Con dos que se quieran: ¿basta?
Por: María I. Faguaga Iglesias
Historiadora y Antropóloga
¿Qué ha pasado con los cubanos y las cubanas? Es pregunta insistente para no pocos ---dentro y fuera del país, nacionales y extranjeros--- en este inicio del siglo XXI. Un enjambre de ideas, más bien sucesos, se amontonan en la mente de quienes vivimos en la Isla y, por la constancia, por la frecuencia, por la cotidianidad que han adquirido, unos empujan a otros casi con total naturalidad, dejando poco espacio para diseccionarlos, para verles sus intríngulis, para intentar hallar los por qué de sus nefastas existencias, de sus infortunadas reediciones, para intentar comprender cuál envolvente y superior fuerza nos induce a ser sus protagonistas desenfrenados u observadores pasivos, condescendientes, cuasi insensibles.
¿Las carencias materiales conducen, fatal e ineludiblemente, a la ruina moral? Política, ética y cultura, tal vez en esa dirección pueda encaminarse la búsqueda de alguna posible y elemental respuesta a tanto descalabro. De la mesa a la escuela, al centro laboral, al policlínico, al agromercado, al teatro, a la reunión del sindicato, a la reunión de padres o a la de vecinos ---tenemos reuniones a granel… para nada solucionar---, a las marchas del pueblo combatiente, a las concentraciones políticas de cualquier tipo, incluido ese engendro aparecido con el éxodo masivo de 1980: el mitin de repudio, que nadie en su sano juicio se atrevió a repudiar con suficiente energía como para ser escuchado, o, ¿es que, a esas alturas, no quedaba nadie en la Isla con suficiente lucidez y capacidad de discernimiento, con sensatez y serenidad… excepto los que emigraron enfrentándose al derroche de cinismo y maldad? Volvamos: de la mesa a… el mitin de repudio… todo, todo, todo se nos enreda en un denso, asfixiante y pútrido olor, que acaso no queremos olfatear porque, en algún muy apartado sitio de nuestro cerebro, ese consciente inconsciente del que hablan los psicoanalistas nos dice que tenemos en ello suficiente responsabilidad y… que es tiempo de aceptarla y comprometernos con esta… que la gobernabilidad comienza por llevar a cuesta y lo mejor posible nuestras propias vidas y colaborar como colectividad en la búsqueda de armonía y realización individual y colectiva, comenzando por nuestras familias.
Médicos que no saben leer exámenes de rayos-X o no atienden al paciente que no acuda con un regalo que sea de su interés ---mejor si incluye dinero---; maestros que no imparten todo el contenido curricular en el aula para que los familiares del alumno tengan que pagar su servio particular; vendedores siempre pendientes de esquilmar a sus clientes un poco más; clientes que, habiendo sido timados, ante la queja nunca reciben la razón; jefes que despiden a la subordinada de la que no consiguió sexo y profesores que hacen lo mismo… Padrinos religiosos que denuncian ante la policía a sus ahijados; médicos que procuran inducir en el paciente determinado comportamiento, incluso, el divorcio o la salida del país; escuelas en las cuales no se obtendrá matrícula si no se soborna al profesorado o a la dirección del centro; madres y padres felices porque el hijo es luchador o la hija jinetera, o, tal vez, tienen los dos, aumentando sus dosis de felicidad; adultos que instan a los más jóvenes de la familia a lanzarse desde la Bahía de La Habana en loca navegación intentando alcanzar las costas de la Florida, “porque si se lo comen los tiburones de todos modos un día hay que morirse, pero si llega podrá estar bien y mandar dinero”[1]; jóvenes que, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, cuentan ante un selecto auditorio que no da muestras de consternación, haber sido objetos de violaciones sexuales por parte de oficiales mientras pasaban el Servicio Militar; muchachas y muchachos negros condenados, únicamente por su color, al abandono social, a la indiferencia o a quedar atrapados en los estereotipos que el blanco-criollo-discriminado-¿revolucionario? le impone antes de nacer, en demasiadas oportunidades sabiéndose condenados a la cárcel antes de haber delinquido… y más, muchísimo más y peor... porque sí, todo lo infamante, si bien inconfesable por vergonzoso, es posible.
