El Partido Albista
Por el Politologo Dr. Fernando Mires, Catedratico de Ciencia Politica en la Universidad de Oldenburg, Alemania
Primera de cinco partes
Es imposible entender la posición del "albismo" frente al caso Honduras sin entender lo que es el ALBA. Surgida como un organismo de cooperación comercial entre Venezuela, Bolivia y Cuba, ha pasado a convertirse en una suerte de internacional latinoamericana del castro-chavismo cuyo objetivo central es expandir el llamado socialismo del siglo XXI, rimbombante slogan sin estatuto teórico pero, por eso mismo, altamente receptivo.
Como he intentado destacar en otra ocasión, la estructura del ALBA semeja una fotocopia borrosa y en tamaño muy reducido de lo que fue una vez el imperio soviético. En su núcleo encontramos el eje La Habana- Caracas dentro del cual La Habana es su canal ideológico y Caracas su canal económico y militar. Enseguida tenemos a países satélites como Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Luego vienen las zonas de influencia que abarcan hasta los países clientes. A partir de ahí el ALBA establece ramificaciones interregionales, aún en naciones que no forman parte de su esfera, a través de vínculos que se extienden a organizaciones no gubernamentales (por ejemplo, las casas del ALBA en Perú), a partidos políticos afines al castro-chavismo, a organizaciones terroristas como las FARC e incluso a casas editoriales y universidades. Desde esa perspectiva resulta comprensible que quienes más han sido afectados por el golpe de junio en Honduras son los líderes máximos del ALBA: Fidel Castro y Hugo Chávez.
Castro y Chávez han perdido, en efecto, una pieza geoestratégica clave en el espacio centroamericano. Y si se tiene en cuenta los problemas de legitimación que afectan al gobierno de Nicaragua, la pérdida de una ficha -que eso y no más es para ellos Honduras- resulta aún más dolorosa.
En cierto sentido la ideología de ALBA es, como destaca el escritor chileno Jorge Edwards, una "rémora de la Guerra Fría" (La Segunda, 24 de julio de 2009). Efectivamente: el rasgo esencial de los gobiernos albistas es su declarada enemistad en contra de los EE UU al que denominan unas veces "imperio" y otras veces "imperialismo". Frente a ese enemigo universal todas las alianzas están permitidas aunque eso lleve a compartir un destino histórico con los gobiernos más macabros de la tierra (Bielorrusia, Zimbabwe, Irán, entre otros). Pese a ser una rémora de la Guerra Fría, ALBA ha alcanzado -para decirlo en los términos de Niklas Luhmann- una suerte de "dinámica autoreferencial" o, dicho más en castizo: algo que se ha autonomizado de sus causas originarias.
Dejaré para otra ocasión un análisis pormenorizado de esa unidad micro-imperial que es ALBA. Cabe sólo destacar que si bien hay diferencias entre los regímenes políticos que la conforman, hay al mismo tiempo semejanzas. Entre otras podemos mencionar el hecho de que ALBA ha enclavado preferentemente en países de economías desintegradas y con débiles estructuras políticas, propensos a irrupciones populistas, a histerias colectivas, y a la emergencia de caudillos presidencialistas con delirios de omnipotencia. En todos esos países tiene lugar un desmantelamiento de las instituciones públicas, la concentración estatal del aparato productivo, la manipulación de las elecciones como medio de acumulación del poder, las violaciones constitucionales (entre otras), y sobre todo, la realización de "golpes desde el Estado" dirigidos a destruir los reductos de la oposición. En fin, todo aquello que ocurrió en Venezuela y que ya estaba ocurriendo durante el gobierno de Manuel Zelaya en Honduras.
El golpe de gobierno en Honduras fue una respuesta al "golpe desde el Estado" que sin atender a la correlación nacional de fuerzas (los poderes legislativo y judicial, el ejército, las dos iglesias cristianas, y la mayoría de la población activa) intentó llevar a cabo Zelaya a través de la introducción forzada de la ominosa "cuarta urna" (que fue su urna). Para que se entienda mejor: el golpe de Estado es una transacción al contado; el golpe desde el Estado se paga a crédito. El problema es que Zelaya no tenía fondos políticos para realizar ni lo uno ni lo otro.
