miércoles, 20 de abril de 2011

YEMEN: Autocracia tribal versus democracia tribal




Por Juan F. Benemelis


Yemen, talón de la península Arábiga, es un país eminentemente tribal. La parte norte siempre constituyó una unidad territorial con centro en la ciudad de Saná; y fue independiente en todo el Medievo, aunque luego cayó en manos de los turcos. La parte sur, siempre se resistió a unirse con el norte, por su característica diferente, tanto tribal como cultural. El Sur fue el territorio que los ingleses colonizaron (los llamados Emiratos Árabes) y que se constituyó en un país independiente a mediados de la década sesenta, sólo después de una lucha armada sangrienta contra los ingleses. Históricamente, han sido constantes los choques políticos y bélicos entre el norte, más ortodoxo desde el punto de vista islámico, y el sur, más laico, hasta que a inicios de la década de 1990 se logró la unificación de ambos territorios.


La actual revolución popular en Yemen, tiene como protagonistas al presidente Alí Abdalá Salé, a los jóvenes que iniciaron las protestas, a las formaciones políticas clásicas, a la sociedad tribal y las relaciones exteriores. El presidente Salé ha permanecido en el poder durante casi 33 años. Hay que contar los 12 años en el antiguo Yemen del Norte y los 21 en el Yemen unificado. El presidente Salé, sin dudas ha sido el político yemenita más astuto y un superviviente nato, un “cambia casaca” que ha balanceado su tendencia voraz a acumular poder con su afán de riqueza, en sus manos y en la de su familia.


En 1962 Salé participó en el triunfante alzamiento militar dirigido por el coronel Abdulá As-Salal contra el Imán y el rey Muhammad al-Badr, hecho que proclamó la República Árabe de Yemen. Pero el Imán shiíta, asistido por Arabia Saudí, reorganizó sus fuerzas para recuperar el poder, dando comienzo a una guerra civil. Siendo comandante de un batallón al cargo de la defensa del estrecho de Bab-el-Mandeb, Salé fue uno de los implicados en el golpe de Estado que en junio de 1974 reemplazó al entonces presidente Abdul Rahman al-Iriani. En junio de 1978 el presidente Ahmad al-Gashmi, fue asesinado al explotar una maleta enviada por el gobierno de Yemen del sur. El general Salé asumió la jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas Acorazadas del ejército, e integró el Consejo Presidencial dirigido por Abdul Karim al-Arashi.


En el norte del Yemen, han señoreado siempre dos confederaciones tribales poderosas: la Hashid y la Bakeel. Cuando Salé, perteneciente a la confederación tribal Hashid, tomó el poder en 1978, se apoyó en su propia tribu (la de Sanhan), y también en las demás tribus de la confederación Hashid; marginando de paso a la tribu Bake, el, rival de aquella. El nepotismo y corrupción de Salé llevó a que sus propios clanes tribeños se le opusieran; entonces, el presidente Salé hizo lo impensable e imperdonable, al pactar con la confederación tribal rival, con la Bakeel; maniobra que le valió retener por más largo tiempo el poder, puesto que la Bakeel es la tribu yemení más numerosa y la de más alcance geográfico.


El general Salé se mostró como el personero más visible de una línea moderada pro-egipcia, pro-saudita y pro-estadounidense, y obtuvo para el ejército armamento de Estados Unidos para la campaña militar contra el socialista Yemen del Sur. En esta guerra fronteriza contra Yemen del sur, en 1979, el general Salé se reunió con el entonces dirigente sureño, el marxista Abdul Fatá Ismail para llevar a cabo la fusión de ambos territorios.


En agosto de 1981 el ejército norteño de Salé aplastó una invasión guerrillera del Frente Democrático Nacional (JWD), promovida por el régimen sureño de Adén. El general Salé se presentó entonces en la ciudad de Adén, en Yemen del Sur, negociando con el entonces presidente adenita, Alí Nasser Mohammed la creación de un Consejo formado por ambos presidentes para supervisar la labor reunificadora.


Yemen del norte dependía virtualmente de Arabia Saudí, por dos vías: las remesas familiares de un millón de trabajadores emigrados y la ayuda financiera directa del Gobierno de Riad. Pero en 1985, el entonces rey saudita Fahad, provocó un derrumbe de los precios del petróleo, dejando sin trabajo a cientos de miles de yemenitas. Arabia Saudita no veía con buenos ojos la idea de una unificación de los dos Yemen. Además de que una extensa sección de la frontera común con el Yemen estaba pendiente de definir, desde la fundación del reino saudí en 1932; y siempre en esas fronteras tenían lugar tensiones y escaramuzas armadas.


