Las maravillas del Granma
Por Luis Bernal Lumpuy
Cuando se ha vivido en una sociedad libre, y se sabe lo que es la libertad de prensa, el estrangulamiento de los medios informativos resulta algo así como un homicidio social. Viví la niñez y el principio de la adolescencia rodeado de periódicos. En mi casa no estábamos suscritos a ninguno; pero Juan, un vecino del barrio, se ganaba la vida recogiendo periódicos viejos y vendiéndolos a los negocios para usarlos como envoltura de algunas mercancías. Mi padre le compraba algunos de esos
periódicos para envolver viandas, y yo aprovechaba para leerlos.
Cuba, un país de apenas seis millones de habitantes en 1958, había alcanzado en medio siglo de república un desarrollo notable de los medios de comunicación. Había varias revistas semanales, como Bohemia, Carteles, Romances y Novedades, entre otras. Teníamos periódicos diarios de tirada nacional como Prensa Libre, El País, El Crisol, Excelsior, El Mundo y Diario de la Marina. Mi favorito, tal vez por mi edad en aquella época, era el semanario humorístico Zig Zag, y sigo considerándolo como lo mejor de su género que se haya publicado en la América hispana.
Lo ocurrido en Cuba a partir de 1959 fue como si hubieran apagado la luz y nos dejaran a oscuras. Perdimos contacto con la información veraz, y nos enterábamos sólo de lo que nos permitían los censores. No podíamos imaginarnos que esa larga noche de absoluto control informativo iba a durar más de cinco décadas. Nunca en el mundo occidental se ha experimentado algo semejante, ni ha habido tanto silencio ante tamaña violación de los derechos ciudadanos.
Bohemia se convirtió en una revista de propaganda de la tiranía militar. Primero los periódicos Hoy y Revolución, y luego el periódico Granma, se encargaron de informar a diario acerca de las maravillas ocurridas en el paraíso obrero del Caribe. Con el tiempo, hasta los menos ilustrados se dieron cuenta de que todo lo que se escribía en sus páginas era mentira o una distorsión de la realidad.
Finalmente se descubrió que la falta de valor intelectual del Granma estaba compensada con un uso práctico común. Al desaparecer de las tiendas el papel sanitario y hasta el papel de cartucho, el pueblo echó manos del órgano informativo del Partido Comunista para resolver un problema higiénico después de efectuar una necesidad fisiológica de primer orden, a pesar de los inconvenientes de la tinta de imprenta y de la pésima calidad del papel.
En el periódico Granma se afirmaba que en los Estados Unidos los perros se comían a los negros. Varias décadas después, estando ya en los Estados Unidos, me enteré de que al fin en Cuba llegaron a la integración racial por excelencia: los blancos y los negros se comen hasta los perros.
El periódico Granma era como las obras literarias clásicas. Sus noticias nunca perdían actualidad. Uno podía leer un ejemplar de 1965 en 1980, y creía que estaba leyendo el periódico del día. Siempre decía lo mismo: las metas de la siembra de caña, el sobrecumplimiento en la norma de millones de pares de zapatos fabricados, las vacas que daban leche como si fueran lacteoductos, los médicos que se producían en serie como si fueran automóviles, la recogida de botellas y de información por parte de los comités de defensa, y la siempre vigilante mirada del Gran Hermano, del «comandante en jefe», en todas las páginas.
Me llamaba la atención el hecho de que las fotografías de los presidentes norteamericanos que publicaba el Granma eran las tomadas en su peor momento. No tenían paz ni con los republicanos ni con los demócratas. Nixon, cuya equis escribían como la suástica nazi, aparecía con cara de perro, y a Kennedy le ponían orejas de mulo. Sin embargo, los jerarcas de las antiguas dictaduras comunistas del este de Europa aparecían sonrientes, y no tenían nada que envidiarles a las estampas de San Francisco de Asís. En sus páginas se «occidentalizaban» las fotos de los dirigentes comunistas chinos y vietnamitas, y hasta se veía elegante la toalla con la que Arafat se envolvía la cabeza.
Eran las maravillas del Granma, el libelo propagandístico, injurioso y difamatorio de un régimen totalitario, con un estilo diarreico propio del señor feudal del Caribe, cuya diarrea verbal ha sido notoria a lo largo de más de medio siglo.
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