No se trata del mundo del neoliberalismo exacerbado y brutal, ni del Capitalismo salvaje y desalmado. No se trata de los países de Europa del Este salidos del Socialismo Real. Tampoco de la empobrecida América Latina ni de zonas intrincadas China, ni de países africanos en los que se enseñorean los dictadores… aunque… pudiera parecer que sí. Es rápida y somera imagen de la Cuba actual, tras cincuenta y dos años de construcción del Socialismo. Esta es la que los periódicos de la Isla no muestran, como tampoco quieren descubrirla los medios de la izquierda internacional. Esa no es la Cuba de mafiosos ni de gusanos; nada tiene que ver con el bloqueo o embargo, como no sea el interno, el que habiendo bajado desde la cúpula gobernante hasta la base en obstinado comparecer por más de cinco décadas, hace tiempo terminó por reinar entre todos y todas, incluso, al interior de cada uno de nosotros, aunque no seamos conscientes de ello.
Esta es la Isla que descorazona y abate, apaga y hunde, arruina y aleja, o crucifica, aniquila y sepulta. No se la virtual sino la real, la de la cotidianidad de la mayoría de los más de 11 millones de habitantes que ya somos. Esta es la que nos lanza a la búsqueda imperiosa de pasaportes de cualquier parte. En la que su sociedad, patologizada psíquicamente, se debate entre el constante, creciente e inútil estrés y el consumo desmedido de medicamentos tranquilizantes que, cual bálsamo piadoso, receta cualquier médico sin reparos de especialidades. “Paciencia, ayúdame”, es el título de la canción de un artista de moda, Paulito FG… habla de amores que van “al fracaso” y de conservar la “confianza” pese a que “esta vida está llena de engaños”… pareciera que habla de la Isla: ¿dialogará el creador con su subconsciente?
Una sociedad en estado catatónico, sombizada, en la cual la sal ha sido aquellas primeras promesas, y las que vendrían, unas tras otras, en descarga infinita, para que cada vez creyéramos menos, pues casi nunca han sido cumplidas, siendo imperceptible y pobremente demandada su realización, cuando ha sucedido. Una sociedad que lanza al destierro a sus mejores hijas e hijos; en la cual se impone luchar ---eufemismo utilizado para no reconocernos, prácticamente todos y todas, como los ladrones en que nos han impulsado a convertirnos--- para comprar alimentos, medicamentos, jabones o almohadillas sanitarias o…; en la cual una joven madre aspira a que su pequeño hijo se transforme en émulo de Baby Lorens, reguetonero de moda, de apariencia ramplona y con el rostro del expresidente Fidel Castro tatuado en su brazo; donde los periodistas ---olvidando su más esencial función social y las consecuencias elementales de tomar medidas antipopulares---, afirman que sus coterráneos están contentos y muestran comprensión por el más de medio millón de despidos anunciado; donde los medios ponen al corriente sobre las huelgas de jubilados que en el mundo no pueden vivir decentemente con el monto de sus jubilaciones, y omiten a los muy posiblemente más hambreados jubilados cubanos; o, en donde se publica sobre los actos de racismo antinegro sucedidos en Estados Unidos y silencian los de costas adentro; donde se impone delinquir para malvivir; donde nos transformamos en subversivos por el primordial acto humano de pensar, y en enemigos, contrarrevolucionarios, apátridas y delincuentes por reclamar dignidad y justicia social para todos y todas, no solo para una pequeña élite que nos oprime y reprime mientras, en nombre del Socialismo, reproduce vidas de burgueses; donde a través de la televisión escuchamos ---¿escuchamos?---, subalimentados y hastiados de falsedades, hablar de perfeccionamiento económico y de mejorar y actualizar el Socialismo de Cuba.[2]
¿Qué ha pasado en un país en el cual ---como nos enseñaron que exclusivamente ocurría en el Capitalismo--- el hombre es el lobo del hombre? Donde la mayoría, sin importar edad, filiación sexual o pertenencia etno-racial, ideología política y estatus social, medio residencial, raza y profesión, desea emigrar; donde los jóvenes aspiran a no casarse entre sí sino con extranjeros; donde los periodistas son identificados como “soldados”, quedando explícito que no pueden pensar pues cumplen órdenes; donde deportistas de alto rendimiento luego del retiro pueden acabar alcohólicos, haciendo ventas clandestinas o pasando el Estrecho de la Florida en cualquier cosa que flote; donde los Combatientes de la Revolución han terminado sus vidas activas recibiendo jubilaciones acordes al color de la piel y a la honestidad, en proporciones indirectamente proporcionales (mientras más oscura la piel y mayor honestidad, menos beneficios, hasta llegar a ninguno); en donde la actual realización de misiones internacionalistas ---que se supone deba ser motivo de orgullo revolucionario--- pasa por la corrupción y el soborno.