El ya presidente Salé entonces se acercó a la Unión Soviética y a los países árabes radicales (Libia, Siria, Irak) para diversificar los intercambios comerciales y buscar alivio financiero. En octubre de 1981, Salé viajó a Moscú para renegociar el pago de las armas suministradas y en octubre de 1984 suscribió con el Kremlin un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 20 años. Absolutamente identificado con la causa palestina y amigo íntimo de Yasser Arafat, el presidente Salé brindaba refugio a los fedayines de Al-Fatah, que establecieron en Saná sus cuarteles generales.


El descubrimiento en 1985 de importantes reservas de petróleo en el área de Mareb-Al Jauf suscitó grandes expectativas en un país desolado; pero la mala coyuntura del mercado internacional produjo ingresos muy inferiores a los esperados.


A lo largo de su carrera, Salé, como todo político yemenita, creó una extensa red clientelar donde figuraban influyentes jefes tribales, jurisconsultos islámicos y altos militares. A esta entelequia la llamó Congreso General del Pueblo (CGP); un supuesto partido con el cual ha gobernado desde Saná, como capital. Heredero de un sistema esencialmente militar, este mandatario noryemení estructuró un partido como guisa de soporte para establecer una modalidad de unificación con el sur. En la segunda mitad de la década de los ochenta Salé, condujo una política de conciliación nacional basada en un doble, pero frágil equilibrio entre las tribus del interior (bastiones del tradicionalismo y autónomas del poder central), y el Ejército apegado al laicismo y al republicanismo. Y, por el otro lado, entre los shiíes de la secta zaidita (el 59 % de la población), y los suníes de la subsecta shafií (el 39 %). Para gran sorpresa, en las elecciones de julio de 1988, una cuarta parte de las bancas había ido a parar a militantes de la Hermandad Musulmana.


Mientras tanto, en Yemen del sur tenían lugar sangrientas luchas entre las facciones del Partido Socialista gobernante que en 1986 alcanzaron cotas de una guerra civil que terminó con la derrota del bando encabezado por el pro-soviético Abdul-Fatá Ismail. El nuevo hombre fuerte del Sur, Abu Bakr al-Attas, de inmediato buscó la alianza de Yemen del norte, al darse cuenta del caos que tenía lugar en el bloque soviético y que afectaba a la URSS. Entre 1986 y 1989 se dieron pasos entre las capitales, Adén y Saná, para establecer un Estado unificado y un supuesto modelo pluripartidista.


Pero en ambos Yemen hubo una tenaz resistencia a la unificación. El meollo de las discordias era la posición de la sharía en el sistema legal del Estado. Los tradicionalistas y fundamentalistas norteños exigían su consagración como exclusiva fuente de derecho; mientras que sectores sureños se oponían férreamente, sobre todo por el tratamiento a la mujer. Los saudíes también trataron de abortar una fusión que podría conformar un promontorio laicista en el extremo sur de la Península Árabe; y, desconfiada de que el presidente norteño Salé pudiera controlar a los sureños. Los sauditas azuzaron los levantamientos de las tribus tradicionales noryemenitas, que desencadenaron una ola de atentados terroristas contra los suryemenitas.


El 22 de mayo de 1990 los presidentes Salé y Attas proclamaron en la ciudad de Adén la fusión, y Salé se convirtió en jefe del Estado, con un Consejo Presidencial con dos miembros del sur, y dos miembros del norte. Attas se convirtió en primer ministro.


Pero el nuevo Estado constituyó un completo desastre ante la invasión por Irak de Kuwait el 2 de agosto. Salé estaba en deuda con Saddam Hussein, al que había apoyado en ocasión de la guerra con Irán, y además, por su aporte generoso a la unificación; todo lo contrario a la Arabia Saudí. Las calles del país se convirtieron en un hervidero de apoyo a Saddam Hussein y, el presidente Salé se distinguió durante toda la crisis del Golfo, por su apoyo incondicional a Irak. En enero de 1991 Yemen presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz que incluía la retirada incondicional iraquí de Kuwait, el cual no prosperó.


Tras la derrota de Irak, Salé pagó muy caro su apuesta por el caballo perdedor. Arabia Saudí expulsó sin contemplaciones al millón de yemenitas residentes, mientras que las monarquías del Golfo y algunos países occidentales, cortaban su cooperación al desarrollo y las líneas de crédito. La brutal caída de los ingresos del Estado yemenita desequilibró aún más la balanza comercial deficitaria, empeoró la deuda exterior, desvalorizó la moneda, el rial, y disparó la inflación con efectos funestos sobre el desempleo.


En los comicios de abril de 1993 a la Asamblea de Representantes, la alianza entre el partido del presidente Salé con el premier sureño Attas entró en crisis, cuando no prosperó un intento de fusión partidista. Los sureños adenitas empezaron a exteriorizar su disgusto por el vericueto que estaba tomando la unificación, interpretada como una mera absorción del Sur más débil por el Norte. Asimismo, no se producía la esperada integración de los dos ejércitos, que seguían virtualmente separados en mandos y tropa.


