EL PARTIDO SE QUEDA: GORBACHOV "EL LIBERTADOR" (I)


Cuando en 1985 Mijail Gorbachov alcanzó la Secretaria General del Partido Comunista, la situación en la URSS era muy diferente a la de China en 1978, año en que Deng Xiaoping asumió el control.

Esas diferencias, sumadas a un panorama internacional excepcional, y al hecho que ambos dirigentes tenían habilidades y conductas políticas dispares, resultaron en realidades particulares en cada caso. La URSS era un imperio en el que la mitad de sus habitantes no eran rusos. Cada nacionalidad, lejos de gravitar hacia Moscú, se inclinaba naturalmente hacia sus propias raíces culturales e intereses.

El imperio comunista ruso se había mantenido unido por el control del Partido, la mano fuerte de la policía política y la amenaza de las tropas soviéticas. Pero la URSS estaba debilitada por el estancamiento económico, un gasto excesivo en el campo de la defensa, y costosas aventuras político militares. Entre éstas, una onerosa subvención anual al régimen castrista que hizo creer por mucho tiempo, a cubanos y extranjeros, que los logros de la revolución cubana eran propios.

En 1985 el ejército soviético ya tenía más de cien mil soldados en Afganistán. La intervención había comenzado cinco años atrás. Ese año fue el más sangriento de la guerra, y la guerrilla controlaba, en una u otra forma, la mayor parte del territorio. Muy pronto Moscú tendría que reconocer su fracaso, aceptar el costo político y económico del error, y retirarse.

No siempre había sido así. En 1956 las tropas del Kremlin invadieron Hungría y derrotaron una revolución popular antisoviética. Aquello era el pasado: en 1985 los húngaros tenían la economía más dinámica del bloque y por su cuenta estaban dando pasos de liberalización política.

Cuando los húngaros se reunieron con Mijail Gorbachov para plantearle que el veredicto de la Revolución Húngara favorecía a los revolucionarios contra la intervención, Gorbachov lo aceptó. Imre Nagy, el presidente húngaro que fue ejecutado por órdenes de Nikita Krushev, recibió un póstumo funeral de honor. Gorbachov lo había dicho todo con su actitud: el imperio se acababa.

En Polonia, Lech Walesa había organizado ya en 1980 el primer sindicato independiente de trabajadores: Solidaridad. Walesa y el pueblo polaco contaban con el apoyo de uno del los líderes más carismáticos de su tiempo, el papa Juan Pablo II, polaco y anticomunista. El sentimiento antisoviético en el país era generalizado. La independencia de Polonia era una cuestión tiempo. Los militares polacos no hubieran apoyado una invasión soviética. Además, Gorbachov y su grupo habían llegado a la conclusión de que no usarían la fuerza para evitarlo.

El contagio en los demás países de Europa del Este sería inevitable. En el bloque soviético Polonia tuvo el primer gobierno no comunista de la etapa soviética de la postguerra.

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EL PARTIDO SE QUEDA: DENG XIAOPING (II)

Xiaoping fue sobre todas las cosas un pragmático con gran capacidad de maniobra. Si para los comunistas la dictadura del Partido era el medio para alcanzar el comunismo, a él esa dictadura le permitiría comenzar a enterrar al maoísmo, la versión china del marxismo leninismo.

Después de la muerte de Mao, y ante la crisis entre la izquierda y la derecha del Partido Comunista, Deng advirtió que si los errores del pasado se reconocían públicamente el Partido se debilitaría y el país podía encaminarse al caos.

Apoyó que en el plano interno los errores de Mao se criticaran, pero indicó que se debía reconocer sus aciertos. Deng insistió en que Mao tenía que seguir siendo la bandera del Partido y el socialismo la meta. Con esta fórmula alivió el conflicto y ganó tiempo para ir eliminando a quienes desde la izquierda se opusieron a sus proyectos.

Como los cambios que él se proponía realizar eran herejías a la luz del marxismo, Xiaoping convenció al Partido de que en adelante la verdad sería el resultado de la realidad, no del dogma. En otras palabra, si el experimento era exitoso, ese era el camino a seguir y ningún otro.

