Lógicas preocupaciones del pueblo.


Por Aimée Cabrera.

De nada valen quejas, críticas y la difusión periodística de todo lo que incide de manera negativa en las vidas de cualquier cubano medio. El transporte, la comida, la vivienda siguen siendo aspectos problemáticos, para los que parece nunca habrán soluciones favorables.


Estos y muchos otros temas de gran interés para la economía y la sociedad fueron discutidos en diferentes jornadas en la Asamblea Nacional del Poder Popular donde sus diputados analizaron el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido.


Resúmenes de estas secciones así como la clausura hecha por el presidente Raúl Castro fueron televisados en horarios de gran teleaudiencia. Por tal motivo, muchos cubanos y cubanas han estado al tanto de estos planteamientos y comentan sus opiniones a nivel de familia, vecinos o colegas de sus centros laborales o escuelas.


Los cubanos han sufrido por más de cinco décadas, las consecuencias del centralismo, el paternalismo, el oportunismo, y el burocratismo entre otras lacras del cacareado modelo socialista, que muy pocas veces ha demostrado ser útil a la población.


Ahora solo queda esperar a ver si todo lo analizado será creíblemente puesto en la práctica o si, por el contrario, irán las cosas de mal en peor. Algunos hablan a nivel de familia, con los vecinos o en el centro laboral o escuela; pero otros prefieren callarse.


Dayamí trabaja hace 11 años, tiene 2 niñas que estudian en el nivel primario. En estos momentos está separada de su esposo que no es el padre de sus hijas. Ella mira su reloj pulsera con impaciencia, pues no sabe si llegará a tiempo a su centro laboral.


Otras mujeres y hombres lucen estresados, como ella, en esa parada de la Calle 23. Mientras ocurre el impasse en que no pasa ningún vehículo que los transporte, conversan sus inquietudes más preocupantes.


Todos están de acuerdo en que si se quita la libreta se agudizará más la crisis diaria que sufren por igual. Se recuerdan alimentos que han sido liberados como la papa, los cuales se acaban antes de concluir la sesión de la mañana, por lo que los trabajadores que llegan a sus casas por la tarde, no tienen derecho a comprar este tubérculo, u otros artículos de gran demanda que son acaparados por quienes se dedican a revender mercancías, o poseen negocios propios como es en el caso de las paladares.


La situación de la comida es crítica para cualquier cubano. Los precios de los alimentos son caros en exceso y aún quienes reciben salarios altos – que son minorías – no pueden adquirir los mismos de manera balanceada.


Las proteicas animales, los vegetales y las frutas son muy caros. Las personas que quieren incluirlos en su dieta para mejorar su calidad de vida desisten y tiene que recurrir a los alimentos que solo aportan energía.


Finalmente arriba un ómnibus articulado que saca de la conversación al grupo de habaneros. El chofer sigiloso parece burlarse de quienes corren para un lado u oto sin lograr tomarlo, éste acelera y deja a todos en la parada. Los golpes y gritos de quienes no se pudieron bajar testimonian que estos trabajadores del transporte hacen su voluntad y no son jamás, chequeados en sus trayectos.


Los dirigentes que participaron en los distintos debates de La Asamblea se pronunciaron a favor del socialismo como única vía para poder vivir en la Isla; sin embargo, los comentarios del pueblo, apuntan hacia una progresiva propiedad privada como solución a la eficiencia en cualquier labor realizada.


“Si “la guagua” fuera de él, fuera distinto. Estuviera limpia, paraba en todas las paradas, pasaba a su hora…”- dice uno de los hombres que lleva más de media hora esperando el P-1 único carro que desde el Vedado, atraviesa la Calle Tercera en Miramar.


Otros como Marlin y Dianco a quienes no les preocupa trabajar o superarse se deciden por la vía de emigrar en cuanto puedan. “Esto no hay quien lo resista, a mi no me va a pasar como a mis abuelos y a mis padres, la vida es una sola -admite Dianco quien ya tiene novia por Internet.


