lunes, 5 de abril de 2010

Los errores de Raúl

En Cuba ya no se discute quién tiene la razón, sino quién tiene el control de las calles. La muerte de Orlando Zapata ha dejado a la dictadura con el miedo como único factor de supervivencia. En La Habana los bomberos están listos para frenar manifestaciones, y en Bayamo los tanques de la era soviética tienen la misma misión. Mientras tanto, las turbas organizadas atropellan a los disidentes.

Las cosas han cambiado desde que el carisma de Fidel Castro bastó para inducir a la mayoría del pueblo hacia el comunismo, al tiempo que aniquilaba a la oposición democrática con fusilamientos, prisión y exilio. Mientras una maquinaria represiva copiada de la URSS trituraba a quien se opusiera, en el mundo se aplaudía los “logros” de la revolución. Logros pagados con la generosa subvención soviética. Así cualquiera.

El colapso de la URSS dejó a la tiranía en Cuba sin legitimidad ideológica y sin los miles de millones con los cuales Moscú financiaba la vitrina revolucionaria castrista. La cohesión del régimen quedó entonces reducida a su capacidad represiva, al poder de manipulación de Fidel Castro y al respaldo internacional, que se concentró en la denuncia del “bloqueo”. El gobierno necesitaba una justificación para explicar las penurias en que vivía la población.

El retiro de Fidel Castro por razones de salud dejó al sistema sin su habilidad para maniobrar entre desastres y reprimir con alevosía. El fuerte de Raúl ha sido siempre doblegarse ante su hermano. Sus errores están a la vista.

Primero, creó dentro y fuera de Cuba expectativas de cambios estructurales, alegando que el mal funcionamiento de la economía no se le podía atribuir siempre al “bloqueo”. Las reformas nunca se materializaron y la economía continúo deteriorándose. Tres años después dice que las reformas son un asunto complejo.

Segundo, anunció su disposición a un acercamiento con Washington que tampoco se concretó, dejando a los aliados del régimen en espera y al gobierno de Obama en el limbo.

Tercero, le cerró al paso al grupo generacional en el gobierno que tenía la posibilidad de despertar alguna esperanza entre las filas castristas y la población.

Cuarto, atrincherado en la solución represiva, sin darse cuenta de que esta podía poner en peligro el apoyo internacional que le quedaba al régimen, le negaron el agua por 18 días (lo que equivale a una pena de muerte) a un humilde preso político y no le dieron asistencia médica.

Ante el repudio internacional, Raúl acusó a Zapata de haber sido un delincuente común. El Granma dijo que la huelga era para exigir un televisor para su celda.

Acto seguido se reprimió violentamente a las Damas de Blanco, que habían marchado por meses sin mayor repercusión. La televisión transmitió los sucesos que provocaron el rechazo del pueblo cubano y del mundo.

El resultado de las torpezas de Raúl Castro es un inédito aislamiento internacional cuyo costo está nada más que empezándose a sentir.

Sin la habilidad de manipulación de Fidel, Raúl Castro, después de purgar a quienes podían haberle dado al pueblo y a la nomenclatura la esperanza de reformas que él mismo alentó (y no puso en práctica), ha tomado el callejón sin salida de la represión, de donde a la corta o a la larga, alguien saldrá vencedor, el pueblo o la tiranía.

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