El entramado levantado por Salé empezó a fracturarse por la soldadura que ligaba precariamente al islamismo con el tradicionalismo por un lado, y al secularismo y socialismo por el otro. Los políticos sureños se inquietaron por la campaña de atentados llevados a cabo contra ellos por los islamistas norteños, a la vez que rechazaban las componendas con los tradicionalistas tribales también del norte.


En agosto de 1993 el elegido vice-presidente sureño, Alí Salem Al-Baid rehusó personarse en Saná, la capital del Estado, alegando que los fundamentalistas querían asesinarle. En febrero y abril de 1994 se generalizaban incidentes y combates entre tropas nordistas y sudistas, en distintos puntos del país. El 5 de mayo, el país se sumergió en la guerra civil abierta, cuando Salé decretó el estado de emergencia para "neutralizar a los elementos separatistas", acusando al vice-presidente Al-Baid de "conducir a la nación al abismo del fratricidio".


La contienda fue tan breve como cruenta, con operaciones terrestres y bombardeos aéreos. La superioridad del ejército de Salé se impuso tras varios días de batallas encarnizadas, y los nordistas entraron en la urbe de Adén el 5 de julio. Al-Baid desde su baluarte en las montañas sureñas de la región del Hadramut no recibió ningún reconocimiento internacional, ni siquiera de una Arabia Saudí interesada en el malogro de un Yemen unificado con ínfulas democratizadoras. Attas que había sido destituido por Salé por sospechoso, puso en marcha desde su refugió saudí un Frente Nacional de Oposición. Al-Baid, por el contrario, comunicó desde Omán su retirada de toda actividad política.


El 28 de septiembre de 1994 el legislativo confirmó a la sharía como única fuente de derecho y consagró la supremacía del partido del presidente Salé. El Consejo Presidencial norte-sur fue disuelto y Salé fue investido presidente de la República, con un vicepresidente de su partido, el general Abdul Al-Hadi. El revanchismo nordista se multiplicó, quedando de hecho el sur enteramente sometido a la Policía y a los tribunales de justicia de Saná. El antiguo partido único del Sur quedó marginado de las elecciones legislativas, y se deslizó a una oposición no exenta de ambigüedades.


Entonces, el presidente Salé buscó recomponer los lazos con el mundo árabe y con Irán, liquidando los dos litigios territoriales: el de Arabia Saudí, por el cual renunciaba a las regiones perdidas desde los años 1930, y el de Eritrea por la delimitación de la frontera marítima, en la entrada del mar Rojo. Salé visitó Francia, en octubre de 1997, y Estados Unidos, en abril de 2000.


El atentado islamista del 12 de octubre de 2000 contra un destructor de Estados Unidos atracado en el puerto de Adén, dañó las poco fluidas relaciones con Washington y puso en evidencia la influencia de los fundamentalistas en Yemen, después que Salé diera visto bueno a la prelación de la sharía. Se evidenciaba, a su vez, la frágil seguridad del país, los raptos de extranjeros por las tribus norteñas, los enfrentamientos entre musulmanes fundamentalistas de la Hermandad Musulmana y adeptos a cultos tradicionales, tanto sunitas como sufíes, así como la represión gubernamental contra periodistas y activistas contestatarios. Por otro lado, Salé, engalonado como mariscal en diciembre de 1997, se puso al frente de los halcones del mundo árabe que exigían una acción contundente del mundo árabe contra Israel.


La génesis de la actual explosión popular tiene lugar por la incongruencia de Yemen como país. No han sido solamente los altos índices de corrupción, de nepotismo del gobierno del presidente Salé, políticamente deslegitimado. Dentro de la extensa lista de problemas enfrentados por el gobierno del presidente Salé, se hallan la conocida rebelión Houthi zaidíes en la región norteña de Saadá, y el movimiento secesionista en el sur, favoreciéndole así el resurgimiento y el fortalecimiento de las antiguas estructuras tribales, así como también el asentamiento de grupos terroristas internacionales.

Los guerrilleros conocidos como Houthis, se constituyen en un grupo rebelde de los tribeños zaiditas, que tomó su nombre del jeque Hussein al-Houthi, un líder religioso shiíta, de vasto prestigio en el norte, el cual inició un movimiento de protesta a favor de Al Qaeda y en contra del alineamiento yemenita con Estados Unidos en la Guerra contra el Terrorismo. Este jeque shiíta Al-Houthi fue ultimado por allegados al presidente, en el año 2004, pero sus seguidores continúan la oposición armada hasta el día de hoy, apoyados en secreto por Arabia Saudí, que los provee de armas, recursos y refugios.