Estos cubanos de una parada, o de un barrio cualquiera desearían tan solo que el Estado fuera capaz de garantizar su bienestar, que el salario les alcanzara, que pudieran hacer planes a corto y largo plazo, poder viajar, poder aspirar a tener una casa a la medida de sus gustos, un carro aunque no sea del año, lo mínimo a que puede aspirar cualquier persona en el Primero o en el Tercer Mundo, a través de su esfuerzo y trabajo honestos.


Entonces otros semblantes tendrían quienes esperan las guaguas en las paradas, entonces otros comentarios opinarían los cubanos y cubanas de estos tiempos. Pocos serían tan radicales como para emigrar. Y no parecerían sueños inalcanzables, todas sus ilusiones por mejorar.


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El VI Congreso es un ejercicio psicótico


La CEPAL informó que en Cuba la inversión volvió a caer en el 2010 y que la economía tuvo un crecimiento de 1.9%; uno de los más bajos de la región. Aun así, esta cifra es discutible porque “exportar” más servicios a Venezuela no es un aumento de la riqueza sino de la subvención y la dependencia. Estiman que el crecimiento podría ser de un 3% en el 2011.


Según un cable publicado por Wikileaks, en La Habana, diplomáticos de China, Canadá, Estados Unidos, España, Brasil e Italia, concluyeron que sin cambios importantes en Cuba, la economía va al desastre en dos o tres años.


Raúl Castro parece estar de acuerdo. En su último discurso dijo que había que hacer cambios porque: "se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos, y hundiremos...el esfuerzo de generaciones enteras''. También aseguro que a él no lo habían nombrado presidente para que Cuba regresara al capitalismo. Dijo que van a actualizar el socialismo.


Lo que digan los Castro no se puede tomar en serio, pero es un hecho que la deuda externa cubana es mayor a los treinta mil millones de dólares. Los bancos internacionales se niegan a concederle créditos al castrismo.


En cuestión de inversiones, Brasil, Rusia, España y China andan con cautela. La economía cubana no se ha desplomado gracias a la generosidad de Chávez, pero ¿hasta cuándo podrá continuar sosteniéndola?


En el campo político, la Unión Europea no tiene la intención de cambiar la Posición Común mientras no haya progreso en el respeto a los derechos humanos en la Isla. En los Estados Unidos, una cubanoamericana, Ileana Ross Lehtinen, es la nueva presidenta de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes en el Congreso. Raúl Castro se puede ir olvidando del turismo estadounidense y de un levantamiento unilateral del embargo.


El pueblo cubano, empobrecido y agotado, quiere un cambio. Casi cualquier cambio que mejore un poco su precaria situación, pero no está dispuesto a dar lo que hace falta para apoyar un despegue. Los cubanos han perdido la fe. Este es el gran problema del castrismo.


Para salir del hambre y de las necesidades de hoy y de las que se van acumulando en una población que envejece por su bajo nivel de natalidad, la economía cubana tiene que transformarse sustancialmente.


Un esfuerzo que solo puede lograrse con la inversión de miles de millones de dólares durante varios años y un pueblo con entusiasmo y una ética de trabajo que le permita competir internacionalmente.


Esto solo es posible con nuevos gobernantes en La Habana y un sistema político que garantice a todos las reglas de juego. Además, con un compromiso social que brinde educación, salud y oportunidades a los menos afortunados.


Raúl Castro y sus acólitos están en otra cosa. El VI Congreso del Partido Comunista es un ejercicio psicótico para revivir los delirios que la realidad contradice. Quieren que sus cómplices no crean que todo está perdido.

Van a cacarear todas las fantasías que necesitan creerse: que rectificando sus errores salvarán logros que ya se han evaporado. Que la salud y la educación para todos; que la victoria contra el imperialismo; que el bloqueo yanqui; que la mafia de Miami.


