Lo que la policía política no ve
Por Orlando Luis Pardo Lazo
Los segurosos que esperaban en una esquina de Lawton fueron adiestrados para no mirar a su alrededor. No ven el pueblo ni las casas.
Hace un par de meses unos desconocidos en ropa de calle me esperaron agazapados en una esquina de Lawton, para finalmente secuestrarme en una patrulla de la Policía Nacional Revolucionaria cuando salí de mi casa en la esquina Beales y Fonts.
Los de civil dijeron ser de la Seguridad del Estado (los de la PNR eran cómplices analfabetos de la estación del barrio). Seguramente lo eran, pues uno de ellos fue el verdugo de Yoani Sánchez el 6 de noviembre de 2009, un misógino paramilitar. Fue el mismo blancón que en marzo de este año reapareció, cuando estuve dos días en huelga de hambre y sed por mi arresto (sin cargos ni actas) durante la visita del Papa Benedicto XVI, para coaccionarme a ir a un hospital, donde me examinarían exhaustivamente hasta certificar que ellos no me habían torturado.
Lo importante no es nada de esto, por supuesto. Si vivo en Cuba, ya me doy por enterrado (por cierto, no autorizo a poner mi nombre a ningún concurso literario ni biblioteca independiente), aunque aún no me hayan amenazado de muerte, como se lo prometieron en presencia de su familia a Oswaldo Payá. Lo importante es una cuestión de angulación, de mirada.
¿Qué hicieron durante todo el santo sábado aquellos tipos en dos Suzuki y un Geely importados por el Estado? Echaron a rodar rumores para empezar (lo cual constituye un delito): el más arquetípico fue que se esperaba una provocación en Lawton de Las Damas de Blanco. Fumaron, probablemente. Tomaron agua fría de manos del aterrado vecindario. Acaso compraron un almuercito por cuenta propia. Y se metieron bajo la sombra del último almendro que aún no han cortado las brigadas anticiclónicas de asesinos de árboles.
Pero es obvio que nunca miraron. Tenían los párpados cegados por el odio. Odio contra mí, contra su misión, contra ellos mismos tal vez. Nadie se haga ilusiones. Un odio a sueldo que un día los va a obligar a matar o a hacerse matar, incluso delante de las cámaras profesionales y los reporteros de la BBC y otras cadenas en cadenas, que igual después nada transmitirán.
Si solo hubieran alzado la mirada, hubieran visto lo que ahora ustedes ven. La antigua bodega de El Chino Octavio en la esquina de Fonts y Rafael de Cárdenas. La debacle de un pavimento lunar, los anaqueles tan mugrientos como las fachadas y la piel de los deshabitantes, los contenes arrasados por los buldóceres de Servicios Comunales, el atolón de basura sin recoger durante semanas, la bacteriemias y virosis incubadas de gratis, la mierda submarxista que se sale por los poros de la Realpolitik de Raúl Castro. Poesía despótica de primer grado.
Si solo se hubieran atrevido a dar crédito a sus propios ojos, no se hubieran ido sin la noción de favelas fidelistas en la que sobreviven los suburbios ex elegantes de La Habana. Lawton, por ejemplo, con sus escalinatas, ríos, tranvías e industrias, era una joya laberíntica en las afueras de nuestra capital. Hoy es apenas esto: pasto paupérrimo para segurosos y policías que se ganan la vida a costa de no mirar.
En realidad, simpatizo sinceramente con esta vocación de avestruz de los agentes represivos cubanos. Su ceguera no les permitirá lustrar hipócritamente la imagen de mi país. Ya no estamos en aquel siglo XX mítico de la izquierda internacional. Silenciada de por muerte la grandilocuente demagogia de Fidel Castro, nuestro capitalismito de Estado por fin nos mostrará al mundo tal y como somos el pueblo cubano: lo peor del pre-capitalismo y lo peor del Estado post-totalitario.
