Espías españoles en La Habana
Al mismo tiempo que España fomentaba algo que llaman el “diálogo constructivo” entre la dictadura castrista y la Unión Europea, el gobierno de Rodríguez Zapatero parece que estaba explorando una alternativa de poder que excluyera a los Castro y garantizara las inversiones de más de 200 empresas españolas en la isla.
España por años ha tejido una red de influencias en Cuba que le facilita sus negocios. Contactos con civiles, funcionarios y militares que también le pueden servir en diferentes escenarios políticos, incluido el apoyo eventual a un grupo disidente que le garantice sus intereses. También la influencia de Madrid en el seno de la Unión Europea puede determinar la política regional hacia Cuba, y con ello favorecer o minar a quien pretenda o tenga el poder en su ex colonia.
Desde los tiempos de Felipe González el partido socialista ha apoyado la dictadura de Fidel Castro, política que ha continuado el gobierno de Rodríguez Zapatero. En la medida en que la salud de Castro presagiaba un cambio de timón en Cuba, el gobierno español parecía tranquilo con el heredero designado, Raúl Castro.
En octubre del 2006, en la reunión anual del Comité Hispano-Cubano de Cooperación Empresarial en La Habana participaron el presidente del Consejo Superior de Cámaras de Comercio de España, Javier Gómez Navarro y Oscar Vía, el director general de Comercio e Inversiones del Ministerio de Industria de España. En ese evento, Juan Arenas, copresidente español del comité, dijo que después del traspaso temporal del poder a Raúl la economía se había comportado con ''normalidad'', no había cambios en las relaciones con las empresas extranjeras y eso era ''una muestra de estabilidad'' que ''aporta una base de confianza a quienes mantienen relaciones económicas con este país''.
Los cambios propuestos públicamente por Raúl Castro, a partir de lo que parecía su inevitable y definitivo ascenso al trono, le darían estabilidad a su dictadura; hasta aquí todo bien para el gobierno español. Las expectativas comenzaron a cambiar con la recuperación física de Fidel Castro pues, de inmediato, éste se dedicó a frenar todos los proyectos aperturistas de su hermano menor.
El inmovilismo resultante puede conducir a la inestabilidad política que podría poner en riesgo las inversiones españolas en Cuba. Ante ese escenario, en Madrid parece que se tomó la decisión de hacer contacto con dirigentes del gobierno que no eran incondicionales de Raúl Castro. Los agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de España debían verificar las intenciones de los más importantes miembros de ese grupo “reformista”, para que el gobierno español determinara sus posibilidades y el tipo de apoyo que eventualmente podrían darles.
A principios del 2009 los agentes españoles tuvieron un encuentro “social” con el primer vicepresidente Carlos Lage y el Ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque, las dos figuras emblemáticas de la nueva generación de la nomenclatura. Los agentes españoles estaban grabando subrepticiamente la conversación, que se llevó a cabo en una hacienda en Matanzas, propiedad de un enigmático personaje: el ingeniero cubano/español Conrado Hernández.
El 14 de febrero el servicio de seguridad castrista arrestó a Hernández, pero mantuvo en secreto la participación de los agentes españoles en el encuentro. A Carlos Lage y a Pérez Roque en lugar de arresto se les removió de todos sus cargos oficiales, alegando que se habían burlado de la capacidad de Raúl Castro y de José Ramón Machado Ventura. Y de la salud de Fidel Castro.
En forma privada la dictadura solicitó a España la salida inmediata de sus agentes. El 22 de mayo el canciller español Miguel Angel Moratinos aclaraba públicamente que la salida repentina de los miembros del CNI era un "relevo'', que no dañaría la buena relación entre ambos países. Cabe preguntar ¿Por qué un simple relevo podría poner en peligro la buena relación entre ambos países?
Durante un mes la prensa estuvo repitiendo que los agentes españoles estaban en Cuba para vigilar a los etarras que allí viven, pero que no se había informado la presencia de estos agentes al gobierno cubano, como era de costumbre.
