Hannah Arendt y el miedo en Cuba
Por Huber Matos Araluce
San José, Costa Rica
Hace muchos años, en mi época de estudiante en Nueva York, y tratando de entender el poder del totalitarismo sobre los pueblos, tuve la fortuna de leer a Hannah Arendt, una pensadora cuya lucidez transformó para siempre mi forma de comprender la libertad. Durante el ascenso del nazismo, Arendt —exiliada y marcada por la experiencia del horror— convirtió su vida en una búsqueda intelectual por entender cómo las sociedades modernas podían caer en la barbarie totalitaria.
En su monumental obra *Los orígenes del totalitarismo*, Arendt advirtió que
estos regímenes no se sostienen únicamente por la fuerza, sino por un fenómeno
más sutil y devastador: la desintegración moral y social que convierte a las
víctimas en piezas funcionales del propio sistema que las oprime. Antes de
dominar los cuerpos, el totalitarismo destruye el espíritu público, el
pensamiento crítico y la confianza entre los ciudadanos. Desde entonces
comprendí al pueblo cubano; entendí la verdadera profundidad de su esclavitud,
donde la obediencia se convierte en virtud y el valor en delito.
El proceso comienza con la atomización de la sociedad. El individuo, aislado y desconectado de los demás, pierde la capacidad de actuar colectivamente. En ese vacío, la ideología totalitaria ofrece una falsa comunidad, una explicación simple para todo, una pertenencia que sustituye el sentido perdido. Así, la soledad —más que el miedo— se vuelve la herramienta más eficaz del poder absoluto. El totalitarismo no necesita demonios; le basta con multitudes de hombres obedientes, incapaces de distinguir entre el deber y la conciencia.
La propaganda completa el proceso. No busca convencer, sino destruir la
relación entre las palabras y la realidad, hasta que ya nadie sepa qué es
verdad. Cuando todo parece mentira, lo único seguro es la voz del poder. El
ciudadano, para sobrevivir, repite lo que el régimen exige, aunque sepa que es
falso. Así nace la complicidad pasiva: millones de personas que no creen, pero
actúan como si creyeran, y al hacerlo mantienen vivo el sistema que los oprime.
En última instancia, Arendt nos enseña que el totalitarismo triunfa cuando el
miedo se vuelve costumbre y la mentira se vuelve paisaje. No porque los pueblos
deseen su esclavitud, sino porque el terror prolongado destruye la voluntad de
resistir. Solo cuando el individuo recupera la capacidad de pensar —y con ella,
la de decir “no”— comienza el lento proceso de reconstrucción de la libertad.
Creo sinceramente que el pueblo cubano ha comenzado a decir “no” y, con ello,
ha empezado a recuperar la fe en la libertad.


3 comentarios:
Efectivamente, es esto lo que ha ocurrido en Cuba, Per tristemente está ocurriendo en el mundo, domados por la narrativa de la izquierda radical o eres tildado de inhumano y otras definiciones más humillantes aún.
11 de octubre de 2025, 5:39Creo que en Cuba el miedo no es el terror que hay en Corea del Norte pero tampoco es parecido a lo que sucede en las democracias con polarizacion extrema. En Cuba ya es un trastorno mental, un trauma profundo.
11 de octubre de 2025, 21:47Me parece q Cuba el aislamiento es mayor aún pq nunca han vivido otra cosa desde su fundación ha sido dirigida por España y luego sus dictadores totalitarios. Pero tengo fe q caerá la dictadura y el comunismo. A pesar de vivir aislados y atrasados, el acceso a la tecnologia y los cubanos exiliados han sido los espejuelos para que se vean a ellos mismo capaces dentro de la Isla de ampliar sus miradas y creer q un Cuba mejor libre, Democrática, igualitaria i y justa si es posible.
15 de octubre de 2025, 0:40Publicar un comentario