Esta comunidad zaidita, centro del shiísmo en todo el Medio Oriente, y cuyo Imán posee más prestigio y autoridad que los ayatolas iraníes, fue el polo del poder político en Yemen del norte durante siglos. Los shiítas zaidíes fundaron el Imanato de Yemen a fines del siglo IX y se mantuvieron en el poder hasta que la revolución pro-nasserista, de militares nacionalistas de 1962 derrocó al Imán Muhammad al-Badr; desde entonces, el nuevo gobierno se esforzó por debilitar a los zaidíes, quienes buscan nuevamente recuperar el poder político y la influencia social y religiosa en el Yemen actual.


Por otra parte, las tendencias secesionistas de Yemen del sur se han acrecentado ante la dejadez de Sana a los problemas económicos y a la marginación política y social de los lideres sureños, ante el favoritismo del presidente Salé para con su clientela tribal, la cual se conformó durante la guerra civil de 1994, en la que el actual presidente derrotó en elecciones a sus opositores socialistas de Yemen del Sur.


Las protestas actuales del sur yemenita no son nuevas, ni están determinadas por los sucesos del mundo islámico contemporáneo. Los pronunciamientos del Sur se desencadenan ya en 2007, ante el incumplimiento de las promesas de reforma política por parte del presidente Saléh, y en respuesta a la represión sangrienta que se llevó a cabo contra tal manifestación en la ciudad de Adén. Y pese a que es en el área de Shabwa, en el sur del país, donde se encuentran muchas de las instalaciones petroleras del país, los sureños acusan al Norte de haberse apoderado de estos recursos y de haberles excluido.


Otro de los elementos por los cuales los sureños yemenitas buscan la separación es la incapacidad del gobierno central, desde Saná, para administrar y regir los territorios del sur, sobre todo el sudeste yemenita, en el cual prácticamente se ha perdido el control; lo que ha facilitado el asentamiento de grupos terroristas ligados a al-Qaeda, aprovechando la infraestructura militar y de entrenamiento guerrillero construida anteriormente por los cubanos en la isla de Socotra, en la parte oriental de Bab-el-Mandeb, en el interior del Hadramut, en la frontera con el Rub-al-Khali y en el Radfan yemenita, colindante con Omán.


A esta crisis actual de poder se suman los indicadores económicos que sitúan a Yemen como el más pobre de los países árabes, y como dependencia a los ingresos provenientes de las rentas petroleras, que aportan el 76 % de su presupuesto estatal. El país está sumido en una vertiginosa crisis económica forzada por la devaluación del riyal, con deudas crecientes, insuficientes reservas del banco central, y sólo puede cubrir la mitad de las importaciones requeridas anualmente. El aumento del coste de la vida, especialmente debido al alto precio de los alimentos básicos importados, como el arroz, el trigo y el maíz, amén del agravamiento de las sequías y el aumento abrupto del costo de los fertilizantes, promueven el descontento social y la sensación de frustración con el Estado. Con una población de 23 millones de habitantes, el 65 % tiene menos de 25 años, y el desempleo llega al 40 %. El 50 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza.


El enorme analfabetismo, la falta de una diversificación económica ante la inminente extinción de su petróleo en pocos años, y el aún más grave dilema de la carestía de agua pesan también en esta alarmante situación yemenita. La seguridad se ve quebrantada sobre todo por la estructura tribal, la proliferación de las armas, y porque Yemen se está convirtiendo en un santuario seguro para los miembros de Al Qaeda. Tal inestabilidad se asoma peligrosamente a una zona estratégica para la economía mundial: el estrecho de Bab-el-Mandeb.


Según la revista Foreign Policy, y la acreditada institución Fund for Peace, Yemen se ubica en el lugar 15, del ranking de los llamados “Estados Fallidos”;, a partir de indicadores sociales claves como la presión demográfica (23 millones de habitantes), la crisis humanitaria, el enfrentamientos inter-tribales, el desarrollo económico desigual entre grupos, el crecimiento de economía informal, el nivel de endeudamiento, el nivel de pobreza, el nivel de corrupción de la elite, el nivel de desconfianza en las instituciones y los procesos estatales, el grado de fragmentación de la elite (The Fund for Peace, 2010).


Los eventos en Túnez y Egipto lograron desatar la agitación política en Yemen. La noticia de la dimisión del egipcio Hosni Mubarak fue impactante para el Yemen. Las manifestaciones anti-gubernamentales se dispararon y con igual intensidad la represión ejercida por los partidarios del presidente, Alí Abdulá Salé, que se personaban contra los manifestantes armados con cuchillos y bastones. El 27 de enero, la oposición salía a las calles portando pancartas que reclamaban la salida del presidente Salé, gritando consignas como: “Ben Alí se fue tras 20 años. 30 años en Yemen, ya basta”, “íTú eres el tercero, oh Alí!”; denunciando la corrupción y pidiendo cambios políticos y mejoras sociales; revueltas que no han cesado hasta el día de hoy.


