¿CUÁL ES LA ESTRATEGIA CORRECTA PARA DERROTAR A PUTIN?


 Por Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

El peso de la historia: el poder económico determina al vencedor

Tuve que buscar entre mis viejos libros "El choque de civilizaciones", publicado en 1996 por Samuel P. Huntington, para volver a entender el análisis estratégico desde un ángulo muchas veces olvidado: la economía como factor determinante en la guerra.

Aunque la obra se enfoca en conflictos culturales, una de sus tesis subyacentes —y compartida por otros estrategas como Paul Kennedy— es que las grandes guerras no las ganan las ideologías ni las armas, sino los Estados cuyas economías son más resilientes y adaptables.

Este principio se ha verificado una y otra vez en la historia:

  • La Unión Soviética colapsó sin un disparo, por el agotamiento económico ante la presión tecnológica y financiera de Occidente.

  • En las guerras mundiales, la capacidad industrial y económica de Estados Unidos fue decisiva para inclinar el equilibrio global.

  • En Vietnam y Afganistán, fueron los factores de coste económico, político y social los que obligaron a las superpotencias a retirarse, no la derrota táctica en el terreno.

Hoy, al evaluar la guerra de Putin contra Ucrania, esa lección vuelve a ser central: la economía es el verdadero campo de batalla estratégico.


¿Solo una victoria militar? El precedente israelí

Algunos sectores proponen una solución basada exclusivamente en la victoria militar: derrotar a las fuerzas rusas en el terreno, liberar todo el territorio y forzar la rendición. Sin embargo, esta visión no solo es limitada, sino que desconoce lecciones contemporáneas sobre cómo erosionar el poder de un enemigo persistente sin desgaste frontal.

Israel ofrece un ejemplo moderno y efectivo:

  • Prioriza la eliminación de líderes estratégicos, debilitando la capacidad organizativa de sus enemigos.

  • Controla el espacio aéreo y aplica poder de fuego selectivo con precisión quirúrgica, incluso sin ocupar territorios.

  • Usa la disuasión tecnológica y la presión sostenida como herramientas centrales de supervivencia y victoria parcial.

Ucrania inicio esta lógica: ataques con drones, sabotajes en profundidad, y objetivos militares y económicos seleccionados dentro del territorio ruso. No es el primero ni será el último, pero el 2 de julio de 2025, el general de división Mijaíl Gudkov, subcomandante de la Armada rusa, fue eliminado en un ataque con misiles ucranianos contra un puesto de mando avanzado en Korenevo, región de Kursk, a unos 18 kilómetros de la frontera con Ucrania. Gudkov, de 42 años, también lideraba la 155.ª Brigada de Infantería de Marina de la Flota del Pacífico y supervisaba las fuerzas de misiles y artillería costera. El ataque, basado en inteligencia precisa, causó la muerte de al menos una docena de oficiales rusos que participaban en una reunión de planificación para una posible ofensiva en la región de Sumy.


🧠 La estrategia de Hodges: sostenibilidad, compromiso y economía

El general Ben Hodges, excomandante del Ejército de Estados Unidos en Europa, ha definido con claridad lo que se necesita para que Ucrania no solo resista, sino gane:

  • Un esfuerzo militar real, sostenido y sincronizado con una estrategia política. No se trata solo de entregar armamento, sino de definir públicamente un objetivo común: la victoria ucraniana. Eso, al día de hoy, aún ningún país aliado ha hecho con convicción.

  • Un compromiso político firme, visible y constante. Mientras Rusia invoca la supervivencia de su civilización, los aliados vacilan en presentar una narrativa clara. La ambigüedad estratégica no inspira a los pueblos ni a los ejércitos.

  • Sanciones económicas verdaderamente contundentes. Hay que golpear la infraestructura energética, los canales financieros y las industrias militares. La guerra de Putin no se financia con discursos: se sustenta en exportaciones, evasiones y complicidades tecnológicas que deben cortarse.

  • Poner a prueba el límite del régimen de Putin para sostener bajas masivas. Aunque aparenta estar dispuesto a asumir otro millón de muertos, la historia demuestra que incluso las autocracias tienen un umbral crítico. A medida que las bajas, las derrotas simbólicas y el empobrecimiento social se acumulan, el riesgo de colapso interno crece exponencialmente.


🎯 Conclusión: una estrategia realista y contundente

Derrotar a Putin no es una fantasía. Tampoco es solo una cuestión de enviar más proyectiles. Es una batalla de voluntad estratégica, que debe combinar:

  • El asedio económico que vuelva insostenible la guerra.

  • La eliminación de líderes clave, que degrade la efectividad del enemigo.

  • El apoyo firme y sostenido a Ucrania, que muestre que la libertad vale el esfuerzo.

Mientras algunos esperan que la historia se resuelva sola, la verdadera lección del pasado —como me recordó ese viejo libro— es que las guerras las ganan los pueblos que saben organizar su poder económico, político y moral en una sola dirección.

 

WHAT IS THE RIGHT STRATEGY TO DEFEAT PUTIN?

 
By Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

 
The Weight of History: Economic Power Determines the Victor

I had to search among my old books for The Clash of Civilizations, published in 1996 by Samuel P. Huntington, to once again understand strategic analysis from an often-forgotten angle: the economy as a determining factor in war.

Although the book focuses on cultural conflicts, one of its underlying theses—shared by other strategists like Paul Kennedy—is that great wars are not won by ideologies or weapons, but by states whose economies are more resilient and adaptable.

This principle has been confirmed time and again in history:

  • The Soviet Union collapsed without a shot, due to economic exhaustion under technological and financial pressure from the West.

  • In the world wars, the industrial and economic capacity of the United States was decisive in tipping the global balance.

  • In Vietnam and Afghanistan, economic, political, and social costs forced the superpowers to withdraw—not tactical defeats on the ground.

Today, when evaluating Putin's war against Ukraine, that lesson once again becomes central: the economy is the true strategic battlefield.

Only a Military Victory? The Israeli Precedent

Some sectors propose a solution based exclusively on military victory: defeat Russian forces on the ground, liberate the entire territory, and force a surrender. However, this view is not only limited but ignores contemporary lessons on how to erode the power of a persistent enemy without frontal attrition.

Israel offers a modern and effective example:

  • It prioritizes the elimination of strategic leaders, weakening the organizational capacity of its enemies.

  • It controls the airspace and applies selective firepower with surgical precision, even without occupying territories.

  • It uses technological deterrence and sustained pressure as central tools for survival and partial victory.

