APUNTES PARA UN ENSAYO DE REVISIÓN HISTÓRICA (I)
Por Huber Matos y Juan BenemelisLa teoría del dominó comunista falló en Cuba porque el triunfo de la revolución no fue el resultado de que una división de tanques soviéticos hubiera tomado La Habana como sucedió, en una u otra modalidad militar, en los países de Europa del Este. Moscú, además de sus ambiciones imperiales, creía en la misión de extender el comunismo en el mundo. En Cuba la agenda del castrismo nunca fue el comunismo sino el poder total y exclusivo para Fidel Castro. El pueblo, el discurso demagógico, las alianzas, los enemigos y las ideologías solo fueron los medios.
En más de cincuenta años la influencia –positiva o negativa– de los Estados Unidos ha sido determinante en la supervivencia del castrismo. Al principio el tema de discusión y análisis se concentró en la rivalidad entre ambos países –o gobiernos– que muy rápidamente condujo a la fracasada invasión de Playa Girón en 1961. Más que la derrota de las fuerzas exiliadas este hecho representó el aniquilamiento de la resistencia interna al incipiente y todavía débil totalitarismo castrista. El fracaso consolidó la dictadura de Fidel Castro. Desde aquellos tiempos el tema permanente de debate ha sido acerca de los beneficios o perjuicios del embargo comercial, polémica que continúa hasta nuestros días.
Otras acciones de importancia de parte de los Estados Unidos, y no relacionadas con la invasión o el embargo comercial, han sido convenientemente pasadas por alto. Una de ellas es la ley de ajuste cubano que, aparte de favorecer en muchos casos –no en todos– la reunificación familiar, ha debilitado a la oposición y ha servido al castrismo. Tampoco es fácil encontrar en la literatura del proceso un análisis imparcial de los aciertos y errores de la oposición exiliada. Tal vez sea la hora de examinarlos con objetividad.
La influencia coyuntural o permanente de estos factores ha resultado en hechos incontrovertibles. El castrismo se ha sostenido en Cuba: a) por una mezcla fluctuante de lealtad y temor conque hasta el último momento se ha comportado una élite incondicional al dirigente histórico del proceso; b) por el profundo miedo a la represión y al cambio que el estado represivo ha podido inculcar en el pueblo cubano; y c) por la subvención soviética, el apoyo del Occidente democrático y en los últimos diez años la subvención venezolana.
Castro ha sido un buen táctico –también con mucha suerte. Al analizar los resultados de medio siglo de gobierno la conclusion evidente es que ha sido un estratega desastroso. Su monopolio del poder tuvo como primera víctima al propio Movimiento 26 de Julio con el que triunfó en 1959. Castro traicionó sus ideales y su programa. Su dirigencia democrática terminó en el paredón de fusilamiento, en la cárcel o en el exilio. Luego el proceso de “castración” del país convirtió en débiles entelequias el partido comunista y la burocracia estatal. Su absolutismo no le dio margen para recapacitar sobre el resultado final de sus esfuerzos. Siempre primó en Castro el temor al quebranto de su autoridad.
Se desconoce en el mundo que dentro de esa burocracia, debilitada pero consciente de los problemas del sistema, se anidaron corrientes a favor de cambios mucho antes de la crisis en la URSS. Desde la década de los sesenta, salvo en pequeños grupúsculos del gobierno, el entramado burocrático en Cuba había perdido la fe en el modelo recetado por Moscú, incluso se había desarrollado una actitud antisoviética. Castro no vio o no quiso ver lo que para muchos a su alrededor era obvio, la URSS había fracasado y, si Cuba copiaba el modelo, iba por el mismo camino.
La frustración de la burocracia cubana no surge con la perestroika, sino que arranca desde que los viejos bonzos comunistas quisieron poner en práctica formas y métodos de control económico análogos a los de la URSS. Castro, con el argumento de un par de ideas desacertadas del Che, declinó ladinamente las presiones de reforma para no dejarse atrapar en una corriente de cambios que debilitarían su poder total.
También es importante recordar que la disidencia y la oposición, y la defensa de los derechos humanos no arrancaron en la década de los noventa, sino a fines de los sesenta, cuando la juventud que había abrazado la revolución y el marxismo se frustró ante el descarnado totalitarismo de Fidel Castro. El Comité Cubano Pro Derechos Humanos fundado por Ricardo Bofill en 1976 es un caso ejemplar. Esto es parte de una historia que merece revaloración.
La actual disidencia y oposición cubana cuenta con muchas ventajas, entre ellas la globalización de la información. La disidencia interna de los sesenta, setenta y ochenta lucharon en condiciones mucho más difíciles. En incontables casos en el absoluto y vulnerable anonimato, a pesar de sus audaces actos de rebeldía ante una represión completamente radical.
Antes de los ochenta Castro no era ajeno al descontento de un sector contestatario, ni al repudio silencioso de una burocracia que deseaba reformas. Su régimen se enfrentaba a una crisis económica que parecía insuperable. Al mismo tiempo había aparecido en escenario nacional e internacional su archienemigo el Comandante Huber Matos, recién liberado en 1979 después de dos décadas de prisión. Este conjunto de factores representaron un reto peligroso para el régimen.
