Cuba: Sin Venezuela (III) ¿el camino de China?
Intentar desarrollar en Cuba el modelo chino presenta obstáculos prácticamente insalvables. Uno de ellos de orden político comercial con los Estados Unidos. El otro relacionado con el potencial comportamiento del pueblo cubano en una transición de ese tipo.
El modelo chino de dictadura de partido y liberalismo económico no propiciará el estrecho vínculo económico que debe tener la isla con los Estados Unidos indispensable para acelerar su despegue. La mayoría del exilio cubano, o una parte muy poderosa de este, no aceptaría ese tipo de relación comercial sin un cambio político fundamental en Cuba.
El régimen castrista ha intentado infructuosamente que Washington acepte un acomodo que le permita a la dictadura sobrevivir a cambio de una apertura parcial hacia el capitalismo.
La insistencia en que se levante el embargo comercial y que se permita a los turistas estadounidenses viajar a la isla ha sido y sigue siendo la punta de lanza de esa estrategia. Con esa fórmula las posibilidades de éxito del castrismo son remotas. Pudieron haberse alcanzado a principios del gobierno de Obama, pero ya no.
Hay otro aspecto de suma importancia a considerar: Los frutos de una transición en Cuba tienen que verse a muy corto plazo para evitar convulsiones políticas. En realidad, el país no tiene tiempo. El pueblo cubano está agotado y sin fe. La juventud quiere huir de la isla. La mayoría de la masa trabajadora es empleada por el Estado y los niveles de productividad son bajísimos, etc. Un cambio, cualquiera que fuera, generaría expectativas irrealizables a corto plazo.
El pueblo tiene una visión muy clara de lo bien que se vive en el exterior, pero no sabe lo duro que hay que trabajar para alcanzar ese nivel. Tampoco se da cuenta que este se ha logrado como resultado del esfuerzo de generaciones. Una transición impuesta en Cuba desde arriba creará expectativas sin compromiso ni responsabilidad de parte de la población.
Esto obliga a que la fórmula de transición debe ser la consecuencia de una decisión del pueblo. Eso solo puede lograrse como el resultado de un proceso electoral transparente durante el cual los cubanos conozcan las opciones y se decidan por una de ellas. Cualquiera que sea el nivel de progreso que se alcance en el tiempo, el pueblo cubano no podrá esquivar la responsabilidad de su decisión.
En el caso de China el Partido Comunista ha podido controlar con represión grandes niveles de descontento. El rápido crecimiento en China lo ha ayudado a amortiguar la insatisfacción de grandes sectores de la población. Además, el orgullo nacionalista ha sido un factor atenuante.
Una democracia puede resistir la frustración en proporción directa al nivel de participación ciudadana en las decisiones públicas. Pero cualquiera que profundice en el fenómeno chino se da cuenta de la gran preocupación que tienen sus propios dirigentes. En 2007 el Primer Ministro, Wen Jiabao, declaró que la economía china era “inestable, desbalanceada, sin coordinación e insostenible”.
Creer que en Cuba durante una transición a la china se va a poder mantener la represión actual o recrudecerla si el proceso no rinde resultados satisfactorios es ilusorio. En China hay un equilibrio frágil pero al fin y al cabo equilibrio entre reformistas y conservadores. En Cuba los conservadores son un grupo de octogenarios desprestigiados, sin capacidad ni apoyo popular.
Raúl y su grupito quieren la permanencia a cualquier costo pero la nomenclatura cubana quiere un cambio sustancial que le permita formar parte de la transición y ser aceptada por el pueblo y la oposición. Una nomenclatura que sabe que si el país no progresa aceleradamente pasará su vejez en la miseria actual o aun peor.
Cuba es una pequeña isla con un pueblo que ha sido obligado a tener paciencia a base de represión pero que sin ella tendrá muy poca. El modelo chino en Cuba no tiene posibilidad real, aunque los hermanos Castros, sus hijos y demás familiares sueñen con él.
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