Ukraine began applying this logic: drone attacks, deep sabotage, and selected military and economic targets inside Russian territory. It is not the first nor the last, but on July 2, 2025, Major General Mikhail Gudkov, deputy commander of the Russian Navy, was eliminated in a Ukrainian missile strike on a forward command post in Korenevo, Kursk region, about 18 kilometers from the Ukrainian border. Gudkov, 42, also led the 155th Marine Infantry Brigade of the Pacific Fleet and oversaw coastal missile and artillery forces. The attack, based on precise intelligence, killed at least a dozen Russian officers attending a planning meeting for a possible offensive in the Sumy region.

Hodges' Strategy: Sustainability, Commitment, and Economy

General Ben Hodges, former commander of the U.S. Army in Europe, has clearly defined what is needed for Ukraine not just to resist but to win:

  • A real, sustained military effort synchronized with a political strategy. It's not just about delivering weapons but about publicly defining a common goal: Ukrainian victory. To this day, no allied country has done this convincingly.

  • A firm, visible, and constant political commitment. While Russia invokes the survival of its civilization, the allies hesitate to present a clear narrative. Strategic ambiguity does not inspire peoples or armies.

  • Truly forceful economic sanctions. It is necessary to strike energy infrastructure, financial channels, and military industries. Putin's war is not funded with speeches: it is sustained by exports, evasions, and technological complicity that must be cut off.

  • Testing the limits of Putin's regime in withstanding massive casualties. Although it appears willing to endure another million deaths, history shows that even autocracies have a critical threshold. As casualties, symbolic defeats, and social impoverishment accumulate, the risk of internal collapse grows exponentially.

Conclusion: A Realistic and Forceful Strategy

Defeating Putin is not a fantasy. Nor is it merely a matter of sending more projectiles. It is a battle of strategic will, which must combine:

  • The economic siege that makes war unsustainable.

  • The elimination of key leaders, which degrades the enemy's effectiveness.

  • Firm and sustained support for Ukraine, showing that freedom is worth the effort.

While some wait for history to resolve itself, the true lesson of the past—as that old book reminded me—is that wars are won by peoples who know how to organize their economic, political, and moral power in a single direction.

 

QUELLE EST LA STRATÉGIE APPROPRIÉE POUR VAINCRE POUTINE ?

 
Par Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

 
Le poids de l'histoire : le pouvoir économique détermine le vainqueur

J'ai dû chercher parmi mes vieux livres Le Choc des civilisations, publié en 1996 par Samuel P. Huntington, pour comprendre à nouveau l'analyse stratégique sous un angle souvent oublié : l'économie comme facteur déterminant dans la guerre.

Bien que l'ouvrage se concentre sur les conflits culturels, l'une de ses thèses sous-jacentes—partagée par d'autres stratèges comme Paul Kennedy—est que les grandes guerres ne sont pas gagnées par les idéologies ou les armes, mais par les États dont les économies sont les plus résilientes et adaptables.

Ce principe a été confirmé à maintes reprises dans l'histoire :

  • L'Union soviétique s'est effondrée sans qu'un coup de feu ne soit tiré, épuisée économiquement sous la pression technologique et financière de l'Occident.

  • Lors des guerres mondiales, la capacité industrielle et économique des États-Unis a été décisive pour faire pencher l'équilibre mondial.

  • Au Vietnam et en Afghanistan, ce sont les coûts économiques, politiques et sociaux qui ont contraint les superpuissances à se retirer—et non des défaites tactiques sur le champ de bataille.

Aujourd'hui, en évaluant la guerre de Poutine contre l'Ukraine, cette leçon redevient centrale : l'économie est le véritable champ de bataille stratégique.

Une victoire uniquement militaire ? Le précédent israélien

Certains proposent une solution fondée uniquement sur la victoire militaire : vaincre les forces russes sur le terrain, libérer l'ensemble du territoire et forcer la reddition. Cependant, cette vision est non seulement limitée, mais ignore aussi les leçons contemporaines sur la manière d'éroder le pouvoir d'un ennemi persistant sans affrontement frontal.

Israël offre un exemple moderne et efficace :

  • Il privilégie l'élimination des leaders stratégiques, affaiblissant la capacité organisationnelle de ses ennemis.

  • Il contrôle l'espace aérien et applique une puissance de feu sélective avec une précision chirurgicale, même sans occuper de territoire.

  • Il utilise la dissuasion technologique et la pression soutenue comme outils centraux de survie et de victoire partielle.

L'Ukraine a commencé à adopter cette logique : frappes de drones, sabotages en profondeur, et objectifs militaires et économiques ciblés sur le territoire russe. Ce n'est ni la première ni la dernière fois, mais le 2 juillet 2025, le général de division Mikhaïl Goudkov, commandant adjoint de la marine russe, a été éliminé lors d'une frappe de missile ukrainienne contre un poste de commandement avancé à Korenevo, dans la région de Koursk, à environ 18 kilomètres de la frontière ukrainienne. Goudkov, 42 ans, commandait également la 155e brigade d'infanterie de marine de la flotte du Pacifique et supervisait les forces côtières de missiles et d'artillerie. L'attaque, basée sur des renseignements précis, a tué au moins une douzaine d'officiers russes participant à une réunion de planification pour une éventuelle offensive dans la région de Soumy.

La stratégie de Hodges : durabilité, engagement et économie

Le général Ben Hodges, ancien commandant de l'armée américaine en Europe, a clairement défini ce qu'il faut pour que l'Ukraine non seulement résiste, mais gagne :

  • Un effort militaire réel, soutenu et synchronisé avec une stratégie politique. Il ne s'agit pas seulement de livrer des armes, mais de définir publiquement un objectif commun : la victoire ukrainienne. À ce jour, aucun pays allié ne l'a fait avec conviction.

  • Un engagement politique ferme, visible et constant. Tandis que la Russie invoque la survie de sa civilisation, les alliés hésitent à présenter un récit clair. L'ambiguïté stratégique n'inspire ni les peuples ni les armées.

  • Des sanctions économiques véritablement percutantes. Il faut frapper les infrastructures énergétiques, les circuits financiers et les industries militaires. La guerre de Poutine ne se finance pas avec des discours : elle repose sur les exportations, les évasions et les complicités technologiques qu'il faut couper.

  • Mettre à l'épreuve la capacité du régime de Poutine à supporter des pertes massives. Bien qu'il semble prêt à tolérer un autre million de morts, l'histoire montre que même les autocraties ont un seuil critique. À mesure que les pertes, les défaites symboliques et l'appauvrissement social s'accumulent, le risque d'effondrement interne augmente de façon exponentielle.

Conclusion : une stratégie réaliste et percutante

Vaincre Poutine n'est pas une illusion. Ce n'est pas non plus seulement une question d'envoyer plus de munitions. C'est une bataille de volonté stratégique, qui doit combiner :

  • Un siège économique rendant la guerre insoutenable.

  • L'élimination de leaders clés pour affaiblir l'efficacité de l'ennemi.

  • Un soutien ferme et constant à l'Ukraine, pour montrer que la liberté vaut l'effort.

