LA PROVIDENCIA DIVINA Y EL ASESINATO DE JUAN WILFREDO SOTO GARCÍA
Por Pbro. Mario Félix Lleonart Barroso
La vida no vale nada
si ignoro que el asesino
cogió por otro camino
y prepara otra celada.
Pablo Milanés.
si ignoro que el asesino
cogió por otro camino
y prepara otra celada.
Pablo Milanés.
Cuando analizo retrospectivamente mi relación pastoral con Juan Wilfredo Soto García, descubro que, no potencias internacionales ni campañas mediáticas, pero sí Dios, nunca neutral ante los asuntos humanos, estaba muy interesado en este hombre. Y me estaba preparando a mí para retarme a actuar como el samaritano, ya que a él lo dejarían tirado junto al camino.
Conocí a EL ESTUDIANTE, apodo con el cual me fuera presentado, en marzo del 2010. Orlando Zapata Tamayo acababa de morir el 23 de febrero como consecuencia de ignorarse sus derechos como huelguista. Conmovido por hechos como estos, nada nuevos en Cuba y con antecedentes tan deleznables como la muerte de Pedro Luis Boitel, supe de la Huelga de Hambre y Sed a la que se había arrojado en protesta Guillermo Fariñas. Entendiendo que a Dios no le pasaban desapercibido asuntos como estos, y quemándome espiritualmente el deseo de presentarme en el epicentro de los hechos con el Evangelio que libera, y echando mano de las bienaventuranzas dejadas por Jesús en el Sermón de la Montaña, hice acto de presencia empuñando como poderosas armas la Biblia y la oración.
Juan Wilfredo era uno de los amigos del círculo íntimo de Guillermo Fariñas. No recuerdo haber visitado el hospital y que EL ESTUDIANTE no estuviera presente. Los días en que la sobrevivencia de Guillermo constituyó un auténtico milagro, Juan Wilfredo no se movió de los bajos del hospital, ni de día ni de noche.
Desde la primera ocasión en que EL ESTUDIANTE me escuchó leer la Biblia y orar solicitando a Dios salvación para todas las almas involucradas en el asunto, y reconciliación para todos los cubanos; se me acercó con aquella espontaneidad tan cubana que siempre le caracterizó para darme un abrazo y expresar su más profunda admiración. Desde entonces me trató con la misma fidelidad que dedicaba al Coco, a pesar de ser aquel uno de sus más antiguos amigos de la infancia, con quien jugó básquetbol en el Palacio de los Pioneros, y de haber sido su vecino por alrededor de diecisiete años.
-«Gracias Pastor por venir a acompañarnos y traernos a Dios, eso no lo hace cualquiera»- me halagaba en cada una de mis visitas. Le explicaba que lo que hacía no provenía ni de mi propia bondad ni de mi limitada valentía, sino de Dios, que es quien pone en sus hijos tanto el querer como el hacer, y que, ¡Ay de mí si no lo hacía!
-«Yo soy quien se admira de ti, por tu fidelidad hacía tu amigo, y porque a pesar de tus piernas tan hinchadas no te separas de este hospital.»- le respondía retado por su auténtica amistad, valor humano tan resaltado por la Biblia: «En todo tiempo ama el amigo. Y es como un hermano en tiempo de angustia (Proverbios 17.17)».
Wilfredo no era el único. Evidentemente aquel hombre que languidecía allá arriba en la Terapia Intensiva había sabido cultivar verdaderos amigos dispuestos a dar su vida por él si hubiese sido necesario, y esto en definitiva era lo que él estaba haciendo por más de cincuenta prisioneros, algunos de los cuales ni él mismo conocía personalmente. Pero quiso Dios que de aquel círculo de amigos del Coco fuera Wilfredo precisamente con quien yo hiciese las mejores migas. Enseguida me puse al corriente de sus serias afectaciones de salud: hipertensión, gota, diabetes, y miocardiopatía dilatada. Costaba creer que un hombre tan corpulento y de un espíritu tan fuerte arrastrara todos esos padecimientos, la mayoría de los cuales no eran más que secuelas de sus maltratados períodos de prisión que en sumatoria de tres causas diferentes contabilizaron doce difíciles años, e iniciándose desde sus dieciséis, en 1984, cuando apenas era un estudiante de preuniversitario, de donde se le quedó su entrañable alias de EL ESTUDIANTE. Entonces fue condenado por primera vez a cuatro años de privación de libertad acusado de «Propaganda enemiga», condena que cumplió en la sección de menores de la prisión de Manacas.