No todos están locos. Hay algunos como Raúl, que hace mucho tiempo excedieron el límite del cinismo. Por eso no es de extrañar que, antes de que llegue la debacle, estén pensando en montarse en el tren del capitalismo, igual que en 1959, por ignorantes y oportunistas, se encaramaron al cabús del comunismo.
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La nomenclatura en el “periodo especial”. Apuntes para un ensayo de revisión histórica (IV)

Por Huber Matos Araluce y Juan F Benemelis

Como es común en el acontecer humano, las principales características de una época no irrumpen en una fecha específica sino que ésta sirve para delimitar, lo menos arbitrariamente posible, un tiempo de otro. A veces no así, sino que un hito es el catalizador de tendencias que cristalizan explosivamente y abren un nuevo capítulo.


El “periodo especial” (1990) con que el castrismo bautizó la nueva realidad de una Cuba sin subvención soviética ni mercado socialista, no puede enmascarar la precaria realidad de la década anterior. La historia de la nomenclatura en esta etapa todavía está por escribirse, pero su perfil empezó a forjarse con anterioridad.


Si bien es cierto que la subvención soviética había permitido al pueblo cubano vivir un nivel de vida que no correspondía con la ineficiencia de la economía de la isla, también lo es que a pesar del cuantioso ingreso anual de recursos que enviaba Moscú, una buena parte de estos fueron mal invertidos, derrochados o malversados.


El estado de la economía cubana anterior al “periodo especial” fue tan crítico que condujo a una suspensión de pagos de la deuda externa a mediados de los ochentas, muy anterior a la desaparición de la URSS.


En el orden político la admisión de Fidel Castro el 26 de diciembre de 1986 de que: “Ahora sí vamos a construir el socialismoˮ fue una respuesta al descontento popular por el fracaso del régimen. Lo peor estaría por venir como ahora todos sabemos.


La situación económica y política de Cuba tuvo su repercusión en la moral de la nomenclatura. Su episodio más revelador fue el fusilamiento del General Arnaldo Ochoa en 1989. Ochoa y un grupo de altos oficiales fueron acusados de participar en el narcotráfico.


Pareciera insólito que Ochoa, un general condecorado como héroe de la Republica de Cuba fuese el líder de una pandilla de narcotraficantes de la que formaban parte importantes hombres del gobierno. Pero ya en esa época el nivel de corrupción en las altas esferas era muy grave.


Si estos miembros de la cúpula del poder estaban involucrados en el narcotráfico a espaldas de Fidel y Raúl Castro, tenemos que asumir que el servicio de inteligencia castrista, considerado uno de los mejores del mundo, no era tan bueno o se estaba haciendo de la vista gorda.


Como esta organización de espionaje es reconocida como uno de las mejores, es difícil creer que estuviera informada de los que sucedía. Los hermanos Castro probablemente estaban al tanto de lo que pasaba. ¿Por qué lo toleraban?


Nos pueden ayudar a explicarlo las declaraciones de narcotraficantes latinoamericanos confesos sobre que los Castro han cooperado en el tráfico de drogas, el laberinto de implicaciones es un reto para el historiador. Nadie debe sorprenderse ¿No han colaborado en el narcotráfico Daniel Ortega y Hugo Chávez?


El caso Ochoa es un indicador del nivel de corrupción que ya corroe a la nomenclatura. Corrupción que seguirá creciendo durante los noventa hasta convertirse en un modus vivendi de quien en Cuba tiene alguna cuota de poder y como veremos, de quien no la tiene también.


Continuará…


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¿Está Cuba al borde de una explosión popular?