Tandis que certains attendent que l'histoire se règle d'elle-même, la véritable leçon du passé—comme ce vieux livre me l'a rappelé—est que les guerres sont gagnées par des peuples capables d'organiser leur puissance économique, politique et morale dans une seule direction.

QUAL È LA STRATEGIA GIUSTA PER SCONFIGGERE PUTIN?

Di Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

 
Il peso della storia: il potere economico determina il vincitore

Ho dovuto cercare tra i miei vecchi libri Lo scontro delle civiltà, pubblicato nel 1996 da Samuel P. Huntington, per comprendere ancora una volta l'analisi strategica da un'angolazione spesso dimenticata: l'economia come fattore determinante nella guerra.

Sebbene l'opera si concentri sui conflitti culturali, una delle sue tesi di fondo—condivisa da altri strateghi come Paul Kennedy—è che le grandi guerre non vengono vinte dalle ideologie o dalle armi, ma dagli Stati le cui economie sono più resilienti e adattabili.

Questo principio è stato confermato più e più volte nella storia:

  • L'Unione Sovietica è crollata senza sparare un colpo, esaurita economicamente sotto la pressione tecnologica e finanziaria dell'Occidente.

  • Nelle guerre mondiali, la capacità industriale ed economica degli Stati Uniti è stata decisiva per far pendere l'equilibrio globale.

  • In Vietnam e in Afghanistan, sono stati i costi economici, politici e sociali a costringere le superpotenze a ritirarsi—non le sconfitte tattiche sul campo di battaglia.

Oggi, valutando la guerra di Putin contro l'Ucraina, quella lezione torna centrale: l'economia è il vero campo di battaglia strategico.

Solo una vittoria militare? Il precedente israeliano

Alcuni propongono una soluzione basata esclusivamente sulla vittoria militare: sconfiggere le forze russe sul campo, liberare l'intero territorio e forzare la resa. Tuttavia, questa visione non solo è limitata, ma ignora anche le lezioni contemporanee su come erodere il potere di un nemico persistente senza scontri diretti.

Israele offre un esempio moderno ed efficace:

  • Prioritizza l'eliminazione dei leader strategici, indebolendo la capacità organizzativa dei suoi nemici.

  • Controlla lo spazio aereo e applica una potenza di fuoco selettiva con precisione chirurgica, anche senza occupare territori.

  • Usa la deterrenza tecnologica e una pressione costante come strumenti centrali di sopravvivenza e vittoria parziale.

L'Ucraina ha iniziato ad adottare questa logica: attacchi con droni, sabotaggi in profondità, e obiettivi militari ed economici selezionati all'interno del territorio russo. Non è né la prima né l'ultima, ma il 2 luglio 2025, il generale di divisione Mikhail Gudkov, vice comandante della Marina russa, è stato eliminato in un attacco missilistico ucraino contro un posto di comando avanzato a Korenevo, nella regione di Kursk, a circa 18 chilometri dal confine ucraino. Gudkov, 42 anni, comandava anche la 155ª brigata di fanteria di marina della Flotta del Pacifico e supervisionava le forze costiere di missili e artiglieria. L'attacco, basato su informazioni di intelligence precise, ha ucciso almeno una dozzina di ufficiali russi che partecipavano a una riunione di pianificazione per una possibile offensiva nella regione di Sumy.

La strategia di Hodges: sostenibilità, impegno ed economia

Il generale Ben Hodges, ex comandante dell'esercito degli Stati Uniti in Europa, ha definito chiaramente ciò che serve affinché l'Ucraina non solo resista, ma vinca:

  • Uno sforzo militare reale, sostenuto e sincronizzato con una strategia politica. Non si tratta solo di fornire armi, ma di definire pubblicamente un obiettivo comune: la vittoria ucraina. Fino ad oggi, nessun Paese alleato lo ha fatto con convinzione.

  • Un impegno politico fermo, visibile e costante. Mentre la Russia invoca la sopravvivenza della propria civiltà, gli alleati esitano a presentare una narrativa chiara. L'ambiguità strategica non ispira né i popoli né gli eserciti.

  • Sanzioni economiche veramente incisive. Bisogna colpire le infrastrutture energetiche, i canali finanziari e le industrie militari. La guerra di Putin non si finanzia con i discorsi: si regge su esportazioni, elusioni e complicità tecnologiche che devono essere interrotte.

  • Mettere alla prova il limite del regime di Putin nel sopportare perdite massicce. Anche se sembra disposto a tollerare un altro milione di morti, la storia dimostra che anche le autocrazie hanno una soglia critica. Con l'accumularsi delle perdite, delle sconfitte simboliche e dell'impoverimento sociale, il rischio di collasso interno cresce in modo esponenziale.

Conclusione: una strategia realistica e incisiva

Sconfiggere Putin non è una fantasia. Non è nemmeno solo una questione di inviare più munizioni. È una battaglia di volontà strategica, che deve combinare:

  • L'assedio economico che renda la guerra insostenibile.

  • L'eliminazione dei leader chiave, per degradare l'efficacia del nemico.

  • Un sostegno fermo e costante all'Ucraina, per dimostrare che la libertà vale lo sforzo.

Mentre alcuni attendono che la storia si risolva da sola, la vera lezione del passato—come mi ha ricordato quel vecchio libro—è che le guerre vengono vinte dai popoli che sanno organizzare il loro potere economico, politico e morale in un'unica direzione.


 


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EL DERECHO ARREBATADO A UCRANIA

 


Por Huber Matos Araluce – San José, Costa Rica

Desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, una verdad militar era evidente para cualquier estratega serio: ningún país puede ganar —ni siquiera sobrevivir dignamente— una guerra moderna sin controlar su espacio aéreo.

Y sin embargo, durante más de dos años, a Ucrania se le negó sistemáticamente la capacidad de hacerlo. No se trata únicamente de la entrega —o la tardanza— en enviar aviones de combate, interceptores o sistemas antimisiles. Se le negó algo más profundo y estructural: el derecho soberano a controlar el cielo sobre su propio territorio.

Ucrania, como cualquier nación libre, tenía —y sigue teniendo— el derecho a defender su espacio aéreo. No pidió invadir cielos ajenos, solo pidió proteger el suyo. Y sin embargo, la respuesta de las potencias occidentales fue condicionada, escalonada, limitada. Lo que Israel ejerce como doctrina natural de seguridad nacional —el dominio permanente y autónomo de su cielo— le fue negado a Ucrania en nombre del equilibrio geopolítico, del temor a Rusia y del cálculo político interno de Washington y Bruselas.

El cielo decide: cómo la historia demuestra que sin control aéreo no se gana una guerra

El caso de Ucrania no es una excepción. Es parte de un patrón estratégico que se ha confirmado en todas las guerras modernas: el control del espacio aéreo es el factor decisivo entre resistir, ganar o ser derrotado. Estos son ejemplos:

  • Guerra del Golfo (1991): EE.UU. destruyó toda la infraestructura militar iraquí desde el aire antes de tocar tierra.