¿Qué pasa en un país de negros y blancos en muy similares porcentajes, en donde la Universidad y la dirigencia son invariablemente blancas? En donde los símbolos patrios se expenden en divisas; y donde el nacionalismo conecta con la tenencia de divisas para lo fundamental, que luego el Estado nos estafa doblemente: con la venta de productos de pésima calidad a elevadísimos precios, y con el cambio obligatorio para poderlos adquirir a una moneda sin valor más que en la Isla. ¿Cómo es posible que nos dejemos arrebatar entre rejas algo tan elemental como los parques? ¿Por qué damos categoría de amo al Historiador de la Ciudad de La Habana? ¿Por qué consideramos normal que los jóvenes irrespeten la historia y las personalidades históricas de la Patria? ¿Qué pasa en una sociedad en la cual el gobierno nos roba a los hijos, nos prostituye el alma, nos despoja de nuestras propias vidas, y generalmente no hacemos nada, todo lo entregamos sin al menos intentar una leve protesta? ¿Por qué desconocemos nuestras leyes? ¿Por qué, si conocedores, no probamos hacerlas cumplir? ¿Por qué hemos interiorizado que no se puede cuestionar ni demandar la labor de los gobernantes? ¿Por qué, si no vivimos en un régimen formalmente monárquico, aceptamos que comiencen a hacer hereditario el poder a sus hijos e hijas? ¿Por qué, al menos, no desconfiamos de un presidente cuyo jefe de escolta personal es su hijo, y cuya no formalmente anunciada primera dama es su hija?
Hemos interiorizado los roles de víctimas y de victimarios, y, a manera de psicoterapia colectiva, las vamos entrelazando en nuestra cotidianidad. Nos victimizamos o permitimos que lo hagan y, a su vez, vamos victimizando a cuantos podemos, especialmente a los que sabemos en posiciones más frágiles, en enredada madeja de hilos que sostienen nuestras desidias, el reflejo de nuestras debilidades humanas, sin quebrarse. Sociedad enferma, malsana, en la que ancianos y niños, mujeres, homosexuales y todos los que consideremos diferentes o débiles, pagarán las abultadas cuentas que otros nos pasan. La pareja nos violenta y la tomamos con los niños; el espacio habitacional no es suficiente y, a sabiendas de que no podemos tener nuestra propia vivienda, la emprendemos contra los ancianos; la pasamos peor por ser negros e importunamos a quienes entre nosotros tengan la piel más oscura, o en vanos y desesperados esfuerzos intentamos acercarnos en apariencia física o subjetivamente a los blancos; el gobierno nos paga salarios ficticios y explotamos a los familiares, especialmente a los que viven en el exterior. Todo… todo hacemos menos reclamar nuestros derechos, menos, pensar en que estamos en capacidad de hacer por nosotros mismos y por las próximas generaciones, que podemos, debemos y tenemos que actuar como ciudadanos, no esperar, no pedir, no seguir acopiando paciencia para obsequiarle nuestro tiempo a quienes nos mal administran, sino actuar, exigir, u ocupar el sitio de los malos gobernantes.