Es posible. Hace unos días en Santa Clara –centro de la isla– cientos de jóvenes frustrados por no poder ver la transmisión de un partido de futbol por el que habían pagado gritaron consignas contra el gobierno. La policía reaccionó con cautela. Casi simultáneamente en Bayamo –extremo oriental de Cuba– el transporte se paralizó por una huelga de cocheros que protestaban por los nuevos impuestos. Días después la dictadura cedió a sus demandas. En Marianao –La Habana– el pasado 7 de septiembre los vecinos salieron de sus casas a insultar a la policía que estaba arrestando a los miembros del CID (Cuba Independiente y Democrática), que en forma pacífica fundaban la delegación del barrio. Los policías demostraron nerviosismo.


Estos y otros acontecimientos hacen creer a muchos que el fin del régimen castrista se acerca. Otros insisten en que el régimen aplastará brutalmente cualquier rebelión. Los “expertos” especulan que son síntomas de descontento apolítico que no se sabe a dónde pueden conducir. Quizá todos tengan un poco de razón.


Responder si Cuba está al borde de una explosión popular no es fácil. Para intentarlo hay que poner freno a las emociones y esperanzas. Luego analizar las experiencias del fin del comunismo en otros países; indagar sobre los elementos que determinan la conducta colectiva de los grupos y estar al tanto de lo que se conoce sobre el totalitarismo, su ascenso y su decadencia.


Jean Kirkpatrick en su libro “Dictatorship and Doble Standards” señaló que al llegar al poder el objetivo prioritario del totalitarismo es convertir la ideología en cultura. Los métodos para lograr este fin van desde la sutileza del adoctrinamiento, al arresto y el aniquilamiento o exilio de los portadores de la cultura que hay que destruir. En la medida en que el totalitarismo logra su fin, el individuo se reprime a sí mismo. En esas circunstancias la violencia estatal toma formas más sutiles.


La historia ha demostrado que el proceso es reversible. Ante sus crisis de legitimidad, las dictaduras comunistas han tomado caminos diferentes. Mao orquestó una “revolución cultural”, lanzando a las calles a millones de jóvenes para purgar a los revisionistas. Las turbas persiguieron a los enemigos dentro y fuera del partido hasta su sumisión o su muerte; en muchos casos, el arrepentimiento no evitó el asesinato. Corea del Norte ha preferido la represión permanente.


Mao pudo desatar una purga masiva porque tenía el control de la juventud china. Quienes conocen de cerca a Raúl Castro saben que no dudaría un segundo en provocar un baño de sangre. Pero en Cuba el régimen no cuenta con los jóvenes; por el contrario, son sus acérrimos enemigos. Además, una purga maoísta o el modelo represivo norcoreano son incompatibles con la industria turística de la que depende el castrismo para sobrevivir.


Otros regímenes comunistas descartaron la economía del comunismo por la del capitalismo, sin construir una democracia. Es el caso de Rusia y el de la China postmaoísta; no es el de Polonia, Hungría y otras naciones donde la empresa privada y la democracia han progresado simultáneamente.


Alguna variante de este fascismo capitalista parece ser la preferencia de Raúl Castro y su pequeño grupo. Mientras van dando tumbos en el intento, quieren evitar una explosión popular. Esto explica la dosificación represiva con que manejan el descontento del pueblo y las actividades de la oposición. Temen que la represión desmedida pueda provocar una reacción que se vuelva incontrolable. Si el régimen fuese hábil en colocarle el nuevo lazo al pueblo, la dictadura prolongará su existencia. Si fracasa, una explosión popular no puede descartarse. Su éxito dependerá en gran parte en que el exilio cubano y la oposición hayan cumplido su tarea.

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Apuntes para un ensayo de revisión histórica (III)

*
Por Huber Matos A. y Juan F. Benemelis


En la década de los noventa Fidel Castro, en su obsesión por el poder, no pudo o no quiso ver que, sin una apertura que sustituyera la permanente inversión que la URSS había estado haciendo por tres décadas en la economía cubana, ésta iría deteriorándose hasta llegar a un punto en que la magnitud de recursos necesarios para enderezar la situación no estaría al alcance de Cuba.