No obstante, después del golpe de gobierno que llevó al poder a Roberto Micheletti, el partido albista quedó muy bien posicionado para realizar una política de contraataque, y nada menos que en el lugar que menos le corresponde: en el del espacio democrático. La razón fue que los militares hondureños hicieron lo que siempre habían hecho cuando los presidentes se les han atravesado en el camino: lo sacaron a empellones del palacio y pusieron, en su lugar, a otro. En ese momento protestamos casi todos, y con razón. La verdad es que creíamos que ese tipo de golpes tan feos ya no eran posibles. Los golpistas de hoy día son, en cambio, más finos. Chávez por ejemplo, se hace elegir por medio de elecciones aplicando los medios más ilícitos, y así gana. Luego, desde el gobierno devora el poder poco a poco, como quien corta en lonjas un trozo de tocino. El tosco general Romeo Vásquez en cambio, no gozó siquiera del poder: los militares delegaron el gobierno a un civil para que restaurara las instituciones democráticas amenazadas por la alternativa re-eleccionista -tan de moda que está- y luego se retiraron, felices de la vida, a sus cuarteles. Y todavía no entienden porque casi todo el mundo los condena.
La verdad es que ese mundo -tan bienpensante- no critica tanto al golpe como a su forma. Digámoslo así: a los golpistas de Tegucigalpa les faltó sentido estético. Chávez, Morales, Ortega, en cambio, poseen una refinada estética golpista. Es la estética de la revolución de la "multitude" (como dicen los sociólogos cursis de hoy día), de las masas uniformadas, de los himnos marciales, del mito histórico, del pueblo-unido-jamás será-vencido, del pasado indígena, del imperio inca, del socialismo nativo, bolivariano, sandinista, martiano, marxista, marciano, cristiano, cualquiera cosa señor: póngale usté.
Los militares hondureños, que duda cabe, dominaban la "técnica del golpe de Estado". Los golpistas del ALBA, en cambio, dominan el "arte del golpe de Estado". La diferencia entre técnica y arte la conoce muy bien el gran pintor venezolano de nuestro tiempo: "Cuando Picasso está pintando Guernica no debe ser sustituido", dijo una vez Chávez, abogando por su utopía de la infinita reelección. La destrucción de Guernica debe ser llevada a cabo hasta el final en medio de vítores y aplausos frenéticos de la "multitud cósmica" que lo rodea. De ahí que frente al golpe hondureño hasta los gatos se sintieron, de un día a otro, democráticos.
Por supuesto, es más fácil imaginar a Madonna de novicia que a Daniel Ortega o Raúl Castro luchando a favor de la democracia representativa. Pero así estaban las cosas a mediados del mes de julio del 2009. Sólo faltó que el Mono Jojoi desde algún video selvático nos diera lecciones democráticas. Y no habría sido extraño: el arte del neo-golpismo latinoamericano es definitivamente surrealista.
No obstante, pasaría poco tiempo para que el partido albista mostrara su definitivo rostro. Ello ocurrió cuando EE UU no sólo no reconoció al nuevo gobierno hondureño sino que pidió por el regreso del destituido presidente. Más aún: EE UU favoreció la mediación del presidente Oscar Arias, arrancando así a Honduras de las garras de la OEA, organización que ha sido prácticamente secuestrada por el ALBA. Castro y Chávez percibieron entonces que no sólo habían perdido una ficha en el tablero internacional sino que estaban a punto de perder la perla más preciada del discurso albista: la perla radiante del antiimperialismo.
No fue casualidad, por lo tanto, que el más inteligente (o el único inteligente) director del ALBA, que es Fidel Castro, reaccionara de inmediato atacando brutalmente a Arias, negando radicalmente toda posibilidad de negociación e induciendo a sus aliados a arrebatar la presa al enemigo imperial. Y es aquí, justo en este punto, donde se muestra el carácter más retrógrado y anquilosado del partido albista.
La táctica utilizada por el viejo Fidel fue la misma que dio éxito al joven Castro durante la lucha contra Batista, táctica que después fue esquematizada por Regis Debray y su legendario "Revolución en la revolución". Fue esa la misma que fracasó estrepitosamente en Bolivia; la misma que llevó a la derrota a tantos movimientos armados y desarmados de los años sesenta. Esa es la táctica del foco insurreccional, sacada hoy del baúl de los recuerdos más polvorientos del mito revolucionario del siglo XX para ser aplicada en esa, como dice Jorge Edwards, "guerra fría reinventada". Y a la ejecución de esa táctica cuyas páginas están llenas de polillas y pulgas, se prestó Manuel Zelaya. ¿En qué consiste esa táctica? se preguntarán sin dudas los lectores más jóvenes. La respuesta es muy fácil, pues hasta los más tontos la entienden (de ahí su éxito)
Tú vas a un determinado lugar geográfico como Cristo a Samaria (perdón) con un grupo de apóstoles escogidos. Desde ahí te declaras en rebelión (foco) llamas a la insurgencia total, y las multitudes revolucionadas se levantarán, no para avanzar a Jerusalén sino para crear uno dos, tres Vietnams. Luego ese foco luminoso de la vanguardia auto-elegida iluminará desde las alturas más elevadas a las pervertidas ciudades donde llegarán las multitudes insurgentes con sus clamores de hambre y fuego a ocupar el palacio de gobierno y desde ahí se harán del poder hasta el fin de la eternidad para redimir a los humanos y reemplazarlos por el Hombre Nuevo, hecho a imagen y semejanza de quien ocupa el poder de turno. Para echar a andar esa táctica se requiere, por lo tanto, de un grupo no muy numeroso de chiflados con predisposiciones suicidas, de un líder absolutamente enloquecido (en este caso Zelaya) y, sobre todo, dinero.