El mandatario yemenita calificó a los manifestantes de “matones” al servicio de poderes externos que intentaban desestabilizar el país y su gobierno. El 3 de febrero, la jornada, denominada "Día de la ira", se llevó a cabo tal como estaba planeada por la oposición. Mientras el gobierno enviaba a miles de sus seguidores a la plaza Tahir (Liberación), en el centro de la capital, donde estaba estipulado el encuentro de los opositores. Los estudiantes cambiaron entonces el lugar en el que hicieron las manifestaciones. También miles de personas se pronunciaron de forma pacífica en la tercera ciudad del país, en Taíz.


Los jóvenes protestantes se asentaron en los predios de la Universidad de Saná y en las tres avenidas colindantes; allí se agruparon no menos de 20,000 opositores, al igual que en la ciudad de Adén, gritando a coro "No a un régimen hereditario, no a una prolongación del mandato". La oposición decidió unirse a los manifestantes, compuestos hasta ahora principalmente por estudiantes, para exigir desde la plaza Tahrir la caída del régimen. El régimen echó manos a los efectivos de seguridad, que dispararon a mansalva y gasearon a los manifestantes para desmantelar los campamentos levantados allí por los estudiantes y otros grupos de inconformes.


El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, expresó su preocupación ante los acontecimientos y urgió al gobierno y a los grupos opositores de Yemen a entablar el diálogo para evitar un mayor deterioro de la crisis yemenita, a causa de la represión desatada por las fuerzas policiales en la plaza de la universidad, contra los que exigían reformas políticas y el fin de los 32 años de mandato de Sale. Asimismo, el titular de la ONU instó a las autoridades a respetar las normas del derecho internacional humanitario y a investigar la alegada existencia de asesinatos extra-judiciales. Hillary Clinton, secretaria de Estado de Estados Unidos, pidió al gobierno implementar reformas, y calificó de inaceptable la violencia de las fuerzas de seguridad para reprimir las protestas.


Las mayores revueltas se han sucedido en la ciudad de Taíz, considerada la capital cultural de Yemen, situada al sur de la capital, Saná. Taíz fue la primera ciudad en movilizarse contra el régimen del presidente Salé siguiendo el ejemplo de Túnez y Egipto. Desde mediados de febrero, miles de jóvenes y mujeres se mantienen acampados en la plaza de la Libertad. Algo común entre los manifestantes yemenitas con los restantes del mundo islámico es el pedido de mejoras en las condiciones de vida en un país donde la mitad de sus habitantes (unos 12 millones) vive con menos de dos dólares al día y una tercera parte sufre de hambre crónica.


Por otro lado, la desobediencia civil tiene prácticamente paralizada la ciudad portuaria de Adén. Los grupos de oposición se han lanzado allí a una campaña de desobediencia civil, apoyando la que tiene lugar en las ciudades norteñas; y si bien logran paralizar totalmente la actividad comercial y portuaria adenita, no ha sido tan constante como en otras ciudades, sobre todo en Saná y en Taíz. En al caso de la porción sur del Yemen, con centro en las urbes de Adén y Mukalla, la queja más voceada ha sido la marginación de esa región desde la unificación del país en 1990, lo que ha hecho retornar con gran fuerza al movimiento separatista que quiere recuperar la independencia para la antigua República Democrática de Yemen.


Lo que ha llamado la atención es la participación de las mujeres en todas las ciudades, donde miles recorren constantemente las calles de las ciudades principales (Adén, Taíz, Hodeida, Saná, Mukalla, Lájei). De las mujeres, se ha destacado la activista Busha Al-Maktari, que en pocas semanas se ha transformado en una de las líderes de la oposición. Por otro lado, el opositor, Hassan Machaimaa, exiliado en Londres, anunció su retorno al país, pese a los cargos de terrorismo. La oposición ha recurrido a las “sentadas” de miles de yemenitas en lugares públicos, al bloqueo de carreteras y, en casos, a los enfrentamientos sangrientos, a los “ajusticiamientos” de connotados defensores del presidente yemenita, además del estado de rebelión en algunas unidades militares.


El uso de la fuerza, de los gases, de los vehículos acorazados y tanquetas no ha sido suficiente para detener las manifestaciones. Sin embargo, al igual que en Libia, hasta ahora las manifestaciones yemenitas no han logrado el efecto que tuvieron las de Egipto, que coronó su triunfo obligando a que el presidente Hosni Mubarak renunciara a su cargo. Y, por otro lado, no han fructificado los pedidos del presidente Salé a la oposición, para que cesen en sus protestas, con vistas a negociar "un traspaso pacífico del poder".


El presidente Salé, declaró a la prensa que no se irá más que “por medio de las urnas”, pese a la intensificación del rechazo. Asimismo advirtió a la oposición de no organizar manifestaciones, ya que causaban "el caos y la destrucción", y los instó a participar en un gobierno de unidad nacional. A la vez, anunció un paquete de disposiciones presidenciales para calmar la situación, prometiendo que no se presentaría a los siguientes comicios presidenciales y que su hijo no aspiraría a la presidencia. También presentó un plan de reformas constitucionales. "Propongo una nueva iniciativa para evitar al país la sedición", dijo ante miles de personas congregadas en Saná, prometiendo "un referendo antes de fin de año para votar por una nueva Constitución que previese claramente la separación de poderes".


