilamiento, en la cárcel o en el exilio. Luego el proceso de “castración” del país convirtió en débiles entelequias el partido comunista y la burocracia estatal. Su absolutismo no le dio margen para recapacitar sobre el resultado final de sus esfuerzos. Siempre primó en Castro el temor al quebranto de su autoridad.

Se desconoce en el mundo que dentro de esa burocracia, debilitada pero consciente de los problemas del sistema, se anidaron corrientes a favor de cambios mucho antes de la crisis en la URSS. Desde la década de los sesenta, salvo en pequeños grupúsculos del gobierno, el entramado burocrático en Cuba había perdido la fe en el modelo recetado por Moscú, incluso se había desarrollado una actitud antisoviética. Castro no vio o no quiso ver lo que para muchos a su alrededor era obvio, la URSS había fracasado y, si Cuba copiaba el modelo, iba por el mismo camino.

La frustración de la burocracia cubana no surge con la perestroika, sino que arranca desde que los viejos bonzos comunistas quisieron poner en práctica formas y métodos de control económico análogos a los de la URSS. Castro, con el argumento de un par de ideas desacertadas del Che, declinó ladinamente las presiones de reforma para no dejarse atrapar en una corriente de cambios que debilitarían su poder total.

También es importante recordar que la disidencia y la oposición, y la defensa de los derechos humanos no arrancaron en la década de los noventa, sino a fines de los sesenta, cuando la juventud que había abrazado la revolución y el marxismo se frustró ante el descarnado totalitarismo de Fidel Castro. El Comité Cubano Pro Derechos Humanos fundado por Ricardo Bofill en 1976 es un caso ejemplar. Esto es parte de una historia que merece revaloración.

La actual disidencia y oposición cubana cuenta con muchas ventajas, entre ellas la globalización de la información. La disidencia interna de los sesenta, setenta y ochenta lucharon en condiciones mucho más difíciles. En incontables casos en el absoluto y vulnerable anonimato, a pesar de sus audaces actos de rebeldía ante una represión completamente radical.

Antes de los ochenta Castro no era ajeno al descontento de un sector contestatario, ni al repudio silencioso de una burocracia que deseaba reformas. Su régimen se enfrentaba a una crisis económica que parecía insuperable. Al mismo tiempo había aparecido en escenario nacional e internacional su archienemigo el Comandante Huber Matos, recién liberado en 1979 después de dos décadas de prisión. Este conjunto de factores representaron un reto peligroso para el régimen.

La reuni
ón entre el Comandante Huber Matos y el Presidente Rómulo Betancourt de Venezuela a principios de 1980 resultó en un acuerdo de cooperación entre los dos grandes partidos de ese país: los socialdemócratas de Acción Democrática y los demócrata-cristianos de Copei con el movimiento cubano que unos meses después sería fundado en Caracas: Cuba Independiente y Democrática (CID).

La Voz del CID comenzó sus transmisiones a la isla en 1981. Lejos de predicar la violencia, el mensaje estaba orientado a destacar el fracaso del sistema y la necesidad de un cambio democrático en Cuba como consecuencia de una uni
ón entre los militares, los miembros del gobierno y el pueblo. La imagen de una oposición que lejos de buscar una revancha militar predicaba una reconciliación nacional con una agenda revolucionaria pero democrática comenzó a cambiar la percepción en Cuba del típico enfrentamiento entre revolucionarios frente a contrarrevolucionarios.

La credibilidad y penetración de esta programación de corte ideológico/político en Cuba fue políticamente más efectiva que las de las transmisiones de Radio Martí, una emisora financiada por el gobierno de los Estados Unidos que comenzó sus transmisiones a Cuba cuatro años después en 1985, con un presupuesto catorce veces mayor al de la Voz del CID.

La Fundación Cubano Americana dirigida por Jorge Mas Canosa, concentró sus esfuerzos en el cabildeo en Washington y logró alcanzar un poderoso nivel de influencia en la política estadounidense hacia Cuba, que luego fue asumido por los congresistas cubanoamericanos hasta nuestros días.

En la década de los ochenta el castrismo perdió la iniciativa ideológica y el monopolio de la información. La defensa de los derechos humanos en la isla fue más visible y activa en un ambiente todavía muy hostil por parte del régimen. Nadie podía imaginar que en 1990 la Unión Soviética desaparecería y que el castrismo quedaría intelectual y materialmente huérfano.

En la medida que la crisis en el bloque oriental se bosquejaba, Castro respondía con mayor radicalismo. Despojó al Partido Comunista y al Estado de cualesquiera prerrogativas de reformas. Purgó a elementos reformistas. Saneó los órganos de seguridad e inteligencia y, cuando vio peligro en las esferas militares, les dio un escarmiento. El fusilamiento del General Arnaldo T. Ochoa en 1989 fue un intento de liquidar de un solo golpe el descontento en las filas de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, en 1992 el Comandante Juan Almeida fue temporalmente puesto en arresto domiciliario.

De forma repentina las transmisiones de la Voz del CID fueron interrumpidas a principios de los noventa y sus incipientes transmisiones de televisión (TeleCID) fueron perseguidas por la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos). La intervención y presión directa de Washington contra el país latinoamericano que respaldaba estas transmisiones fueron evidencias de un acuerdo secreto entre la dictadura castrista y el gobierno de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el Congreso estadounidense aprobaba un sustancial presupuesto para TV Martí, un proyecto patrocinado por la Fundación Cubano Americana.

Fidel Castro pudo neutralizar el malestar en la burocracia y en la Fuerzas Armadas y también impedir el crecimiento del descontento que las transmisiones del CID alimentaban en la isla. Fueron momentos críticos para el régimen a los que se habían sumado los negativos efectos políticos y económicos que provocó el reciente desplome la URSS.

Con una victoria contra el descontento interno y la oposición representada por el CID, el dictador se sintió más seguro. En consecuencia, desaprovechó la oportunidad que le presentó los Estados Unidos de un acuerdo cuyas únicas condiciones era renunciar a su intervencionismo exterior y a su colaboración con el narcotráfico internacional. También rechazó los consejos planteados por Gorbachov. Con terquedad se atrincheró en el mito revolucionario. Era la única forma de mantener su monopolio personal de poder.

Fidel Castro alimentó el lenguaje, los símbolos y las viejas banderas de la izquierda tercermundista, señaló que el resto del planeta estaba equivocado y le dio nueva vida a su guerra santa antiimperialista. En medio de un diseño de regresión a una economía cada vez más controlada por el estado, el dictador creyó que su alianza con las empresas turísticas españolas, y el desarrollo de esa industria en Cuba, podría asegurarle un nivel de ingresos suficientes para la supervivencia de su régimen.

Apoyado de sus viejos guerrilleros, el líder se negó aplicar una emulsión civilizadora y atenuar en Cuba los problemas que debilitaron a la URSS y que provocaron su desintegración. Fidel Castro se concentró en superar la crisis provocada por fin del mercado socialista y de la subvención soviética. Este había sido la fuente inagotable de recursos que le permitió al régimen mostrar logros y mantener un nivel de vida en Cuba que no correspondía a su ineficiente economía.

Comenzó en la isla lo que se conoció como el “periodo especial”, en el cual los índices económicos cubanos descendieron sustancialmente. Todavía no se han podido recuperar.


Continuará


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