domingo, 3 de abril de 2011

La izquierda y los tiranos


¿Qué fuerza o qué lógica diabólica hace que los progresistas traicionen una y
otra vez sus ideales?

Salvador Giner
Presidente del Institut d'Estudis Catalans.



¿Por qué cuesta tanto ser de izquierdas? ¿No debería ser fácil y normal que un
ciudadano amante de la libertad, de la igualdad de oportunidades, de la
autodeterminación de los pueblos, de la redistribución de la renta y de la
equidad mostrara una elemental simpatía por los gobiernos que ponen en vigor
esos valores elementales? ¿No es cierto que los valores de cualquier sociedad
decente son precisamente los de la izquierda y no otros?


Lo terrible es no poder hallar una respuesta fácil a la pregunta. ¿Qué
enigmática fuerza histórica o, simplemente, qué lógica diabólica hace que la
izquierda -la aliada natural del feminismo, del ecologismo, del pacifismo, de
la educación para todos- traicione una y otra vez sus principios elementales?


La respuesta es sencilla si se expresa esta perplejidad desde las
acostumbradas posiciones reaccionarias o, simplemente, conservadoras o incluso
cínicas. Desde esa manera de ver las cosas, debe suponerse que mostrar asombro
ante la acostumbrada tergiversación elemental de los principios es pecar de
infantilismo. La naturaleza humana es la que es, de modo que cualquier orden
político tenderá a aburguesarse, a consolidar el privilegio o a olvidar los
principios que dieron el voto a quienes lo buscaron invocando ilusiones pero
siempre sin la menor intención de aplicarlas.


La medida en que esta convicción fatalista de la inevitable incapacidad de la
izquierda ha penetrado en el mundo mental de quienes suelen llamarse
progresistas la está dando estos días la indecisión y timidez con que la
socialdemocracia europea está respondiendo a las insurrecciones populares que
en el mundo musulmán acaban con una tiranía tras otra. De pronto, quienes
mantenían en una asociación hueca llamada Internacional Socialista a regímenes
como el del déspota tunecino Ben Alí se percatan de que este era un ser abyecto
y corrupto. Lo sabíamos todos. Que el demente Gadafi era un bárbaro terrorista
internacional lo sabían, pero lo invitaban a una de las facultades de ciencias
sociales más prestigiosa de mundo, en Londres, mientras sin rubor alguno se
entregaban a charlar con él de democracia y a redactar panfletos inanes sobre
algo llamado Tercera Vía. (Compréndese que al afamado sociólogo de la nada que
a ello se dedicaba se le premiara con un ennoblecimiento en ese dechado de
progresía que es la Cámara de los Lores por tales desvelos, pero se comprende
menos que cualquier inanidad que de su boca salía fuera tan bien recibida por
la socialdemocracia ibérica, sedienta de una inspiración que de casa no salía
ni sale.) Junto a ello, lo que sí se comprende es que un payaso como Il
Cavaliere, que el Gobierno italiano preside, haya halagado al tirano Gadafi con
su séquito de amazonas mercenarias y sus juergas romanas. Al fin y al cabo,
este caballero es de derechas.


Uno es ya muy mayor para esperar que unas palabras tristes, expresadas desde
el privilegiado rincón de este diario, encuentren a alguien -no se sabe en qué
partido, en qué movimiento social emancipatorio, en qué asociación cívica
altruista- que les haga caso, que se las tome en serio, que piense que aún es
posible alcanzar en esto de la política el imperio de la razón. Que todavía la
batalla por mantener cuatro principios de decencia izquierdosa no está perdida.
Uno es ya muy mayor para hacerse de derechas, pero no tanto para empezar a no
esperar nada de quienes creía que eran sus correligionarios. O esperarlo
solamente -¿hay alguien ahí?, ¿se me escucha?- de un puñado muy reducido de
gentes a las que no les dé demasiada vergüenza reconocer que pertenecen a la
tribu de los ilusos, de los ingenuos, y que, pese a ello, no piensan pasarse ni
siquiera a la derecha más tranquila, más civilizada, más reformista. (También
existe, y gana elecciones diciendo que es de izquierdas, ya ven.)


No pasa nada, señoras y señores -no teman, no voy a decir compañeros ni, los
dioses inmortales me lo impidan, camaradas-, lanzaré mis ruidos de rigor
solidarizándome con el levantamiento contra los tiranos que hasta hoy mismo
apoyábamos, me quejaré comedidamente de lo malos que son los banqueros que han
traído este descalabro económico, moveré mi testuz en desaprobación inútil de
aquella maligna derecha que no permite ni en la sociedad más rica del universo
que avance la medicina para los pobres o la educación para los que no la
tienen. No pido que me hagan lord como mi colega inglés. ¿Qué iba a hacer un
chico de Sarrià en Westminster de oropeles cubierto? Pero tampoco quiero que me
confundan y alguien vaya a pensar que soy de izquierdas, de esas izquierdas tan
estupendas, quiero decir, que solo se acuerdan de las creencias que proclaman
cuando truena. Cuando se desatan los rayos que ellas mismas, conscientes en su
plácido cinismo, provocaron.


Fuente:EL PERIODICO, de Cataluña, España.

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