Sin embargo, sus palabras no han recibido el apoyo entusiasta de la oposición, todo lo contrario; sus opositores no se avinieron a la negociación y consideraron estas medidas como una maniobra del presidente Salé. "La iniciativa del presidente está superada, constituye el acta de defunción del régimen político, cuyo fin reclaman los manifestantes", declaró a la AFP Mohamad al-Sabri, portavoz de la oposición parlamentaria.


Hace tres semanas, luego de la matanza de 52 personas en la ciudad de Saná, pareció que el presidente Salé estaba dispuesto a irse e incluso se empezaron a negociar las condiciones. Sin embargo, desde entonces, el presidente se ha dedicado a movilizar a sus simpatizantes, dejando claro que no tiene previsto dimitir. El Yemen que se enfrenta a esta oleada de protestas, en comparación con el de décadas anteriores, padece de un Estado que ha mermado su poder y su capacidad para ejercer la autoridad en todo el territorio, lo que le impide atender las necesidades primarias de la población.


La creciente demanda hecha por los manifestantes, de participación política y económica, y la de una rápida reducción de los ingresos, debilitó la tradicional capacidad del presidente Salé para mantener una coalición políticamente viable. Todo parece indicar que la retirada de la escena del presidente Salé es inevitable, aunque lo incierto es el posterior desenvolvimiento en la distribución del poder entre las fuerzas que pugnan por él.


La gran dificultad de este movimiento popular es si puede lograr. después de la salida del presidente Salé, el desmontaje de la membrecía del poderoso CGP, de sus cargos y funciones, las cuales innegablemente disponen también de un sólido apoyo tribal. Ya muchos de sus hábiles políticos se han asumido como “reformistas” y ponen distancia personal al presidente Salé, dividiéndose el Partido de gobierno en dos bloques independientes, que aspiran a ser los beneficiados de esta revuelta popular.


Sin dudas, el levantamiento yemenita fue iniciado por estudiantes, por activistas de la sociedad civil, por masas marginadas de desocupados y por muchos frustrados con el comportamiento y la dinámica de los partidos políticos a los que pertenecen. Esos jóvenes, de diversas procedencias tribales y territoriales, se aglutinaron a través de redes sociales, de canales de televisión y de actividades de organizaciones civiles. Esta amalgama ha simbolizado la legitimidad del cambio, constituyéndose en centro de gravedad para los desafectos del régimen. Sus decenas de mártires, sobre todo los del 18 de marzo, cuando más de 52 jóvenes perdieron la vida, han desatado una cadena de deserciones en el régimen, inclinando finalmente la balanza en contra del presidente Salé y de sus acólitos.


Pero poco a poco, la voz que clama por la salida del presidente Salé, se va escurriendo de la mano de los manifestantes, y está centrándose en núcleos de políticos de los partidos tradicionales, de empresarios, de tribus y grupos de interés que han saltado al carro de los eventos a última hora.


La crisis presidencial de Salé se profundizó cuando los poderosos jeques de la confederación tribal Bakeel, la tribu con la cual comparte ahora el poder, al igual que los jeques de la otra confederación tribal, la Hashid, su tribu natal a la cual traicionó, lograron un acuerdo para remover al presidente Salé, dejándole sin base social. La gran sorpresa, luego de desencadenarse las manifestaciones, fue el apoyo prácticamente unánime de los tribeños Hashid y Bakeel a las protestas. Esto se debe a dos factores: por una parte, los saudíes, que apoyan económicamente a importantes jeques de ambas confederaciones, decidieron abandonar al presidente Salé, buscando que se resolviera con rapidez el movimiento, para que no tuviese impacto en Arabia Saudita. Por otra parte, en las dos confederaciones tribales impera un profundo descontento con las prácticas del presidente Salé, especialmente la de Hashid, de donde proviene el presidente Salé, y la cual no quiere unir su suerte en el bando perdedor.


El estimado es que más de 120 personas han muerto y unos 5,000 heridos desde el inicio de las protestas en febrero. Esta fue la razón por la cual muchos mandos militares, entre ellos el general Alí Mohsen, un tribeño Hashid, decidieran unirse a las protestas, lo cual significó el aldabonazo final para el presidente Salé. Aunque el general Alí Mohsen ha declarado que no tiene interés en asumir el poder u ocupar puestos de Estado.


