miércoles, 9 de febrero de 2011

(4) Del Cairo a La Habana: el efecto tunecino

Un cambio democrático en Cuba no tiene que ser el resultado de una revolución violenta o pacífica en las calles, pero negar esa posibilidad es tan arbitrario como afirmar que es inevitable.

En Alemania del Este las manifestaciones dieron el empujón final al comunismo en ese país. El ejército en Rumania terminó fusilando al dictador Ceasescu en 1989. En Cuba puede pasar cualquier cosa.

La revuelta popular que ha estremecido a Egipto en las últimas dos semanas nos ha dado la oportunidad de examinar un desenlace similar en Cuba. Hay diferencias y similitudes.

En Egipto Mubarack no entendió la importancia de que el 40% de la población vive en la pobreza mientras él coleccionaba residencias en las capitales más famosas del mundo. Tampoco le importó que cada año un millón trescientos mil jóvenes se sumaran al mercado laboral en busca de trabajo.

En Cuba más de cuatro millones de personas trabajan para el estado. La mayor parte de la población vive en la pobreza. El régimen cree que con cambios cosméticos y la tolerancia que le tiene Occidente podrá seguir en el poder.

Occidente ha advertido al gobierno egipcio que no aceptará la violencia como arma para eliminar las protestas pacíficas. Ha declarado que tampoco acepta el status quo y que los cambios democráticos tienen que iniciarse ya. En buena parte se debe a que Egipto tiene una importancia estratégica, sobre todo para los Estados Unidos, Cuba no la tiene.

En Cuba la crisis económica, política y moral del sistema obliga al gobierno a hacer cambios con el fin de integrarse a la economía capitalista y evitar el desastre final. Esos cambios económicos no son una concesión a nadie sino una estrategia de supervivencia del régimen.

La Unión Europea ha exigido al castrismo una transición hacia la democracia como condición a un mejoramiento de las relaciones políticas; esto es una forma de decir que Cuba tendrá ayuda económica de la UE si el régimen se transforma.

Los Estados Unidos han planteado que sin ese cambio hacia la democracia no se levantará el embargo comercial. No es una política igual a la de la UE, pero en esencia condiciona a la tiranía a hacer cambios políticos fundamentales.

El error de ambas políticas es que han puesto en las manos del régimen castrista la iniciativa. Si la tiranía no cede en lo fundamental - la transición democrática - puede seguir atropellando indefinidamente al pueblo cubano sin ninguna consecuencia adicional.

En estas condiciones la población cubana se siente desamparada. La solidaridad internacional es algo remoto para los cubanos. El pueblo está amordazado y los medios de comunicación, bajo el control de la dictadura.

El gobierno de Obama debe entender que su propósito de acomodarse al castrismo es interpretado como una muestra de debilidad por la tiranía y por un amplio sector de la población.

Washington y Bruselas deben modificar su política de esperar a que el régimen se decida a cambiar, por una estrategia proactiva. La tiranía debe pagar un precio cada vez mayor por no proceder a una transición democrática. Las opciones son múltiples.

Por una cuestión de principios, la solidaridad activa de la Unión Europea y los Estados Unidos hacia la democracia egipcia debe ser replicada en Cuba, aunque la isla no tenga ni remotamente la importancia estratégica de Egipto.

El silencio de las democracias ante la represión contra quienes tienen la audacia de protestar en las calles alienta a los tiranos y desmoraliza a los valientes. Cuando las pequeñas manifestaciones de Reina Luisa Tamayo son reprimidas brutalmente y en Bruselas o en Washington callan, la tiranía se fortalece y se convence de que no tiene que ceder en nada. Esto debe cambiar.

Continuará…

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