Me conmovieron tanto sus padecimientos que además de mi prioridad espiritual sobre su vida -para él en este año fui sencillamente su pastor- hice lo posible por conseguirle algunos medicamentos que necesitaba. Con tal propósito me facilitó un Resumen de Historia Clínica que hice llegar a colegas pastores en el extranjero para que me ayudaran en tal empresa. A pesar de que Juan Wilfredo era santaclareño, y yo taguayabonense, alguna vez me visitó como muestra de su profunda admiración. Siempre me manifestó su deseo de asistir a la iglesia que pastoreo, a pesar de la distancia, pero yo le recomendaba que se acercara a excelentes congregaciones que hay en Santa Clara, lo cual hizo alguna que otra vez. EL ESTUDIANTE llegó a sostener relación con otros pastores cubanos, e incluso extranjeros, omito sus nombres por carecer de sus autorizaciones para hacerlo, pero sé que se encuentran tan conmocionados como yo por esta muerte tan arbitraria.
Cuando el jueves 8 de julio de 2010 el gobierno cubano no tuvo otra alternativa que anunciar en el periódico Granma la liberación de todos los presos que restaban del mítico grupo de los ´75, culminando así la epopeya de Guillermo Fariñas; Wilfredo abandonó el campo de batalla pacífico en que se había convertido el hospital, para volver a ese otro sitio que con su espíritu de pueblo él sentía como suyo: el parque Leoncio Vidal de Santa Clara.
Su condición de expreso político por un lado, y de enfermo por el otro, le obligaban a sobrevivir en esta plaza, insertado en el denominado mercado negro. Por razones de mi trabajo como profesor de instituciones teológicas viajo semanalmente a Santa Clara. Dios permitía que Wilfredo y yo sostuviésemos un encuentro semanal cada miércoles, que a la vez que robustecía nuestra amistad personal, facilitaba mi relación pastoral para con él. Pero ni él ni yo imaginábamos la situación para la que Dios nos estaba preparando.
El día anterior a la golpiza, miércoles 4 de mayo, Juan Wilfredo y yo sostuvimos nuestro acostumbrado encuentro en el parque donde como siempre me puso al tanto de su salud. A pesar de sus padecimientos crónicos se sentía bastante bien y con muchos deseos de luchar, en el sentido de sobrevivencia en que lo entendemos los cubanos. Su mayor preocupación era su mamá que en días anteriores había recibido una cirugía por causa de fractura de cadera. Oramos por ella. Lejos estábamos de imaginar nuestro último encuentro al día siguiente bajo circunstancias embarazosas y precipitadas que nunca olvidaré.
Como cada jueves en los últimos meses, me encontraba acompañando a un enfermo para tratamientos ambulatorios en el Hospital Oncológico de Santa Clara. Esta institución hospitalaria se ubica a mitad de camino entre el centro de la ciudad, donde se encuentra el parque, y el Hospital «Arnaldo Milián», adonde se dirigía Wilfredo poco después de pasadas las once de la mañana.
Quiso la providencia divina que yo, -el pastor de Juan Wilfredo, con quien este había sostenido una relación afectiva significativa durante su último año de vida; que había departido con él justo el día anterior para evidenciar que se sentía bien; que poseía una cuenta en Twitter plenamente activada: @maritovoz, con la posibilidad de publicar en ella los ciento cuarenta caracteres desde el móvil, sin necesidad de acceder directamente a internet; que un día antes había colocado dinero a mi número ya que por más de veinte días permaneció prácticamente en cero- coincidiera en tiempo y espacio con el amigo golpeado, como para sentir la necesidad de denunciar el abuso en aquel tweet publicado a las 11.55 am de ese triste 5 de mayo.
Fue Juan Wilfredo, desde el bici-taxi en que se trasladaba, el primero en divisarme. Como para que confirmara que, a pesar de la violencia y desorden que reinan todavía en este mundo, existe un Dios interesado en nuestros sufrimientos, ya sean físicos o espirituales, hizo detener el bicitaxi para acercárseme como quien encontrara abiertas las puertas mismísimas del cielo.
