miércoles, 19 de enero de 2011

Sálvese el que pueda (II)



La crisis de la solidaridad democrática en Latinoamérica


Después de que algunos de los dirigentes históricos de la democracia en Latinoamérica, por razones de edad o de otras circunstancias pasaron al retiro, el respaldo de la región a los demócratas cubanos comenzó a flaquear hasta transformarse en una actitud de complicidad con el castrismo.

Excepciones las hubo. José Figueres y Oscar Arias esperaron a Huber Matos en el aeropuerto de Costa Rica en octubre de 1979 después de dos décadas de prisión. Los ex presidentes costarricenses Luis Alberto Monge y Oscar Arias, hasta el día de hoy no han cedido un centímetro en sus denuncias de la tiranía castrista.

Luis Herrera Campings y Arístides Calvani de Venezuela y Napoleón Duarte del Salvador fueron solidarios hasta sus fallecimientos. El CID se fundó en Venezuela en 1980 con el apoyo del partido Acción Democrática y de Copey, social demócratas y social cristianos respectivamente. Leales y honorables, estos casos fueron la excepción y no la regla.

Los cubanos en la isla nunca comprendieron por qué los demócratas del continente eran solidarios con la dictadura castrista. Eso llevó a la confusión y a la desmoralización de una buena parte del pueblo cubano. Sin dudas fue factor instrumental en la represión sicológica del régimen.

A los exiliados cubanos, independiente de nuestra estrecha vinculación con los Estados Unidos y con su democracia, por la que hemos tenido que pagar un precio en el mundo, nos parecía inconcebible que dirigentes demócratas de nuestro continente se codearan como amigos y a veces como socios de Fidel Castro.

Con la ascensión de Hugo Chávez en Venezuela comprendimos que el problema no era con nosotros exclusivamente. La repetición de un intento de cercenar la democracia en Nicaragua nos ha ratificado que no éramos la excepción. La dirigencia demócrata de Latinoamérica ha dado la espalda a ambos pueblos.

El mal tiene raíces y me arriesgo a plantear que fue: la aceptación por parte de los dirigentes, la prensa y los sectores de izquierda (democrática) en Latinoamérica de que - aunque el castrismo cercenara la democracia - si se lograban avances sociales en Cuba, la dictadura estaba justificada.

Esto ha venido sucediendo desde hace medio siglo. Desde entonces, en el caso de Cuba, las universidades y la prensa latinoamericana, imitando o siguiendo el mismo criterio en países demócratas de otras latitudes, dieron prioridad a los logros sociales sin importar los métodos. Es decir, por encima de la democracia.

La clave estaba que esos logros se hacían por un gobierno que se autotitulaba socialista. Si el gorila se vestía de revolucionario era un buen gorila, el caso de Cuba. De lo contrario, era un cavernícola, el caso de Pinochet en Chile y el progreso económico en ese país. En su lugar, se dio importancia a las indefendibles violaciones de derechos humanos.

Todo esto tiene como trasfondo, la ya históricamente reconocida actitud en Latinoamérica de culpar a los Estados Unidos por todo nuestro autoinfligido atraso. Expuesta con toda claridad en el clásico de Carlos Rangel “Del buen salvaje al buen revolucionario” y luego en el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” por Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa.

El castrismo fue un regalo para los demócratas antiamericanos de Latinoamérica, igual que lo fue para la generación contestataria de los años sesenta en los Estados Unidos. Fidel Castro llegó en el momento oportuno para ellos, como Adolfo Hitler había llegado casi dos décadas atrás a una Alemania necesitada de un “superhombre” con mensaje emancipador y demagógico.

Fue así como Latinoamérica, que en la década de los sesenta comenzaba a poblarse de democracias, abortó el desarrollo de la solidaridad democrática internacional al simpatizar con un régimen dictatorial como el castrista.

En silencio la dirigencia intelectual y política de la región aceptó la practica leninista: “el fin justifica los medios”. No importaba si fusilaba a miles de cubanos, se condenaran a prisión a cientos de miles, y dos millones de cubanos huyeran al exilio. Lo que importaba eran los logros de la “revolución cubana”.

Fue así como aunque se aplicó en primer lugar al caso cubano, se llevó a cabo el divorcio entre los ideales y los medios en Latinoamérica. Como una tradición heroica de solidaridad en la lucha contra las dictaduras y la democracia fue víctima de la ceguera, la pasión y el oportunismo.

En algún momento la mentira castrista no pudo sostenerse más. Los logros fueron espejismos. El indiscutible de ellos, como ha señalado con ironía el intelectual español Joaquín Roy*: “El más importante “triunfo” de la Revolución fue la destrucción de la llamada “sociedad civil”. Pero la hipocresía, como toda fuerza, también tiene su inercia.

Continuará…

* Catedrático `Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.


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