EL PARTIDO DEL REALISMO POLITICO
Por el Politologo Dr. Fernando Mires, Catedratico de Ciencia Politica en la Universidad de Oldenburg, Alemania
Cuarta de cinco partes
El partido del realismo político se diferencia de los tres anteriormente nombrados en un punto fundamental: carece de ideología. Esa es su principal debilidad. Pero también es su principal fuerza.
Las ideologías son medios que sirven para protegernos de los peligros de la vida. En casos extremos las ideologías nos vuelven inmunes frente a la realidad y esa es su gran ventaja porque a diferencia de la realidad que está llena de errores - pues en ella actúan esos seres equívocos, erráticos e imprevisibles llamados humanos- las ideologías jamás se equivocan. "Sólo el error es fuente de verdad" dijo una vez Nietzsche; y parece que tenía razón porque para pensar hay que corregir y para corregir tiene que haber algún error. Pensar es, en buenas cuentas, corregir.
Pensar un hecho histórico de modo realista no significa prescindir de principios ni mucho menos asumir una posición neutral. En ese sentido hay que tener en cuenta que la política -a diferencias de la filosofía, el arte y la religión- es una práctica instrumental, es decir, está sujeta a la lógica medios- fines. No puede haber política sin objetivos políticos. Esa es la razón por la cual en el caso de Honduras, después que el golpe fuera condenado y "re-condenado", se hacía necesario pensar acerca de las posibilidades de retorno a la democracia y en torno a ese objetivo, quienes pertenecemos al partido del realismo político, hemos ido articulando nuestras opiniones con el fin de encontrar algunas certidumbres.
Por de pronto, había que partir de una premisa común y elemental, y esa no puede ser otra que el reconocimiento y análisis de los actores reales y no ilusorios que participan en el juego. Así como nadie elige a sus vecinos, en la política nadie elige a sus actores. Hay que contar con ellos tal como son y no como quisiéramos que fueran. Esos actores se expresan en dos fuerzas históricas a las que llamaré provisoriamente, la fuerzas melistas y las fuerzas michelettistas. Dichas fuerzas no son sólo locales. Tienen, además, una expresión internacional. En ese contexto fue importante constatar que mientras el michelettismo es más fuerte localmente, el melismo es, o por lo menos era, más fuerte en la escena internacional.
El michelettismo es más fuerte localmente no sólo por el apoyo del ejército, sino por el de los poderes públicos, de las iglesias, de las clases productivas, de los sectores intermedios e incluso, de vastos sectores populares. No obstante el melismo, gracias al clientelismo estatal practicado por el gobierno Zelaya, conserva fuertes posiciones sociales. Esas posiciones se expresan en el llamado "poder ciudadano", más las organizaciones campesinas y sub-urbanas articuladas en torno a la figura presidencial, todas muy bien organizadas y, además, con una militante predisposición de lucha.
Ahora, desde el punto de vista internacional, el apoyo que recibió originariamente Zelaya fue simplemente portentoso. Desde Cuba, pasando por Venezuela, los países a-políticos de América Latina, más la OEA, la ONU, la EU y, por si fuera poco, los EE UU, se pronunciaron a favor del regreso de Zelaya al poder. Demasiado para un país tan débil como Honduras y para un gobierno tan precario como el de Micheletti. Inmediatamente después del golpe parecía, efectivamente, que los días de Micheletti en el gobierno ya estaban contados. Mas, no fue así. Y la razón es muy simple.
El enorme apoyo internacional que recibió Zelaya se encuentra muy dividido, y por cierto, no sólo entre bloques que son irreconciliables, sino que, además, se neutralizan entre sí. Esos bloques son, a mi juicio: a) el ALBA que a través de Chávez ha jugado la carta insurreccional, b) los países que favorecen una salida negociada, particularmente los EEUU, Brasil y quizás Colombia c) y los países indiferentes. Estos últimos, después que sus gobiernos manifestaron fogosos rechazos al golpe, se desentendieron lo más rápidamente posible del problema dejándolo en manos de los dos primeros.