  • Kosovo (1999): La OTAN obligó a la retirada serbia sin enviar una sola tropa terrestre.

  • Malvinas (1982): Argentina perdió pese a tener tropas en el terreno porque el Reino Unido dominó el aire.

  • Segunda Guerra Mundial: Alemania colapsó cuando perdió la supremacía aérea.

  • Israel: Ha ganado sus guerras porque jamás ha cedido el cielo.

La lección es clara:

El país que no controla su espacio aéreo, lo paga con vidas, ciudades y soberanía.

Lo sabían… y no quisieron: las razones políticas detrás del cielo negado a Ucrania

Ucrania no recibió el derecho a controlar su cielo porque los gobiernos occidentales —especialmente EE.UU. y Alemania— no quisieron dárselo. La decisión fue deliberada. Y las razones fueron políticas, no militares:

Miedo a provocar a Rusia: una excusa útil, pero falsa

Durante más de un año, se dijo que si Ucrania recibía misiles de largo alcance, aviones F-16 o autorización para atacar objetivos en territorio ruso, Putin podría escalar el conflicto, atacar otros países europeos o incluso usar armas nucleares tácticas.

Ese argumento no resiste el menor análisis:

  • En 2022 y 2023, Rusia ni siquiera podía avanzar con éxito en Ucrania. ¿Cómo iba a invadir Polonia, Lituania o Finlandia?

  • Su ejército estaba empantanado, agotado, con pérdidas enormes y capacidad logística limitada.

  • Respecto a las armas nucleares, el uso de una bomba táctica habría significado el aislamiento absoluto de Moscú. China, India, y otros aliados se lo advirtieron claramente.

El Kremlin no tenía margen militar ni diplomático para escalar. Y Occidente lo sabía.
El miedo a escalar fue solo un disfraz del miedo a decidir.

Cálculo electoral de Joe Biden

El presidente de EE.UU. no quiso arriesgar su reelección. Temía que los republicanos lo acusaran de “llevar al país a la guerra”.
Por eso se dosificó la ayuda, se impusieron líneas rojas artificiales, y se prefirió una guerra larga pero “controlada” antes que una victoria rápida de Ucrania.

Europa: sin liderazgo ni visión estratégica

A excepción de Polonia, Estonia o Lituania, los grandes gobiernos europeos no lideraron.
Alemania bloqueó los misiles Taurus. Francia habló más de lo que actuó. Otros alegaron “no estar preparados”.
En realidad, no fue falta de medios, sino de voluntad.

Occidente temía que si Ucrania lograba controlar su cielo, podría lanzar ofensivas decisivas, recuperar Crimea o actuar con autonomía estratégica.
Y esa Ucrania libre, decidida y armada con tecnología occidental ya no sería tan manejable políticamente.

El costo: una tragedia evitable

  • Más de 100,000 ucranianos muertos.

  • Mariúpol, Bajmut, Avdiivka y muchas más, convertidas en ruinas.

  • Miles de kilómetros ocupados por el invasor.

  • Infraestructura nacional destruida por misiles y drones que no fueron interceptados.

  • Oportunidades militares perdidas por no tener cobertura aérea.

Y todo eso se pudo evitar si a Ucrania se le hubiese permitido ejercer el control legítimo de su cielo.

Conclusión: el día que negaron el cielo a un país libre

Cuando Ucrania pidió ayuda para controlar su espacio aéreo, no pidió bombardear Moscú ni cruzar fronteras.
Pidió lo que toda nación libre merece: el derecho a defender su cielo.

Y lo que recibió fue cálculo electoral, temor diplomático y excusas geopolíticas.

La historia no juzgará solo al invasor. Juzgará también a quienes, pudiendo evitar la masacre, eligieron no hacerlo.El cielo de Ucrania seguirá siendo el juicio moral de esta guerra.

 
Y un día, los pueblos libres preguntarán:

 
¿Qué hicieron sus gobiernos cuando un país libre pidió ayuda para proteger su cielo?

 

 THE RIGHT DENIED TO UKRAINE

By Huber Matos Araluce – San José, Costa Rica

Since the beginning of the Russian invasion of Ukraine in February 2022, a military truth has been evident to any serious strategist: no country can win — or even survive with dignity — a modern war without controlling its airspace.

And yet, for more than two years, Ukraine was systematically denied the ability to do so. It was not merely a matter of delaying the delivery of fighter jets, interceptors, or anti-missile systems. What was denied was something deeper and more structural: the sovereign right to control the sky over its own territory.

Ukraine, like any free nation, had — and still has — the right to defend its airspace. It did not ask to invade foreign skies, only to protect its own. And yet, the response from Western powers was conditional, delayed, and limited. What Israel exercises as a natural doctrine of national security — permanent and autonomous control of its skies — was denied to Ukraine in the name of geopolitical balance, fear of Russia, and political calculations in Washington and Brussels.

The sky decides: how history shows that without air superiority, no war is won

Ukraine is not an exception. It follows a strategic pattern confirmed in all modern wars: control of airspace is the decisive factor between resistance, victory, or defeat. Here are some examples:

  • Gulf War (1991): the United States destroyed Iraq’s military infrastructure from the air before ground troops advanced.

  • Kosovo (1999): NATO forced the Serbian withdrawal without sending ground troops.

  • Falklands (1982): Argentina lost despite having troops on the ground because the United Kingdom dominated the sky.

  • World War II: Germany collapsed after losing air superiority.

  • Israel: has won its wars by always maintaining control of the sky.

The lesson is clear:

A country that does not control its airspace pays with lives, cities, and sovereignty.

They knew… and chose not to: the political reasons behind denying Ukraine the sky

Ukraine was denied the right to control its sky because Western governments — particularly the United States and Germany — deliberately chose not to grant it. A political decision, not a military one.

The fear of provoking Russia: a convenient but unfounded excuse

For over a year, it was claimed that if Ukraine received long-range missiles, F-16s, or authorization to strike targets in Russian territory, Putin might escalate the conflict, attack other European countries, or even use tactical nuclear weapons.

But that argument does not hold:

  • In 2022 and 2023, Russia could not even advance effectively in Ukraine. How could it invade Poland, Lithuania, or Finland?

  • Its army was bogged down, exhausted, with enormous losses and limited logistics.

  • Regarding nuclear weapons, using them would have led to Moscow’s total isolation. China, India, and other allies had clearly warned them.

The Kremlin had no military or diplomatic margin. And the West knew it.
The fear of escalation was just a pretext for inaction.