-«Esta gente me mató Pastor. Me molieron a tonfasos. Voy al hospital porque no puedo con el dolor que tengo.»- me dijo Juan Wilfredo en un evidente quebrantamiento físico y espiritual. No era el mismo del día anterior, la diferencia la habían hecho aquellos golpes. No albergo la menor duda al respecto y estoy dispuesto a declararlo ante cualquier tribunal que se digne a ofrecer justicia a Juan Wilfredo y que reconozca mi derecho como testigo de referencia de primer orden; de otra manera, qué hacía yo publicando un tweet de aquella índole la misma mañana del crimen, cuando no podía ser capaz de prever las consecuencias tan fatídicas de la impiedad.
El enfermo que me encontraba acompañando escuchó las palabras quejosas de EL ESTUDIANTE. A pesar de sus propias dolencias pudo percibir la urgencia y seriedad de la denuncia que nos estaba haciendo y quedó sumamente impresionado. Nosotros habíamos salido en ese preciso instante a la calle pero no habíamos concluido las gestiones. Me vi impelido entre dos seres humanos que me necesitaban.
-«¡En que situación me has puesto ESTUDIANTE! No te puedo dejar marchar así solo, pero no puedo abandonar a esta persona que acompaño y que depende de mí»- le declaré angustiado.
-«No se preocupe Pastor que yo no lo llamé para que me acompañe. Yo le agradezco con que le avise a alguien que pueda ir a acompañarme. Si puede hágaselo saber al Coco.»- me tranquilizó.
-«Cuenta con eso Wilfredo, sigue rápido para el hospital que yo le aviso al Coco para que le haga saber enseguida a tu familia»- le declaré.
Lo último que recuerdo es aquel bicitaxi y a Juan Wilfredo alejarse de nosotros para siempre. Luego supe en mis pesquisas que el bicitaxero que le conducía es miembro de una de las iglesias de la ciudad pero que hasta el momento no ha podido vencer el miedo y no está dispuesto a realizar declaraciones, como otros muchos testigos. Tengo la esperanza de que este hermano atemorizado, y muchos más, echen fuera el miedo porque como dice la Escritura: «En el amor no hay temor sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en si castigo. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor (1 Juan 4.18).»
Después de este inolvidable encuentro con EL ESTUDIANTE volví a las gestiones del enfermo que estaba acompañando y una vez reubicados envié un mensaje al móvil de Guillermo Fariñas cumpliendo el último favor que Juan Wilfredo me pidiera. No satisfecho con mí inevitable decisión de haberle dejado proseguir solo, sentí la profunda necesidad de enviar al menos mi tweet amplificando su denuncia. No sería la primera vez que enviara un tweet denunciando algún abuso. Lamentablemente muchos de estos tweets han caído en el olvido sin que se les conceda la debida importancia. Estamos tan acostumbrados a este tipo de noticias como a los golpes, parecen ser algo tan normal en Cuba como sus palmas reales. Lamentablemente alguien tiene que morir para que el mundo reaccione, y esta vez le tocó a nuestro inolvidable Juan Wilfredo.
Después de enviados los mensajes y confiado en que los médicos, los numerosos amigos y los familiares se encargarían, proseguí en mis obligaciones y rutinas hasta que finalmente confirmé totalmente que lo que Juan Wilfredo me había transmitido no era ningún alarde ni un fingirse la victima. Comprendí que cuando me dijo -«Esta gente me mató Pastor… »-, Juan Wilfredo no se expresaba metafóricamente sino horriblemente de manera literal, aunque mucha gente no le creyera ni quisiera atenderle. La mayor confirmación de que lo que me dijo fue la pura verdad fue su penosa muerte.
Lejos estaba de imaginar que aquel viaje que realizó Juan Wilfredo al Hospital «Arnaldo Milián» había sido infructuoso, y que por ordenes de la Seguridad del Estado, que había llegado primero que él al hospital, el personal médico que le atendió le despachó rápidamente apenas midiéndole la presión. Héctor Duniesky Bermúdez Santana, quien luego fuera apedreado el martes 10 recibiendo una herida en la cabeza, fue a quien correspondió ser testigo de la escena, y tras enfrentar con algunas palabras a la policía política condujo en su auto a Juan Wilfredo hasta su casa. Otros afirman haber visto también a efectivos de la inteligencia cubana en el parque a la hora de los sucesos sosteniendo la terrible hipótesis de que nos encontramos en presencia de un estilo de ejecución.