Entre el pueblo Deng se hizo entender con el proverbio: “no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”. Los ratones eran lograr convertir a la China en un país desarrollado, incluso por la vía de una economía de mercado.

Cómo los experimentos que le dieron ciertas libertades a los campesinos en el uso de sus cosechas tuvieron buenos resultados, la realidad demostró cuál era el camino correcto.

Pero Deng sabía que la modernización de China solo se podría lograr con la tecnología y los capitales de Occidente. Con este propósito dio tres pasos audaces:

a) Visitó Japón, el país odiado por los chinos que no habían olvidado los 20 millones de víctimas causadas por la invasión japonesa. Xiaoping cautivó a los japoneses. En adelante en el desarrollo de China el papel del Japón capitalista fue fundamental.

b) Aceleró el acercamiento entre China y los Estados Unidos con dos propósitos: 1) Plantearles ayuda para el desarrollo de China 2) usar a los Estados Unidos en su maniobra para frenar las aspiraciones soviéticas en Asia.

c) Cultivó a la diáspora china, y en especial a los chinos empresarios de Hong Kong, para que invirtieran en China con todas las garantías. Se establecieron zonas de desarrollo económico con leyes diferentes, donde las empresas extranjeras podrían invertir sin temor y con toda la colaboración del gobierno especial de la zona.

Deng Xiaoping contó con el interés estratégico de Occidente, especialmente de los Estados Unidos, que vieron en China un potencial aliado en las espaldas de la URSS. El capitalismo mundial, por su parte, no perdió la oportunidad ante un mercado con un potencial muy grande.

Xiaoping estaba convencido de que el Partido podría legitimarse en el poder mientras el ritmo de crecimiento fuera suficiente para mantener la estabilidad social. Sabía que cierto nivel de corrupción era parte inevitable del proyecto, y que a la etapa que comenzaba sucedería otra etapa un siglo después.

Tuvo que enfrentar oposición interna y dificultades de diversa índole, pero siempre las manejó con pragmatismo. El lunar de su carrera fue la represión que ordenó en la Plaza de Tiananmen en junio de 1989.

El éxito económico de China tiene que valorarse en el contexto de otros milagros asiáticos anteriores, como los de de Japón, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, etc.

El éxito chino no es el resultado del Partido Comunista, sino el producto de un pueblo muy trabajador y un individuo excepcionalmente capaz que supo abrir camino derribando dogmatismos y prejuicios.

Sin Deng Xiaoping el Partido Comunista Chino pudo haber tomado el rumbo de los comunistas soviéticos o el de Corea del Norte.

En primera y última instancia la opinión más importante sobre el desarrollo en China la tendrían que dar los chinos en elecciones libres, que no se les han permitido. Por el contrario, el Estado chino mantiene permanente vigilancia, control y represión sobre quienes dan opiniones que no les son favorables o protestan por las injusticias.

Deng Xiaoping criticó a Miajil Gorvachev por no haber tomado su mismo camino en la URSS. Eran dos hombres diferentes en dos mundos diferentes.

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Laberinto carcelario en Cuba

EDITORIAL

La muerte en prisión del disidente cubano Wilman Villar Mendoza, al cabo de 50 días de huelga de hambre, divulgada por el régimen castrista el 20 de enero último, generó una nueva ola de críticas en torno a los prisioneros políticos de la Isla. La respuesta del Gobierno, en esta oportunidad, fue negar que Villar Mendoza hubiese sido un prisionero de conciencia o que estuviera en huelga de hambre. Los voceros oficiales aseguran que falleció en un hospital a causa de una infección pulmonar por la que estaba siendo tratado.

Al margen de las historias que el régimen suele tejer en defensa de su maltrecha imagen, lo cierto es que Villar Mendoza no ha sido el único prisionero de conciencia que ha entregado su vida para protestar por las deplorables violaciones de los derechos fundamentales que, a diario, comete el despotismo cubano. Orlando Zapata Tamayo murió en condiciones similares en el 2010. Pero la triste verdad es que el mundo aún desconoce el número de estos valientes y, en general, de la población carcelaria en Cuba.