Sociedad enajenada haciendo de la maldad y de la crueldad su antídoto contra tanta pobreza material, que ha llegado a aceptar que la envidia es el deporte nacional. Sociedad envenenada, saturada de discursos que muy pocos escuchan y ni esos, aun queriendo, los creen. Sociedad en la cual los profesionales ganan menos que los policías, y las nóminas de estos crecen con mayor rapidez que la de los emigrantes, reales o potenciales, pese a estos últimos ser tantos. En la que los estudiantes universitarios circulan videos pornográficos de los cuales son protagonistas, y los profesionales confiesan no leer y tienen como ideal de futuro trabajar en un establecimiento donde circule la divisa, no importa si haciendo de porteros o de limpiadores de pisos para turistas que ---muchas veces diciéndose de izquierdas y recriminándonos nuestras acumuladas y muy justificadas frustraciones---, cual miserables mercaderes del sexo, compran a nuestros jóvenes por unas pocas monedas… les compran y les desprecian… en realidad, comúnmente nos desprecian a todos, vengan de donde vengan, con o sin dinero, saben que ser extranjeros en Cuba les concede categoría especial, casi divina.
¿Qué pasa en una sociedad en la cual la violencia de discurso político supera la de los elevadísimos decibelios de la música que en los establecimientos públicos se escucha, ante la estupefacción, molestia y frustración de los vecinos, imposibilitados de impedirlo? ¿Qué pasa cuando ese discurso lanza y reitera que la calle y las universidades son para los revolucionarios? ¿Quién define lo que ser o no revolucionario? ¿Quiénes decidirán los que lo sean o no? ¿Qué sucederá con el resto, los no elegibles para esa categoría? ¿Quién y con cuál fundamento impone la obligatoriedad de serlo? ¿Por qué lo permitimos? ¿No es suficiente haber nacido cubana o cubano para gozar de los mismos derechos, para responder por el cumplimiento de iguales deberes y obligaciones? ¿Por qué y en cuál fatídico momento aceptamos que la política restringiera nuestra ciudadanía e, incluso, nuestro sentido de familia, de amistad y de nación, nuestra pertenencia, nuestro sentir y nuestro disfrute culturales? ¿Por qué unos pueden expresarse y otros ---la mayoría--- no? ¿Cuándo, por cuáles motivos y por cuánto tiempo lo admitiremos? ¿Fue una eventualidad después eternizada? ¿Por qué, cada día de nuestras difíciles y tenebrosas vidas, nos sometemos y humillamos? ¿Por qué se asume como natural que los jóvenes negros sean carne de presidio? ¿Por qué no reaccionamos ante un acto de repudio, incluso si sabemos que tantas veces son escenificados exclusivamente por pensar diferente y expresarlo? ¿Por qué no nos oponemos si muchas veces somos conscientes de que coincidimos con el pensamiento de la víctima repudiada? ¿Por qué respondemos a nuestra consciencia con aquel trillado y enajenado, desalmado e inhumano: sabe como son las cosas aquí, así que se lo buscó? ¿Cómo no querer darnos cuenta de que, si nos lo buscáramos todas y todos, nadie quedaría para hacer semejantes monstruosidades? ¿Por qué continuamos aplaudiendo a un gobierno capaz de lanzar al linchamiento y a los choques fraticidas a los hijos de estas tierras? ¿Hemos llegado al grado de inferioridad en la especie humana en que nos parece normal que sean golpeadas, arrastradas… ultrajadas, las mujeres que defienden los derechos de sus esposos, padres, hijos y hermanos condenados a prisión por el delito de la libre expresión? ¿Tan pobres espiritualmente somos que consideramos normal que sean golpeadas por turbas, y lastimadas en su integridad física y moral, mujeres negras por reunirse con otras personas de su raza para hablar sobre los problemas que les aquejan, y que saben, se recrudecen decisivamente por su pertenencia etno-racial? ¿No nos estremece, alarma y enerva ver a nuestras y nuestros profesionales prostituyendo desde su cuerpo hasta su cerebro y su alma para poder comer, muchas veces para obtener los recursos con los cuales trabajar?