Joe Biden’s electoral calculations

The U.S. President did not want to risk his re-election. He feared Republican accusations of “dragging the country into war.”
That is why aid was rationed, artificial red lines imposed, and a “long but controlled” war was preferred over a quick Ukrainian victory.

Europe: no leadership, no strategic vision

Except for Poland, Estonia, and Lithuania, the major European powers did not take the initiative.
Germany blocked the Taurus missiles. France talked a lot, acted little. Others claimed they were “not ready.”
In reality, it wasn’t a lack of means, but of will.

The West feared that a Ukraine capable of controlling its sky might launch decisive offensives, retake Crimea, or act fully autonomously.
A free, determined, and well-armed Ukraine would no longer be politically manageable.

The cost: an avoidable tragedy

  • Over 100,000 Ukrainians killed.

  • Mariupol, Bakhmut, Avdiivka, and many others reduced to rubble.

  • Thousands of square kilometers occupied by the invader.

  • Infrastructure destroyed by missiles and drones that were not intercepted.

  • Missed military opportunities due to lack of air cover.

All of this could have been avoided if Ukraine had been allowed to exercise legitimate control of its sky.

Conclusion: the day the sky was denied to a free nation

When Ukraine asked for help to control its airspace, it did not ask to bomb Moscow or cross borders.
It asked for what every free nation deserves: the right to defend its sky.

What it received were electoral calculations, diplomatic fears, and geopolitical excuses.

History will not judge only the aggressor.
It will also judge those who, knowing what needed to be done, chose not to act.

Ukraine’s sky will remain the moral judgment of this war.
And one day, free peoples will ask:
What did your governments do when a free country asked for help to defend its sky?


 

 

LE DROIT REFUSÉ À L'UKRAINE

Par Huber Matos Araluce – San José, Costa Rica

Depuis le début de l'invasion russe de l'Ukraine en février 2022, une vérité militaire s'impose à tout stratège sérieux : aucun pays ne peut gagner — ni même survivre dignement — une guerre moderne sans contrôler son espace aérien.

Et pourtant, pendant plus de deux ans, l'Ukraine s'est vu systématiquement refuser la capacité de le faire. Il ne s'agissait pas simplement de retards dans la livraison d'avions de chasse, d'intercepteurs ou de systèmes antimissiles. Ce qui a été refusé est plus profond et structurel : le droit souverain de contrôler le ciel au-dessus de son propre territoire.

L'Ukraine, comme toute nation libre, avait — et a toujours — le droit de défendre son espace aérien. Elle n'a pas demandé à envahir des cieux étrangers, mais simplement à protéger le sien. Pourtant, la réponse des puissances occidentales a été conditionnelle, différée, limitée. Ce qu'Israël exerce comme doctrine naturelle de sécurité nationale — un contrôle permanent et autonome de son ciel — a été refusé à l'Ukraine au nom de l'équilibre géopolitique, de la peur de la Russie et des calculs politiques à Washington et Bruxelles.

Le ciel décide : comment l'histoire prouve que sans maîtrise aérienne, on ne gagne pas de guerre

Le cas de l'Ukraine n'est pas une exception. Il s'inscrit dans un schéma stratégique confirmé dans toutes les guerres modernes : le contrôle de l'espace aérien est le facteur décisif entre résistance, victoire ou défaite. En témoignent :

  • Guerre du Golfe (1991) : les États-Unis ont détruit les infrastructures militaires irakiennes depuis les airs avant d'engager leurs troupes au sol.

  • Kosovo (1999) : l'OTAN a forcé le retrait serbe sans déployer un seul soldat au sol.

  • Malouines (1982) : l'Argentine a perdu malgré ses troupes au sol car le Royaume-Uni contrôlait le ciel.

  • Seconde Guerre mondiale : l'Allemagne a chuté après avoir perdu la supériorité aérienne.

  • Israël : a toujours remporté ses guerres en gardant le contrôle total de son ciel.

La leçon est claire :

Un pays qui ne contrôle pas son espace aérien le paie en vies humaines, en villes détruites et en perte de souveraineté.

Ils savaient… et n’ont rien fait : les raisons politiques du ciel refusé à l’Ukraine

L’Ukraine s’est vu refuser le droit de contrôler son ciel parce que les gouvernements occidentaux — notamment les États-Unis et l’Allemagne — ont délibérément choisi de ne pas le lui accorder. Une décision politique, non militaire.

La peur de provoquer la Russie : une excuse commode mais infondée

Pendant plus d’un an, on a prétendu que si l’Ukraine recevait des missiles longue portée, des F-16 ou l’autorisation de frapper des cibles en territoire russe, Poutine pourrait intensifier le conflit, attaquer d’autres pays européens ou même utiliser des armes nucléaires tactiques.

Mais cet argument ne tient pas :

  • En 2022 et 2023, la Russie ne parvenait même pas à avancer efficacement en Ukraine. Comment aurait-elle pu envahir la Pologne, la Lituanie ou la Finlande ?

  • Son armée était embourbée, épuisée, avec des pertes massives et une logistique limitée.

  • Quant à l’arme nucléaire, l’utiliser aurait isolé Moscou internationalement. La Chine, l’Inde et d’autres alliés l’avaient clairement avertie.

Le Kremlin n’avait aucune marge de manœuvre militaire ni diplomatique. Et l’Occident le savait.
La peur d’une escalade était un prétexte pour éviter une décision.

Les calculs électoraux de Joe Biden

Le président américain ne voulait pas compromettre sa réélection. Il craignait les accusations républicaines de « pousser le pays vers la guerre ».
C’est pourquoi l’aide a été rationnée, des lignes rouges artificielles imposées, et une guerre « longue mais contrôlée » préférée à une victoire rapide de l’Ukraine.

L’Europe : sans leadership, sans vision stratégique

À l’exception de la Pologne, de l’Estonie et de la Lituanie, les grandes puissances européennes n’ont pas pris les devants.
L’Allemagne a bloqué les missiles Taurus. La France a beaucoup parlé, peu agi. D’autres ont invoqué un manque de préparation.
Mais en vérité, ce n’était pas un manque de moyens, mais un manque de volonté.

L’Occident craignait qu’une Ukraine capable de contrôler son ciel ne mène des offensives décisives, récupère la Crimée, ou agisse de manière autonome.
Une Ukraine libre, déterminée et bien armée ne serait alors plus aussi docile politiquement.

Le coût : une tragédie évitable

  • Plus de 100 000 Ukrainiens tués.

  • Marioupol, Bakhmout, Avdiivka et bien d'autres réduites en ruines.

  • Des milliers de kilomètres carrés occupés par l’envahisseur.

  • Des infrastructures détruites par des missiles et drones non interceptés.

  • Des occasions militaires manquées faute de couverture aérienne.

Tout cela aurait pu être évité si l’Ukraine avait pu exercer le contrôle légitime de son ciel.