Algunas organizaciones humanitarias han intentado, sin éxito, despejar este enigma. Años atrás, Human Rights Watch estimó que en Cuba había un total de 100.000 presos. Otras entidades han lanzado números diferentes sobre el tapete, pero el total sigue siendo un secreto porque no se permite el acceso de investigadores independientes. Algo similar sucede con los prisioneros de conciencia. En 2010, Raúl Castro, en el curso de conversaciones con el Vaticano y representantes europeos, prometió poner en libertad a 52 de los 75 ciudadanos arrestados en 2003 con motivo de una barrida policial de supuestas asociaciones ilegales. Por otra parte, la dictadura afirma haber liberado a 2.900 prisioneros en 2009, pero ninguno era conocido como disidente. En Cuba hay leyes, pero su aplicación es caprichosa. Además, la criminalización instantánea de toda conducta percibida como amenaza es causal para enviar a prisión a cualquiera.

En 2010, como parte de una campaña para reparar su imagen internacional en el marco del arreglo con el Vaticano, el presidente Raúl Castro puso en libertad a 15 disidentes, primeros de los 52 prometidos. Esta liberación, aplaudida por los más cándidos del Oeste, vino con una condición que ensombreció el gesto: debían emigrar a España. En otras palabras, no podían permanecer en casa porque el Kremlin habanero temía que, internamente en la Isla, proyectaran una flexibilización no deseada del régimen, además de reanudar su gesta en favor de los derechos fundamentales. Tras las críticas que este desenlace provocó mundialmente, el régimen aseguró que los demás liberados podrían emigrar o quedarse. El proceso sigue siendo lento, como tantas otras cosas en la Cuba de los Castro.

Con todo, y como lo evidencia el caso de Villar Mendoza, la represión no descansa. Viene a la mente el gulag soviético, modelo paradigmático de las prisiones en países comunistas. Stalin despachó al archipiélago de los campos de trabajos forzados a sus adversarios, reales o supuestos. Figuras descollantes en las letras y artes, y hasta la ciencia, acabaron en el lóbrego gulag. Algunas de las personalidades que aún vivían fueron liberadas en épocas de Gorbachov y más tarde de Yeltsin.

Stalin, por cierto, fue el inspirador de los métodos superlativos de la Stasi, los servicios secretos de la Alemania del Este, que siguen gozando de actualidad en Cuba, Corea del Norte y otros remanentes del viejo totalitarismo. La Cuba castrista perfeccionó sus herramientas bajo la tutela de la misma Stasi. Raúl Castro, en este sentido, a pesar del nuevo rostro libertario que intenta difundir, no es mejor que su anciano y enfermo hermano Fidel. Por el contrario, aunque se exhibe más a la prensa internacional, los cromosomas absolutistas del régimen que encabeza no han cambiado.

La nueva fachada del castrismo se apuntala, también, con los cambios económicos que el presidente ha venido anunciando, que van desde el despido de medio millón de empleados públicos hasta el reconocimiento de derechos de propiedad privada sobre viviendas y pequeñas granjas rurales. Asimismo, las proclamas incluyen la ampliación de las actividades económicas privadas permisibles para los cubanos.

Desde luego, la reducción de medio millón de trabajadores en la planilla estatal constituye, a primera vista, un número considerable en Cuba. Sin embargo, dadas las dimensiones del aparato del Estado cubano –85% de la fuerza laboral total de cinco millones–, una vez efectuado el despido, todavía el 75% de los trabajadores cubanos continuarán siendo empleados del Estado.

Por otra parte, la ampliación de las actividades económicas privadas no conduce de ninguna manera a la creación de un genuino sector privado en un régimen de libre empresa, como se concibe en las naciones occidentales. El recuento de las noveles ocupaciones permite apreciar la reducida esfera de la anunciada ampliación: barberos, choferes, magos, maleteros y similares. No hay nada en las grandes industrias del Estado, incluido el turismo. En otras palabras, el Estado sigue siendo el amo y señor de la economía. Un analista suramericano observó que la mayor preocupación del régimen es preservar la hegemonía económica del Estado, por lo que los líderes políticos se preocupan de no incurrir en el “error” de Gorbachov, quien con sus cambios desestabilizó el sector público.