Para la dirección castro-chavista jugar la carta insurreccional era de importancia vital. De acuerdo a su estrategia general, Honduras se convertiría en un foco internacional donde sería librada una gran batalla entre el "imperio" y los "ejércitos libertadores" del ALBA. De este modo Chávez pasaría a erigirse como vanguardia continental en la lucha por la liberación de América Latina en contra de las oligarquías y del "imperio". Una locura dirán muchos. Así es, pero si hablamos de Chávez hay que dejar los patrones de la lógica y de la cordura a un lado. Como escribió Joaquín Villalobos: "Chávez necesita muertos en Honduras". En otras palabras: si no hubiera sido por la abierta intervención de Chávez en el caso Honduras, éste no habría pasado de ser un conflicto al interior de la clase política hondureña. Uno más de los cientos que ha vivido el país. Chávez y su séquito del ALBA lo convirtieron en un problema internacional de grandes magnitudes. Más todavía: cada vez parece estar más claro que si no hubiera sido por la abierta intervención chavista en el gobierno de Zelaya, el golpe de junio del 2009 nunca habría tenido lugar. El incendio tuvo lugar en Tegucigalpa pero el incendiario reside en Miraflores.
Si Zelaya no se hubiese plegado incondicionalmente a la estrategia chavista, puede que ya hubiese regresado a Honduras, como presidente o no. Hoy en cambio aparece ante muchos hondureños ya no más como el gobernante derrocado sino como quien se puso al servicio de la intervención extranjera para invadir a su propio país. Al seguir a Chávez más que a la lógica liberal que alguna vez tuvo, ha firmado quizás el acta de su propia defunción política.
El enorme costo humano que habría implicado la salida insurreccional buscada por Chávez, hizo que rápidamente la balanza internacional fuese inclinándose hacia la posibilidad de una salida negociada. Fue en esos momentos donde surgió la presencia mediadora de una de las figuras más prestigiosas del continente: el presidente de Costa Rica, Oscar Arias. Ese fue también el momento cuando Zelaya, impulsado por Chávez, dilapidó su enorme capital político internacional, y lo hizo como esos jugadores que en el casino se juegan toda su fortuna de una sola vez. Increíble.
En un principio, como es sabido, intentó Zelaya acatar la mediación de Arias, pero rápidamente hubo de constatar que cualquiera salida negociada implicaba hacer concesiones que eran inaceptables tanto para él como para Chávez. En efecto, el regreso de Zelaya al gobierno si era negociado debía ser condicionado. Y la condición principal era renunciar definitivamente a la ilegal "cuarta urna", es decir, a la reelección presidencial. En otras palabras, el rol que asigna el Plan Arias a Zelaya es el que corresponde a un presidente democrático, pero ese no era el rol que soñaban Chávez y Zelaya.
Bajo las condiciones sugeridas por Arias, Zelaya habría retornado al gobierno por algunos meses a cumplir un rol administrativo que no habría sido otro que organizar las elecciones para el futuro gobierno del cual él no iba a formar parte. Cualquier político avezado lo habría aceptado de inmediato. Zelaya habría quedado así situado en una excelente posición política para después convertirse en el principal líder de oposición al futuro gobierno, cualquiera que hubiera sido. En fin, el Plan Arias, en sus siete puntos es un documento extraordinario; una verdadera joya política de nuestro tiempo. Pero tiene un pequeño problema: fue hecho para seres racionales; y en el caso Honduras están Chávez y Zelaya de por medio.
Quizás sabiendo que si Zelaya se hubiese sometido al Plan Arias nunca lo habría cumplido, Micheletti, quien conoce muy bien a Zelaya, cerró cualquiera posibilidad de regreso del defenestrado presidente pero, y ahí demostró cierta habilidad política, no cerró de plano las negociaciones con Arias como ocurrió con Zelaya. Micheletti, evidentemente, necesita tiempo. Como el veterano político que es, sabe que si logra resistir a la presión externa puede ir preparando el camino para las próximas elecciones, lo que traerá consigo una disminución paulatina de esa presión ya que, con negociaciones o sin ellas, Honduras obtendría esa salida democrática que tanto necesita.
En fin: si después del golpe Micheletti aparecía como el problema y Zelaya como la solución, hoy Zelaya aparece como el problema y Micheletti, guste o no, es, por lo menos, una parte de la solución. Ese es el estado de cosas hasta el momento en que escribo estas páginas. Mañana puede ser distinto. Así es la política.
Quienes militamos en el partido del realismo político sabemos que la política siempre es y será una práctica provisoria y circunstancial. Esa es una de las razones que la hace tan fascinante. La política es definitivamente in- munda y no ex-munda. Es el lugar del mundo donde incapaces de eludir el "ahora" y el aquí", formamos nuestras opiniones, alineamos nuestras fuerzas y mediante el uso de la palabra, polemizamos con nuestros adversarios y combatimos a nuestros enemigos. Así es y así será.
1 comentarios:
Gracias de nuevo por traernos este contundente análisis de este Catedrático.
9 de agosto de 2009, 6:01Publicar un comentario