Chávez y su fama
Por Jaime Daremblum, politólogo
Hugo Chávez se vanagloria de la fama que atrae como líder de los países victimizados por el Imperio. Hay, sin embargo, otra fama que cultiva el presidente, la fama de no pagar sus deudas. Después de sufragar los excesos financieros de dictaduras y terroristas en todo el planeta, el elemental deber de honrar las obligaciones de su país luce para él algo degradante. Al fin de cuentas, ¿quién ha oído de déspotas que atiendan esos menesteres?
El tema de pagar deudas se ha convertido en un martirio para el resto del Gobierno venezolano. La serie de fallas que culminaron con la explosión fatal en la planta de Amuay, una de las mayores refinerías del mundo, el 25 de agosto último, dejó un saldo trágico de 42 muertos. Conforme avanzan las tareas de limpieza, aparecen más daños y víctimas; es decir, más obligaciones que deberá enfrentar PDVESA, el monopolio petrolero estatal y caja chica del líder venezolano.
PDVESA es el sombrero del mago de donde saltan las mil y una ocurrencias de la calentura chavista: una refinería en Nicaragua, otra en Siria, una más en Kazajistán y algo similar en África (no se sabe dónde se ubicará pues es un proyecto supersecreto del jefe), una fábrica de satélites iraníes (en días recientes el cohete no logró despegar y el fuego dejó chamuscada la plataforma), la megaindustria de todo lo que se les ocurra en Biolorrusia, petróleo subsidiado a Cuba, el pago a La Habana por los servicios de miles de “maestros y médicos” que se sacrifican en Venezuela, combustible constante para Siria, compras millonarias de armas y aviones de Rusia, infinidad de obsequios a los iluminados terroristas de Irán, y una cadena irrealizable de planes que esperan la munificencia de Hugo Chávez.
Amuay, sin duda, constituyó una catástrofe aleccionadora para Venezuela. Como regla general impuesta por el presidente, las reparaciones que demandan importación de repuestos, así como tareas de mantenimiento a cargo de compañías externas, no se pagan en PDVSA ni tampoco en ninguna otra planta industrial del Estado. La psicosis de Chávez posiblemente lo ha llevado a creer que es cuestión de pronunciar alguna de sus arengas y, como por milagro, todo se arregla.
Esta forma de abordar soluciones ha pasado a formar parte del folclor, pero también de los reclamos que muchos formulan por la irresponsabilidad que denota la exótica moral chavista.
En el caso de Amuay, se conoce ampliamente la acumulación de reparaciones que nunca se llevaron a cabo. Y así hay historias sobre otras empresas. Esta clase de rumores no son particularmente convenientes en estos días electorales, por lo que, para evadir denuncias, Chávez ha ordenado limpiar, pulir y retocar los equipos. Una pincelada por aquí y otra por allá han creado paisajes rojos en el cuadro general del país.
Entre tanto, a numerosas firmas acreedoras por los arreglos que en el pasado realizaron, no se les paga. Circula la historia de que hace pocos meses los presidentes de algunas naciones europeas le escribieron a Chávez pidiéndole expeditar el pago debido a empresas de sus respectivos países. Hasta la fecha, sobre estas solicitudes solo mutis de parte de Miraflores.
El descuido oficial es manifiesto, asimismo, en una extensísima lista de obras de la infraestructura nacional. Los ejemplos menudean: carreteras, edificios y múltiples edificaciones a diario se agrietan y colapsan. Un reciente motín en una prisión, causante de un voraz incendio, dejó huellas trágicas con un sinnúmero de muertes atribuidas a la negligencia de los encargados. Hace poco, un importante anillo de carreteras se derrumbó, pero las reparaciones aún aguardan. Y este es un acontecer diario en escuelas y hospitales que, en conjunto, empeora las duras condiciones de vida de millones de venezolanos.
Por otra parte, más de 25 acreedores extranjeros que esperaban pagos del Gobierno por expropiaciones, optaron por demandar a Venezuela ante el centro para dirimir disputas sobre inversiones del Banco Mundial. Pero, a principios de este año, Venezuela hizo saber que no hará caso de estos procedimientos, dejando así en el aire los reclamos pendientes.
Esta es la estrategia que ha llegado a imponer Chávez en diversos foros internacionales, desde el Banco Mundial hasta el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. La buena fe de los participantes es burlada mediante la treta del retiro; es decir, una ausencia altanera que lastima el ámbito de cumplimiento de las normas internacionales. Esta es la fama adicional que engalana el colorido palmarés del dictador venezolano.