Conclusion : le jour où le ciel fut refusé à une nation libre

Lorsque l’Ukraine a demandé de l’aide pour contrôler son espace aérien, elle n’a pas demandé à bombarder Moscou ni à franchir des frontières.
Elle a réclamé ce que mérite toute nation libre : le droit de défendre son ciel.

Ce qu’elle a reçu : des calculs électoraux, des craintes diplomatiques et des excuses géopolitiques.

L’histoire ne jugera pas que l’agresseur.
Elle jugera aussi ceux qui, sachant ce qu’il fallait faire, ont choisi de ne pas agir.

Le ciel de l’Ukraine restera le jugement moral de cette guerre.
Et un jour, les peuples libres demanderont :
Que firent vos gouvernements quand un pays libre demanda de l’aide pour défendre son ciel ?

 

IL DIRITTO NEGATO ALL'UCRAINA

Di Huber Matos Araluce – San José, Costa Rica

Fin dall'inizio dell'invasione russa dell'Ucraina, nel febbraio 2022, una verità militare è apparsa evidente a qualsiasi stratega serio: nessun paese può vincere — né tanto meno sopravvivere con dignità — una guerra moderna senza controllare il proprio spazio aereo.

Eppure, per oltre due anni, all'Ucraina è stata sistematicamente negata la possibilità di farlo. Non si è trattato semplicemente di ritardi nella consegna di caccia, intercettori o sistemi antimissile. Ciò che è stato negato è qualcosa di più profondo e strutturale: il diritto sovrano a controllare il cielo sopra il proprio territorio.

L'Ucraina, come ogni nazione libera, aveva — e ha tuttora — il diritto di difendere il proprio spazio aereo. Non ha chiesto di invadere cieli altrui, ma solo di proteggere il proprio. Eppure, la risposta delle potenze occidentali è stata condizionata, ritardata, limitata. Quello che Israele esercita come dottrina naturale di sicurezza nazionale — il controllo permanente e autonomo del proprio cielo — è stato negato all'Ucraina in nome dell'equilibrio geopolitico, del timore della Russia e del calcolo politico a Washington e Bruxelles.

Il cielo decide: come la storia dimostra che senza superiorità aerea non si vince una guerra

Il caso dell'Ucraina non è un'eccezione. Rientra in un modello strategico confermato in tutte le guerre moderne: il controllo dello spazio aereo è il fattore decisivo tra resistenza, vittoria o sconfitta. Ecco alcuni esempi:

  • Guerra del Golfo (1991): gli Stati Uniti distrussero le infrastrutture militari irachene dall’alto prima di muovere le truppe di terra.

  • Kosovo (1999): la NATO costrinse il ritiro serbo senza inviare truppe terrestri.

  • Falkland (1982): l’Argentina perse nonostante la presenza di truppe perché il Regno Unito dominava il cielo.

  • Seconda Guerra Mondiale: la Germania crollò dopo aver perso la superiorità aerea.

  • Israele: ha vinto le sue guerre mantenendo sempre il controllo del cielo.

La lezione è chiara:

Un paese che non controlla il proprio spazio aereo lo paga con vite, città e sovranità.

Lo sapevano… e non hanno voluto: le ragioni politiche del cielo negato all’Ucraina

All’Ucraina è stato negato il diritto di controllare il proprio cielo perché i governi occidentali — in particolare Stati Uniti e Germania — hanno scelto deliberatamente di non concederlo. Una decisione politica, non militare.

La paura di provocare la Russia: una scusa comoda ma infondata

Per oltre un anno si è sostenuto che se l’Ucraina avesse ricevuto missili a lungo raggio, F-16 o l’autorizzazione a colpire obiettivi in territorio russo, Putin avrebbe potuto intensificare il conflitto, attaccare altri paesi europei o addirittura usare armi nucleari tattiche.

Ma quell’argomento non regge:

  • Nel 2022 e 2023, la Russia non riusciva nemmeno ad avanzare efficacemente in Ucraina. Come avrebbe potuto invadere Polonia, Lituania o Finlandia?

  • Il suo esercito era impantanato, esausto, con perdite enormi e logistica limitata.

  • Riguardo alle armi nucleari, usarle avrebbe portato all’isolamento totale di Mosca. Cina, India e altri alleati lo avevano chiaramente avvertito.

Il Cremlino non aveva margini né militari né diplomatici. E l’Occidente lo sapeva.
La paura dell’escalation era solo un pretesto per non decidere.

I calcoli elettorali di Joe Biden

Il presidente degli Stati Uniti non voleva rischiare la rielezione. Temeva le accuse repubblicane di «trascinare il paese in guerra».
Per questo l’aiuto è stato razionato, sono state imposte linee rosse artificiali, e si è preferita una guerra «lunga ma controllata» a una rapida vittoria ucraina.

L’Europa: senza leadership né visione strategica

Ad eccezione di Polonia, Estonia e Lituania, le grandi potenze europee non hanno preso l’iniziativa.
La Germania ha bloccato i missili Taurus. La Francia ha parlato molto, agito poco. Altri hanno sostenuto di «non essere pronti».
In realtà non mancavano i mezzi, ma la volontà.

L’Occidente temeva che un’Ucraina capace di controllare il proprio cielo potesse lanciare offensive decisive, recuperare la Crimea o agire in piena autonomia.
Un’Ucraina libera, determinata e ben armata non sarebbe più stata politicamente gestibile.

Il costo: una tragedia evitabile

  • Oltre 100.000 ucraini uccisi.

  • Mariupol, Bakhmut, Avdiivka e molte altre ridotte in macerie.

  • Migliaia di chilometri quadrati occupati dall’invasore.

  • Infrastrutture distrutte da missili e droni non intercettati.

  • Occasioni militari perse per mancanza di copertura aerea.

Tutto ciò si sarebbe potuto evitare se fosse stato permesso all’Ucraina di esercitare il controllo legittimo del proprio cielo.

Conclusione: il giorno in cui fu negato il cielo a una nazione libera

Quando l’Ucraina chiese aiuto per controllare il proprio spazio aereo, non chiese di bombardare Mosca né di attraversare confini.
Chiese ciò che ogni nazione libera merita: il diritto di difendere il proprio cielo.

Ciò che ricevette furono calcoli elettorali, timori diplomatici ed escuse geopolitiche.

La storia non giudicherà solo l’aggressore.
Giudicherà anche coloro che, sapendo cosa andava fatto, scelsero di non agire.

Il cielo dell’Ucraina resterà il giudizio morale di questa guerra.
E un giorno, i popoli liberi chiederanno:
Cosa fecero i vostri governi quando un paese libero chiese aiuto per difendere il proprio cielo?