Mientras tanto, el Pentágono llamaba por una solución negociada para la transición yemenita, tan pronto como fuese posible. El Secretario de prensa del Pentágono, Geoff Morrell expresaría que la situación era muy difícil y que mientras más tiempo pasara más difícil se tornaría. El hecho de que Arabia Saudita ha esgrimido los mismos argumentos y casi con el mismo lenguaje, induce a pensar en un acuerdo entre los sauditas y los norteamericanos para el caso del Yemen. En Londres, el ministro del Exterior, William Hague planteó que estaban estupefactos por los hechos de sangre y condenaban el uso indiscriminado de la violencia por las fuerzas de seguridad, sobre todo cuando el presidente Salé había prometido restringir al máximo el uso de las fuerzas de seguridad para el control pacífico de las manifestaciones.


Los países árabes del Golfo invitaron a representantes del gobierno y de la oposición a sostener conversaciones en Arabia Saudita. Pero Salé no ha hecho caso a los pedidos de un plan de transferencia de poder planteado por la oposición, aceptado por casi todos los países árabes, incluyendo al general disidente Alí Mohsen, y al representante de los partidos de oposición, Mohammed Al-Sabri.


Para descrédito del presidente Salé, las fuerzas de seguridad yemenita, de su guardia presidencial, le hicieron un atentado al general Mohsen, disparando también contra un grupo de sus fieles, muchos de los cuales perdieron la vida.


El tablero político yemenita actual es el siguiente:


a) El Congreso General del Pueblo (CGP); partido gobernante que tiene su base de poder en las poderosas y belicosas tribus Bakeel, que colindan con Arabia Saudita.

b) El Comité Conjunto de Partidos (CCP), fundado en 2002, que es una coalición relativamente cohesionada de por lo menos seis formaciones de oposición.


c) La Congregación Islámica para la Reforma; el Islah, partido que agrupa a islámicos moderados y también a fundamentalista.

d) El Partido Socialista Yemení (PSY), partido único y gobernante en Yemen del Sur antes de la unificación.


Estos partidos que forman el CCP se han movilizado en apoyo a las manifestaciones, cada uno a partir de su visión particular del Yemen futuro, encontrándose ambos extremos: los que buscan implantar una sociedad islámica “talibánica” mantenida por la sharia (con gran arraigo en las partes norteñas del país), y las facciones y miembros que promueven la modernización y una democratización de las estructuras (en lo fundamental provenientes de la región costera Hodeida-Taíz, y del sur y Adén).


Lo positivo es que este conjunto de los partidos podría beneficiarse si cambian las reglas del juego político, sobre todo si consiguen imponer un sistema electoral que sustituya al actual, de candidato único por circunscripciones.


Las crisis que ha envuelto a Yemen nunca tuvieron la atención internacional. El subdesarrollo que carcome el país, los enfrentamientos tribales, los desplazamientos internos por conflictos armados y las matanzas, la crisis aguda por agua, el increíble desempleo, etcétera, nunca fueron parte de la agenda a solucionar por las opulentas petro-oligarquías árabes, o por las potencias de Occidente.


Fue a partir de la transformación del territorio yemenita en base de entrenamiento de Al-Qaeda cuando Occidente puso su verdadera atención en ese país. Era infantil pensar que se había neutralizado en Yemen a la organización Al-Qaeda cuando se liquidó al peligroso Abu al-Hariti, uno de sus líderes envuelto en el atentado al USS-Cole en Adén, en el año 2000. No debe olvidase que el ejército árabe que participó en la yihad contra la ocupación soviética en Afganistán estaba compuesto en su inmensa mayoría de yemenitas reclutados por Osama Ben Laden, quien se considera un yemenita.


Ya para el 2009, Al-Qaeda daba muestras de resurgimiento en Yemen, apoyado en la guía espiritual de Anuar al-Aulaqui, y en el pacto entre los fundamentalistas sauditas con los fundamentalistas yemenitas, que gestó el AQPA (Al-Qaeda de la Península Arábiga). Los bombardeos estadounidenses a las supuestas madrigueras de Al-Aulaqui, y la ayuda militar al gobierno de Saná, no detuvieron el crecimiento ni las acciones terroristas de Al-Qaeda. Vale destacar que el presidente Saná utilizó esta ayuda militar de Washington para reprimir a los rebeldes Houthi y a los secesionistas del sur.


Ningún gobierno en Yemen del Sur, en toda su historia, ni incluso los ingleses en tiempos coloniales, o los socialistas del FNLA, o el actual de Saná han logrado controlar las fronteras entre Yemen del Sur y Arabia Saudita. Una tierra de nadie, calcinada por un calor superior a los 120 grados, donde se desconoce dónde comienza un país y termina el otro. Tierra más que favorable que le propicia el acceso a Al-Qaeda, por medio del desierto, a las fronteras de casi todos los países del Medio Oriente. Pero, incluso, ese elemento no debió sorprender pues a partir de la noción de que Ben-Laden es un clan del Hadramut yemenita, y todos los descendientes Ben-Laden, como el connotado Osama, tienen allí (y no en Arabia Saudita) su red tribal y de apoyo, resultaba lógica la gravitación de Al Qaeda hacia los deshabitados arenales del sudeste yemenita, en los cuales el control administrativo y político del gobierno central de Saná ha sido y es prácticamente nulo.


