domingo, 19 de febrero de 2012

Laberinto carcelario en Cuba

EDITORIAL

La muerte en prisión del disidente cubano Wilman Villar Mendoza, al cabo de 50 días de huelga de hambre, divulgada por el régimen castrista el 20 de enero último, generó una nueva ola de críticas en torno a los prisioneros políticos de la Isla. La respuesta del Gobierno, en esta oportunidad, fue negar que Villar Mendoza hubiese sido un prisionero de conciencia o que estuviera en huelga de hambre. Los voceros oficiales aseguran que falleció en un hospital a causa de una infección pulmonar por la que estaba siendo tratado.

Al margen de las historias que el régimen suele tejer en defensa de su maltrecha imagen, lo cierto es que Villar Mendoza no ha sido el único prisionero de conciencia que ha entregado su vida para protestar por las deplorables violaciones de los derechos fundamentales que, a diario, comete el despotismo cubano. Orlando Zapata Tamayo murió en condiciones similares en el 2010. Pero la triste verdad es que el mundo aún desconoce el número de estos valientes y, en general, de la población carcelaria en Cuba.

Algunas organizaciones humanitarias han intentado, sin éxito, despejar este enigma. Años atrás, Human Rights Watch estimó que en Cuba había un total de 100.000 presos. Otras entidades han lanzado números diferentes sobre el tapete, pero el total sigue siendo un secreto porque no se permite el acceso de investigadores independientes. Algo similar sucede con los prisioneros de conciencia. En 2010, Raúl Castro, en el curso de conversaciones con el Vaticano y representantes europeos, prometió poner en libertad a 52 de los 75 ciudadanos arrestados en 2003 con motivo de una barrida policial de supuestas asociaciones ilegales. Por otra parte, la dictadura afirma haber liberado a 2.900 prisioneros en 2009, pero ninguno era conocido como disidente. En Cuba hay leyes, pero su aplicación es caprichosa. Además, la criminalización instantánea de toda conducta percibida como amenaza es causal para enviar a prisión a cualquiera.

En 2010, como parte de una campaña para reparar su imagen internacional en el marco del arreglo con el Vaticano, el presidente Raúl Castro puso en libertad a 15 disidentes, primeros de los 52 prometidos. Esta liberación, aplaudida por los más cándidos del Oeste, vino con una condición que ensombreció el gesto: debían emigrar a España. En otras palabras, no podían permanecer en casa porque el Kremlin habanero temía que, internamente en la Isla, proyectaran una flexibilización no deseada del régimen, además de reanudar su gesta en favor de los derechos fundamentales. Tras las críticas que este desenlace provocó mundialmente, el régimen aseguró que los demás liberados podrían emigrar o quedarse. El proceso sigue siendo lento, como tantas otras cosas en la Cuba de los Castro.

Con todo, y como lo evidencia el caso de Villar Mendoza, la represión no descansa. Viene a la mente el gulag soviético, modelo paradigmático de las prisiones en países comunistas. Stalin despachó al archipiélago de los campos de trabajos forzados a sus adversarios, reales o supuestos. Figuras descollantes en las letras y artes, y hasta la ciencia, acabaron en el lóbrego gulag. Algunas de las personalidades que aún vivían fueron liberadas en épocas de Gorbachov y más tarde de Yeltsin.

Stalin, por cierto, fue el inspirador de los métodos superlativos de la Stasi, los servicios secretos de la Alemania del Este, que siguen gozando de actualidad en Cuba, Corea del Norte y otros remanentes del viejo totalitarismo. La Cuba castrista perfeccionó sus herramientas bajo la tutela de la misma Stasi. Raúl Castro, en este sentido, a pesar del nuevo rostro libertario que intenta difundir, no es mejor que su anciano y enfermo hermano Fidel. Por el contrario, aunque se exhibe más a la prensa internacional, los cromosomas absolutistas del régimen que encabeza no han cambiado.

La nueva fachada del castrismo se apuntala, también, con los cambios económicos que el presidente ha venido anunciando, que van desde el despido de medio millón de empleados públicos hasta el reconocimiento de derechos de propiedad privada sobre viviendas y pequeñas granjas rurales. Asimismo, las proclamas incluyen la ampliación de las actividades económicas privadas permisibles para los cubanos.

Desde luego, la reducción de medio millón de trabajadores en la planilla estatal constituye, a primera vista, un número considerable en Cuba. Sin embargo, dadas las dimensiones del aparato del Estado cubano –85% de la fuerza laboral total de cinco millones–, una vez efectuado el despido, todavía el 75% de los trabajadores cubanos continuarán siendo empleados del Estado.

Por otra parte, la ampliación de las actividades económicas privadas no conduce de ninguna manera a la creación de un genuino sector privado en un régimen de libre empresa, como se concibe en las naciones occidentales. El recuento de las noveles ocupaciones permite apreciar la reducida esfera de la anunciada ampliación: barberos, choferes, magos, maleteros y similares. No hay nada en las grandes industrias del Estado, incluido el turismo. En otras palabras, el Estado sigue siendo el amo y señor de la economía. Un analista suramericano observó que la mayor preocupación del régimen es preservar la hegemonía económica del Estado, por lo que los líderes políticos se preocupan de no incurrir en el “error” de Gorbachov, quien con sus cambios desestabilizó el sector público.

Finalmente, como un acontecimiento extraordinario, en el último plenario del Congreso del Partido Comunista, el año pasado, Raúl Castro habló de los inmensos beneficios de ciertas reformas políticas, entre ellas poner límites a los puestos de la dirigencia del Estado. En adelante, habrá una barrera inicial de 5 años, renovable como máximo otros 5, para un total de 10 años.

Conforme a este cálculo, Raúl, quien llegó a la Presidencia en el 2008, teóricamente podría servir hasta el 2018, cuando tendría 86 años. Y como proyecta seguir al frente del Estado comunista, posiblemente podría encontrar excepciones y seguir en la Presidencia si la salud se lo permite. En el laberinto castrista, todo es posible cuando se ejerce el poder.

San Jos
é, Costar Rica



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