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LA SOLUCIÓN FINAL NO ES UN ACUERDO NUCLEAR II

 


Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

 

En el primer capítulo de “LA SOLUCIÓN FINAL NO ES UN ACUERDO NUCLEAR” planteaba que: Un acuerdo con Estados Unidos no garantizaba que Irán dejaría de ser un país exportador de terrorismo ni aseguraba que abandonaría su programa nuclear de forma definitiva. “Aun si firmaran un compromiso formal, nada impide que lo violen —como ya han hecho en el pasado— o que encuentren vías clandestinas para continuar su desarrollo nuclear dentro o fuera de sus fronteras”.

“Un documento firmado por los ayatolas es, en el mejor de los casos, una pausa táctica. Y en el peor, una maniobra de distracción. El régimen iraní, al sentirse debilitado o condicionado, no tendría otra opción que violar dicho acuerdo tarde o temprano. No por ambición técnica, sino por supervivencia política”.

“El primer paso que daría un régimen acorralado tras firmar un nuevo compromiso, sería reconstruir su capacidad defensiva y ofensiva con la ayuda de Rusia y, luego, reiniciar gradualmente su respaldo a las redes terroristas internacionales. La actividad terrorista no es un error colateral del régimen: es su instrumento natural de subsistencia”.

Los bombardeos de Estados Unidos contra tres centros claves del programa nuclear iraní en el día de ayer marcan un punto de inflexión. A pesar de esta contundente acción militar, Irán ha dejado claro que no renunciará a su ambición nuclear. El régimen teocrático insiste públicamente en que continuará su desarrollo atómico. No hay margen para la ilusión: no existe negociación posible con una dictadura que implícitamente insiste en que la destrucción de Israel es un objetivo irrenunciable.

En otras palabras, mientras Irán no renuncie explícita, verificable y públicamente a su objetivo declarado de destruir a Israel —y con ello a su desarrollo nuclear—, Israel no tendrá más alternativa que continuar su guerra. Una guerra que no es de conquista ni de castigo, sino de supervivencia. Cualquier tregua que no implique esa renuncia efectiva por parte del régimen iraní es simplemente un respiro estratégico para sus planes, y una amenaza renovada para la existencia misma del Estado judío.

La insistencia de la dictadura iraní en la destrucción de Israel obliga a esta nación a no perder tiempo. Seguramente consolidarán y mantendrán el control sobre el espacio aéreo iraní como el primer paso para derrotar sin ambigüedades al verdadero enemigo: no el pueblo iraní, sino la dictadura de los ayatolas y su cúpula militar. Solo así podrá garantizarse una paz duradera y una seguridad real para su población.

No es de extrañar que Israel paralice completamente la exportación de petróleo, fuente principal de ingresos del régimen. Israel puede lograrlo en 72 horas de bombardeos selectivos sobre terminales, oleoductos, refinerías y puertos claves del Golfo Pérsico.

Pero esa operación no bastaría. Israel podría facilitar y proteger el surgimiento de un actor interno —un proxy armado— que, desde dentro del territorio iraní y bajo el amparo de su dominio aéreo, iniciaría una guerra contra el aparato militar del régimen. No se trataría de ocupar Irán, sino de desmantelar, con aliados locales, la estructura de represión que sostiene a los ayatolas. 

Irónicamente, la estrategia iraní de destruir a Israel mediante la organización y el apoyo a grupos armados como Hezbollah, Hamas y otras milicias, se volvería contra la propia dictadura.  Irónicamente, porque estos proxis iraníes, que han cometido actos sistemáticos de terrorismo contra la población civil israelí, han actuado —y actúan— con absoluta impunidad internacional, sembrando el terror sin pagar un precio diplomático o legal. Israel podría invertir esa estrategia con todo derecho: usar la misma lógica de guerra indirecta para enfrentar a un enemigo que ha legitimado esa forma de conflicto durante décadas.

Conclusión

Ante el rechazo explícito de la dictadura iraní a renunciar a la destrucción de Israel —reafirmado en su decisión de continuar desarrollando capacidad nuclear—, Israel no tiene otra alternativa que proponerse su derrota total. Esa derrota es condición imprescindible para garantizar la supervivencia del Estado judío. Para ello, al menos dos caminos se abren: primero, paralizar las exportaciones de petróleo iraní, lo cual representaría no solo un golpe económico, sino un golpe moral devastador para el régimen; y segundo, organizar y apoyar un ejército proxy de iraníes, dispuesto a enfrentar desde dentro al aparato militar de los ayatolas, aprovechando regiones del país propicias para ello por razones geográficas e históricas.  Estas circunstancias no excluye que militares y civiles cambien la jefatura del actual régimen y lleguen a un acuerdo con Israel. 

La guerra por la existencia de Israel no terminará con una firma en Viena ni con un discurso en Nueva York. Solo terminará cuando el régimen que la amenaza deje de existir. 

🇬🇧 THE FINAL SOLUTION IS NOT A NUCLEAR DEAL II

Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

In the first chapter of “THE FINAL SOLUTION IS NOT A NUCLEAR DEAL,” it was stated that: An agreement with the United States would not guarantee that Iran ceases to be a state sponsor of terrorism nor ensure it will definitively abandon its nuclear program. “Even if they signed a formal commitment, nothing prevents them from violating it —as they have done before— or from finding clandestine ways to continue nuclear development inside or outside their borders.”

“A document signed by the ayatollahs is, at best, a tactical pause. And at worst, a distraction maneuver. The Iranian regime, when feeling weakened or constrained, would have no choice but to violate such agreement sooner or later. Not due to technical ambition, but for political survival.”

“The first step a cornered regime would take after signing a new deal would be to rebuild its defensive and offensive capabilities with Russia’s help, and then gradually resume its support for international terrorist networks. Terrorist activity is not a collateral error of the regime: it is its natural instrument of survival.”

The U.S. bombings on three key Iranian nuclear facilities yesterday mark a turning point. Despite this forceful military action, Iran has made it clear that it will not abandon its nuclear ambition. The theocratic regime publicly insists it will continue its atomic development. There is no room for illusion: no negotiation is possible with a dictatorship that implicitly upholds the destruction of Israel as an unrenounceable objective.

In other words, as long as Iran does not explicitly, verifiably, and publicly renounce its declared goal of destroying Israel —and thus its nuclear development—, Israel will have no choice but to continue its war. A war not of conquest or punishment, but of survival. Any truce that does not include such effective renunciation by the Iranian regime is simply a strategic breather for its plans, and a renewed threat to the very existence of the Jewish state.

The Iranian dictatorship’s insistence on Israel’s destruction forces that nation not to waste time. It will likely consolidate and maintain control over Iranian airspace as a first step to unambiguously defeat the real enemy: not the Iranian people, but the dictatorship of the ayatollahs and its military leadership. Only in this way can lasting peace and true security for its population be ensured.

