¡VIVA ZAPATA!
El proceso que condujo a la muerte del preso político Orlando Zapata se pudo perpetrar con impunidad por la complacencia, rayana en complicidad, de la comunidad internacional con la dictadura más opresiva y larga que ha padecido un pueblo en este continente.
Orlando Zapata agonizaba en la isla en los mismos días que el gobierno español escenificaba un teatro en Madrid, donde se discutía, en términos “optimistas”, la situación de los derechos humanos en Cuba. A esas discusiones no se invitó a ningún representante de la oposición democrática cubana. El Ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, anunciaba una era de progreso en el respeto a los derechos humanos en Cuba, si la Unión Europea suavizaba su política hacia la tiranía castrista.
En la misma semana de la muerte de Orlando Zapata los gobiernos latinoamericanos se reunían en México. Entre los invitados, de igual a igual y de abrazo en abrazo, estaba Raúl Castro, el dictador sustituto de Cuba y el responsable final de la muerte de Orlando Zapata.
Varios de los presidentes allí reunidos tienen estrechas relaciones con la tiranía castrista, y en el pasado reciente desfilaron por La Habana para desearle salud a un tirano que ha superado en criminalidad, crueldad y descaro a todos los dictadores de la historia latinoamericana.
En esa reciente reunión en México, como en la cumbre de la OEA celebrada en junio del pasado año en Tegucigalpa, todos los presidentes latinoamericanos callaron sobre la opresión que sufre el pueblo cubano y la persecución permanente contra la oposición democrática en la isla.
El caso más contradictorio es el del Presidente Luiz Ignacio Da Silva, un presidente demócrata que ha hecho pública su simpatía y cercana amistad con los dictadores de Cuba: Fidel y Raúl Castro. Lula ha proclamado su interés en que Brasil se convierta en el principal socio comercial de ese régimen, al que le ha autorizado créditos por mil millones de dólares. Orlando Zapata murió en La Habana cuando el presidente brasileño disfrutaba de la compañía de sus íntimos amigos, el viejo y nuevo dictador de Cuba. Su tardío pésame por la muerte de Zapata no lo exonera de una relación vergonzosa.
Hasta el gobierno de los Estados Unidos muestra una actitud timorata con la dictadura castrista. Da la impresión de que, si la actual administración pudiera, ya habría cortado los fondos a todos los programas de apoyo a la oposición democrática cubana y habría permitido que los capitales estadounidenses estuvieran comprando a precio de subasta las empresas cubanas.
Si todos estos dirigentes y sus gobiernos hubieran demostrado hacia Cuba solo una parte del interés y las acciones que tomaron por defender la constitucionalidad y la democracia hondureña, Orlando Zapata estaría vivo, los presos políticos cubanos estarían libres y una transición a la democracia en Cuba sería posible. Pero no es así. Se congratulan de sus acomodos y negocios con la tiranía, entre ellos un turismo, igualmente cómplice, que representa una de sus dos más importantes fuentes de ingresos.
A falta de solidaridad internacional, Orlando Zapata sabía que no tenía otra alternativa que estar dispuesto a pagar con su vida el respeto que merecía como persona. El castrismo es especialmente despiadado contra los negros que se le rebelan.
Sin solidaridad internacional, el pueblo cubano ha sido acorralado hacia una situación en la cual tendrá que pagar muy caro el precio de su libertad. Las declaraciones momentáneas de repudio por este crimen, de parte de quienes hasta ayer han estado escudando y excusando a la tiranía, no nos deben ilusionar.
En las democracias occidentales hay grandes intereses económicos y políticos que están por encima de los principios y la solidaridad humana; esos intereses prevalecerán.
Los aliados de Castro lo seguirán siendo. Quienes en el mundo callan ante los atropellos de la dictadura castrista, por conveniencia o por cobardía, continuarán guardando silencio hasta que la rueda de la historia esté a punto de aplastar a la tiranía. Hasta entonces, no debemos esperar otra cosa que la indiferencia o la complicidad de los gobiernos democráticos insensibles a la lucha del pueblo cubano por su libertad.
Orlando Zapata no puede morir en vano. Su heroísmo unió a la oposición como nunca pudo la razón o un proyecto político. Aunque momentáneo, ese frente común ha demostrado que en él reside nuestra autoridad moral y nuestro poder de convocatoria. Cuando acabe de perder el temor, el pueblo cubano se unirá a la oposición en las calles y estoy seguro de que los militares descontentos nos respaldarán.
Todos los cubanos somos hermanos de Orlando Zapata; su heroico sacrificio nos obliga a un compromiso de lucha sin descanso. Que desde hoy y hasta el derrocamiento de la tiranía, en los campos y en las ciudades, en las escuelas y las universidades, en las cárceles y en el exilio, al comenzar y al terminar el día honremos su memoria con un mensaje de libertad: ¡Viva Zapata!
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