Menos mal, camaradas. Ya iba siendo hora de vivir en la verdad.
La Habana 06-11-2012
Hace un par de meses unos desconocidos en ropa de calle me esperaron agazapados en una esquina de Lawton, para finalmente secuestrarme en una patrulla de la Policía Nacional Revolucionaria cuando salí de mi casa en la esquina Beales y Fonts.
Los de civil dijeron ser de la Seguridad del Estado (los de la PNR eran cómplices analfabetos de la estación del barrio). Seguramente lo eran, pues uno de ellos fue el verdugo de Yoani Sánchez el 6 de noviembre de 2009, un misógino paramilitar. Fue el mismo blancón que en marzo de este año reapareció, cuando estuve dos días en huelga de hambre y sed por mi arresto (sin cargos ni actas) durante la visita del Papa Benedicto XVI, para coaccionarme a ir a un hospital, donde me examinarían exhaustivamente hasta certificar que ellos no me habían torturado.
Lo importante no es nada de esto, por supuesto. Si vivo en Cuba, ya me doy por enterrado (por cierto, no autorizo a poner mi nombre a ningún concurso literario ni biblioteca independiente), aunque aún no me hayan amenazado de muerte, como se lo prometieron en presencia de su familia a Oswaldo Payá. Lo importante es una cuestión de angulación, de mirada.
¿Qué hicieron durante todo el santo sábado aquellos tipos en dos Suzuki y un Geely importados por el Estado? Echaron a rodar rumores para empezar (lo cual constituye un delito): el más arquetípico fue que se esperaba una provocación en Lawton de Las Damas de Blanco. Fumaron, probablemente. Tomaron agua fría de manos del aterrado vecindario. Acaso compraron un almuercito por cuenta propia. Y se metieron bajo la sombra del último almendro que aún no han cortado las brigadas anticiclónicas de asesinos de árboles.
Pero es obvio que nunca miraron. Tenían los párpados cegados por el odio. Odio contra mí, contra su misión, contra ellos mismos tal vez. Nadie se haga ilusiones. Un odio a sueldo que un día los va a obligar a matar o a hacerse matar, incluso delante de las cámaras profesionales y los reporteros de la BBC y otras cadenas en cadenas, que igual después nada transmitirán.
Si solo hubieran alzado la mirada, hubieran visto lo que ahora ustedes ven. La antigua bodega de El Chino Octavio en la esquina de Fonts y Rafael de Cárdenas. La debacle de un pavimento lunar, los anaqueles tan mugrientos como las fachadas y la piel de los deshabitantes, los contenes arrasados por los buldóceres de Servicios Comunales, el atolón de basura sin recoger durante semanas, la bacteriemias y virosis incubadas de gratis, la mierda submarxista que se sale por los poros de la Realpolitik de Raúl Castro. Poesía despótica de primer grado.
Si solo se hubieran atrevido a dar crédito a sus propios ojos, no se hubieran ido sin la noción de favelas fidelistas en la que sobreviven los suburbios ex elegantes de La Habana. Lawton, por ejemplo, con sus escalinatas, ríos, tranvías e industrias, era una joya laberíntica en las afueras de nuestra capital. Hoy es apenas esto: pasto paupérrimo para segurosos y policías que se ganan la vida a costa de no mirar.
En realidad, simpatizo sinceramente con esta vocación de avestruz de los agentes represivos cubanos. Su ceguera no les permitirá lustrar hipócritamente la imagen de mi país. Ya no estamos en aquel siglo XX mítico de la izquierda internacional. Silenciada de por muerte la grandilocuente demagogia de Fidel Castro, nuestro capitalismito de Estado por fin nos mostrará al mundo tal y como somos el pueblo cubano: lo peor del pre-capitalismo y lo peor del Estado post-totalitario.
Menos mal, camaradas. Ya iba siendo hora de vivir en la verdad.
La Habana 06-11-2012
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