El miedo paraliza. La desidia enajena. Miedo y desidia. Parálisis y enajenación. Combinaciones terribles conscientemente concebidas por un Estado totalitario, autopensado todopoderoso y estructurado con la ambición de lograrlo o, hacérnoslo consentir. Pero… ni las religiones son eternas. A fin de cuentas, todas las instituciones son creaciones humanas. En extraña imbricación, ya no sabemos si hemos creado a nuestros dioses o hemos sido creados por ellos. Ningún gobierno tiene carácter divino. No importa cuánto puedan, deseen y necesiten creerlo los gobernantes; ni cuánto insistan en que lo creamos. Los gobiernos, ni más ni menos que instituciones humanas, creaciones nuestras, igualmente son mortales, se transforman o fenecen. Es nuestra responsabilidad y obligación velar por su buen funcionamiento, al igual que deshacernos de estos cuando no cumplen con sus compromisos y obligaciones, cuando no administran bien esa familia extendida que constituye una sociedad, en la que no tiene que haber sometimientos.
En estos cincuenta y dos años de Revolución ---con mayúscula, para envanecimiento mayor y, así nos enseñaron a escribirlo, pretendiendo que lo aceptáramos eternamente--- muy rara vez se ha llegado a escalar los peldaños del poder teniendo afincados en los valores, el prestigio, la honestidad y el esfuerzo personales y, en esos casos excepcionales, las caídas han resultado estrepitosas y muy hacia abajo, en un país en el cual hemos aprendido una rápida lección: los dirigentes nunca se caen para abajo… no, ellos rebotan… generalmente… Claro, casos excepcionales han tendido a ser los dirigentes negros: recordemos a Carlos Aldana y Robinson, por ejemplo, y no es que se les crea santos, es que de lo que se puede estar seguros es de que no habrán hecho mucho más que los otros corruptos ---blancos-criollos-racistas--- con quienes se codeaban y que, cansados de estar entre negros, les defenestraron o ayudaron a que tal ocurriera, y, por supuesto ---también sobreviene ese final si se es negro--- a que les desmoralizaran.
No se habría llegado, en esa dinámica de posicionamientos sociales, profesionales, a Historiador de la Ciudad de La Habana, exclusivamente por la excelencia de la labor científica ni por demostrar las habilidades necesarias para impulsar el trabajo ineludible para detener el Apocalipsis total de una ciudad en ruinas. Es indispensable el mérito revolucionario, estar cerca de los personajes de poder político que deciden en el mundo de la intelectualidad, y saber hacerse útil e indispensables para ellos. Entre la intelectualidad isleña eso no es secreto; todos lo saben y muchos lo usan y abusan, especialmente cuando se percatan de situarse por debajo de la mediocridad, pero asimismo lo hacen no pocos conocedores de que con sus magníficas actitudes y aptitudes no llegarán lejos sin el empujoncito adecuado y oportuna ---¿oportunistamente?--- necesario.
Los que arriban a la cima, esos, pueden, llegado el caso y comprobada políticamente la necesidad de hacerlo, una vez calculada la oportunidad y la relación costo-beneficio, hablar, decir ciertas verdades que actúen como catalizadores de medidas que políticamente entrarán en vigor próximamente, o que actúen como voceros encauzadores de los comentarios críticos de la población. Esos son los que, en determinados escenarios, se presentan como nuestros defensores, los personajes que nos van a redimir. Esos son los valientes de turno, de los cuales se escucha premeditadamente decir: ¿Viste como habló? ¡Ese sí tiene valor! ¡Estuvo fuerte lo que dijo! ---en Cuba decir la verdad, incluso a medias, es interpretado como “fuerte” y “valeroso”---. Y no sabes si reír o llorar, si blasfemar al valiente circunstancial o aplaudirlo por haber dicho, algo, de lo que todos piensan y, a veces, hasta dicen.
En el último Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) --- entidad a la cual no pertenecen todos los escritores y artistas del país, pero sí muchos que nunca lo han sido---, Leal estuvo entre los valientes de turno. La emprendió en contra de la demonización de la emigración. Habló de sus hijos residiendo en el exterior ---si los cubanos no tenemos libertad para salir del país, ni siquiera para abandonarlo definitivamente, interesante pregunta para el Sr. Historiador de la Ciudad sería: ¿cómo lo consiguieron los hijos del amo de nuestra capital?---, y de las injusticias de no considerar cubano y con derecho de volver al terruño a todo el que se va, a menos que participe en organizaciones anticubanas ---¿nos definirá el Historiador qué entiende, el, por cubano; que por anticubano?--- y… se envolvió en toda una diatriba reivindicadora de nuestros nunca existentes ---en estas cinco décadas--- derechos a la libertad de movimiento como ciudadanos cubanos, descuidando mencionar que se llegara tan lejos como a limitar el derecho de una persona a salir no ya de su provincia sino hasta de su vivienda sin que medie acción judicial, o se le ha prohibido visitar determinados centros, etc.
