El precio de la represión
Cuando el régimen castrista arrestó a 75 disidentes en el 2003 no imaginó las consecuencias de esos arrestos. Mucho menos el precio que tendría que pagar por las condenas arbitrarias a que fueron sentenciados este grupo de opositores pacíficos.
Han pasado ocho años de aquellos momentos dramáticos y dolorosos para los presos y sus familiares. Algunos, por cierto, realmente desgarradores. Pero el saldo final es negativo para la dictadura.
Una vez más la oposición ha triunfado. En la primavera de 2003, todavía no se conocía en el mundo cuán extenso era el movimiento disidente en la isla. Aquel arresto múltiple se transformó en un dedo acusador.
La careta “revolucionaria” de la tiranía se encogió un poco más y el rostro grotesco del “castrismo” se perfiló con claridad. Con cada año de aquellas condenas injustas e inaceptables se hizo más difícil en el exterior defender los “logros de la revolución”.
Ellos estaban presos y la tiranía en el poder, pero era un combate que el régimen perdía con el tiempo. De víctimas aparentemente neutralizadas, los 75 condenados convirtieron sus celdas en trincheras de lucha. Ni se rindieron ni desertaron.
Muy lejos de haberle dado un golpe mortal al movimiento disidente, el castrismo tuvo que seguir enfrentando a la oposición. Nuevos luchadores ocuparon el lugar de los detenidos. La oposición democrática cubana volvió a tomar fuerzas.
Si por años los pelotones de fusilamiento no habían podido apagar el amor a la libertad, ejecutando a miles de cubanos que denunciaron al comunismo como un fracaso y una injusticia, la Primavera Negra de 2003 tampoco pudo lograrlo.
El asesinato del mártir Orlando Zapata y los acontecimientos que su muerte desataron, obligaron al régimen a intentar lavarse el rostro que la comunidad internacional y una buena parte del mundo había finalmente descubierto.
En una jugada, falta de imaginación y experiencia, los Castro creyeron que soltando a los presos del grupo de los 75 que todavía estaban en prisión y deportándolos a España, mejorarían su imagen internacional.
Creyeron que la presencia en España de los presos liberados le daría fuerza a su socio, el gobierno español, para que éste tuviera posibilidades de éxito en sus fracasados intentos de modificar la exigente posición de la Unión Europea respecto al régimen de La Habana. Fracasaron.
En España, los ex presos relataron ante una audiencia internacional las injusticias y los horrores de su prisión. Denunciaron los atropellos del régimen a la población y a la oposición. Pidieron a la Unión Europea que no flexibilizara su política conocida como Posición Común hacia la tiranía.
En España ganaron la batalla que comenzaron contra la dictadura el día de sus arrestos en 2003. Triunfaron en el lugar y en el momento más crítico para la tiranía.
El precio humano ha sido terrible; ellos y sus familiares lo han pagado con estoicismo. Todavía en ese destierro forzado por la tiranía y ante la insensibilidad y falta de cumplimiento de los compromisos del gobierno español, siguen pasando dificultades que no merecen.
Estos compatriotas han escrito páginas inolvidables en la historia de Cuba. Son motivo de orgullo para nosotros y un estímulo a las futuras generaciones de cubanos. No capitularon. Tienen derecho a decir: “Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria!” *
* Final del discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868, en el Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1888 [No dice de quien es el discurso.
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