Tal vez más criminal que la golpiza misma sea el hecho de que quienes debían haber cumplido con su juramento médico prefirieron acatar otras ordenes y no brindaron a Wilfredo la atención que con urgencia necesitaba, ni siquiera le realizaron un ultrasonido. Cuando al día siguiente EL ESTUDIANTE fue conducido nuevamente al hospital por familiares, ya era demasiado tarde, su vientre estaba lleno de líquido, el ácido de su páncreas herido por la golpiza se había desparramado a su alrededor cual una batería averiada carcomiendo al propio páncreas, el hígado y tal vez incluso algo de sus riñones y vejiga. Puede resultar valioso en este sentido la valoración realizada por el doctor Oscar Elías Biscet (+5352769405) quien ha realizado una propuesta muy científica de lo que suele ocurrir cuando un páncreas es dañado por algún efecto externo, como en este caso. De nada valían ya los esfuerzos de la Terapia Intensiva, los daños eran irreversibles, fue como cuando corrieron al final con Orlando Zapata Tamayo, primero al Hospital de Camagüey, después al Hospital Militar del Combinado del Este para llevarlo finalmente a morir al Hospital Almeijeira. La muerte de Juan Wilfredo se había iniciado en conteo regresivo cuando el pueblo uniformado, como ha llamado el general Raúl Castro a la policía, le aporreó con sus tonfas. Y se aceleró cuando tocando desesperado las puertas de una institución de salud publica le enviaron a su casa a morir.
Grosso modo esto es todo lo que tengo que decir respecto a la dramática muerte de Juan Wilfredo Soto García, a quien la providencia divina ha querido rodear de testigos como yo. Otro tema relacionado a este podría ser el suicidio, aquel mismo domingo Día de las Madres en el que sepultamos a Wilfredo, del patrullero Alexis a quien el pueblo santaclareño relaciona con la golpiza a EL ESTUDIANTE. Según se rumora en el vecindario tras dos sospechosas visitas de la Seguridad del Estado al agente, terminó propinándose un disparo. Si resultaran ciertos los extendidos rumores estamos ante un elocuente ejemplo de lo que resulta de que un gobierne incite a su pueblo a la violencia: la familia de un opositor pacífico, y la de un policía, enlutadas ambas para siempre, y no quiero ni pensar en esas madres precisamente respirando la tragedia en un día en que debían estar celebrando.
No me detendré nuevamente -ya lo hice en post anteriores- en la vileza con que el régimen sucedió al crimen en sus tres desesperadas declaraciones en el Granma, manipulando declaraciones, enmascarando hechos, cuestionando mis palabras y las de alrededor de otros treinta testigos dispuestos a declarar, aunque el gobierno no haya mencionado públicamente nuestros nombres. Yo personalmente me siento irrespetado como ciudadano. Al rebatirse mi testimonio considero que además son cuestionadas conmigo también las instituciones religiosas que represento. Si soy un mentiroso deberían juzgarme como tal y expulsarme entonces de ministerios de los que entonces soy indigno de participar. Me siento agraviado por el régimen que sigo afirmado es responsable por la golpiza a Juan Wilfredo y exijo una investigación seria llevada a cabo por instituciones imparciales de carácter internacional. Emplazo una vez más en nombre de Dios al régimen cubano y exijo que se demuestre quién de nosotros dos está mintiendo. Las congregaciones locales y las respectivas comunidades en las que pastoreo, la Asociación Convención Bautista de Cuba Occidental que me reconoce oficialmente como pastor, y los seminarios teológicos donde imparto docencia, necesitan conocer quién es el mentiroso en este caso. Si soy yo, entonces quedo invalidado para continuar ejerciendo; pero si el gobierno, como afirmo, entonces este queda invalidado para seguir gobernando.
Me ampara la seguridad de creer en un Dios al que la sangre de cualquier victima, desde la antigua historia de Caín y Abel, no pasa inadvertida. Él ama la justicia y la verdad sobremanera. Él promete: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mateo 5.6)». En su nombre estoy levantando mi voz por Juan Wilfredo, esta muerte no quedará impune.
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