Señalamientos aparte, hubiese sido muy favorable para la ciudadanía, toda, ya que el Historiador de la Ciudad de La Habana estaba autorizado a expresarse, que igualmente lo hiciera sobre la leonina Ley de Peligrosidad Predelictiva o sobre la popularmente conocida como Ley Mordaza. Ciertamente, hay que reconocer que difícilmente ambas perjudiquen a sus familiares; con la primera pudiéramos estar en prisión todos los que se decida, pero su aplicación ha quedado a la medida para acosar y encarcelar personas negras, especialmente jóvenes, y la segunda, de muy posible extendida aplicación, para hostigar y encarcelar a opositores políticos. Los valientes de turno, desde la pequeña reunión a la asamblea de rendición de cuentas del desacreditado Poder Popular o Asamblea Nacional, disponen de un guión que no puede violentarse, so pena de recibir un castigo. En la Isla, hasta la valentía y la supuesta ejercitación de ciudadanía, sin desdeñar las arremetidas de dramatismo, son susceptibles de responder a guiones previamente distribuidos, estudiados y aprendidos al dedillo.
Hace pocos días el Historiador fue invitado al programa televisivo que conduce el cantaautor Amaury Pérez Vidal. “Con dos que se quieran basta”, es el nombre de un espacio siempre finalizado por Pérez afirmando a su invitado de la noche que lo quiere. Con el Sr. Leal, Amaury Pérez se lanzó muchísimo más lejos, afirmando eufórico y conmovido ante las cámaras: “Te amo”, luego de haberse confesado asimismo padre de hijos emigrantes, claro que sin mencionar el término, sino enredándose en la frase: de hijos que residen en el exterior. Los cubanos tememos una relación muy ambigua con los vocablos: les tememos hasta el terror o nos asimos de ellos de manera que llega a parecer y, quizás a ser, irracional.
La confesión del cantaautor y presentador podría quedar como broche de oro para el cierre de un capítulo más del programa: una declaración de amor mutuo entre dos cubanos, entre dos ¿hermanos? felices: ambos en momentos cúspides y maduros de sus sólidas carreras profesionales, ambos con vitalidad para continuar haciendo, algo muy importante: ambos con la confianza suficiente para saber que podrán continuar adelante con sus propósitos profesionales, y, por demás e igualmente muy importante: ambos con hijos residiendo en el exterior y en capacidad práctica de defender ---públicamente y ante las cámaras--- los derechos de sus hijos a seguir siendo ciudadanos cubanos, a volver ---aclaran que de vacaciones--- cuando así lo deseen. Y, ahí, en la pantalla televisiva, un Leal que afirma no han sido reconocidos todos los derechos de ciudadanía que nos pertenecen y, por ellos, hay que seguir trabajando.