En este escenario, el presidente Salé por un tiempo decidió jugar ambas cartas (Occidente y Al-Qaeda); pues una política frontal contra Al-Qaeda podría traerle el rechazo de las tribus norteñas, practicantes de un islam fundamentalista. Es frecuente el criterio de que el presidente Salé ha sido un aliado clave de Estados Unidos y de Arabia Saudita en la campaña contra el terrorismo. Sin embargo, en su política para ambos países, se ha mostrado como un mandatario difícil, que en muchas ocasiones ha vacilado en dos posiciones, sobre todo por la influencia tribal Shiíta en el país, y por el apoyo que en los bazaares tiene tanto Al Qaeda como todo acto de violencia contra Estados Unidos.


Aún se desconoce cuáles serán las nuevas reglas del juego y las políticas adoptadas en el Yemen, el día después de la caída del presidente Salé. No sabemos hasta dónde llegará la profundidad del cambio logrado por esos jóvenes, que necesitarían para poder consolidar su poder revolucionario, recursos económicos y técnicos adecuados, que les permitan competir social, política y económicamente con los políticos tribales tradicionales.


Las incertidumbres van desde si tendrá lugar una secesión del sur, con centro en la ciudad de Adén, algo que es muy probable, pero que será fuente de conflictos violentos entre ambos territorios; o la cristalización de la rebelión de los fundamentalistas Huthi en el norte; o si el país seguirá unido con su centro en Saná. O si bien, la parte norte de Yemen, se dividirá a su vez, entre los rebeldes tribeños Huthi colindantes con Arabia Saudita, y la franja costera del Mar Rojo, teniendo como ejes a la urbe de Taíz y el puerto de Hodeida.


Desde el punto de vista estratégico, Yemen, localizada en el Golfo de Aden, así como coro central de la Península Arabe, y emporio de Al-Qaeda, conjuntamente con los estados del Golfo es más importante para los intereses estadounidenses que Libia. Se estima que Yemen constituye el país con más armas per cápita del planeta: 4 armas de fuego por persona.


En estos momentos de debilitamiento de los poderes centrales a lo largo del mundo islámico, y ante el dilema yemenita, la pregunta fundamental para Estados Unidos y Occidente en general es la siguiente: cuál de los regímenes durará más tiempo, si Arabia Saudita o Irán. Si Arabia Saudita logra sobrepasar este torbellino, significará una victoria estratégica para Occidente; pero si Irán logra encontrar entre los nuevos cambios revolucionarios regímenes más afines a su política, tanto en Egipto con la Hermandad Musulmana, en Libia con los pro-islamitas, como en Yemen con los shiítas, esta teocracia de ayatolás logrará eclipsar la influencia norteamericana en todo el Medio Oriente.


Si bien la democracia es parte ya de la identidad de gran parte del planeta, sobre todo de los países industrializados, sin embargo no puede resultar el centro estratégico rector del gran esquema político para el Medio Oriente, pues ello equivaldría a dejar de un lado los intereses de seguridad nacional, por muy cínico que se interprete. Precisamente, porque el mundo islámico es ya un hervidero, la política más racional es la de estar preparados para las crisis venideras que puedan provocar estos cambios, mucho más que preocuparse por las crisis del momento.


Las guerras en Afganistán e Iraq, la fragilidad del Paquistán, el carrera nuclear de Irán, la posible respuesta militar israelí, la posible secesión de Libia entre bereberes y árabes, la posible secesión del Yemen entre el norte tribal y el sur, la interrogante del futuro saudita, el alineamiento de la Iraq shiíta con el Irán Shiíta tras la salida de las tropas norteamericana, resultan problemas que no se van a solucionar con una política basada en los principios éticos de la democracia.

Quizás estas crisis del mundo islámico están enseñando que en política exterior todas las cuestiones morales, en última instancia, se ven eclipsadas por las cuestiones del poder. En la actualidad, promover el derrocamiento del libio Muamar el-Kadafi no representa ni afecta los intereses estratégicos de Europa o de Estados Unidos. Pero asistir a los aplastados shiítas en Bahrein, o a los protestantes norteños shiítas yemenitas, en sus afanes de consolidar la sharia, si incide en la política general de Occidente para la región.


En cualquiera de las alternativas futuras del Yemen, la violencia parece que no estará ausente. No sin razón el último Alto Comisionado inglés en Adén, Lord Mounbatten, quien dirigió la descolonización del Yemen del sur en 1966, planteaba que con Yemen el universo árabe acababa de recibir el más complejo y explosivo de sus problemas.



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