Su régimen nunca había tenido que preocuparse por generar una dinámica productiva que les permitiera hacer las inversiones necesarias para evitar la obsolescencia de la infraestructura, insistir en la diversificación de exportaciones, el mejoramiento de la productividad laboral, la aplicación de la ciencia y de la tecnología al proceso económico. Todo el esfuerzo se quedaba al nivel de la demagogia del único que podía hablar y decidir, Fidel Castro.


En conclusión, Castro ni entendió lo que sucedía en la URSS, ni tomó las medidas para evitar la réplica eventual en la isla, de los mismos resultados soviéticos. Cuba era un barco cuyo naufragio se había evitado gracias a que la permanente inversión rusa en la isla.
Su reacción ante la crisis puede explicarse por su falta de cultura económica y por un egocentrismo patológico que siempre le hizo creer que él era el proceso, él era la revolución; era el medio y el fin.


Fidel Castro tampoco comprendió las consecuencias que tendría el aislamiento al que forzaba al pueblo cubano, en especial a la generación que había estado atenta a los cambios radicales que había sufrido el bloque comunista. Cuando se analiza el componente demográfico por edad de la población cubana en esos momentos, puede entenderse mejor la Cuba de hoy, dos décadas después.


En sus cálculos, Castro no entendió que el desaliento que sus medidas provocaban finalmente afectarían en forma drástica al factor de producción clave del mundo moderno: los recursos humanos. Esta fue otra lección que no aprendió de la experiencia soviética. Gorbachev lo había aprendido cuando era un funcionario de tercera categoría en la nomenclatura soviética.


Parte del esquema de Castro fue seguir insistiendo en que los Estados Unidos era el responsable por las limitaciones materiales de los cubanos en la isla. Con el tiempo el argumento del “bloqueo imperialista” iría perdiendo capacidad persuasiva entre los cubanos. El pueblo gradualmente se iba dando cuenta de que los problemas de la economía cubana no se podían atribuir siempre a los Estados Unidos.


Un ensayo de revisión histórica debiera indagar el cambio gradual de percepción que sufrió la población cubana en este aspecto. De un “bloqueo” que era responsable de todo, a una opinión cada vez más generalizada de que el verdadero responsable de los fracasos era el régimen - por no alentar, o por revertir y perseguir las iniciativas - que podían haber aliviado las carencias de la población.


Todavía hoy en algunas instancias, se utiliza el viejo argumento de que el “bloqueo” ayuda al régimen a justificarse. Quienes lo hacen no le han pasado una revisión al almanaque de percepciones de la población de la isla.


En la medida que el modelo estatizado (ya sin los recursos soviéticos) daba muestras de su incapacidad para devolver a la población los niveles de vida anteriores al periodo especial, el dictador revaluó su estrategia. Entonces aceptó la idea del desarrollo turístico como escape al estancamiento.

Esto tendría un alto costo a largo plazo. Fue un acto de desesperación del tirano, tan importante como las medidas que Raúl ha tratado de poner en vigor y que presuntamente su hermano mayor ha frenado. Fidel fue el primer “revisionista” en el sentido peyorativo aplicado por los marxistas intransigentes. También era el único que podía serlo, pero lo hizo demasiado tarde y muy limitadamente.

En este aspecto es necesario determinar la importancia –negativa y positiva– de los viajes de la migración cubana a la isla. No han sido exactamente embajadores de la libertad; pero su influencia no debe continuar siendo motivo de debate político, sino de un análisis serio. No debe excluirse la influencia indirecta que puede haber tenido el turismo no cubano a la isla y el nacimiento de la industria de la prostitución – masculina y femenina - que en sus orígenes el propio régimen alentó, aunque después haya pretendido frenarla, aunque sin duda, la continúa alentando.


Es en ese sentido que España, un socio importante del castrismo desde los tiempos de la dictadura franquista, comenzó a tener mayor importancia en la economía cubana. Los gobiernos españoles y los empresarios españoles tienen una responsabilidad histórica que merecen un capítulo de estudio aparte en todo este proceso. España hasta nuestros días es el segundo gran cómplice del castrismo después de la desaparecida URSS.