¡Bravo! Dan ganas de aclamar, de ovacionar, de lanzar vítores, si… no fuera un Leal con tanto retrazo en su demanda discursiva, si no quedáramos preguntándonos ---insistencia nada vana ni superflua--- cómo conseguirían emigrar los hijos de ambos ---de Pérez Vidal se sabe tiene una suculenta fortuna en el exterior recibida como herencia; asalta una duda: ¿por qué los nacionalistas revolucionarios no depositan su dinero en la Isla, por qué guardan su dinero en los malvados bancos capitalistas?---. ¿Por qué no se pronunciaron de la misma manera cuando los tres jóvenes negros ---uno de ellos internacionalista en las campañas militares del gobierno cubano en tierras africanas, lo que es decir de los ancestros de los tres jóvenes--- que intentaron desviar una pequeña, rústica y pobrísima embarcación hacia las costas de La Florida, fueron sumariamente juzgados y, pese a no haber provocado hechos de sangre, se les condenó a pena de muerte e inmediatamente se cumplió la sentencia, en un acto calificado por la dirigencia del país de “ejemplificante”? ¿Será que el color y la procedencia socioeconómica marca la diferencia para el posicionamiento ante uno y otro hecho, como para la suerte que corren unos y otros jóvenes, digamos, los hijos de ellos y los tres que fueran fusilados? ¿No saben ambas personalidades de la cultura nacional que sí, precisamente la pertenencia etno-racial y el posicionamiento socioeconómico nos diferencian hasta llegar al extremo de verles y escucharles a ellos pasando por salvadores marxistas, librepensadores revolucionarios, supuestamente defender el derecho de la emigración ---¿para todos y todas?, tendríamos que preguntarles---, mientras ni una palabra del por qué de esa situación, ni sobre los modos diferenciados en los cuales blancos y negros emigran ---los primeros fundamentalmente prostituyéndose, los segundos sobre todo por la vía de la reunificación familiar---, muchísimo menos se pronunciarían sobre la desesperada situación de las mayorías y… eso sí que es normal, casi natural… pues marxistamente nos han instruido en la máxima de que pensamos como vivimos y: ellos no viven en la situación de las depauperadas mayorías, así que sus problemas son otros: el derecho de sus hijos residentes en el exterior a la conservación de su ciudadanía en Cuba, por ejemplo.
Ser una personalidad pública implica un elevadísimo nivel de responsabilidad ética, ciudadana, e involucra en igual medida la obligación de defenderlas, de mantenerlas, de alimentarlas. Eso, con independencia del espacio y de la edad, del color y del momento histórico. Eso es, simplemente, invariable; no es algo que se pueda poner en balanza para quitarle quilates sin que se corran riesgos, especialmente, el del descrédito ante los ciudadanos, incluso si estos no ejerce como tal, porque aunque pretenda distorsionársele y manipulársele, lo que no pueden enclaustrarles es su ejercicio de la opinión, aun si esta no trasciende en los medios ni alcanza resonancia a nivel de decisiones. Responsabilidad ética es algo que está faltando tan ampliamente entre tantas personalidades cubanas, tan alejadas de la cotidianidad de la mayor parte de sus compatriotas, que pareciera la tónica de los que participan en esa escala ---¿clase?--- social.
La ciudadanía es espacio de realización individual y colectiva. Las personalidades no son más que ciudadanos investidos ---no siempre muy dignamente--- de cierto ---a veces desmedido--- realce social. No deberían olvidarlo, porque sin bases que les sustenten dejarían de ser personalidades, pasarían al espacio de la invisibilidad y, arropados en la arrogancia, muchos no estarían preparados para ese momento, para ese cambio de condición y de situación; recordemos: aquí existen egos que no obstante el exageradamente anunciado nacionalismo de quienes los exhiben, superan en altitud al Pico Turquino, en realidad son tan altos como el Kilimanjaro, aunque esa elevación no nos pertenezca.
Tal vez los amantes conciudadanos Leal y Pérez estén precisando una revisión urgente y en profundidad de su ética ciudadana, de sus responsabilidades como entes públicos; puede que les apremie recordar los roles que les corresponden y, llegados al momento de la payasada promovida, de esa que salvaguarda sus estatus y los de sus familiares ---también de los residentes en el exterior, permitiéndoles regresar y volver a salir, mantener casas en Cuba, donde tan pocas personas tienen la esperanza de conseguir un pequeñito sitio para pernoctar, etc.---, deban tener mayor cuidado en sus discursivas ínfulas politiqueras, en sus revolucionarias diatribas críticas de su sociedad. No es beneficioso subestimar a las macrocomunidades, menos si se trata de la de origen.
Una sociedad, a menos que de negocios se trate ---¿de eso se trata?--- no la conforman dos individuos, cualesquiera sea la importancia real o imaginada de estos. Una sociedad es una colectividad mayor, no un dúo. A los cubanos y cubanas no nos importa particularmente si Leal y Pérez Vidal se aman, hasta puede parecernos muy positivo que, en vez de hacerse la guerra ---es lo que nos (mal)enseñan---, se deparen amor. Lo que sí debemos tener claro es que, con dos que se amen, no basta para enfrentarnos a tanto mal social que nos corroe desde los cimientos, a tanta indolencia y desvarío políticos ---incluidas las posiciones públicas de ellos, que igual alcanzan repercusión política---, a la enajenación y a la desmoralización que como cuerpo social nos abate, poniendo en peligro la solidez de nuestro ya tan endeble tejido social.