Finalmente, como un acontecimiento extraordinario, en el último plenario del Congreso del Partido Comunista, el año pasado, Raúl Castro habló de los inmensos beneficios de ciertas reformas políticas, entre ellas poner límites a los puestos de la dirigencia del Estado. En adelante, habrá una barrera inicial de 5 años, renovable como máximo otros 5, para un total de 10 años.

Conforme a este cálculo, Raúl, quien llegó a la Presidencia en el 2008, teóricamente podría servir hasta el 2018, cuando tendría 86 años. Y como proyecta seguir al frente del Estado comunista, posiblemente podría encontrar excepciones y seguir en la Presidencia si la salud se lo permite. En el laberinto castrista, todo es posible cuando se ejerce el poder.

San Jos
é, Costar Rica



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EL PARTIDO SE QUEDA: DENG XIOAPING (I)

邓小平

Mientras la economía China bajo Mao estuvo dirigida por Chen Yun no hubo estancamiento. Por el contrario, con la ayuda de la URSS China creció hasta 1958. Entonces a Mao se le ocurrió el “Gran Salto Hacia Adelante”. Un crecimiento forzado que resultó en un desastre económico total y la muertes de millones de personas. Algo así como el fracaso de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar de Fidel Castro en 1970, pero en serio y en grande.

Como si esto no fuera suficiente, en 1966 Mao dio inicio a “La Revolución Cultural”. Una purga gigantesca del Partido Comunista y de toda la sociedad China con el propósito de eliminar a los que él y sus fanáticos seguidores consideraban enemigos personales y opositores al maoísmo. Entre ellos Deng Xiaoping, quien en 1968 fue despojado de todos sus cargos y enviado a cumplir un castigo en una fábrica de tractores. Mao muere en 1976 y dos años después el hábil Deng Xiaoping ha arrinconado al sucesor oficial, Hua Guofeng, y ya tiene las riendas del poder.

En esos momentos la situación de China es crítica. El rompimiento con Moscú en 1960, por razones ideológicas y geopolíticas, había dejado a China sin su benefactor. Xiaoping estaba consciente de que la URSS y Vietnam tenían ambiciones que afectarían seriamente los intereses de China.

Aunque Vietnam tenía menos de un seis porciento de la población de China, después de la derrota de los Estados Unidos en 1975 contaba con un ejército poderoso y con experiencia. Xiaoping estaba convencido de que la URSS planeaba usar a Vietnam para arrinconar a China como antes había usado a Cuba contra los Estados Unidos; de hecho, describía a Vietnam como la Cuba del Este. China no tenía cómo defenderse, sus fuerzas armadas estaban sobredimensionadas, con equipamiento obsoleto y faltas de entrenamiento.

En 1978 el Partido Comunista Chino y la sociedad estaban divididos entre los que apoyaron la Revolución Cultural y sus víctimas. El culto a Mao subsistía en un porcentaje de la población. Miles de los más capaces comunistas que habían sido purgados durante este proceso todavía estaban en régimen de castigo y su rehabilitación no era inmediata. Deng los necesitaba. Mao había dejado un caos: China tenía 900 millones de habitantes que escasamente podían alimentarse.

Xiaoping era un pragmático. Había sobrevivido varias purgas. Incluso después de que su hijo mayor quedó paralítico por agresión de los “guardias rojos” de Mao, Deng, desde su lugar de castigo planeó su regreso al poder e insistió en su lealtad a Mao, al Partido y en su posible utilidad.

Una vez rehabilitado por orden de Mao, Deng cultivó el aparato militar, del que era uno de sus más destacados viejos combatientes, y fue clave en la eliminación de los elementos más radicales del fanatismo maoísta: la banda de los cuatro.

Ya en el poder, Deng Xiaoping sabía que necesitaba consolidar al Partido Comunista Chino y buscar el apoyo de Occidente para llevar a cabo su agenda:

a) Con urgencia había que alimentar a los chinos y empezar a modernizar a un país pobre y atrasado. Él sabía que sin los países capitalistas no podía lograrlo, especialmente Japón y los Estados Unidos.

b) Tenía que evitar que la URSS intentara de nuevo agredir a China y que utilizara a Vietnam para debilitar su zona de influencia. Para esto necesitaba la amistad y la influencia de los Estados Unidos.