En este punto habría que recordar la mil veces citada frase de Marx relativa a que la historia se repite: una vez como tragedia y otra como farsa. En lugar de eso citaré el párrafo completo ya que su sentido es plenamente analógico con la farsa que, a instancias del ALBA, puso en acción Manuel Zelaya en El Ocotal, en los límites que separan a Nicaragua de Honduras. El párrafo de Marx dice así: "Hegel observó alguna vez, que todos los grandes hechos de la historia universal y las personas se repiten. Olvidó agregar que una vez como tragedia y otra vez como farsa. Causiddière por Danton, Louis Blanc por Robespierre, el Montagne de 1848-1851 por el Montagne de 1793-1795, el sobrino (Napoleón lll) por el tío (Napoleón) Y la misma caricatura en las condiciones en las cuales ha tenido lugar la segunda edición del 18 de Brumario" "(Marx Engels "Werke", tomo 8, Berlín Oriental 1975, p. 115)
Ahora bien, en el 18 de Brumario de Manuel Zelaya también se repiten personajes de los años sesenta pero como caricaturas de sí mismas. Véase: Micheletti por Batista, Chávez por Castro, Zelaya por Che Guevara.
Hugo Chávez, el Castro del siglo XXl, vencedor de mil batallas que nunca se dieron ni se darán, el héroe del Museo Militar (así como Castro lo fue del Moncada) intenta emular la gesta de su mentor y envía al hombre del sombrero (quien más se parece a Jorge Negrete que al Che) en lugar del hombre de la boina - pero no a la quebrada del Yuyo donde fue a pelear el Che, sino a la pacífica localidad de Las Manos y junto a él, el guerrillero heroico alias ministro del exterior de Venezuela: Nicolás Maduro, digno chofer del jeep de Zelaya.
Al igual que el trágico Che, Zelaya padece de un incontrolado "complejo de divinidad" (Alfred Adler) e imagina que su sola presencia en los límites bastará para que las multitudes revolucionarias no sólo de Honduras, sino de toda América Latina, se levanten como un sólo hombre, dispuestas a inmolarse por el caudillo redentor que los conducirá a bañarse en los mares de la felicidad socialista. Y como el Gramma terrestre de Zelaya y Maduro, al igual que el marítimo de Castro y del Che, no dio resultados, la mayoría de los hondureños zelayistas decidieron que no vale la pena preocuparse tanto por un presidente que ya no lo es, y comienzan a volver a sus labores; a comer pupusas y nacatamales, o a beber el buen ron de caña que tanto abunda en el país, para al fin despertar bebiendo ese café de Olancho que vuelve fuertes a los más débiles y valientes a los más cobardes. Pero el combatiente heroico que es Zelaya no cejará; irá a las montañas - él lo ha anunciado- y desde ahí seguirá combatiendo por la libertad.
Ojalá -pienso yo- que el aire de las alturas le haga bien y vuelva de una vez por todas al lugar de donde nunca debió haber salido: a su Partido Liberal, a pelear verbalmente contra el Partido Nacional, y a ganar o perder elecciones, como corresponde a cualquier político de profesión, que eso y no más es Zelaya, y no -como lo convencieron sus protectores cubanos y venezolanos- un Mesías que baja a la tierra en gloria y majestad.
4 comentarios:
Hubert , ya sabes que me he convertido en asidua lectora de tus posts. Ahora, me asalta la duda, que pasaría si la comunidad internacional no reconociera las próximas elecciones de Honduras que ya estaban concertadas antes de la deposición de Zelaya?
4 de agosto de 2009, 20:16Buena verborragia muy característica de hombre culto y muy lejos de la verdad...que lástima !!
5 de agosto de 2009, 6:44Muy bien escrito y coherente. A los ALBinos les duele que los desenmascaren.
15 de agosto de 2009, 19:05Publicar un comentario