No: con dos que se quieran no basta. Los afectos no anidan sin respeto, y mueren cuando este se extingue. En nuestra nación empezaría a contar el afecto, si es verdadero, cuando nos atreviéramos a consumar ese paso fundamental ante el cual muchas veces ni reparamos, es decir, cuando nos respetemos todos, cuando comencemos a mostrar esas cuotas de tolerancia que hacen posible la convivencia tranquila, colaboradora, equilibrada, que preceden al cariño, sin el cual difícilmente se llega en raptus de desenfreno al amor. Por ese propósito, algunos trabajan… pero es tarea, responsabilidad, obligación ética de todas las cubanas y de todos los cubanos. Harían bien Amaury Pérez y Eusebio Leal si en vez de solazarse egoístamente en su compartido amor, principiaran en el respeto y en la tolerancia hacia todos y todas ---sin discursos que a estas alturas signifiquen una falsa y una burla---, estimulándoles a seguir por iguales senderos, que bien trazados y recorridos pueden conducir más que al amor a la fraternidad, esa que inevitablemente se asume en colectivo, o decididamente no existe.
La Habana, sábado 13 de Noviembre de 2010.-
3: 26 p.m.-
[1] Entrevista realizada por la autora.
[2] A propósito de publicarse en la semana del 7 al 14 de noviembre, los lineamientos que deberán discutirse en el VII Congreso del PCC, a celebrarse en el anos 2011, cada día aparecen en los medios de difusión masiva entrevistas a la ciudadanía al respecto. En las calles muchos dicen estar inconformes con propuestas ahí aparecidas, como la eliminación de la libreta de racionamiento, pero en las entrevistas nadie se expresa disconformidad. Las citadas son expresiones escuchadas en el Noticiero de televisión de la 1: 00 p.m, el sábado 13 de noviembre.
1 comentarios:
¡Hola, Señor Matos!
20 de noviembre de 2010, 8:20(Perdone que me comunique de este modo, es que no encontré otra manera. Blas Anaya, blas@cubaenvivo.com)
Me encantaría publicar más trabajos suyos en nuestra revista semanal digital CubaenVivo.com, de ser posible acerca de ciertos temas específicos:
La situación de descapitalización que sufre la mayoría de la población en Cuba y que hace que la aparente apertura del castrismo a la economía regular del resto del mundo sea en realidad como el cuento del borracho que mágicamente tendría que tomar el ron en un vaso, nunca directamente en la botella, y el vaso tiene un huequito en el fondo (quizá huecote). Así lo ven los cubanos: http://cubaenvivo.com/files/images/cuba/caricaturas/falacias_castristas_privadas.gif
La realidad de la población cubana que se asienta en numerosas plazas alrededor del planeta (ya pasa eso con otras naciones) y la importancia clave de abrir la economía nacional a los cubanos que residen en el exterior (como lo hacen otros pueblos en el mundo).
Lanzar (o tratar de lanzar) una solicitud formal de renuncia de los ancianos gobernantes en Cuba y promover que entreguen el gobierno a una junta (comisión, etc.) que ellos mismos propongan –sería mejor que los actuales des gobernantes no propusieran nada, pero la política es como el ajedrés en el que los grandes maestros siempre ganan. Por cierto, me encantaría ver a un tipo como el Gran Maestro cubano Lázaro Bruzón tratando de gobernar al país.
Seguramente usted está pensando en artículos breves y “en ráfaga” –la edición del escrito o video es cosa técnica ya resuelta- como también pienso yo.
Me complace enormemente que usted haya aceptado la responsabilidad histórica que recibió de manos de su padre el Héroe Rebelde Comandante Huber Matos. Lo felicito y lo envidio por su prominente posición en un capítulo tan complejo y decisivo de la Historia de Cuba.
Un abrazo,
Blas Anaya
Editor y Director
CubaenVivo.com
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