It is no surprise if Israel completely paralyzes Iran’s oil exports, the regime’s main source of income. Israel could achieve this in 72 hours through selective bombings on terminals, pipelines, refineries, and key Persian Gulf ports.

But that operation would not be enough. Israel could facilitate and protect the emergence of an internal actor —an armed proxy— that, from within Iranian territory and under the protection of its air superiority, would launch a war against the regime’s military apparatus. This would not mean occupying Iran, but dismantling, with local allies, the repressive structure that sustains the ayatollahs.

Ironically, Iran’s strategy of destroying Israel through the organization and support of armed groups like Hezbollah, Hamas and others would now turn against the dictatorship itself. Ironic, because those Iranian proxies, who have systematically committed acts of terrorism against Israeli civilians, have acted —and still act— with absolute international impunity, sowing terror without paying any diplomatic or legal price. Israel could legitimately invert that strategy: using the same logic of indirect warfare to confront an enemy that has legitimized this form of conflict for decades.

Conclusion

Faced with the Iranian dictatorship’s explicit refusal to renounce the destruction of Israel —reaffirmed in its decision to continue developing nuclear capabilities—, Israel has no alternative but to pursue its total defeat. That defeat is an essential condition for ensuring the survival of the Jewish state. Two paths are at least open: first, to paralyze Iranian oil exports, which would be not only an economic blow but also a morally devastating one for the regime; and second, to organize and support a proxy army of Iranians willing to confront from within the ayatollahs’ military apparatus, taking advantage of regions of the country favorable to that purpose for geographic and historical reasons. These circumstances do not exclude the possibility that military or civilian leaders might replace the current regime’s leadership and reach an agreement with Israel.

The war for Israel’s existence will not end with a signature in Vienna nor with a speech in New York. It will only end when the regime that threatens it ceases to exist.

 

🇫🇷 LA SOLUTION FINALE N’EST PAS UN ACCORD NUCLÉAIRE II

Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica

Dans le premier chapitre de « LA SOLUTION FINALE N’EST PAS UN ACCORD NUCLÉAIRE », il était affirmé qu’un accord avec les États-Unis ne garantissait pas que l’Iran cesserait d’être un État exportateur de terrorisme, ni qu’il abandonnerait définitivement son programme nucléaire. « Même s’ils signaient un engagement formel, rien ne les empêcherait de le violer —comme ils l’ont déjà fait— ou de trouver des moyens clandestins pour poursuivre leur développement nucléaire à l’intérieur ou à l’extérieur de leurs frontières. »

« Un document signé par les ayatollahs est, au mieux, une pause tactique. Et au pire, une manœuvre de diversion. Le régime iranien, s’il se sent affaibli ou contraint, n’aurait d’autre choix que de violer cet accord tôt ou tard. Non par ambition technique, mais par nécessité politique de survie. »

« La première étape d’un régime acculé après avoir signé un nouvel accord serait de reconstruire ses capacités défensives et offensives avec l’aide de la Russie, puis de reprendre progressivement son soutien aux réseaux terroristes internationaux. L’activité terroriste n’est pas une erreur collatérale du régime : c’est son instrument naturel de subsistance. »

Les bombardements des États-Unis contre trois centres clés du programme nucléaire iranien, survenus hier, marquent un tournant. Malgré cette action militaire ferme, l’Iran a clairement indiqué qu’il ne renoncera pas à ses ambitions nucléaires. Le régime théocratique insiste publiquement sur la poursuite de son développement atomique. Il n’y a plus place à l’illusion : il n’existe aucune négociation possible avec une dictature qui maintient implicitement la destruction d’Israël comme objectif non négociable.

Autrement dit, tant que l’Iran ne renoncera pas explicitement, de manière vérifiable et publique, à son objectif déclaré de détruire Israël —et donc à son développement nucléaire—, Israël n’aura d’autre alternative que de poursuivre sa guerre. Une guerre non pas de conquête ni de punition, mais de survie. Toute trêve qui n’inclut pas une telle renonciation effective de la part du régime iranien ne serait qu’un répit stratégique pour ses plans et une menace renouvelée pour l’existence même de l’État juif.

L’insistance de la dictature iranienne sur la destruction d’Israël oblige cette nation à ne pas perdre de temps. Elle cherchera sans doute à consolider et à maintenir le contrôle de l’espace aérien iranien comme première étape pour vaincre sans équivoque le véritable ennemi : non le peuple iranien, mais la dictature des ayatollahs et sa hiérarchie militaire. C’est le seul moyen d’assurer une paix durable et une véritable sécurité pour sa population.

Il n’est pas surprenant qu’Israël cherche à paralyser totalement les exportations de pétrole iranien, principale source de revenus du régime. Israël pourrait y parvenir en 72 heures grâce à des frappes ciblées sur les terminaux, oléoducs, raffineries et ports clés du Golfe Persique.

Mais cette opération ne suffirait pas. Israël pourrait également favoriser et protéger l’émergence d’un acteur interne —un proxy armé— qui, depuis le territoire iranien et sous la protection de sa supériorité aérienne, lancerait une guerre contre l’appareil militaire du régime. Il ne s’agirait pas d’occuper l’Iran, mais de démanteler, avec des alliés locaux, la structure répressive qui soutient les ayatollahs.

Ironiquement, la stratégie de l’Iran consistant à vouloir détruire Israël par le biais de groupes armés tels que le Hezbollah, le Hamas et d’autres milices pourrait désormais se retourner contre la dictature elle-même. Ironiquement, car ces proxies iraniens, auteurs d’actes de terrorisme systématique contre la population civile israélienne, ont agi —et agissent encore— avec une impunité internationale absolue, semant la terreur sans subir de sanctions diplomatiques ni juridiques. Israël pourrait inverser cette stratégie en toute légitimité : utiliser la même logique de guerre indirecte pour affronter un ennemi qui a lui-même légitimé cette forme de conflit pendant des décennies.

Conclusion

Face au refus explicite de la dictature iranienne de renoncer à la destruction d’Israël —réaffirmé par sa décision de continuer à développer ses capacités nucléaires—, Israël n’a d’autre choix que de viser sa défaite totale. Cette défaite est une condition indispensable à la survie de l’État juif. Deux voies sont au moins possibles : d’abord, paralyser les exportations pétrolières iraniennes, ce qui représenterait non seulement un coup économique mais aussi un choc moral dévastateur pour le régime ; ensuite, organiser et soutenir une armée proxy iranienne prête à affronter depuis l’intérieur l’appareil militaire des ayatollahs, en exploitant les régions du pays propices pour des raisons géographiques et historiques. Ces circonstances n’excluent pas que des militaires ou des civils remplacent la direction actuelle du régime et concluent un accord avec Israël.

La guerre pour l’existence d’Israël ne se terminera ni par une signature à Vienne ni par un discours à New York. Elle ne se terminera que lorsque le régime qui la menace cessera d’exister.


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