lunes, 25 de mayo de 2009

El fracaso de TV Martí y la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC)


Hacia 1991, gracias a Miguelito Antena y a nuestras propias investigaciones sobre la capacidad de la troposfera para transportar una señal de televisión, comenzamos las trasmisiones de TeleCID desde un barco, al sur de los Cayos Marquesas, con suficiente potencia para saturar el área de la troposfera hacia donde dirigíamos nuestras antenas. Las transmisiones llegaron a Cuba y cubrieron más de 400 kilómetros de distancia.

Con esos buenos resultados me reuní con gente que quería ayudarnos económicamente, les propuse fabricar cuatro transmisores de alta potencia e instalarlos en barcos usados que podíamos alquilar a bajo precio. Con antenas de alta ganancia podíamos cubrir toda la isla, transmitir por diferentes canales simultáneamente y cambiar de canales en cualquier momento. El presupuesto era tan bajo que no lo querían creer.

El esfuerzo de interferencia de la dictadura sería muy costoso, y técnicamente tan complejo, que la señal de televisión llegaría a un porcentaje sustancial de los cubanos. Se había abierto todo un nuevo frente para debilitar la censura. Estuvieron de acuerdo y con un brindis cerramos el trato.

Pedí una cita a Antonio Navarro, el jefe de Radio y TV Martí. Hablamos sobre la interferencia contra la señal de TV Martí y le propuse: “Antonio, facilítame la programación de TV Martí y nosotros la transmitiremos a Cuba… hemos hecho pruebas exitosas y los técnicos están seguros de que no podrán interferirlas fácilmente …ustedes no tienen que responsabilizarse por nada …simplemente nos dan copias de la programación y nosotros las transmitimos”.

Me miró atentamente y me dijo: “Huber, no me metas en candela.” No era la respuesta que pensaba escuchar, pero tal vez Navarro no quería complicarse la vida. Otra sorpresa me esperaba en esa visita a Washington: la llamada de un funcionario de la Agencia Central de Inteligencia – CIA. La cita fue en una cafetería. Ellos sabían de nuestros esfuerzos por transmitir la televisión a Cuba pero no habían querido ayudar. Me dijo: “Estamos al tanto de las pruebas y de lo que han logrado …pero tienes un problema ...Dante Fascell ha dicho que no pueden permitir que el hijo de Huber Matos haga quedar en ridículo al gobierno federal …cuídate”.

Unos días después llegaron a mi oficina en Miami varios funcionarios de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) del gobierno norteamericano. Las advertencias fueron cortantes: Si sigues transmitiendo televisión te vamos a confiscar el barco y los equipos, te vamos a multar con $200,000, te vamos a meter dos años en la cárcel y cuando cumplas la condena te vamos a deportar de los Estados Unidos.

Les respondí: “Estamos transmitiendo desde aguas internacionales y ustedes no tienen jurisdicción ahí. El gobierno que ustedes representan le acaba de regalar un transmisor de radio a Jonas Savimbi en Angola y me parece que, por lo que acaban de decir aquí, esas transmisiones también son una violación de tratados. Ustedes transmiten televisión a Cuba, pero nosotros los cubanos no podemos hacerlo; creo que se equivocaron”.

Cuando se fueron recordé la reciente advertencia que semanas atrás me había hecho un plantado, el ex prisionero político Silvino Rodríguez Barrientos: “Huber cuídate, ha habido una reunión secreta de la dirigencia de la Fundación (CANF) …la decisión que tomaron es que había que sacarte del medio”. Si había alguien bien informado en Miami era Silvino, que además era un hombre valiente e integro. Pero, para mí, eso de sacarme del medio no era fácil: vivíamos en los Estados Unidos. Silvino me miró con preocupación y creo que hasta con un poco de tristeza.

Empezaba a armarse el rompecabezas: la información de Silvino; el comentario de evitar el fuego de Antonio Navarro; la opinión del representante al Congreso Dante Fascell, entonces jefe del Comité de Asuntos Exteriores en Washington; la advertencia del funcionario de la CIA y la visita del FCC.

No estábamos dispuestos a capitular tan fácil. Recordé que una familia cubana, muy amiga de un presidente latinoamericano, se había ofrecido a ayudarnos si alguna vez queríamos conversar con él. Los llamé y esa misma semana aterrizaba en el país amigo. Era las siete y media de la noche y un oficial de la presidencia me esperaba en el aeropuerto. “Bienvenido a…, el Presidente lo va a recibir”. Me llevaron directo al palacio de gobierno.

Continua en:
El fracaso de TV Martí: “Quizás Washington está contento de que TV Martí no se vea en Cuba.”

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