La reunión entre el Comandante Huber Matos y el Presidente Rómulo Betancourt de Venezuela a principios de 1980 resultó en un acuerdo de cooperación entre los dos grandes partidos de ese país: los socialdemócratas de Acción Democrática y los demócrata-cristianos de Copei con el movimiento cubano que unos meses después sería fundado en Caracas: Cuba Independiente y Democrática (CID).
La Voz del CID comenzó sus transmisiones a la isla en 1981. Lejos de predicar la violencia, el mensaje estaba orientado a destacar el fracaso del sistema y la necesidad de un cambio democrático en Cuba como consecuencia de una unión entre los militares, los miembros del gobierno y el pueblo. La imagen de una oposición que lejos de buscar una revancha militar predicaba una reconciliación nacional con una agenda revolucionaria pero democrática comenzó a cambiar la percepción en Cuba del típico enfrentamiento entre revolucionarios frente a contrarrevolucionarios.
La credibilidad y penetración de esta programación de corte ideológico/político en Cuba fue políticamente más efectiva que las de las transmisiones de Radio Martí, una emisora financiada por el gobierno de los Estados Unidos que comenzó sus transmisiones a Cuba cuatro años después en 1985, con un presupuesto catorce veces mayor al de la Voz del CID.
La Fundación Cubano Americana dirigida por Jorge Mas Canosa, concentró sus esfuerzos en el cabildeo en Washington y logró alcanzar un poderoso nivel de influencia en la política estadounidense hacia Cuba, que luego fue asumido por los congresistas cubanoamericanos hasta nuestros días.
En la década de los ochenta el castrismo perdió la iniciativa ideológica y el monopolio de la información. La defensa de los derechos humanos en la isla fue más visible y activa en un ambiente todavía muy hostil por parte del régimen. Nadie podía imaginar que en 1990 la Unión Soviética desaparecería y que el castrismo quedaría intelectual y materialmente huérfano.
En la medida que la crisis en el bloque oriental se bosquejaba, Castro respondía con mayor radicalismo. Despojó al Partido Comunista y al Estado de cualesquiera prerrogativas de reformas. Purgó a elementos reformistas. Saneó los órganos de seguridad e inteligencia y, cuando vio peligro en las esferas militares, les dio un escarmiento. El fusilamiento del General Arnaldo T. Ochoa en 1989 fue un intento de liquidar de un solo golpe el descontento en las filas de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, en 1992 el Comandante Juan Almeida fue temporalmente puesto en arresto domiciliario.
De forma repentina las transmisiones de la Voz del CID fueron interrumpidas a principios de los noventa y sus incipientes transmisiones de televisión (TeleCID) fueron perseguidas por la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos). La intervención y presión directa de Washington contra el país latinoamericano que respaldaba estas transmisiones fueron evidencias de un acuerdo secreto entre la dictadura castrista y el gobierno de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el Congreso estadounidense aprobaba un sustancial presupuesto para TV Martí, un proyecto patrocinado por la Fundación Cubano Americana.
Fidel Castro pudo neutralizar el malestar en la burocracia y en la Fuerzas Armadas y también impedir el crecimiento del descontento que las transmisiones del CID alimentaban en la isla. Fueron momentos críticos para el régimen a los que se habían sumado los negativos efectos políticos y económicos que provocó el reciente desplome la URSS.
Con una victoria contra el descontento interno y la oposición representada por el CID, el dictador se sintió más seguro. En consecuencia, desaprovechó la oportunidad que le presentó los Estados Unidos de un acuerdo cuyas únicas condiciones era renunciar a su intervencionismo exterior y a su colaboración con el narcotráfico internacional. También rechazó los consejos planteados por Gorbachov. Con terquedad se atrincheró en el mito revolucionario. Era la única forma de mantener su monopolio personal de poder.
Fidel Castro alimentó el lenguaje, los símbolos y las viejas banderas de la izquierda tercermundista, señaló que el resto del planeta estaba equivocado y le dio nueva vida a su guerra santa antiimperialista. En medio de un diseño de regresión a una economía cada vez más controlada por el estado, el dictador creyó que su alianza con las empresas turísticas españolas, y el desarrollo de esa industria en Cuba, podría asegurarle un nivel de ingresos suficientes para la supervivencia de su régimen.
Apoyado de sus viejos guerrilleros, el líder se negó aplicar una emulsión civilizadora y atenuar en Cuba los problemas que debilitaron a la URSS y que provocaron su desintegración. Fidel Castro se concentró en superar la crisis provocada por fin del mercado socialista y de la subvención soviética. Este había sido la fuente inagotable de recursos que le permitió al régimen mostrar logros y mantener un nivel de vida en Cuba que no correspondía a su ineficiente economía.
Comenzó en la isla lo que se conoció como el “periodo especial”, en el cual los índices económicos cubanos descendieron sustancialmente. Todavía no se han podido recuperar.
Continuará
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