Con esa meta, Deng Xiaoping le plantea a los miembros del Partido Comunista una estrategia:

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EL PARTIDO SE QUEDA: CHINA Y LA URSS

Puyi-----------------Nicolas II

El colapso del comunismo en China y en la URSS fue inevitable. El colectivismo fracasó y al final tanto Moscú como Pekín tuvieron que abrazarse al capitalismo.

En China el Partido Comunista se quedó con el poder; en la URSS el Partido lo perdió. En cada caso los acontecimientos obedecieron a dos mundos con circunstancias y orígenes diferentes.

Rusia nació de los primeros eslavos organizados - en la tierra de Rus - 900 años después del nacimiento de Cristo. En 1547 Iván IV “el terrible” fue su primer Zar. En 1917 Nicolás II fue el último. En ese mismo año el proceso revolucionario fue secuestrado en Octubre por el grupo más radical y organizado: Lenin y sus bolcheviques marxistas. Lenin dio la orden de asesinar al Zar depuesto y a toda su familia.

En 1917 Rusia pudo haber tomado el camino de otras naciones europeas, conformando una república democrática y constitucional. En vez de eso los comunistas fundaron la URSS, un imperio político-militar demasiado extendido y heterogéneo, en el que había países con tradiciones y culturas propias, sometidos por la fuerza a los designios del Kremlin.

A pesar de su fanática carrera por alcanzar la profecía marxista, “la vanguardia” soviética no pudo progresar como las democracias occidentales. Ante el fracaso del dogma, era difícil justificar en forma permanente la coerción y el terror.

En un discurso secreto en 1956, el Primer Secretario del Partido Comunista, Nikita Kruschev, denunció los crímenes de Stalin. Según el historiador inglés Robert Conquest, 20 millones de víctimas. La gerontocracia soviética insistió en el comunismo hasta que Miajil Gorbachev apareció en escena en 1985.

China fue otro mundo. La leyenda dice que China fue fundada por Fohi, un personaje mítico que algunos relacionan con el Noé bíblico. Los arqueólogos han encontrado los primeros restos homínidos, de hace más de dos millones de años, en una cueva cerca de Pekín. Las raíces culturales de la China actual comenzaron a forjarse por la dinastía Han, dos siglos antes del nacimiento de Cristo.

Cuando en el siglo XIII Marco Polo llegó a “La Ciudad del Cielo”, hoy Hangzhou, la describió como “la ciudad mejor del mundo”, la Venecia del futuro. Polo se maravilló ante una vía acuática, sin saber que tenía mil millas de largo y en su construcción participaron tres millones de personas, mil años antes de que él llegara a esa ciudad como recaudador de impuestos del emperador mongol Khubai Khan.

En el siglo XV China era la más avanzada civilización de su tiempo, con una población de más de cien millones de personas, el doble de la de toda Europa. En ese siglo los chinos exploraron los mares con expediciones compuestas de decenas de miles de hombres y cientos de embarcaciones. De no ser por la amenaza mongol en el norte, la cultura budista, el aislacionismo y los conflictos internos, China hubiera sido una potencia mundial desde entonces.

Como ocurrió en Rusia con los zares, la regente del niño emperador Puyi, fue obligada a renunciar en 1912. Terminó la dinastía Qing y nació la República de China con un presidente revolucionario y demócrata: Sun Yat-sen.

A partir de ese momento las luchas internas impidieron la ansiada consolidación de China. La invasión de Japón causó 20 millones de muertos civiles. La guerra entre el Partido Comunista y el Partido Kuomintang terminó en 1949, cuando Mao Zedong triunfó sobre el Kuomintang y los nacionalistas de Chiang Kai-shek huyeron hacia Taiwán.

El terror y los errores de Mao superaron a los de de Stalin. Los historiadores Jung Chang y Jon Halliday le atribuyen a Mao 70 millones de muertos. Al morir en 1976, su sucesor, Deng Xiaoping, tenía ante sí un problema muy diferente al que tuvo
Gorbachev diez años después.

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