Reinaldo Escobar y el reto de un hombre: ¡Wir sind das Volk!
Reinaldo Escobar retó al agente de policía política que había agredido a su esposa Yoani Sánchez, el tristemente famoso “Rodney”, a un encuentro no violento en una calle de La Habana. Escobar en realidad estaba desafiando el poder de una burocracia octogenaria.
¿De qué otra forma se puede explicar que, en lugar de Rodney, Escobar encontró a una turba organizada que lo rodeaba gritando a coro: “esta calle es de Fidel…esta calle es de Fidel”? ¿A qué viene esto? Se supone que todas las calles, carreteras, caminos, veredas, atajos, trillos, puertos y aeropuertos de Cuba son de Fidel. Por medio siglo han sido de él y de nadie más. Alguna duda tendrán cuando necesitan ratificarlo con semejante alarde.
Temían que Escobar le robara una calle a Fidel. ¿Qué hacer? ¿Mandar a expertos en karate a dar golpes con varillas de construcción escondidas en periódicos, – otro de los logros de la revolución, porque los anticuados policías de Batista daban palos con garrote? Nada mejor que la chusma castrista advirtiendo a los cubanos: Que no se lo ocurra a nadie robarle una calle a Fidel porque “esta calle es de Fidel, esta calle es de Fidel”.
¿Y se puede robar una calle? Por supuesto, en Cuba se roba de todo. Para mucha gente es la forma de sobrevivir con un sueldo que no llega a 56 centavos de dólar por día, (Menos de $17 dólares mensuales). Se le roba al Estado en sus tiendas, sus gasolineras, sus fábricas, sus granjas avícolas, sus carnicerías, sus comedores, sus cooperativas, sus aduanas y sus puertos. Se roba mucho, se roba poco, pero se roba siempre.
Pero en Cuba el delito más grave es querer robarse una calle. ¿Se puede robar una calle? ¡Sí! En un lugar donde no son del pueblo, porque son de un tirano, también se pueden robar. ¿Y cómo? Existen muchos precedentes, pero citemos uno solo.
El Alemania Oriental, el 4 de setiembre de 1989, los feligreses después de una misa se adueñaron de las calles y del parque de Leipzig. Este hecho se repitió como una epidemia en otras ciudades. A los dos meses el pueblo alemán creyó que era dueño ya no de las calles, sino de su propio destino. Más de medio millón de personas tomaron la Plaza Alexander en Berlín. Cinco días después el fatídico muro desapareció para siempre.
Aquellos sucesos cambiaron el mundo y la gerontocracia castrista no quiere que se repitan en Cuba. Fidel y Raúl no tienen la intención de refugiarse en Chile, como tuvo que hacer su amigo y aliado Erich Honecker, el que perdió las calles en Alemania del Este. Ellos llegaron a la conclusión de que, en el caso de Escobar, era mejor no arriesgarse a perder la primera calle; porque perdiendo una se empezó en Alemania.
Aquello que gritaban en Leipzig: ¡Wir sind das Volk!, resultó mortal para el comunismo y podría convertirse en Cuba en un grito similar: ¡Nosotros somos el pueblo!