La Nación, San José, Costa Rica
Hugo Chávez se vanagloria de la fama que atrae como líder de los países victimizados por el Imperio. Hay, sin embargo, otra fama que cultiva el presidente, la fama de no pagar sus deudas. Después de sufragar los excesos financieros de dictaduras y terroristas en todo el planeta, el elemental deber de honrar las obligaciones de su país luce para él algo degradante. Al fin de cuentas, ¿quién ha oído de déspotas que atiendan esos menesteres?
El tema de pagar deudas se ha convertido en un martirio para el resto del Gobierno venezolano. La serie de fallas que culminaron con la explosión fatal en la planta de Amuay, una de las mayores refinerías del mundo, el 25 de agosto último, dejó un saldo trágico de 42 muertos. Conforme avanzan las tareas de limpieza, aparecen más daños y víctimas; es decir, más obligaciones que deberá enfrentar PDVESA, el monopolio petrolero estatal y caja chica del líder venezolano.
PDVESA es el sombrero del mago de donde saltan las mil y una ocurrencias de la calentura chavista: una refinería en Nicaragua, otra en Siria, una más en Kazajistán y algo similar en África (no se sabe dónde se ubicará pues es un proyecto supersecreto del jefe), una fábrica de satélites iraníes (en días recientes el cohete no logró despegar y el fuego dejó chamuscada la plataforma), la megaindustria de todo lo que se les ocurra en Biolorrusia, petróleo subsidiado a Cuba, el pago a La Habana por los servicios de miles de “maestros y médicos” que se sacrifican en Venezuela, combustible constante para Siria, compras millonarias de armas y aviones de Rusia, infinidad de obsequios a los iluminados terroristas de Irán, y una cadena irrealizable de planes que esperan la munificencia de Hugo Chávez.
Amuay, sin duda, constituyó una catástrofe aleccionadora para Venezuela. Como regla general impuesta por el presidente, las reparaciones que demandan importación de repuestos, así como tareas de mantenimiento a cargo de compañías externas, no se pagan en PDVSA ni tampoco en ninguna otra planta industrial del Estado. La psicosis de Chávez posiblemente lo ha llevado a creer que es cuestión de pronunciar alguna de sus arengas y, como por milagro, todo se arregla.
Esta forma de abordar soluciones ha pasado a formar parte del folclor, pero también de los reclamos que muchos formulan por la irresponsabilidad que denota la exótica moral chavista.
En el caso de Amuay, se conoce ampliamente la acumulación de reparaciones que nunca se llevaron a cabo. Y así hay historias sobre otras empresas. Esta clase de rumores no son particularmente convenientes en estos días electorales, por lo que, para evadir denuncias, Chávez ha ordenado limpiar, pulir y retocar los equipos. Una pincelada por aquí y otra por allá han creado paisajes rojos en el cuadro general del país.
Entre tanto, a numerosas firmas acreedoras por los arreglos que en el pasado realizaron, no se les paga. Circula la historia de que hace pocos meses los presidentes de algunas naciones europeas le escribieron a Chávez pidiéndole expeditar el pago debido a empresas de sus respectivos países. Hasta la fecha, sobre estas solicitudes solo mutis de parte de Miraflores.
El descuido oficial es manifiesto, asimismo, en una extensísima lista de obras de la infraestructura nacional. Los ejemplos menudean: carreteras, edificios y múltiples edificaciones a diario se agrietan y colapsan. Un reciente motín en una prisión, causante de un voraz incendio, dejó huellas trágicas con un sinnúmero de muertes atribuidas a la negligencia de los encargados. Hace poco, un importante anillo de carreteras se derrumbó, pero las reparaciones aún aguardan. Y este es un acontecer diario en escuelas y hospitales que, en conjunto, empeora las duras condiciones de vida de millones de venezolanos.
Por otra parte, más de 25 acreedores extranjeros que esperaban pagos del Gobierno por expropiaciones, optaron por demandar a Venezuela ante el centro para dirimir disputas sobre inversiones del Banco Mundial. Pero, a principios de este año, Venezuela hizo saber que no hará caso de estos procedimientos, dejando así en el aire los reclamos pendientes.
Esta es la estrategia que ha llegado a imponer Chávez en diversos foros internacionales, desde el Banco Mundial hasta el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. La buena fe de los participantes es burlada mediante la treta del retiro; es decir, una ausencia altanera que lastima el ámbito de cumplimiento de las normas internacionales. Esta es la fama adicional que engalana el colorido palmarés del dictador venezolano.
La Nación, San José, Costa Rica
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