El “período especial” o más bien el aterrizaje forzoso a la realidad postsoviética encierra respuestas para comprender medio siglo de tiranía. Su estudio puede ayudar a entender la forma en que una futura etapa de transición democrática pudiera tener mayor éxito en una Cuba sin castrismo, no solo sin Fidel y sin Raúl.

Después que se separe la demagogia de la realidad, el cuerpo desnudo de ese “periodo” ofrecerá una visión desoladora e inconcebible de los cubanos que fueron sacrificados innecesaria e inútilmente en un esfuerzo anacrónico y demencial. Pero antes de concluir con estas notas un tanto dispersas, que pretenden señalar una agenda de investigación, tenemos que ocuparnos con dar una mirada retrospectiva a la nomenclatura y a la oposición, en ese tramo de la historia de Cuba.

Continuará…

*
Símbolos de la debilidad en chino


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Nostradamus “el cínico”


En el siglo XVI floreció la transición, iniciada a finales de la Edad Media, que conocemos con el nombre de Renacimiento. En esta nueva etapa, en la que el individuo se convertiría en el eje de todo, un médico y astrólogo escribió profecías que han llegado hasta nuestros tiempos. Las predicciones de Nostradamus son todavía polémicas, en parte porque las traducciones parecen haber tenido la intención de validar sus conjeturas. A pesar de todo, aquel barbudo, envuelto en un halo de misterio, no pasó a la historia como un cínico.


La versión cubana de Nostradamus, sin duda, sí lo es; Fidel Castro desde 1960 pasó anunciando el futuro próspero, justo y feliz que esperaba al pueblo cubano. Veintiséis años después llegó a la conclusión de que el fracaso de sus predicciones se debía a que lo que se había hecho por un cuarto de siglo en Cuba no era el verdadero socialismo. Así, el sábado 26 de diciembre de 1986, armado de este descubrimiento, con absoluta certeza y sin ni un ápice de vergüenza lanzó otra revelación: “Ahora sí vamos a construir el socialismo".


La nueva revelación también resultó errada. Veinticuatro años después, el miércoles 17 de noviembre de 2010, en un encuentro con un grupo escogido de jóvenes, Castro admitió que: "Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante fue creer que alguien sabía de socialismo o que alguien sabía cómo se construye". De esta forma, el individuo que manejó el país durante medio siglo como una finca de su propiedad, eludió de nuevo su responsabilidad por el segundo fracaso.

Pero su afán por las profecías no tiene límite. Ahora quiere que se le reconozca que en el 2006 dijo que la revolución podía destruirse “Si no conseguimos poner fin a muchos vicios: mucho robo, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos”. Quiere que le reconozcan méritos por su visión apocalíptica. En su afán de sabelotodo admite lo que está sucediendo. Lo cierto es que cuando advirtió sobre los peligros ya el sistema estaba carcomido hasta los huesos.


Hace unos meses también vaticinó con absoluta certeza – fecha incluida – el inicio de una guerra atómica entre Irán y los Estados Unidos, que acabaría con el mundo que conocemos. Cuando las explosiones nucleares y la contaminación radioactiva no se dieron y el planeta no se destruyó, alegó que la inexactitud de la fecha se debió a que un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores había dejado de mandarle una información que era importante.


Las profecías de Castro no se limitan a las descritas. En muchos temas él se considera un visionario, aunque en realidad ha demostrado que es un charlatán. Es un hombre de caprichos y de una soberbia imperial. Por eso insiste en los errores y al final alguien que no sea él tiene que ser el culpable. Eludió su responsabilidad al dirigir por 26 años un socialismo que admitió que fue un fraude, como farsa también ha sido también su segundo intento. Ahora apoya una
“actualización” del fracasado modelo.


¿Cínico o loco? De las dos cosas un poco.
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