Era obvio que ambos gobiernos han estado desinformando a la prensa. Los dos dejaron correr la versión de que los agentes españoles estaban en Cuba con la misión de vigilar a los etarras. Mientras el gobierno español alegaba que la salida de sus agentes era un “relevo” sin importancia, la dictadura callaba el encuentro de los agentes del CNI con Carlos Lage y Perez Roque, y relegaba a categoría de chistes ingratos las burlas de estos últimos.
Entonces, el 21 de junio se conoce públicamente que los agentes españoles “expulsados” habían estado reunidos con los dos altos funcionarios cubanos en la finca de Conrado Hernández, y que habían grabado la conversación que tuvieron con Lage y Pérez Roque. Además, que los agentes del CNI habían alentado las críticas de los dirigentes cubanos contra los hermanos Castro.
La nueva información desata más preguntas que respuestas. ¿Qué hacían los agentes de inteligencia españoles grabando una conversación con los dos hombres que podían representar una alternativa de gobierno en Cuba? ¿Qué nivel de confianza tenían los dos dirigentes para hacer comentarios de tal gravedad ante representantes de España? ¿Era esta la primera reunión? ¿Se habían reunido los agentes españoles con otros funcionarios castristas? ¿Necesitaba esa grabación Madrid? ¿Para qué?
La revelación del 21 de junio brinda luz sobre dos hechos inmediatamente posteriores a las manifestaciones del canciller Moratinos del 22 de mayo, describiendo como un “relevo” habitual la salida de los agentes de Cuba: 1) Las declaraciones de Zapatero y 2) el silencio de Fidel Castro.
Casi inmediatamente después de la explicación del “relevo,” el Presidente del Gobierno español declaraba que era ahora a Cuba a quien "Le toca mover ficha. Tenemos que tener esa expectativa. Estados Unidos parece comprometido". También se refería a Barack Obama como alguien con quien comparte "un planteamiento y un discurso de reequilibrar el mundo", algo muy ‘‘importante en este momento histórico''. Estos comentarios podían interpretarse como un cambio de posición del gobierno español o también como una velada advertencia a Fidel Castro.
Fidel no respondió; su silencio fue revelador. Aunque tenía información que podía poner al gobierno de Rodríguez Zapatero en un aprieto, éste le estaba advirtiendo que tendría que pagar consecuencias si acusaba a su gobierno de haberlo sorprendido in fraganti, en lo que podía considerarse como una provocación en sus más altas esferas o un plan incipiente de conspiración.
Si Castro criticaba a Zapatero por su coincidencia con Obama en la política hacia Cuba y la perspectiva mundial, le estaría declarando las hostilidades al país que puede decidir la política europea hacia Cuba. Si denunciaba las actividades conspirativas del gobierno español contra su gobierno y el de Raúl, corría el mismo riesgo y dejaba entrever la debilidad de su heredero.
Fidel Castro prefirió callar. No habría problemas mientras el gobierno español continuara apoyando la política de “dialogo constructivo” en la Unión Europea y mientras respaldara públicamente a Raúl Castro como heredero designado.
La respuesta española parece haberla dado Moratinos el martes 9 de junio, cuando manifestó ante la Comisión de Asuntos Iberoamericanos del Senado españo: "como nos han señalado las autoridades cubanas'', hay deseo de "proseguir con las reformas económicas'', a pesar de la "situación difícil'' que atraviesa Cuba. Y agregó: “sea la vía que adopte EEUU o la UE, yo, como ministro de Asuntos Exteriores, no permitiré que durante mi mandato se abandone a Cuba, que no estemos presentes en Cuba y no estemos más involucrados...''
Para reafirmar esta posición, el 23 de junio el secretario de Estado español para Iberoamérica, Juan Pablo de Laiglesia, en su primera comparecencia ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso ratificó la decisión de su gobierno de ''acompañar'' el ''proceso de cambios'' anunciados por Raúl Castro. Las piezas del rompecabezas parecen ir cayendo poco a poco en su lugar.