¿Son los musulmanes nuestros enemigos?
Las recientes manifestaciones contra los Estados Unidos pueden conducir a conclusiones inexactas, como que la Primavera Árabe ha fracasado o, que los musulmanes odian a Occidente. En realidad sucede todo lo contrario, la Primavera Árabe es una de las manifestaciones de un movimiento histórico hacia la dignidad, la libertad y el progreso en el mundo árabe que difícilmente tendrá retroceso.
El repudio y la agresividad contra Occidente debe que ser evaluado en su contexto geográfico y demográfico. En el planeta hay mil seiscientos millones de personas que profesan el islamismo. Entre ellos hay una pequeña minoría radical y violenta que está en guerra contra sus correligionarios moderados y contra los valores democráticos. Ese conflicto no comenzó ayer y no terminará mañana, durará mucho tiempo, quizás una buena parte de este siglo.
Después de la muerte del profeta Mahoma en el año 632 se produjo un cima que dividió a los fieles en dos sectas principales: sunitas y chiitas. Las variantes religiosas en el islamismo son a veces manipuladas por grupos políticos, creando rivalidades que en algunos países conducen al terrorismo como sucede en Iraq y en Siria.
La Primavera Árabe le ha dado fuerza al sector moderado del mundo islámico y ha debilitado a los extremistas, que solo pueden prosperar en un ambiente violento. Desde el ataque del 11 de septiembre del 2001 Al Qaeda está siendo diezmada en forma sistemática. Este grupo, que cautivó la imaginación de un sector del islamismo, ha dejado de ser una opción para la toma del poder.
Nunca se debió esperar que la Primavera Árabe fuera democracia instantánea, ni se debe ser pesimista en cuanto al futuro. Libia, que se describía como un “no país” de clanes rivales, pudo celebrar elecciones con una amplia y entusiasta participación popular. El pueblo libio sabe lo que quiere y lo que rechaza. En Iraq, a pesar de la sangrienta confrontación, sus ciudadanos no quieren regresar a un pasado dictatorial. Egipto, un país que desde los faraones ha sido gobernando por la fuerza, está experimentando una transformación lenta, incierta, pero revolucionaria.
El éxito de las fuerzas seculares, religiosas y democráticas en esa parte del mundo depende en buena parte del apoyo económico y político que los Estados Unidos y sus aliados les presten. Es lógico suponer que los radicales tratarán de debilitar la voluntad de Occidente para evitar que continúe brindándoles respaldo. El terrorismo y las manifestaciones callejeras son sus tácticas preferidas.
Las próximas elecciones en los Estados Unidos son una oportunidad para los islamitas radicales de cobrarle a Washington su incesante y eficaz guerra contra el terrorismo. Muchos de los líderes históricos de Al Qaeda han muerto, entre ellos su jefe principal, Osama Bin Laden. Para los terroristas este es el momento de castigar al presidente estadounidense.
Los cambios que están sucediendo en el Oriente Medio tienen la posibilidad de elevar el nivel de vida y el respeto de los derechos humanos a sus pueblos, en una escala histórica. Dejarse influir por la violencia callejera y por el terrorismo de grupos minoritarios es dejarse vencer por las fuerzas que solo con su desaparición harán posible que una buena parte de la humanidad pueda alcanzar el progreso y la libertad sin temor al terrorismo.
Huber Matos Araluce
El repudio y la agresividad contra Occidente debe que ser evaluado en su contexto geográfico y demográfico. En el planeta hay mil seiscientos millones de personas que profesan el islamismo. Entre ellos hay una pequeña minoría radical y violenta que está en guerra contra sus correligionarios moderados y contra los valores democráticos. Ese conflicto no comenzó ayer y no terminará mañana, durará mucho tiempo, quizás una buena parte de este siglo.
Después de la muerte del profeta Mahoma en el año 632 se produjo un cima que dividió a los fieles en dos sectas principales: sunitas y chiitas. Las variantes religiosas en el islamismo son a veces manipuladas por grupos políticos, creando rivalidades que en algunos países conducen al terrorismo como sucede en Iraq y en Siria.
La Primavera Árabe le ha dado fuerza al sector moderado del mundo islámico y ha debilitado a los extremistas, que solo pueden prosperar en un ambiente violento. Desde el ataque del 11 de septiembre del 2001 Al Qaeda está siendo diezmada en forma sistemática. Este grupo, que cautivó la imaginación de un sector del islamismo, ha dejado de ser una opción para la toma del poder.
Nunca se debió esperar que la Primavera Árabe fuera democracia instantánea, ni se debe ser pesimista en cuanto al futuro. Libia, que se describía como un “no país” de clanes rivales, pudo celebrar elecciones con una amplia y entusiasta participación popular. El pueblo libio sabe lo que quiere y lo que rechaza. En Iraq, a pesar de la sangrienta confrontación, sus ciudadanos no quieren regresar a un pasado dictatorial. Egipto, un país que desde los faraones ha sido gobernando por la fuerza, está experimentando una transformación lenta, incierta, pero revolucionaria.
El éxito de las fuerzas seculares, religiosas y democráticas en esa parte del mundo depende en buena parte del apoyo económico y político que los Estados Unidos y sus aliados les presten. Es lógico suponer que los radicales tratarán de debilitar la voluntad de Occidente para evitar que continúe brindándoles respaldo. El terrorismo y las manifestaciones callejeras son sus tácticas preferidas.
Las próximas elecciones en los Estados Unidos son una oportunidad para los islamitas radicales de cobrarle a Washington su incesante y eficaz guerra contra el terrorismo. Muchos de los líderes históricos de Al Qaeda han muerto, entre ellos su jefe principal, Osama Bin Laden. Para los terroristas este es el momento de castigar al presidente estadounidense.
Los cambios que están sucediendo en el Oriente Medio tienen la posibilidad de elevar el nivel de vida y el respeto de los derechos humanos a sus pueblos, en una escala histórica. Dejarse influir por la violencia callejera y por el terrorismo de grupos minoritarios es dejarse vencer por las fuerzas que solo con su desaparición harán posible que una buena parte de la humanidad pueda alcanzar el progreso y la libertad sin temor al terrorismo.
Huber Matos Araluce
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